Creó la exitosa línea de vinos “La imaginación al poder” que le rinde homenaje al Mayo Francés. Fue lanzada en 2020, pospandemia, como consecuencia del análisis que él hizo del consumo del vino a partir de ese particular momento. Cosecha en familia y elabora en partidas limitadas.
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Cuando tenía sólo 24 años, Mauro Villarejo se encontró frente al directorio del Citibank teniendo que defender un nuevo estudio de campo que había llevado adelante. Corrían los años 90 y luego de estudiar Ciencias Políticas en la UBA, había ingresado a un grupo de estudios de Antropología Urbana que lo hizo desafiar su capacidad como observador de la realidad. El contexto facilitó el siguiente paso: armar una empresa para aportar datos a un mundo que se avecinaba vertiginoso, el de internet.
Fue así como con su compañera, y a muy temprana edad, contaban con 10 empleados a cargo y casi 500 personas en todo el país haciendo trabajos de campo y relevamientos para automotrices y petroleras. Pero pronto llegó el fatídico 2001, y con él, el final de una historia que los argentinos conocemos bien. Mauro perdió la empresa en pocos días y salió a buscar un destino entre las llamas de una Argentina devastada.
“Muy de chiquito quería ser veterinario rural. Después quise ser periodista, soñaba con ser presidente, me quería dedicar a la política, después me desencanté y fantaseaba con ser escritor, formarme en filosofía política y dedicarme a la escritura y la docencia. El secundario lo hice en el Nacional Buenos Aires, después estudié Ciencias Políticas en la UBA, pero cuando descubrí la antropología y el urbanismo como oficio terminé entendiendo que ese era mi mundo. Me hice empresario, crecí de golpe, finalmente terminé en el campo, pero no en la veterinaria como pensaba. No recuerdo bien el momento exacto en el que dije ‘voy a hacer vino’, pero en un momento me encontré diciéndole a todo el mundo que me iba de Buenos Aires, que me iba a hacer vino a Mendoza.
No tenía finca, nada, pero fue como una profecía autorrealizadora. Así funciono en mi vida, cuando quiero algo lo enuncio, lo digo en voz alta, de manera que después no haya vuelta atrás. Quería algo que me alejara de la ciudad, de los escritorios. La crisis nos había pasado por encima y con lo poco que había quedado yo buscaba un proyecto de naturaleza y tranquilidad, alejado de las logísticas y los vaivenes. ¡Me equivoqué! ¡Me metí en la industria más compleja del planeta, y en plena crisis! Salí a recorrer todo Mendoza para ver qué hacer. Una vez por semana viajaba y me armé una lista de todas las fincas que eran posibles. Hasta que encontré esta que estaba perdida en Agrelo, Luján de Cuyo. El primer gran objetivo, cumplido por mi oficio, fue estudiar Mendoza como lo hubiera hecho cualquier antropólogo. Al tener la finca entramos en otra etapa; conocer viñedos, vendimiar, elaborar, visitar y aprender de la mano de mi prima Cecilia, que me introdujo en este mundo”, relata.
Primeros pasos
Mauro amaba Mendoza desde chico. Su papá Carlos nació ahí, y su mamá Fanny en San Juan. Si bien él tiene el sello imborrable de un porteño criado en los ‘80, con Cemento y el Parakultural a la cabeza, sentía como propio ese aire que corre en una tierra marcada por la Cordillera y el vino, y la resiliencia que supone ganarle al desierto un poco de tierra para cultivar.
Finalmente se mudaron al medio de la nada, con la montaña de fondo, un lago y diez hectáreas de vides, que eran todo un misterio. Pero algo de esos crudos inviernos y de lo difícil de introducirse en el mundo del vino cuando no se proviene de una familia bodeguera, fue sorteándose gracias al antropólogo interno que ofició de guía. Eso y descubrir que dentro de la finca había una joya impensada: un parral anciano de Merlot que había pasado inadevertido por muchas miradas, pero que en las inexpertas manos de aquel entonces antropólogo, se volvió una musa e inspiración de infinidad de vinos que nacieron con el tiempo. Un parral que aún hoy es fuente de creaciones disruptivas, trazando un puente irrompible de diálogo entre la vieja viticultura y los vinos más modernos. Esa joya emplazada en uno de las esquinas de la finca con forma de trapecio, también sería el golpe revelador para terminar de fusionar dos mundos, el académico, y el productor. Así nacieron los primeros veinte años de historia.
“La finca se llama La Promesa y yo la rebauticé Finca Trapezio, por su forma. Construir la bodega en el medio fue una gran satisfacción y un estrés enorme al mismo tiempo. Tener tu propia bodega es un privilegio, ser parte de una muy pequeña minoría que puede tener su viñedo, su unidad de producción y en mi caso, mi vivienda, dentro de un mismo lugar. El vino nace sustentable, la uva entra enseguida a la vinificación, no tiene que viajar y eso protege mucho la calidad. En Argentina, a pesar de haber miles de etiquetas, no llegan a mil las bodegas anotadas en el INV. Mucho menor es el número de hacedores de vino que tienen su propia casa en el viñedo, casi que soy el único”, se enorgullece.
