Sólo tres de los saltos de agua del arroyo Nant y Fall, en Trevelin, se pueden visitar por tierra. Los otros cuatro están ocultos: se pueden ver desde el aire.
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Desde el lago Rosario, en pendiente hacia el Río Grande, el arroyo de montaña Nant y Fall serpentea con siete cascadas de agua que bajan y dan vida, a su paso, a los tulipanes más famosos de la Patagonia, en la localidad chubutense de Trevelin.
Tres de los siete saltos de agua, a lo largo de su cauce por 21 kilómetros, pueden visitarse por tierra. Otros cuatro están ocultos y sólo se ven desde el aire: desde el cielo, las cascadas parecen lágrimas que brotan, a chorros, para iluminar las rocas oscuras de las montañas.
El hilo de agua que baja y forma remolinos transparentes se desprende en altura desde el lago Rosario, un espejo líquido azul habitado por colonias de flamencos rosas y de cisnes blancos de cuello negro. En la costa de ese lago, un enorme cartel anuncia: Bienvenidos. Hay un camping y se pueden hacer circuitos de exploración: el más largo, a la punta del lago, lleva cuatro horas.
Un arroyo se desprende de la punta opuesta y, tras serpentear por todo el valle, desemboca en el Río Grande, de un turquesa profundo, en su cauce hacia el Océano Pacífico.
“Antes de llegar había investigado qué visitar en Trevelin. La cascada Nant y Fall estaba en mi lista. Nunca imaginé encontrar paisajes tan impresionantes”, afirma Maitén Marchano. “Me llevé una sorpresa inicial: en lugar de una, había tres saltos de agua: cada una con una belleza única”, afirma. “A medida que avanzaba por los senderos descubrí paisajes que parecían salidos de cuentos: cordones montañosos y bosques verdes coronan la vista espectacular”, asegura.
“El color del agua, desde el aire, es nunca visto”, sostiene Noelia Vivqua, tras sobrevolar los saltos de agua ocultos para los turistas que sólo recorren la zona por tierra. “Desde el aire apreciamos varias cascadas que no habíamos visto en las excursiones terrestres”, sostiene Juan Manuel Baiutti, que sobrevoló junto a Noelia los saltos de agua que serpentean por el valle.
Antes de subirse a una de las cinco avionetas que hacen los sobrevuelos por el valle rodeado de cadenas de montañas, la pareja había recorrido el circuito del arroyo por la ruta galesa 259. Esa ruta incluye las Viñas y el Molino Nant y Fall, también atravesado por el mismo arroyo de agua.
“El circuito de las cascadas ocultas es impactante: sólo se descubren desde el aire porque muchas están en campos privados que no están abiertos o que tienen muy difícil acceso”, afirma Roxana Velázquez que, antes de subir a una avioneta de Patagonia Bush Pilots, nunca había visto los siete saltos de agua, pese a ser presidente de la Comisión de Turismo de Trevelin.
“Pocos de los habitantes locales conocen todos los saltos”, afirma Pablo Gerez, que recorre varios de los circuitos del valle con su empresa de turismo de naturaleza, Chubut Explorers.
Nelson Owen es uno de ellos. El es tercera generación de galeses. Creció entre remolinos de agua de deshielo, frente a la montaña conocida como Trono de nubes. Su abuelo John llegó a Argentina en 1903 invitado por uno de los 33 rifleros galeses, a los que el Estado Nacional les cedió tierras para trabajar en este rincón de Chubut tras una expedición desde Rawson hasta la Cordillera. Su madre, Glenys Owen, cedió 240 hectáreas de sus tierras para crear la primera área natural protegida de la provincia: Nant y Fall.
Por la propiedad pasa con fuerza el curso de agua que nace en el lago Rosario. El agua baja por las cascadas Nant y Fall, cruza la ruta 259 y llega hasta el campo de tulipanes, situado a 5 kilómetros.
El área natural protegida es un denso bosque andino. En el circuito de 400 metros hay tres saltos de agua: La Petisa, Las Mellizas y la Larga. La última es la más imponente: tiene 64 metros de altura y desde allí el agua baja con fuerzas hacia los campos del vecino galés que se dedica a cultivar flores.
En las cascadas Nant y Fall hay tres miradores y una pasarela de madera bien conservada: en todo el circuito de unos 400 metros, se tarda, caminando, media hora. “Los otros cuatro saltos no tienen nombre. Están ocultos. No va nadie por tierra”, afirma Nelson Owen.
“Mi madre fue la impulsora de la reserva natural, para que el lugar pueda ser apreciado y conservado por todos los visitantes”, afirma Nelson, que actualmente aún trabaja junto a su mujer, Sonia, para recibir a los visitantes en el camping que está dentro de su propiedad.
Al predio de las cascadas Nant y Fall, se accede por camino de tierra, en ascenso de 4 kilómetros de ripio, sobre la ruta 259. Pero no es sólo un área de contemplación. En los meses de verano, entre diciembre y marzo, es posible bañarse en el arroyo de deshielo.
Pocos turistas saben que el arroyo baja y pasa, con un pequeño remolino de agua, a las afueras de la plantación de Tulipanes Patagonia. El arroyo es vital para regar las tres hectáreas sembradas con 30 colores de flores nativas de Holanda.
“El arroyo es vida para los tulipanes. Nunca faltó el agua y gracias a ese riego pudimos hacer los sembrados de flores”, sostiene Juan Carlos Ledesma. El hombre, descendiente de galeses, heredó las tierras de sus ancestros. Siempre vivió con el arroyo como protagonista de su chacra, desde su infancia. “Oír el sonido del agua que baja es como una canción de cuna”, afirma.
“Todo el año escucho el susurro del arroyo a pocos metros de casa”, afirma el hombre que tiene un pequeño salto justo detrás del ingreso a la plantación.
“Desde el aire podemos ver todas las cascadas. No sólo las que se visitan. También todas las que no se puede recorrer por tierra”, afirma Ezequiel Parodi, que administra el aeródromo local de Trevelin, donde con tres avionetas Cessna y un Piper super caub sobrevuelan la zona. También hay dos globos aerostáticos, que se elevan desde el campo de tulipanes en una vista imperdible sobre el valle.
El arroyo no sólo atraviesa los sembrados de tulipanes: también las viñas dispersas en el valle y los campos del molino harinero situado a pocos kilómetros del lugar, y sigue su curso hasta el Río Grande o Futaleufú.
El río es buscado por pescadores con mosca que llegan atraídos por las truchas, desde noviembre a mayo.
“El arroyo cae en el río Grande que fue engrosado cuando se construyó el embalse hidroeléctrico San Martín, en 1978″, explica Juan Manuel Peralta, secretario de Turismo local. Toda esa zona del bosque y el río se conoce en idioma mapuche como Amutui Quimey. O belleza perdida”.
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