Es el primer cetrero con licencia en Tucumán. Radicado en Tapia, a 30 km de la ciudad, y casado con una tucumana, se dedica a entrenar a los cuatro halcones que viven con ellos.
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Antes de terminar en la Argentina, el francés François de Grossouvre alternaba su vida entre África y España. Durante los veinte años anteriores había sido guía de safaris en Tanzania, República Centroafricana y Camerún, donde guiaba viajeros internacionales a pie, investigaba leones, gorilas y chimpancés, censaba elefantes y con toda esa experiencia, se había convertido en un gran especialista en animales salvajes. Había dejado su Lyon natal con apenas 18 años, y a veces se pasaba meses en la selva sin ver una ciudad o nada que se le pareciera. Una vez encontró un águila caída de su nido, la rehabilitó y, lo que fue más importante, se vinculó con ella. Esto funcionó como un camino de ida a la práctica de la cetrería.
Pero a pesar de ser hoy el primer cetrero con licencia en Tucumán, a la provincia norteña no lo trajeron sus halcones sino un mensaje de Instagram detrás del cual estaba Sofía Paz, su actual mujer. Sus 40 años recién cumplidos lo encuentran viviendo entre los cerros con su bella mujer tucumana, vestido con bombacha de campo y boina. Un verdadero gaucho francés. “Trabajaba entre África y Sevilla donde tengo mi casa, sacaba fotos y volaba halcones peregrinos para cazar perdices en Andalucía”, cuenta, como si fuera de lo más habitual.
Esta pasión tan particular se remonta a un libro que François leyó a los ocho años –cuyo nombre no recuerda−, que hablaba de un niño que se hacía amigo de un halcón que lo volaba. “Me marcó para siempre”, asegura. Y se le nota. Los cuatro halcones que alberga en su casa de Tapia en una habitación pegada a la matrimonial, son su vida. Tienen nombre a medida –dicen que recién se debe poner el nombre cuando se los ve volar y se los conoce, para que tenga que ver con su personalidad y su estilo de vuelo −, y cuando François se refiere a ellos parece estar hablando de sus mejores amigos. Incluso dice que lloró cuando Inti desapareció por dos días.
“¿Qué significan para vos tus halcones Romeo, Inti, Cafrune y Leo?”, le pregunto. Se toma un momento largo para pensar, baja la cabeza emocionado, y responde: “Son la alegría de tener con ellos un momento de belleza y autenticidad, una relación de pura confianza en que nunca me desilusionan”.
Explica que el arte de la cetrería es un ejemplo de colaboración entre el ser humano y un animal salvaje que no es domesticado. Según el cetrero, se puede ser testigo a diario del espectáculo que significa presenciar un halcón peregrino cazar, casi imposible de ver directo en la naturaleza: cuando baja en picada es el animal más rápido del planeta que supera los 300 km por hora de velocidad.
“Se practica hace como 4.000 años y sucede basado en el enlace de confianza que se tiene con ellos”, asegura. “Para mi son el acceso a la pureza y la belleza de la naturaleza, sin pervertir su identidad de halcón”, afirma convencido, y explica que pertenece a la escuela de cetreros que cree que el halcón que se vuela se tiene que desarrollar como un halcón salvaje. “Uno no adiestra al halcón ni lo molesta en su desarrollo, estamos para servirlo”, dice, y enumera las cualidades de un buen cetrero: servirlo y entender lo que necesita, y respetarlo al volarlo.
El beneficio es mutuo. Las técnicas de cetrería sirven como control aviar para espantar otras aves en aeropuertos, o para proteger cultivos cuando se alimentan del fruto del trabajo agrícola. Cuando lo contratan, el cetrero se instala en el campo –una plantación de arándanos a punto de cosechar, por ejemplo− y se queda ahí desde el amanecer hasta el atardecer. Suelta sus halcones intermitentemente en un trabajo en equipo− para que aguanten todo el día volando− a lo largo de tres semanas durante la maduración de la fruta. “Cuando en cambio se tira veneno en el campo se perjudica la salud de toda la cadena alimentaria”, argumenta François.
