Desde Lisboa hasta el Algarve, pasando por Sintra, Óbidos y algunos pueblitos blancos del Alentejo, un recorrido de diez días por las costas y colinas lusitanas.
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Leo mi libreta y detecto una y otra vez la palabra “subimos”. También encuentro repetida la palabra “bajamos”. Enseguida recupero la sensación que predominó en el viaje a Portugal: la de estar trepando las calles empinadas de Lisboa, que está ubicada sobre varias colinas, o la de subir de un barrio a otro con uno de los elevadores, esa suerte de ascensores urbanos o funiculares que son una feliz alternativa a las escadinhas o escaleras. Me recuerdo en uno de sus tantos miradores con la vista dirigida hacia abajo en un intento por entender el mapa de la ciudad que se despliega a mis pies.
Descendimos también los 27 metros de profundidad del esotérico Pozo Iniciático en la Quinta da Regaleira en Sintra, escalamos acueductos en Tomar, trepamos sólidas murallas de castillos en los pueblos alentejanos de Marvão y Monsaraz, y pusimos nuestro estado físico a prueba en las eternas escalinatas de piedra o madera que en las playas del Algarve bajan del acantilado al mar y vuelven a trepar en cientos de escalones. Subimos y bajamos, bajamos y subimos… se necesitan piernas fuertes para visitar Portugal.
La capital lusa
El tranvía es toda una institución en Lisboa, y tomarlo, de paso, ayuda a descansar un poco las piernas. En primera fila y pegados a la conductora en la parte delantera del 28 E, la vida del barrio de Alfama se despliega con todo su carácter hasta Mouraria, unas cuadras por encima del Castillo San Jorge. El viejo tranvía avanza rechinando mientras trepa la colina con su cabina de madera cargada hasta el tope. Los obstáculos no lo inhiben: toca bocina si se le cruzan un auto o un peatón distraído, o espera paciente cuando alguno estacionó sobre las vías y dejó las balizas puestas hasta volver. La conductora sabe que no será por mucho tiempo. Los turistas observan divertidos, los lisboetas ni se inmutan. El viaje en tranvía es un paseo tan desordenado como la ciudad, y la representa muy bien. De noche se ven las cuadrillas de hombres que en un trabajo de lo más artesanal distribuyen con escobas de metal la arena que sobre las vías ayuda a mejorar la fricción.
El Castillo San Jorge es el punto turístico neurálgico, y un buen lugar para comenzar a abarcar la visita a Lisboa. Conviene ir al atardecer, cuando la luz del sol tiñe de rosado los tejados y de ocre las fachadas, y tomar un trago en alguno de los bares que funcionan dentro de las murallas del castillo, rodeado de imponentes cañones. La fortaleza se encuentra en muy buen estado de conservación. Construida por los visigodos en el siglo V y ampliada por los musulmanes, fue residencia de los soberanos portugueses entre los siglos XIV y XVI. Por la panorámica que ofrece, este es un spot de lo más buscado, al igual que los otros miradores: el de Santa Luzia, Portas do Sol, Graça y Santa Catalina, al que se accede con el elevador de Bica. El mirador de San Pedro de Alcántara, en el Barrio Alto, tiene incluso dos niveles.
En Lisboa, los edificios suelen ser bajos y no todo luce impecable, hay mucho grafiti en sus calles y cierto caos, y en eso radica su encanto. Lo más recomendable es dejarse llevar y perderse entre las calles de trazado laberíntico, de construcciones azulejadas con ropa tendida y macetas de flores, y descubrir cada rinconcito restaurado estupendamente o no, ya que muchos viejos edificios tienen sus accesos tapiados. Es bueno saber que los barrios principales son, además de Alfama, la Baixa –es la parte baja, que se atraviesa siempre yendo de un barrio a otro–, el Chiado, el Barrio Alto, y la zona del puerto y el Tajo, el anchísimo río que funciona de referencia. Un poco más allá, Belém es el lugar de donde zarparon los navegantes que hicieron de Portugal un país poderoso en la Era de los Descubrimientos. Allí, el imperdible es el Monasterio de los Jerónimos, gran referente del arte manuelino, inspirado en temas marinos, y Patrimonio de la Humanidad.
