En los años 60, don Manuel Lada era propietario del transporte que iba de San Julián al Lago Posadas. Cómo llegó al corazón del Parque Nacional y a convertirse en el más fotografiado por los turistas.
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El colectivo color celeste es la insignia de la estancia La Oriental. Fue el primer colectivo que manejaron Manuel y José Lada y está ahí, frente al viejo galpón de esquila, como testimonio de cómo comenzó todo en este rincón de la provincia de Santa Cruz. Se trata de un vehículo marca Reo (importado) con mecánica y chasis Studebaker 1958.
Primitivo Manuel Lada y su hermano José eran dueños desde 1960 del transporte El Cordillerano que cubría el trayecto entre San Julián y Lago Posadas: una vez a la semana llevaba pasajeros y repartía la correspondencia en los buzones de las entradas a las estancias. También eran propietarios de un establecimiento sobre la ruta 40 llamado La María que habían comprado sus padres españoles cuando vendieron un hotel que tenían en Gobernador Gregores. Más tarde adquirieron La Oriental de manos del uruguayo Alejandrino Núñez, de ahí el nombre de la estancia.
El famoso colectivo funcionó a lo largo de veinte años (hasta 1980) y era un servicio esencial para la gente de la zona, a tal punto que llevaban palas y si en invierno había que palear nieve, eran los mismos pasajeros –gente de campo− quienes bajaban y ayudaban a despejar la nieve del camino. Dicen que alguna vez debieron pasar la noche adentro del transporte sin poder seguir. Solía llevar 18 pasajeros sentados más otros 10 que iban en los pasillos, y hacía un viaje por semana por pura ruta de ripio: los sábados iba de San Julián a Bajo Caracoles, los domingos continuaba hasta Lago Posadas y volvía el mismo día hacia Caracoles, para regresar los lunes hasta el punto de partida.
Manuel –a quien todos conocían como “Pocholo”– recordaba siempre que una vez uno de los pasajeros murió de un infarto durante la noche en Bajo Caracoles, y el revuelo que se armó en el hotel con el asunto de qué hacer conel cuerpo; el propietario, Raúl Fernández, diciéndole “llevátelo, no me lo dejes acá”, y Pocholo insistiendo en que “no, llamá a la policía, yo me voy”. O cuando El Cordillerano se quedó sin frenos y el vigilante Binet, desobedeciendo órdenes del chofer, se tiró y murió trágicamente.
A los tres colectivos que tenían los manejaron personalmente durante diez años Pocholo y su hermano Pepe hasta que contrataron un chofer y amigo, Jaime Brunet, que los reemplazó los siguientes diez, mientras ellos se alternaban entre el manejo del campo y la empresa de transporte. Tenían unas diez mil ovejas que se llevaban entre una estancia y la otra, según la época del año en arreos que tardaban siete días: con cinco hombres, el piño de ovejas recorría un promedio de 15 kilómetros por día. También tenían trabajadores golondrina venidos de Chile que trabajaban en verano para la señalada, el baño y la esquila.
Así, Eduardo Lada –hijo de Manuel− se la pasaba en el campo, adonde se instalaba de chico entre diciembre y marzo. Buena parte de la propiedad queda dentro del Parque Nacional Perito Moreno, donde la naturaleza salvaje y los enormes espacios solitarios son la característica principal. En esta área protegida, de difícil acceso, las inclemencias del tiempo son ley: durante los meses de invierno pueden hacer 20 grados bajo cero a lo largo de una semana entera. Es zona de montañas, valles glaciarios y lagos turquesa cuyo carácter primitivo y silvestre atrae a quienes buscan vivir una experiencia única de conexión con la naturaleza remota.
