“Casa de Artista” fue construida por Florian von der Fecht con restos de cipreses encontrados en el bosque. Como anfitriona lo acompaña Laura “Lo” Gall, socia directora de una agencia de viajes especializada en Argentina.
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Habitar en el corazón mismo del paisaje, en una cabaña de troncos o de piedra, incluso en una ermita, ha sido el sueño cumplido de numerosos pintores, pensadores y poetas. Desde Ryokan en el monte Kugami hasta Derek Jarman en el promontorio de Dungeness, sin olvidar a Henry Thoreau a orillas de la laguna de Walden o August Strindberg en la isla de Kymnendö, la lista es larga y diversa. Seguramente algo de ese espíritu, combinado con el amor por el bosque y el reciclado de la madera, animó al reconocido fotógrafo Florian von der Fecht a construir su hermosa Casa de Artista donde, desde 2022, recibe huéspedes en Villa Traful.
De tal palo, tal astilla
Como muchos pobladores patagónicos, Florian desciende de europeos llegados a nuestro país después de la Segunda Guerra. Su padre se llamaba Erwin y era un ingeniero civil austríaco; su madre, Elisabeth Schreiber, era una arquitecta alemana. Se conocieron y se casaron en pleno conflicto bélico y, tras el cese del fuego e impulsados por la necesidad de buscar nuevos rumbos, en 1948 pusieron proa a Buenos Aires. Allí comenzaron a trabajar juntos –ella diseñaba, él edificaba– y en 1968, después de visitar Bariloche y otras localidades aledañas, se instalaron en Traful.
“Estando acá, rodeado de tanta madera, mi padre comenzó a comprar herramientas”, recuerda Florian, que las conserva prolijamente ordenadas y todavía utiliza algunas. “Yo aprendí a tallar y hacer cosas con ramas y troncos pequeños desde niño, imitando lo que él hacía”. Fiel heredero de la afición paterna por la carpintería y la vocación materna por el diseño, von der Fecht imaginó la cabaña ideal y la construyó con sus propias manos, pieza por pieza, aprovechando la madera de los cipreses caídos que iba aserrando in situ, cortando los troncos en tablas para hacer los pisos, lijando, cepillando en el espacio que le había destinado dentro de la finca familiar. “Le decimos cariñosamente El Gallinero, porque se yergue sobre los cimientos de un viejo gallinero”, comenta.
Flanqueada por un flamante deck, la Casa de Artista consta de un ambiente principal de doble altura enmarcado por inmensos ventanales, con comedor y cocina integrados, y tiene dos dormitorios: uno en planta baja y otro en mezzanino, que también oficia como sala de juegos. Todos los ambientes, incluido el cuarto de baño, miran al bosque. “La idea es que la naturaleza entre en la casa, que los huéspedes se sientan inmersos en la belleza agreste y al mismo tiempo amigable que los rodea”, agrega. Las huellas de sus ancestros también se aprecian en los detalles: la mesa y las sillas son obra del abuelo materno de Florian, el médico Walter Schreiber, y la exquisita lámpara de pie fue tallada por su padre.
Un millón de kilómetros en fotos
Florian von der Fecht es un fotógrafo expedicionario: lleva recorridos más de un millón de kilómetros de rutas argentinas. Editó su primer libro en 1992 y ha publicado más de 15 títulos, que se venden como pan caliente, al igual que sus calendarios. “Hace más de tres décadas que viajo sacando fotos y solo tuve tres vehículos: un Ford Falcon con el que hicimos 600.000km, el jeep llamado Husky que recorrió otros 400.000 y la actual Amarok, a la que bauticé Bucéfalo por el caballo de Alejandro Magno, que lo acompañó durante toda su campaña en Asia. Les pongo nombres porque son mis compañeros inseparables: de norte a sur, de este a oeste.