El día en que lo visitamos, el monasterio está desbordado de gente. Es fin de septiembre, y la fila de personas que aguardan al solazo para entrar supera los 300 metros del frente del edificio y pega la vuelta. Nos calculan una hora y media o dos de espera y, sin entradas, decidimos intentarlo luego comprando los tickets de acceso en una agencia inglesa que revende entradas online para la tarde, cuando posiblemente haya menos gente, y justo el instante en que la piedra calcárea blanca que recubre el claustro se pone de color dorado.
Portugal está de moda y es imprescindible tener entradas reservadas para ingresar a lugares que admiten un número limitado de visitas por día, como los Jerónimos o su vecina Torre de Belém, construida en el año 1515 en medio del Tajo para defender la desembocadura del río. Con forma de proa de barco sobre el agua, se encuentra el Monumento de los Descubrimientos, encargado por el dictador Salazar en 1960 en honor a Enrique el Navegante. En él se retratan también otros personajes históricos portugueses.
La misma organización previa requiere Sintra, zona de bosques exuberantes, palacios y casas de veraneo de reyes y de excéntricos aristócratas burgueses, que suele llevar un día y que es muy factible de conocer en una escapada desde Lisboa.
Road trip
No fue fácil decidir cuánto y qué cubrir en este viaje de diez días. Menos de 600 kilómetros separan los extremos norte y sur del país, y para las distancias que los argentinos solemos manejar, suena bien poco. Pero a viajar se aprende, y es cierto que cuando uno abarca mucho, finalmente conoce poco. La sacrificada fue entonces Oporto, la turística ciudad del norte y la zona del Duero. Intentamos, en cambio, recuperar ese Portugal de antaño donde aún es posible encontrar cierta autenticidad. Elegimos para eso la región del Alentejo, con sus paisajes de horizontes amplios, de poca sombra, alcornoques y encinas, rebaños de ovejas y pueblos blancos amurallados con castillos elevados.
La estrategia para disfrutar en solitario del pequeño pueblo medieval de Óbidos es llegar a la tarde, cuando los grupos de turistas ya se retiran, y recorrer sus callecitas con las primeras sombras de la noche. Esa aproximación inicial tiene un gran encanto. De mañana, cuando el pueblo se despierta y aún no hace demasiado calor, es cuando se ve a los locales barrer sus veredas, regar sus jardincitos y podar, trepados a una escalera, sus limoneros. Es también cuando empiezan a acomodar sus negocios para abrir. Resulta la mejor hora para visitar tranquilo. Hacia las once, desde nuestro andar por lo alto de las murallas, se advierte a los visitantes dirigirse desde los estacionamientos como hormiguitas hacia las entradas principales de la ciudad amurallada. Ya es hora de partir y seguir el trayecto por zonas rurales hacia el próximo destino. Tanto aquí como en los pueblos alentejanos de Marvão y Monsaraz, donde la movida turística es mucho menor, tenemos los sitios, por momentos, en exclusivo.
En una colina elevada sobre Tomar se erige el colosal Convento de Cristo, que perteneció a los Caballeros de Cristo, herederos de los templarios, una de las órdenes monásticas militares católicas más poderosas de la Edad Media. Una de las joyas del convento de múltiples claustros y jardín con bancos azulejados es la impresionante Rotonda o Charola (girola) de los Templarios, una construcción octogonal del siglo XII de dos pisos sostenida por ocho pilares, inspirada en el Santo Sepulcro de Jerusalén, decorada con pinturas de escenas bíblicas de artistas portugueses y con tallas de madera policromada. Allí llevaban a cabo los caballeros sus oraciones. La Ventana del Capítulo es otro tesoro, gracias a su asombrosa decoración manuelina de 1510. Da para quedarse un largo rato entretenido hallando temas marinos y vegetales que trepan a lo largo de dos mástiles: cuerdas, corales, corcho, algas, cabos y cadenas se esconden entre sus motivos.
