Del Círculo Polar Ártico a las islas “perdidas” del Pacífico y el Atlántico, Christian Clauwers viaja a los rincones menos habitados del planeta para registrar con su cámara el impacto humano sobre la naturaleza.
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Al otro lado del teléfono, la voz de Christian Clauwers se mezcla con el sonido del mar. Al momento de hablar, el fotógrafo nacido en Bélgica se encuentra en Hawaii, adonde viajó para registrar los vestigios del incendio forestal que azotó a la isla de Maui en agosto pasado, dejando unos 100 muertos y una impresionante destrucción. “Vine a documentar cómo la gestión del agua fue iniciada de una manera tan deficiente (hace mucho tiempo atrás y por personas europeas blancas, básicamente) que la tierra se volvió muy seca. Y eso fue, en parte, lo que causó estos incendios forestales”, explica.
Pero este es solo uno de los numerosos proyectos que lo tienen viajando de un punto a otro del planeta durante este año: antes de llegar a Buenos Aires esta semana, para dar una conferencia y recorrer la muestra fotográfica de su autoría que se expondrá hasta fines de enero, Christian estuvo en las Islas Marshall como parte de un proyecto personal que ya lleva ocho años, destinado a documentar el aumento del nivel del mar y sus consecuencias. Ahora, luego de su paso por Argentina, su siguiente expedición apuntará bien al sur, desde la Patagonia hasta la Antártida, en busca del pingüino emperador.
En cambio, arrancó el 2023 en el extremo norte del planeta, cuando realizó el primer aporte de su país al Arctic World Archive (AWA), un repositorio subterráneo de máxima seguridad que se estableció en 2017, en el archipiélago de Svalbard, con el objetivo de crear “un santuario para las hazañas colectivas de la humanidad”, lo que incluye desde obras de arte digitalizadas hasta código fuente de software. Su reciente visita al AWA no fue la primera vez que Christian viajó a este curioso territorio que, a tan solo 1.100 kilómetros del Polo Sur, cuenta con pocos miles de habitantes: 2.500 humanos y unos 3.000 osos polares. “Conocí Svalbard en 2013 y fue entonces que tomé plena conciencia de la crisis climática, porque allí desemboca la Corriente del Golfo y los científicos que la estudiaban me explicaron que, a partir de observar los patrones climáticos, era evidente que en Svalbard el calentamiento global estaba ocurriendo cuatro veces más rápido que en cualquier otro lugar del planeta”.
Ese viaje de 2013 tuvo otro descubrimiento clave para Christian: la Bóveda Global de Semillas, que define como “la habitación más inaccesible del mundo”. “Me llamó muchísimo la atención esa entrada en forma triangular, que salía de la montaña y parecía sacada de una película de James Bond. Me explicaron que era la entrada a una recámara a más de 130 metros de profundidad diseñada para preservar toda la biodiversidad alimentaria. En otras palabras, frente a la crisis de extinción de especies que estamos viviendo, que no solo afecta a la fauna sino también a la flora, se tomó la decisión de generar la colección de semillas más grande a nivel mundial, una especie de banco genético de cultivos, para preservarlos a futuro”.
Pasó ocho meses intentando obtener un permiso especial para entrar a la Bóveda Global de Semillas hasta que, finalmente, en 2014 logró hacer fotos de su interior (pueden verse en su página web). Pero esa experiencia marcó un antes y un después mucho más profundo en su vida: “Fue un momento revelador para mí, no solo porque era un hombre curioso con una cámara en un lugar único, sino porque pude ver el gran conflicto entre el hombre y la naturaleza. Con esta bóveda, la humanidad está intentando resguardar alimentos para las generaciones futuras; queremos darles a las personas que vivirán en cientos de años la capacidad de consumir lo que comemos hoy. Fue entonces que la fotografía, mi pasión, se convirtió en mi misión y se volvió profesional, porque descubrí que esa tensión entre naturaleza y humanidad era el mensaje que quería difundir”.
Desde entonces, como fotógrafo y explorador, ya dio cuatro vueltas al mundo y estuvo en unos 115 países de todos los continentes, navegó por los cinco océanos y exploró algunas de las islas más remotas, incluyendo la mítica Tristán Da Cunha que, ubicada en el océano Atlántico, a mitad de camino entre África y Sudamérica, es considerada el lugar habitado más inaccesible del mundo. Christian viaja unos ocho meses al año y, gracias a su trabajo, colabora con los gobiernos de Bélgica, Francia, Italia, Suecia y Noruega en diversos proyectos, todos en el contexto de documentar el impacto del cambio climático y concientizar a través de la fotografía. Además, desde 2019, es parte de la delegación oficial belga en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. “Mi misión es utilizar mis imágenes como un puente entre la ciencia, la política, la educación y la industria”, sintetiza.
