La de los Boglietti, en Resistencia, era una casa abierta, bohemia, con muchos amigos que entraban y salían todo el tiempo. Desde la década de 1940 acogió las vanguardias artísticas de la época. Allí se gestó el germen que décadas más tarde haría florecer a la capital chaqueña como la Ciudad de las Esculturas.
- 9 minutos de lectura'
¿Quién se iba a negar a pasar por la casa de los Boglietti en la década del 40 o 50? Nadie. Allí se respiraba talento, creatividad, buen humor y eran inagotables las veladas con pintores, escultores, músicos y artistas.
El hogar de los hermanos Aldo y Efraín, en Resistencia, era “una luz en el medio del monte”, reflexiona Daniel Moscatelli, presidente de El Fogón de los Arrieros, la entidad que nació en esa casa y fue un espacio abierto a la vanguardia de todas las expresiones artísticas.
El paralelismo puede darse con el Instituto Di Tella, de Buenos Aires, pero increíblemente dos décadas antes y en el interior. La chispa, carisma y bonhomía de los Boglietti, principalmente de Aldo, fue la clave.
A la vivienda de Brown 188 llegaba todo el mundo, locales o visitantes, artistas o políticos. Y, como dijera el escultor Juan de Dios Mena, el lugar se asemejaba a un fogón, un fogón al que llegaban los arrieros, compartían un rato y seguían su camino. Su frase dio nombre a la institución cultural más antigua de Resistencia –y quizás del noreste–, elevada hoy a la categoría de lugar entrañable y casi mítico por los personajes que pasaron por allí.
“Un par de veces fue Borges a dar conferencias; y Jean-Paul Sartre le escribía a Hilda (Torres Varela, compañera de Aldo) porque sus obras se representaban allí”, dice Moscatelli. También se hicieron asiduos visitantes el escultor Stepan Erzia –considerado el Rodin ruso, que vivía en Buenos Aires–, Ariel Ramírez, Félix Luna, Jorge Romero Brest… Pero lejos de las veladas paquetas que uno podría imaginarse en aquel territorio que ni siquiera era provincia, los encuentros eran de amigos y, por lo tanto, desacartonados, abiertos y llenos de humor.
Parte de ese humor quedó reflejado en las frases pintadas en la casa que sucedió a la original, también sobre la calle Brown. “Si Ud. acostumbra tirar las colillas en el suelo, camine por los ceniceros”, dice una. “Mucha gente que sueña con la inmortalidad no sabe qué hacer en una tarde de lluvia”, ironiza otra.
O, colgado de una trompeta sobre la barra, “Danger. Men drinking” (“Peligro. Hombres bebiendo”). También un cartel estratégicamente ubicado en la terraza: “Campo de aterrizaje para platos voladores”… Pero, sin duda, la más conocida es la de la puerta: “Prohibido entrar con ruleros”. Que venía con explicación... “Cuando su esposa, novia, hija, amiga, maestra o secretaria salga con ruleros, llévela a algún lugar donde usted pueda entrar en camiseta, tiradores y pantalón de pijama, pero no venga a El Fogón. ¿Se imagina a una irresistible Sofía Loren con ruleros y llena de crema?”, se preguntaban por allí.
Escalones pintados de atrás
Las reuniones fueron sumando gente y transformándose en veladas literarias, encuentros musicales, talleres. Hoy, la casa de Brown 350 es un espacio ecléctico que por momentos parece caótico. Lleno de obras y objetos de lo más diversos colgados de piso a techo, y hasta del techo mismo.
Primero llaman la atención los dos grandes murales en la pared sinuosa de la planta baja, el cuadro de Soldi y la veintena de esculturas en curupí de Juan de Dios Mena.
Pero pronto lo que mostraría al edificio como un museo estándar empieza a volverse inclasificable con la escalera con los escalones pintados en la parte de atrás (obra de Eduardo Jonquières), el pequeño esqueleto que cuelga del techo, los guantes de Monzón, los fusiles de la guerra de la Triple Alianza y las decenas de tacitas de café de diferentes ciudades colgadas prolijamente sobre la barra.
Eso –y todo lo demás– había llegado por iniciativa de Aldo que, con su simpatía arrolladora, a todo el que pasaba por el Fogón le pedía que dejara algo de su producción o simplemente un objeto. Así se fue conformando el enorme y valioso patrimonio que tiene la institución hoy: cuadros de Pettoruti, Presas, Páez Vilaró, Soldi, Castagnino, Gambartes, Barragán, Battle Planas, Norah Borges, Raquel Forner y René Brusau… Esculturas de José Alonso, Arranz, Lucio Fontana, Gerstein, Knopp, Erzia, además de Juan de Dios Mena y Carlos Schenone.
Los guantes de Carlos Monzón
El Fogón se recorre con el ojo atento porque cualquier sorpresa puede aparecer intercalada entre cuadros y vitrinas.
En una vitrina, una copia de una cabeza tallada por el ruso Erzia, que vivió en la Argentina una veintena de años y llegó al Chaco fascinado por la dureza del quebracho. También, un retrato de gran tamaño de Aldo, hecho por Grete Stern.
En otros espacios, el palo de golf con el que Roberto De Vicenzo ganó un campeonato sudamericano, los guantes de Carlos Monzón de su triunfo sobre Nino Benvenuti, la hélice del avión de Jean Mermoz, un traje de presidiario del penal de Ushuaia (que donó el padre de Pettinato, que fue director de esa cárcel).