Castillos defensivos
En Alentejo, hay tantos pueblos blancos amurallados y coronados por castillos que resulta difícil elegir uno para asomarse a su pasado medieval. En la franja pegadita a la vecina España es donde más densidad hay, ya que, siglos atrás, los reinos de Portugal y Castilla no tenían la mejor relación. La desconfianza mutua devino en una creciente línea de castillos y fortines que jalonan elevados el territorio fronterizo.
Camino a Marvão, una lunaza nos sorprende con su salida sobre Castelo de Vide. Nos quedamos embelesados y nos demoramos con las fotos: el efecto de la luna amarilla recostada sobre la colina donde se encuentra el pueblo tiene un encanto magnético. En Marvão, hay mucho cerrado de noche y cuesta conseguir un lugar abierto para comer a las nueve y media; la casa de alquiler pegada a la muralla del pueblo tiene una cocina bien equipada y un pequeño jardín, con mesa y árbol otoñal donde cenar con velas y desayunar. Qué bien que nos abastecimos en el supermercado antes de llegar. El paseo nocturno de rigor nos lleva a la plaza principal, donde un grupo de teatro ensaya en el castillo una obra medieval para un festival de origen árabe que se desarrolla en estos días y se llama Moussassa. Claro, toda esta zona fue también territorio moro antes de la reconquista.
Paulo Gouveia se autodefine como artista del corcho. Lo conocemos al día siguiente en su atelier de obras propias y ajenas con ventana a la calle, donde talla minuciosamente con una trincheta el corcho para hacer souvenirs y cuadritos con motivos de olivos y castillos sobre promontorios de piedra. Habla perfecto español porque, dice, de chico vio televisión española y porque las películas extranjeras estuvieron en Portugal siempre subtituladas, no dobladas. Cuenta, además, que su país es el primer productor mundial de corcho –un 51% del producido en todo el mundo–, que se obtiene del alcornoque: se extrae un sector de la corteza –como si fuera una pollera–, y se apunta bien grande el año de extracción en el tronco, ya que sólo se hace cada nueve años.
En los angostos caminos rurales camino a Monsaraz, hay muy poco tránsito. La ruta serpentea paralela a pircas de piedra entre campos de castaños, alcornoques, encinas y olivos. También hay viñas. El centro de Campo Maior, una ciudad prolija de casas blancas y balcones de hierro, está tranquilo en una siesta calurosa. En la Capela dos Ossos se sorprenden con la visita. Es una de las seis capillas hechas con huesos humanos que se visitan en Portugal (la más conocida es la de Évora). Aquí tiene la misma y escalofriante inscripción en portugués: “Nosotros, los huesos que aquí estamos, por los vuestros esperamos”. Es pequeña y abovedada, recubierta por completo con cráneos, fémures y tibias en una decoración sistemática y planeada, uno de los ejemplos más originales de arte funerario cristiano en Portugal. Y uno bastante tétrico, por cierto. Aunque se sabe poco acerca de su construcción, la leyenda popular dice que está decorada con los huesos de las 300 personas que murieron en la explosión del polvorín del castillo.
Unas dos horas y pico de auto separan Marvão y Monsaraz, otro pequeño y tranquilo pueblo medieval abrazado por una gruesa muralla con poderosos bastiones. Está rematado por un castillo con plaza de toros propia que data de 1830. Allí, aún hoy se realizan, cada tanto, touradas o corridas de toros. Serán unas seis cuadras por cinco de calles empedradas con piedras alargadas irregulares, viejas casas blanqueadas a la cal, balcones con rejas de hierro forjado y escudos, y fachadas flanqueadas por escaleras exteriores. Monsaraz es uno de los pueblos blancos más pintorescos de toda la zona.