-¿Cuándo te enamoraste de la fotografía?
-Mi padre tenía una colección de cámaras viejas, a rollo, y yo, desde muy chico, experimentaba con ellas. Cuando él revelaba sus fotos, siempre decía: “¡Yo no hice esta, ni esta, ni esta!”. Pronto quedó claro que, incluso a muy temprana edad, yo estaba fascinado con la fotografía. Capturar un momento en el tiempo siempre me pareció algo mágico. Es que la cámara nos permite registrar algo que ya pasó en el momento en que sucede pero, gracias a la imagen, está allí de nuevo.
-¿Cómo llegaste a poner el foco en islas, océanos y regiones polares?
-Siempre me sentí atraído por el agua y creo que los océanos están subestimados en su valor, en su importancia. Incluso a nivel científico, no sabemos mucho sobre ellos y recién ahora estamos tratando de ponernos al día. Y en los océanos hay tantas islas extrañas, como, por ejemplo, las islas subantárticas, que apenas se conocen y están casi deshabitadas. Cada isla es un pequeño mundo en sí mismo y tiene una gran historia que contar. A veces, encontrás cosas realmente sorprendentes, pero los relatos se están perdiendo, porque muy pocas personas viven ahí y los mantienen vivos. Las islas, los océanos y las regiones polares muestran una gran vulnerabilidad, que es la que trato de capturar con mi cámara. Además, el impacto del ser humano se muestra más fácilmente en lugares tan vulnerables, prístinos y puros, porque hasta la huella más pequeña tiene un gran impacto.
-¿Y qué pasa en esos lugares con la tensión entre el ser humano y la naturaleza?
-Aprendo mucho de comunidades isleñas como los Sami, que viven en el norte de Europa, y los Inuit, que habitan Dinamarca y el norte de Canadá. Estas personas tienen una comprensión completamente diferente de la naturaleza y pueden sobrevivir en los contextos más salvajes, mientras que vos o yo moriríamos congelados o seríamos devorados por un oso polar en pocos días. En cambio, ellos transfieren un conocimiento ancestral de generación en generación y tienen otra comprensión de su posición respecto a la naturaleza. En general, nosotros nos vemos como en la cima de una pirámide, con todas las demás especies debajo nuestro, lo que, lamentablemente, significa que olvidamos que no todo lo que nos rodea está ahí para ser tomado. Pero así es como actuamos en el mundo moderno: no entendemos que todo es un equilibrio y que, en realidad, somos parte de la naturaleza. Los pueblos indígenas del Ártico saben que, si dañan su entorno, se dañan a sí mismos. Las comunidades insulares del Pacífico, con las que también trabajo, van un paso más allá y creen que, si toman algo de la naturaleza, tienen que dar algo a cambio para mantener el equilibrio. Esta es una comprensión que hemos perdido completamente en el mundo moderno, y por eso trato de investigarla con mi cámara.
-¿Cómo llevás estas experiencias a eventos como la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, en donde tenés que hablarle a políticos y tomadores de decisiones?
-El problema con la política es que, a veces, está demasiado lejos de la realidad. Así que, cuando regreso de mis expediciones, quiero ser la voz de las personas que conocí en esos lugares remotos. La narrativa detrás de la fotografía es muy importante y trato de mantenerme neutral. Por ejemplo, si se trata de una isla amenazada por la subida del nivel del mar, simplemente digo: “Miren cómo se ve todo cuando un país se está ahogando”. No busco generar drama sino mostrar vulnerabilidad y, también, compartir lo que pasa desde el punto de vista científico. La ciencia es una forma de hacer del mundo un lugar mejor.
-¿Sos optimista frente a la crisis ambiental?
-Soy optimista por naturaleza pero creo que, esta vez, llegamos tarde, lo que significa que tenemos que lidiar con consecuencias que ya no podemos prever, a las que simplemente tendremos que adaptarnos e intentar mitigar. Pero todavía podemos cambiar mucho y, al menos, podemos ralentizar el proceso de haber llegado tarde.
Datos útiles
Hasta fines de enero, las fotografías de Christian Clauwers pueden verse en la residencia del embajador de Bélgica en Argentina, Karl Dhaene (Rufino de Elizalde 2830, Palermo).
Además, este jueves 16 de noviembre a las 9, en el Centro Argentino de Ingenieros (Cerrito 1250, Recoleta), el fotógrafo brindará una conferencia abierta al público, en el marco del encuentro “El Cambio Climático: de la Concientización a la Acción”, organizado por las Cámaras de Comercio Belgo-Luxemburguesa y Holandesa.
Ambas actividades son de entrada libre y gratuita.