Vuelta de hoja
Así como el 2001 fue un momento bisagra en la historia de nuestro país, la reciente pandemia hizo lo propio a nivel mundial. Las formas de los vínculos, y la forma de disfrutar se vieron trastocadas por una circunstancia inédita que hizo a una gran parte de la población encontrara en el vino ese espacio de diversión que el encierro le estaba negando. Encerrar a un productor nunca es buena idea, pero lo inesperado en Mauro fue que esa obligada estadía en la “cueva del oso”, lo llevó a encontrar desgastado su propio relato de dos décadas y a generar una nueva dialéctica que le permitiera contar algo nuevo a través del vino y revivir a su antropólogo interno. Así nació La Imaginación al Poder.
“Para mí, la pandemia fue una ruptura. Encerrado dejé de pensar en maridaje únicamente con la comida. La gente empezó a tomar sola y la compañía cambió. El vino salió de un terreno y entró en otro, se volvió nómade, existencial, dialéctico. La compañía de repente no era la comida era ‘me quiero tomar un vino con tal serie, o estoy antojado de ese vino con un disco’. Eso era novedoso y le estaba pasando a mucha gente. A la par, mientras leía y veía artistas que me gustan desde siempre, empecé a ver que todos tenían una actitud de rebeldía que resumía lo que yo sentía que tenía ganas de contar. Por eso elegí hacer el homenaje al Mayo Francés, ese gran movimiento y revuelta del ‘68 que nos dejó hermosas frases liberadoras, una actitud de independencia y libertad. Pero también quise homenajear a Stanley Kubrick con la Naranja Mecánica, a Banksy y el vandalismo urbano hecho arte, al punk como movimiento; todos personajes y momentos muy filosos con una actitud rebelde que expresan algo de una época que yo creo que se repite como malestar de época actual. La Imaginación al Poder es una de las frases de cabecera del Mayo, y eso se tradujo en una forma de mirar mi viña y toda la producción” resume.
Mayo francés embotellado
L.I.A.P. (La Imaginación Al Poder) actualmente tiene 16 etiquetas, todos los años se suman nuevas. Son vinos completamente disruptivos desde la manera de elaborar hasta el estilo. Con partidas muy limitadas –la más chica de 154 botellas y la más grande de casi 3000–, hay misterios como un tinto hecho de uvas blancas (Blanc de Noir) o un naranjo hecho de uvas tintas (Orange de Noir). También un “Naranjo Mecánico” hecho de muchas variedades blancas, un “Chardonnay con pólvora” con las borras adentro, un espumante tinto de bonarda (Pet Flower Power), o la resignificación del viejo parral de Merlot en diversas versiones, desde un rosado hecho solo con las colitas del racimo (Flower Merlot), hasta un “Power Merlot” que se toma sin paso alguno por barrica, con la frescura y potencia con la que se guarda en el tanque.
“Me gusta militar lo efímero, lo que dura un rato y nada más. Es una forma de decir el vino es un estado de ánimo, una pieza creativa, un colectivo de gente haciendo vino a la que yo llamo “enopandilla”. Los vinos se cosechan entre amigos, con familia, mis hijos Mora y Silvestre. Desgranamos a mano, con música, charlas, reflexiones e historias de vida. Despalillamos, prendemos un fuego al terminar, comemos, siempre hay fiesta. Esa es mi forma de resignificar todo lo que pasó. No hay nada más hermoso en el año que cosechar y hacer vino. Son vinos que no están hechos por el mercado sino por la imaginación. Los pienso como winemaker junto a Marcelo Richard, con quien realizamos y pulimos las ideas antes de elaborarlas, pero también es verdad que me gusta que muchas personas aporten ideas y sobre todo micro-decisiones, que todos los que participen de la vendimia colaboren y nos nutran permanentemente. No somos una bodega donde el jefe de enología va a bajar un protocolo que un equipo ejecuta. Ojalá esto pase de generación y mis hijos quieran continuar este legado; por lo pronto pienso en hacer nómade este proyecto, llevar esta forma de hacer a otras partes del mundo, nutrirnos de la mirada y la idiosincrasia de cada lugar, como hacedor de vinos, pero también e inevitablemente, como antropólogo”.
Cada año muchas personas pasan por la finca de Mauro para cosechar, intervenir botellas, hacer vendimia y compartir fuegos. Para todas las personas que vivieron la experiencia, La Imaginación al Poder dejó de ser una línea de vinos y pasó a ser una especie de fiesta donde se comparte algo cultural, intelectual o artístico. Quizás esa sea la clave del éxito de esta metamorfosis, como en el lienzo blanco de Spinoza, donde todo es potencia y posibilidad; los cursos de la historia fueron cincelando año a año un proyecto que sin saberlo ya se encontraba frente al directorio del Citibank en los 90, y que, a fuerza de giros argumentales, terminó haciendo una síntesis perfecta entre el politólogo empresario y el niño que quería ser veterinario rural.
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