Las playas del Algarve
Cuando en la ruta al sur empiezan a aparecer grandes carteles publicitarios, tenemos la firme sensación de que el Portugal tranquilo y más auténtico se nos acabó y sabemos que nos aproximamos al Algarve. Esta es una región de playas que atrae una buena parte del año turistas del norte de Europa fascinados por su clima, ya que en pleno invierno se puede estar en bermudas hasta las cuatro de la tarde mientras haya sol. Se instalan en uno de los tantos resorts, hoteles de cadena y posadas, o vienen con sus casas rodantes. Es zona de grandes urbanizaciones como Faro y Lagos, las ciudades que más turismo concentran.
La Costa Vicentina da al oeste y tiene playas salvajes al pie de altísimos acantilados grises que bajan al mar como inmensas patas de elefante. En un sector rocoso de la playa de Castelejo-Cordoama, Francisco y Manuel Santos pescan en silencio con la vista fija en el mar. Lo hacen entre surfistas que aprovechan la ola larga y pareja, y familias que disfrutan de la amplitud de la franja de arena y del agua de temperatura amigable.
Padre e hijo se acompañan en una rutina diaria que Francisco, de 89, instauró desde que se jubiló. Cuenta Manuel –el padre es poco hablador, habla un portugués difícil de entender– que en Sagres había, hace décadas, viñedos y que Francisco venía desde su pueblo del interior a trabajar en ellos durante la semana. Luego se volvía. Ahora vive cerca y ama pescar. Lo hacen todos los días: un rato por la mañana y otro rato por la tarde. Hoy el viento los dejó pescar una dourada y unos sargos. “La primera se hace al horno con tomatito y cebolla; los otros, que son más chicos, son mejores fritos”, explica Manuel.
La punta de Sagres es el promontorio que se adentra en el océano donde terminan el cabo San Vicente y el extremo suroeste de Europa. Era considerado el fin del mundo en la Edad Media y, por su mística, energía y vistas, hoy reúne multitudes alrededor de su faro, todos congregados para ver el atardecer y esos acantilados de 75 metros de altura.
Otra punta emblemática para visitar –a primera o última hora del día– es la Ponta da Piedade. Con tremendas cuevas y acantilados ocres y rojizos, entradas y salidas, se visita por tierra desde una pasarela de madera con una perspectiva elevada que se encuentra a dos kilómetros del centro de Lagos y lleva a buenos puntos de observación. También hay pequeños senderos que acercan a calas, pináculos y cuevas marinas. Pero, definitivamente, lo mejor es visitarla desde el mar en excursiones en lancha o en kayak que permiten acceder a las cuevas y atravesar los arcos de esta verdadera catedral marina diseñada naturalmente.
Las famosas, aunque populosas Praia da Marinha –entre Portimão y Albufeira–, con pequeñas bahías que se esconden entre rocas y cuevas de agua turquesa, y Praia da Falésia –al este de Albufeira–, también con acantilados color ocre y anaranjado, sin calas y más extensa –con menos concentración de gente–, son las playas elegidas entre tantas para pasar la última tarde.
Por la ruta que bordea el mar de regreso a Lisboa nos sorprende la amplia desembocadura del río Mira en Vila Nova de Milfontes, veraniega y sencilla, y luego Comporta, un antiguo pueblo aún rodeado de arrozales, donde todo es blanco y azul, que atrae la movida de la ciudad por sus playas anchas a poca distancia de la capital.
Desde hoy, ese azul intenso que vi tanto en los cielos portugueses, en sus mosaicos y su cerámica, en esquinas y zócalos de casas y en muchas de sus iglesias ya no será más el azul Francia, será para mí el azul Portugal.
Datos útiles
La visita a Sintra lleva un día entero. Organice su visita con antelación. Si va en auto, tenga en cuenta que no es fácil estacionar en el lugar.
LISBOA
Dónde dormir
- My Bica Apartment. Travessa do Cabral 25. T: (+351) 967 750 339. tiagobeuto@gmail.com airbnb.es/rooms/6571198 Departamento muy bien ubicado en la zona del Elevador de Bica con dos áreas de living, dos habitaciones dobles con baños completos. Ideal para dos parejas o familias. Cocina equipada, cuenta además con lavavajillas y lavarropas y tender con sistema para colgar la ropa entre dos balcones sobre la calle para sentirse bien lisboeta. u$s 260 para cuatro personas.