También es útil para la rehabilitación de aves de presa que han sido producto del tráfico ilegal o que han tenido un accidente. Es el caso de Romeo, el halcón peregrino de François, que es un ave de rescate que le confió la Dirección de Fauna de la provincia: después de escapar de su captor, el ave estaba al límite de su peso y agotado. Terminó en manos del francés para que lo volara, lo recuperara usando técnicas de vuelo libre controlado para que Romeo volviera a cazar con la esperanza de algún día reintroducirlo a la naturaleza. ¿Qué hace si necesita una consulta veterinaria? Habla con uno especializado en Emiratos Árabes, ya que en el mundo árabe la cetrería está muy desarrollada, al igual que en Francia y España.
Cuando nos encontramos en el campo para participar de una Jornada de Introducción a la Cetrería, la sorpresa llega cuando François abre las puertas de su camioneta al ver a tres de los halcones parados prolijamente sobre un posadero con sus caperuzas puestas. No hay jaulas para que las plumas no se dañen. Son halcones peregrino (falco peregrinus), y aplomados o aletos (falco femoralis) y las caperuzas que cubren sus cabezas son rígidas, de cuero confeccionadas a medida− según la especie, el tamaño y el género− por un artesano sevillano. Tiene que calzar perfecta. “Con ellas quedan en modo avión y tranquilos, no se asustan”, dice. Y lo compara a ponerse un antifaz para dormir cuando viajamos en avión.
El cetrero está convencido de que está para servir a sus pájaros, para que éstos sean felices. “Se dieron cuenta de que la vida es más fácil conmigo: si necesitan volar, vuelan, si necesitan cazar lo hacen, y tienen agua para bañarse”, sostiene. Pero además, asegura que con él se quedan porque tienen una relación de confianza total.
Romeo ya ha comido demasiado en los últimos días y puede no tener ganas de cazar. François asegura que es libre para hacer lo que quiera: al soltarlo, puede irse de paseo lejos por un par de horas antes de volver cansado a centrarse con su cetrero, o puede aprovechar las térmicas, sus condiciones físicas, y su entrenamiento para cazar y atacar fuerte. Depende de sus ganas. Sus movimientos se controlan a través de un emisor que se coloca en la espalda del halcón por medio de un pequeño soporte y un arnés fino escondido en el plumaje.
Parados en medio del pastizal, el cetrero lo sostiene en su guante, le quita la caperuza y el ave rapaz remonta vuelo en busca de una corriente de aire que lo ayude a subir. Hace piruetas, planea, parece disfrutar enormemente de su vuelo que seguimos con binoculares. Pasan pocos minutos cuando se centra con su cetrero esperando que éste le sirva una presa. Es entonces cuando François saca de un bolso que lleva como bandolera una paloma, su presa natural en el campo, y en línea recta desde una altura media Romeo la ataca. La hace golpear el suelo, pero acostumbrada a ese tipo de ataques, la paloma se defiende y hoy zafa. Cuando François extiende su brazo se convierte nuevamente en su punto de referencia y Romeo aterriza en el guante que envuelve el puño. Su lugar seguro.
A los aplomados les divierte en cambio perseguir el señuelo, un objeto hecho en cuero o piel con un par de alas de pájaro o plumas que se le añaden, y que se utilizan para el adiestramiento de las aves de presa. Atado a una cuerda, el cetrero lo hace dar vueltas para que el halcón lo persiga durante el entrenamiento, lo que sirve para muscularlos.
“Gentil le petit Cafrune”, le dice François al ave en tono cariñoso cuando terminan. Se queda tranquilo porque hoy los pudo volar. Si no puede hacerlo, se asegura de asolearlos en bancos especiales en el jardín de su casa.
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