Santiago Carrillo dejó su trabajo en los bancos porteños para mudarse a la capital jujeña y crear una agencia de viajes que ofrece circuitos a medida por la Quebrada, la Puna, las Yungas y los valles.
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Ripio áspero y caminos arcillosos. Gente que pastorea. Vertientes de agua congeladas. Comedores que sirven la mejor cocina andina. Pueblitos con su iglesia, escuela y solo una decena de casas. Pircas y cultura viva. Vicuñas. Majadas de cabras que trepan los cerros, puestos de trashumancia y pastoras vestidas de colores brillantes. Inmensos paredones. La soledad más pura y alejada. La yunga más tupida. Son regalos de un trabajo que dice Santiago Carrillo, no deja de obsequiarle magia.
Más de una vez le preguntaron: Santi queremos ir al norte diez días, ¿me alcanzan? “Si tenés diez días para visitar el norte te alcanzan, si tenés toda la vida no te alcanza”, respondió, y la frase le gustó tanto que la acuñó. “Tengo toda la vida, me dedico a esto, estoy arriba de la camioneta explorando caminos, metiéndome en cada rincón, y sigo descubriendo cosas y lo que es mejor, me sigue apasionando”, asegura.
Santiago es guía de turismo y operador, dueño de la agencia Corpachac con base en la capital jujeña. Pero esto pertenece a una nueva vida que llegó en 2001, “cuando todos se iban para afuera y yo me vine para adentro”. Antes transitaba en cambio el microcentro porteño y trabajaba en bancos dedicado a la publicidad de empresas financieras y al marketing del sector. “Era un trabajo en que los jóvenes teníamos grandes oportunidades para la creatividad”, asegura, y dice que era un trabajo que le gustaba. Eran los 80, se calzaba traje y zapatos formales y con solo 28 años fue gerente de publicidad y marketing de un banco.
Un día partió de gerente comercial a un banco en Neuquén y este salir de Buenos Aires por un año y medio lo tentó. El 2001 y la crisis del sector financiero le “movió la estantería”, y empezó a soñar con un cambio. Jujuy le ganó a la Patagonia, porque ahí, según Santiago, además de grandes paisajes hay cultura, comida con ingredientes ancestrales, muchísimos años de historia para contar y “debajo de cada piedra mucho por descubrir”.
Entonces empezó a desarrollar un proyecto para hacer algo con el turismo en el norte que, dice, era muy escaso en esa época. Quería hacer un hotel boutique en el área de yungas de Yala ─ en las afuera de San Salvador─, como emprendimiento familiar ya que allí estaba la finca de sus abuelos adonde iban todos los veranos. “Esto no se dio, pero yo tenía la decisión tomada de venirme a Jujuy y empezar de cero en otro rubro muy desafiante”, cuenta. Con su agencia de turismo empezó a ofrecer circuitos por la Quebrada de Humahuaca, porque la posibilidad de salirse de la quebrada era difícil por la falta de lugares para dormir o comer. “Hoy la cosa cambió mucho”, afirma.
De a poco fueron surgiendo pequeños hoteles boutique y Carrillo fue buscando circuitos más allá: la puna, el Jujuy verde, la Cordillera Oriental, la ruta 40 del norte jujeño que unía con San Antonio de los Cobres en Salta, Tolar Grande, y hacia Antofagasta de la Sierra y el campo de Piedra Pómez en Catamarca. Más recientemente, la ruta provincial que lleva por la Argentina al Parque Nacional Baritú sin necesidad de hacerlo por Bolivia. Sin ir tan lejos, Santiago fue el primero que le mostró en 2012 a Revista LUGARES el hoy bien conocido Hornocal, a 20 kilómetros de la ciudad de Humahuaca que en ese momento no se conocía y que hoy figura en todos los folletos turísticos.
“En aquel momento las organizaciones turísticas no entendían que había que mostrarlo” afirma. Cuenta que empezaron a trabajar con la comunidad que vive al pie del Hornocal con trekkings hacia el corazón del cerro multicolor. Finalmente la municipalidad de Humahuaca empezó a explotar el mirador con la comunidad y recién en 2017 la provincia lo empezó a promocionar. No solo por su belleza sino por su fácil acceso, “hoy es uno de los puntos más importantes de nuestro turismo”, dice.
Turismo vivencial
Para el turismo vivencial que se propuso y que describe como el viajar con todos los sentidos (“uno mira paisajes, escucha historias, prueba comidas, siente el olor de las plantas aromáticas y está permanentemente con los sentidos activados”), lo más importante fue conseguir clientes que quisieran hacer algo distinto.