Dónde comer
- Pizzaiollo Sé by Fullest. Cruzes da Sé 29. Deliciosas pizzas en un rincón muy bien logrado bajo los muros románicos de la catedral, sobre los cuales se apoyan algunas de las mesas de manteles cuadriculados.
- O Lutador R. da Junqueira 1C. T: (+351) 210 183 099. Un pequeño espacio familiar donde se come buena cocina tradicional portuguesa. Excelentes pescados, platos generosos y buena atención. De lunes a sábados, mediodía y noche.
Paseos y excursiones
- Castillo San Jorge Rua de Santa Cruz do Castelo. T: (+351) 218 800 620. www.castelodesaojorge.pt La entrada de acceso al castillo puede adquirirse online o en la boletería del lugar. Abierto de 9 a 21 de marzo a octubre, y hasta las 18 de noviembre a febrero. Adulto €15, de 13-25 años €7,50.
- Monasterio de los Jerónimos Praça do Império 1400. Belém. Visita obligada en Lisboa, lo mejor es comprar tickets con anticipación a través de una agencia, una visita guiada o acceder con la Lisboa Card. Escoja entradas para primera hora o a última hora de la tarde cuando hay menos incidencia de público. De todos modos, hay demoras para entrar por falta de organización. La entrada a la iglesia donde se encuentra la tumba de Vasco da Gama es gratis. Adultos €10. De octubre a abril: de 10 a 17.30; de mayo a septiembre de 10 a 18.30. Lunes cerrado. Al salir, pruebe los tradicionales pastéis de Belém en el local mismo donde nacieron en 1837. y de los que se venden 20000 unidades diarias. www.pasteisdebelem.pt
ÓBIDOS
Dónde dormir
- Casa do Relógio Rua Porta do Vale. T: (+351) 262- 959-282. dorelogio.traveleto.com Casa de huéspedes emplazada en el centro histórico de Óbidos, muy bien ubicada cerca de la muralla y con acceso cercano a las entradas. Tiene una bonita terraza común con vistas. La atención de las encargadas es excelente. Buena relación precio calidad. La doble con desayuno u$s 76.
MARVAO
Dónde dormir
- Casa da Silveirinha Rua da Silveirinha 1. T: (+351) 961- 212- 223. casadasilveirinha@gmail.com casadasilveirinha.pt/home La casa, cálida y rústica, situada apenas se traspasan las murallas de Marvão tiene tres habitaciones con baño privado, aire acondicionado, TV, living y cocina completamente equipada, además de un pequeño y encantador jardín y terraza. Puede ser alquilada en su totalidad o por habitación. La doble, desde u$s 71. No ofrecen desayuno.
MONSARAZ
Dónde dormir
- Viva! Farmhouse Rua das Flores, 20. Telheiro-Monsaraz. T: (+351) 912-467-502. www.vivafarmhouse.com Es la coqueta casa de huéspedes que una pareja brasileña abrió hace un año y medio en el pueblo de Telheiro, a pocos minutos de Monsaraz. Allí compraron una vieja casa del pueblo y la reciclaron con gusto impecable; también armaron una pequeña granja. Gran piscina donde refrescarse, galería con pérgola y linda ambientación donde cenar (los huéspedes preparan su propia cena) con vista abierta a una Monsaraz iluminada en la cima de la colina. u$s 153 la doble con excelente desayuno.
PRAIA DA LUZ
Dónde dormir
- Ocean Villas Luz Rua da Calheta, 38. T: 44 (0) 1844 238 638/ (+351) 918-933-020. www.oceanvillasluz.com Pequeño complejo de prolijos departamentos administrado desde Gran Bretaña, con parrilla común y piscina con reposeras. Son muy restrictivos en las condiciones de uso de lugar. Se encuentra sobre la primera línea de la costa. Departamento de dos habitaciones con cocina y living u$s 220, sin desayuno.
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