Cada viaje mío en automóvil dura de 20 días a dos meses”, se explaya. Cuando le pedimos que defina su arte, si eso fuera posible, responde sin vueltas: “Mi fotografía es simple y concreta. Mi mensaje es mostrar belleza, el patrimonio natural argentino, que lamentablemente no siempre se cuida como se debe. Mi intención es inspirar en todos nosotros las ganas de conservarlo.” Además de sus fotos de paisajes, que son las más conocidas, le gusta tomar fotos abstractas “que podrían ser ficción o pinceladas de un artista sobre una tela, pero son pura naturaleza. Resultado de un clic de la cámara que captura el instante, los colores, el movimiento. Hielo, agua, tierra, arena. Ya no importa dónde, ni qué es. El ojo se deja atrapar y la mente vuela, se distiende, y las fotos comienzan a hablarnos”.
Compañera de travesías
Laura “Lo” Gall, dedicada al turismo desde hace treinta años con su agencia Lihue Expediciones, es compañera de vida y aventuras fotográficas de Florian desde hace más de una década. Suelen recibir juntos a los viajeros en la Casa de Artista, invariablemente acompañados por los dos perros de la finca: el paciente mestizo Gaucho y el inquieto Max, un joven ovejero alemán. Lihue deriva del mapudungun lihuel, voz que puede interpretarse como “vida o existencia”. “También me han dicho que significa ‘lugar donde vive el alma’”, explica.
“Por eso me gusta el nombre de la agencia: porque soy una convencida de que el turismo, al crear fuentes de trabajo en el lugar de origen, puede frenar la emigración de los jóvenes a las grandes ciudades”. Con Florian comparten la pasión por la Argentina: él la muestra en sus fotos y ella armando viajes y buscando nuevos destinos. “Es la primera persona que conozco que conoce más que yo”, se ríe. Cuando no están recorriendo caminos –en camioneta, a caballo o a pie– se ocupan de la huerta, donde abundan hortalizas de todo porte y frutales típicos de la zona como la frambuesa y la rosa mosqueta. “Me gusta preparar dulces caseros, que nunca faltan en nuestra canasta de bienvenida”, dice. Las frambuesas también pueden saborearse al recorrer los senderos de la propiedad, que siempre deparan sorpresas agradables. Nada más lindo que respirar aire puro caminando a orillas del Arroyo Blanco, al compás del canto del huet-huet, el pájaro más parlanchín de estos bosques.
Los faros cuentan la historia
“En mis viajes suelo llegar a lugares desolados y solitarios donde uno se deja envolver por la inmensidad. De repente el horizonte se ve interrumpido por la silueta de un faro. Están donde me gusta estar a mí, donde hay vista, donde se domina el paisaje.
Generan respeto por el solo hecho de estar ahí, hace años cumpliendo en silencio su función, soportando las inclemencias del tiempo, sobreviviendo en muchos casos al abandono”, dice Florian. Se interesó por ellos desde una de sus primeras travesías con la cámara a cuestas, cuando se encontró con el faro abandonado de Cabo San Pablo en Tierra del Fuego. Desde entonces, los “colecciona”. Para poder fotografiarlos ha creado una cartografía propia: los busca en los registros de Hidrografía Naval, en marchitas cartas de navegación, los marca en su GPS y está siempre atento a su aparición, con carpa y vituallas para hacer noche junto a esos antiguos centinelas. Quiere inmortalizar su imagen enclavada en el paisaje marítimo antes de que se desplomen o sean reemplazados por insulsas estructuras de fibra de vidrio.
Y concluye: “Unen la vida en tierra con la bravura del océano. Cuentan su historia, la historia de quienes llegaron tan lejos para construirlos. De los navegantes que se guiaron por sus destellos. De tormentas, de naufragios, de conquistas. Se encuentran entre los edificios mas antiguos de la Patagonia y cuando los tenga a todos con fotografías que les hagan justicia, seguramente los transformaré en un libro. Son parte de nuestra historia y, ya fusionados en el paisaje, los considero parte de nuestro patrimonio natural y cultural”.
Casa de Artista. rancho@florian.com.ar Whatsapp: +54 911 4564-3375. Es ideal para parejas en plan romántico: la propiedad tiene múltiples senderos poblados de pájaros, mesa con bancos y fogón para comer al aire libre y acceso privado al Arroyo Blanco. u$s 210 para dos personas en temporada alta (mínimo cuatro noches) y u$s 150 para dos personas el resto del año (mínimo dos noches). Incluye canasta de bienvenida y suministro de leña. Por razones de seguridad no aceptan menores de 12 años, ni mascotas.
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