La espectacular ruta 41 sur, que se abrió muy recientemente y une Lago Posadas directamente con el Parque era algo así como el patio trasero de su casa ya que Eduardo exploró esos parajes toda la vida. También recuerda haber andado en el colectivo de la familia de chico, y además, haberlo manejado de muy joven cuando el chofer estaba enfermo o de vacaciones. Fueron los primeros pasos en su carrera como camionero. “Mi pasión fueron siempre los fierros y en especial los camiones: en 1972 comencé a transportar lana y carga general a las estancias con un camión cuando tenía 17 años”, relata. Con la ayuda de su padre, Eduardo fue comprando camiones hasta tener una pequeña flota que manejaba como transportista entre Buenos Aires y Ushuaia.
Con el transcurso del tiempo, el interior del viejo colectivo se desarmó para ser usado como casilla para los arreos de ovejas o para transportar materiales. Se levantaron butacas que aún se conservan distribuidas entre las actuales estancias y cascos de la familia: el quincho de La Oriental es un arcón de recuerdos que guarda, entre otras cosas, algunas de las butacas originales.
La Oriental
“Mi viejo compró la estancia –que data de 1918– en el año 1969 con un permiso de ocupación dado por Parques Nacionales, que lo autorizó a explotarla en forma de ganadería”, cuenta Eduardo. La Oriental era una de las cuatro estancias −El Rincón, Lago Belgrano, Río Roble y La Oriental−que quedaron dentro del Parque Nacional Perito Moreno cuando éste fue constituido.
“Hacia 1995 empezamos a dedicarnos al turismo porque la lana ya no valía y había problemas con las especies depredadoras como el puma, que no se podía cazar. Parques nos exigió que dejáramos la explotación ganadera, y es por eso que en el sector de la estancia que pertenece al parque no podemos tener animales”, explica Eduardo. Según cuenta solo tienen animales para consumo, unas 60 ovejas que “hay que encerrar todas las noches porque te las come el león con cría que te puede matar unas veinte ovejas enseñando a cazar…”. Se refiere al puma que “está por todas partes”.
De la primera época quedan a poca distancia del Lago Belgrano y el Cerro León, el galpón de esquila con los bretes (las divisiones donde se separaban las ovejas de un piño en grupos más pequeños de unos 50 animales), las viejas mangas, mesa de clasificación, prensa y balanza, y todas las herramientas de trabajo. Frente al galpón, las viejísimas carretas de enormes ruedas que en el año 30 se cargaban con 5000 kilos de fardos de lana que se llevaban a puerto en San Julián en 40 días tiradas por 18 caballos.
Para abrir al turismo adaptaron el casco, que era una casa de familia con un solo baño, para convertirlo en un lugar que pudiera recibir más gente en cuatro habitaciones dobles con baño y una cabaña con dos habitaciones, ideales para familias.
Cuando llegaron los turistas atraídos por la posibilidad de disfrutar de un entorno tan agreste como este desde la comodidad de una estancia, Eduardo tomó la posta y se dedicó a ellos. Dejó de manejar el camión –que conservó hasta hace dos años−, los asesoró personalmente, y además de compartir su estilo de vida con los que venían de lejos, les cocinó. De su cocina salieron asados varios, pollos al disco, piernas de cordero mechadas a la olla o alguna trucha que hicieron furor en especial, entre los turistas extranjeros que querían vivir su aventura patagónica.
Junto a la Red de Estancias Turísticas de Santa Cruz, tuvo un récord de visitas en las temporadas 97 y 98 con 800 huéspedes cada año entre los meses de diciembre a marzo. La ruta de las estancias buscaba crear para el turista un itinerario entre diferentes estancias de la provincia, en circuitos de 15 días para que conocieran a fondo el paisaje, el lugar, y también la cultura local, ya que eran atendidas por los propios dueños que buscaron transmitir el espíritu original de la estancia.
Como todo sucede en familia, la nueva etapa viene de la mano de Rocío, la hija de Eduardo, que, aprovechando la inauguración del nuevo sector de la ruta 41 y la apertura de nuevos senderos de trekking y refugios en el Parque Nacional –y con ellas la llegada de más turistas− siente la responsabilidad de revalorizar la historia de la estancia familiar y transmitirla al visitante para que no se pierda.
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