En plena Santa Fe rural, Raúl Adel Correa abrió un espacio con más de 5000 piezas de colección, en homenaje a su madre, Delcia Fontana de Correa, y su padre, Adel Correa, mecánico de oficio y compañero de viajes.
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Raúl Correa abrió, en agosto de 2022, un museo que se llama El Guardián del Pasado. Si alguien le pregunta quién es el guardián, él dice, “el guardián soy yo”.
Colecciona objetos antiguos desde siempre. A los 13 años empezó con cajitas de cigarrillos y de fósforos y luego, como su padre tenía un taller mecánico, se dedicó a coleccionar patentes de autos antiguos. Así, a lo largo de su vida, fue acopiando y guardando todo en un galpón. Cuando llegó la pandemia, decidió sacar todo, restaurar el lugar, acomodar los objetos prolijamente y hacer un museo que, además, fuera un homenaje a su madre Delcia Fontana de Correa y su padre, Adel Faustino Correa, fierrero, mecánico y entusiasta de los hallazgos de Raúl. “Cada vez que yo encontraba algo nuevo, yo lo mostraba como un triunfo. Mi papá me apoyaba, me decía, qué bueno, y mi mamá decía qué porquería”, ríen los Correa padre e hijo.
El museo se encuentra en Cañada Rosquín, Santa Fe, el pueblo donde nació Raúl y también el músico León Gieco. De hecho, una de las bicicletas de su colección, Raúl la donó al nuevo Espacio León Gieco, porque era la misma que utilizaba el músico en su primer trabajo como repartidor de carnes y verduras, y cuyo sueldo le valió para comprarse su famosa guitarra La Calandria.
En la sala se exhiben más de 5000 piezas, todas restauradas y acomodadas de modo prolijo cubriendo, absolutamente, todo el espacio.
Uno de los rincones está dedicado a Adel, el padre de Raúl, que aunque está muy mayor aún lo acompaña en sus travesías, detrás objetos que están a punto de ser olvidados. Olavarría, Rafaela, San Cristóbal, Yacanto, Villa del Rosario. Raúl anda por todas partes removiendo tierra, no porque busque piezas sino porque su trabajo diario lo exige: se dedica a hacer movimientos de suelo con retroexcavadoras, limpia tambos, canales. “Mi trabajo siempre está afuera” dice, y muchas veces aparecen cosas.“En los campos siempre se encuentra algo”.
Entre los tesoros que enorgullecen a Raúl está un auto de Luis Sandrini, un velocímetro de la nieta de Pugliese, una colección de muñecas de porcelana y una avioneta que cuelga del techo.
El auto de Sandrini, el auto para la nena, la réplica del Benz
La adquisición del auto de Sandrini fue una de esas casualidades que se agradecen. Raúl estaba trabajando en Villa Elisa y siempre pasaba por un galpón donde había un auto que le gustaba. Un día habló con el dueño, acordó un precio razonable y se lo compró. Lo cargaron en un trailer y Raúl volvió a Cañada Rosquín con el auto recién comprado y una carpeta llena papeles. Por la noche, después de la cena, se sentó tranquilo a hojear lo que había dentro y ¡oh sorpresa! “Resulta que el primer dueño de ese auto había sido Luis Sandrini. Si el anterior dueño sabía que era de Sandrini, este auto termina en Buenos Aires”. Y sí, probablemente.
El auto de su hija Aida, lo compró antes de que ella naciera, es decir, su hija era propietaria de un automóvil antes de haber visto la luz del mundo. “En el 2009 mi mujer estaba embarazada y yo justo estaba haciendo restaurar ese Boogie”. Lo había mandado a pintar de color azul y, cuando viajaron con su esposa, Alejandra Patricia Mendoza, a Rosario a hacer una ecografía, cambió de opinión. A mitad de camino de regreso, Raúl llamó al pintor, “¿Lo pintaste al Boogie?”. “No, todavía no llegué, no me entregan la pintura”. “Bueno, ahora va rosa”, dijo él. “¿Por qué rosa?”, preguntó el pintor. “Porque viene una nena en camino”. Como la nena tiene 13 años, el Boogie rosado está expuesto en el museo.
Otra joyita con ruedas es la réplica de un Benz del año 1886, construido por Enrique Camaletto, un hombre de la localidad de Sastre, muy amigo de Juan Manuel Fangio. Parece que Fangio le consiguió fotografías y planos originales directos de Alemania y con eso, Enrique estuvo ocho años entretenido, construyendo la réplica que quedó idéntica, excepto por siete kilos de diferencia que hay entre un auto y otro.
“Nunca digas que el lavarropas salió caro”
De historias, El Guardián del Pasado está lleno. Por ejemplo, en la sala principal cuelga del techo un avión experimental biplano con 15 horas de vuelo. ¿Cómo llego eso ahí? Estaban Raúl y un amigo ordenando el entrepiso del museo, cuando Raúl se dio vuelta, miró el galpón, los autos ubicados uno al lado del otro, la colección de motos Gilera casi completa (solo le faltan dos modelos), y dijo, “falta algo en el techo”. Y una frase fue llevando a la otra, “sin querer dije la palabra avión”, y sin querer la escribió en un grupo de Whatsapp. Entonces alguien contestó, y el avión apareció. Raúl y Adel fueron a buscarlo a la localidad de San Fernando, con el famoso trailer enganchado detrás del auto. “Como no era barato, para alivianar, el dueño me dijo de sacarle el motor”. Lo compraron a mejor precio y sin motor, lo cargaron y regresaron por la autopista causando sensación: un auto llevando un avión no es algo común de ver.
Pero Raúl tiene una máxima que cumple a rajatabla, un consejo que le dio un hombre de Córdoba que pertenece, igual que él, al Club de Ford T. Se lo dijo cuando era muy joven y a Raúl ya se le notaba la “enfermedad”, como le dice él, de comprar y comprar objetos, “vos comprá todas las porquerías que quieras, pero que nunca le falte nada a tu familia. Decía, si se te rompió el lavarropas, andá, comprá un lavarropas nuevo y no digas que es caro. Y siempre hice así, siempre lo tuve bien a ese consejo. En mi casa nunca hice faltar nada. "
Pueblo chico, museo grande
El Museo es un homenaje a la madre de Raúl, pero sobre todo al padre. Hay un sector que está dedicado a él, una gigantografía en cartón de Adel Faustino, en una esquina que simula ser un taller mecánico. Ese taller, en la realidad, todavía existe y es el legado que Adel le dejó a uno de sus nietos, Daniel Correa junior. “Hace como 10 años atrás, un domingo al mediodía, nos llama a mi hermano y a mí y comunica que le deja el taller al nieto, un sobrino mío. El taller sigue vigente. Él ahora va y le limpia las llaves, le barre el taller”, cuenta Raúl. A veces, cuando hay algún auto viejo, el nieto dice, “abuelo, este es para vos”.
Y así, los guardianes multiplican y el resultado de la ecuación va a parar directo al gran museo de este pequeño pueblo, de no más de 6500 habitantes, llamado Cañada Rosquín.
El Guardián del Pasado. Camino de los trabajadores 47 a 150 de RN34. T: (3401) 43-4438. Sábados y domingos, de 16 a 19.30 hs. Entrada gratuita (urna colaborativa).
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