También, como cuenta Adriana Garrido, secretaria del Fogón, “hay un cuadrito que forma parte de los mitos del Fogón. Porque acá hay muchos mitos”, señala “y no sabemos si era cierto o no”. El cuadrito en cuestión tiene un marco recargado, de madera, y, adentro, un botón violeta de plástico sobre un pergamino, con la leyenda: “Botón del corpiño de Rita Hayworth”. Sigue una frase en rojo: “En venta. 4000 dólares (al contado)”.
Junto a los cuadros, grabados y dibujos cuelgan de las paredes fotos dedicadas, como las de Marcel Marceau a Hilda Torres Varela y la de Claudia Cardinale al “caro Aldo”, y hasta un artículo sobre el Fogón en Selecciones del Reader’s Digest, en aquel momento la revista internacional por excelencia.
Cementerio
En el patio –un alivio para las tardes abrasadoras del Chaco– también se despliegan algunas esculturas. Desde una muchacha con una pierna cruzada revisándose los callos hasta un torso símil escultura griega, sin brazos ni cabeza, con la leyenda “Me ‘spianté’ de Atenas para venir al fogón”.
Pero sin dudas lo más intrigante es un pretendido cementerio con un cartel en la reja de acceso que indica “Colonia Salsipuedes”. Y la frase “La muerte es necesaria. ¡Ojalá se mueran todos!”, firmado por Lázaro Costa, la tradicional casa de sepelios de Buenos Aires.
Lo del cementerio se había convertido en una ceremonia a la que se invitaba al futuro muerto a participar de las honras y leer una especie de descargo de lo que decían sus amigos.
Otra de las ceremonias del Fogón era la entrega de la llave. Con esa filosofía de “casa de todos”, Aldo Boglietti había instaurado la “Orden de la Llave”, para entregársela a quienes compartían el espíritu de ella. “Había una llave gigante, de bronce”, recuerda Moscatelli. “Se le ponía una capa al que se le imponía la orden” y Aldo, disfrazado también, le daba la llave real del Fogón, para que entrara sin invitación.
En algunos momentos, no obstante, las reuniones se convertían en veladas elegantes. Moscatelli, recuerda la primera vez que lo invitaron a la fiesta de cumpleaños de Aldo, en 1978, cuando él recién había llegado de Buenos Aires. “Había por lo menos 10 de esmoquin. Los militares estaban con traje de gala, las mujeres de largo. No había nadie de camisa”, recuerda. Era el 20 de agosto, y el anfitrión invitaba “todos los 20 de agosto a las 20 y 20 para tomar no menos de 20 copas”. La fecha se convirtió en aniversario del Fogón y la frase en la consigna de la invitación desde que Aldo murió.
Arte en las calles
La mudanza a la sede actual de Brown 350 se produjo en 1955. Cuando la casa original, de la calle Brown 188 quedó chica debido a la cantidad de obras de arte y objetos recibidos, Aldo apeló a sus amigos para reunir fondos para comprar un lote. Un joven arquitecto, Humberto Horacio Mascheroni, santafesino también, presentó un proyecto tan vanguardista como ambicioso desde el punto de vista estructural.
“Este salón no tiene columnas”, explica Garrido sobre el espacio de doble altura que está al ingresar. Y cuenta que la losa estructuralmente cuelga de unos pórticos de doble altura, a través de tensores del techo. También hay un par de escaleras sin baranda del lado abierto y una pared sinuosa a modo de separación de ambientes. “Se le quiso dar movimiento para que invitara a entrar”, dice.
Esa “invitación” a la gente para que entrara, que se empapara en arte, que fuera parte de esa movida que se gestaba todo el tiempo en El Fogón, en la década del 60 se invirtió. Y Aldo comenzó a buscar lo opuesto: que el arte saliera a la calle, para compartir con todo el mundo lo que para ellos era habitual.
Su primera propuesta preparó el terreno para la siguiente movida que tenía en mente. “Empezó a sugerirle a los vecinos que embellecieran sus veredas”, cuenta Moscatelli. “A ver quien tenía la vereda más linda y las plazoletas, frente a cada casa”.
Ese fue el germen para sacar a la calle las esculturas que tantos amigos habían donado al Fogón. Que las obras estuvieran en el espacio público, que la gente las viera, que ese arte no quedara confinado en un edificio sino que se incorporara a la vida cotidiana de los habitantes de Resistencia.
La iniciativa comenzó en 1961 y, a lo largo de los años, un centenar de esculturas se emplazaron en calles, boulevares y veredas de la capital chaqueña. Así se sentaron las bases de lo que vendría después cuando el escultor Fabriciano Gómez, uno de los habitués del Fogón, tomó el guante e impulsó un certamen internacional de escultura, hoy transformado en la Bienal del Chaco.
Hoy el Fogón de los Arrieros cumple 79 años y, aunque ya no es más una casa de familia sigue manteniendo el espíritu de origen. Un lugar cálido, de puertas abiertas, al que llegan personas con inquietudes y plantean sus proyectos: hacer una obra de teatro, armar un recital, pasar una película, organizar una conferencia. Es un lugar lleno de vida, un espacio en el que conviven distintas actividades a la vez. Como en el pasado, cuando llegaba gente a cualquier hora, para charlar un rato y compartir una bebida frente a un imaginario fogón.
Temas
Más notas de Chaco
Más leídas de Revista Lugares
Playas de Brasil. Las elegidas por una familia argentina que recorre sus costas a bordo de un velero
El boom de Belgrano. 5 propuestas gourmet que nacieron con el auge inmobiliario del barrio
Gauchos centennials. Platería, soguería, caballos y textiles: lejos de Tik Tok, los jóvenes que retoman oficios del campo
Insólito. El castillo creado por un artista solitario que atrae al turismo en un pueblito norteño