Tiene un público variado: por ejemplo, un matrimonio con quienes lleva hechos seis viajes y siguen encontrando rincones por explorar, otros con quienes hace turismo de naturaleza y avistaje de aves, otros turismo cultural. “Todos mis viajes son tailor made, a medida de los intereses del cliente… pero la buena noticia es que por más que quieras hacer un viaje cultural, no podés esquivar lo paisajístico, y si buscás aves tampoco te salteás una iglesia que tiene 300 años y arte barroco americano”, explica. Agrega: “en los viajes uno tiene un esquema director, sé dónde vamos a dormir y qué vamos a hacer… pero van surgiendo cosas que nos va proponiendo el norte que generan una espontaneidad muy grande y suelen ser las sorpresas más lindas”.
Acerca de su trabajo como guía personal hace una buena comparación: “Si hacés una travesía de cuatro días a caballo entre Tilcara y Calilegua dependés de ese caballo, tiene que haber una simbiosis y no podés aburrirte de él porque lo necesitas para llegar al otro lado”, explica. Un guía personalizado que se pasa siete días con uno tiene que ver con eso: “tiene la responsabilidad de respetar los tiempos del turista, de no ser aburrido, de siempre tener algo más para desarrollar, y estar atento a lo que son los intereses de la persona que está visitando…”.
Un gran nexo
Viajar con Santiago es estar dispuesto a que un trayecto dure el doble de lo planeado. Porque en el cerro él está a sus anchas y no duda en detenerse y levantar a la pastorcita que le pida un traslado en la camioneta. Con él compartimos un viaje con María Aurelia, que con sus 70 y pico de años trepó el cerro hasta su rancho cuando la dejamos al borde del camino. Ana Quispe se subió con su familia y cabras a la camioneta durante un trayecto de una hora para contarnos que busca recuperar el cultivo de papas andinas para que su uso no se pierda, y que es una de las pocas que se resiste a mudarse de su comunidad de un puñado de habitantes. Dominga de Papa Chacra nos confió en una oportunidad a su preciado hijo menor Gastón para que lo lleváramos a él y a dos grandes bloques de sal para alimentar las vacas de Cañaní, lejos de su casa. Con Santiago conocimos al Padre Joaquín, el párroco del departamento de Santa Victoria Oeste, que hizo que la gente local nos admitiera en las fiestas patronales en Vizcachani y nos explicó lo que sucede en el baile de los cuartos durante la celebración. A Emiliana, la pastora que cuidaba sus ovejas metidita en un refugio de piedras en lo alto del cerro en Trigo Huayco nos acercamos y desconfió. Basta que Santiago ─que troca de la tonada porteña a la jujeña con gran facilidad─ se dirigiera a ella, para que Emiliana largara una suave carcajada y una sonrisa desdentada.
Los encuentros que genera Santiago son muy valiosos. “Aprendí a ser un buen nexo y traductor, es gente muy de adentro que habla cerrado y con metáforas”, dice. Y explica que cuando le piden un traslado entiende que para ellos es una necesidad: no nos están esperando y caminan cinco horas si no pasamos, pero si la llevamos le ahorramos mucho tiempo. “Para nosotros es fantástico poder charlar y comprender”, asegura. “De lo contrario, pasaríamos frente a su rancho de adobe, veríamos las cabras, los perros y el charqui colgando al aire libre, sacaríamos fotos y seguimos viaje”, grafica. “Aurelia en cambio nos hizo conocer con sus dichos y cuentos que es más que la foto que podemos sacar”, continúa. Este ida y vuelta hace que la gente local esté más abierta al turista. “Son mundos distintos que siempre existieron, pero hoy nos conocemos, nos podemos ver: nosotros a ellos y ellos a nosotros porque tienen un celular y mucha curiosidad”, dice.
El guía tiene una especial predilección por el turismo comunitario, una gran oportunidad para la gente de las comunidades porque les da una posibilidad de arraigo, de desarrollo económico y personal. Disfruta ver cómo los jóvenes de hoy que crecieron en las ciudades porque los padres tuvieron que migrar por trabajo, están volviendo a las casas de los abuelos a reconstruirlas, a recuperar las áreas de siembra, las tradiciones. Ofrecen cabalgatas por senderos ancestrales, muestran su forma de cocinar, de hacer un quesillo o moldear arcilla. “En este tipo de experiencias quien visita debe estar abierto a disfrutar dormir en un rancho con piso de tierra, digno y culturalmente auténtico, y al día siguiente en un hotel boutique a 50 km de distancia”, termina.
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