Inauguró en 2015, cuando la localidad de Aluminé cumplía 100 años. Su materialización fue impulsada por Luis Titi Ricciuto, secretario de Patrimonio Natural y Cultural y artista.
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Como en las películas, los museos tienen guiones en los que basan sus muestras y el del Museo Municipal y Centro de Interpretación El Charrúa, en Aluminé, es distinto de la mayoría de los museos argentinos.
“¿Por qué existe Aluminé? ¿Porque cayó un rayo y se iluminó? No, porque hubo procesos sociales. Nosotros ponemos en tensión el concepto de primeros pobladores o pioneros, entendiendo que esos procesos sociales empezaron mucho antes. Si decimos primero quiere decir que atrás no había nada, y eso es negar la preexistencia de lo que pasó en el territorio. Acá nomás hay recintos pircados que datan de 1.000 años de presencia humana. Lugares donde la gente elaboraba proyectiles, cocinaba en fogones”, dice Luis Titi Ricciuto, secretario de Patrimonio Natural y Cultural de Aluminé y el hombre que se cargó el museo al hombro. Fue director desde 2016, cuando se inauguró, hasta 2019. Actualmente lo coordina la antropóloga Giovanna Salazar Siciliano, becaria del Conicet para la investigación de esos primeros recintos pircados.
El museo ocupa el casco totalmente restaurado de la antigua estancia El Charrúa, de la familia Ayoso, colonos uruguayos que llegaron cuando Aluminé tenía muchos menos habitantes que hoy, que ya pasó los 8.000.
Lo rodea un parque precioso de álamos piramidales y plantas nativas que forman parte de un circuito botánico. De las cuatro salas, solo una está dedicada a los pioneros de origen europeo o criollo, el resto hace foco en los pobladores preexistentes: los mapuches.
El sueño de tener un museo en el pueblo comenzó muchísimo antes, en los 90, con un grupo de vecinos que amaba la historia. Se reunían en la Biblioteca Popular Juan Benigar –antropólogo croata (1908-1950), gran estudioso de los mapuches– y exploraban los corrales antiguos y cuidaban como podían el patrimonio. “Yo tenía 17 años y era parte de ese grupo. Hacíamos muestras temporales esperando un lugar que nunca llegaba”, recuerda Ricciuto.
La estancia de los Ayoso se expropió y pasó a manos del municipio, que convertiría el casco en un museo. Pero los años pasaban y el lugar estaba abandonado, vandalizado y no se hacía nada.
En 2015 se conmemoraban los cien años de Aluminé (“de vida institucional, no de historia”) y ahí entra Titi, que no viene del ámbito académico, sino del mundo del arte. Nació en Bolívar, y cuando era adolescente sus padres se mudaron a Aluminé. Al tiempo de terminar la secundaria, se fue del pueblo. Fue actor, docente de teatro, vivió en Buenos Aires y en Rosario, donde performó por primera vez como drag queen.
En 2015 volvió a Aluminé y lo convocaron para hacerse cargo de la organización de las celebraciones del centenario. Era el momento del museo. “Es ahora o nunca, tenemos que hacerlo”, animó a los vecinos. Y lo hicieron. Con la ayuda de varios pobladores, el casco se restauró completamente con la técnica de quincha, que mezcla caña y barro.
La primera sala presenta el Wallmapu, el territorio prehispánico, mapuche: Puelmapu, del lado argentino y Ngulumapu, del chileno (en mapuzungun, puel quiere decir “este” y ngulu, “oeste”). “El cordón de Catan Lil nos separa más de Zapala que de Chile. La frontera es netamente política, no geográfica. Los bosques de pehuén no distinguen fronteras y los pueblos se movían por abajo en busca de alimento”, observa Titi.
En la segunda sala se ve la conquista española, la incorporación del ganado y cómo lo aprovecharon los pueblos originarios para la trashumancia, que antes se hacía a pie.
En esta sala, por ejemplo, Rosalía Barra, de la comunidad mapuche Puel en Cinco Lagunas, cuenta cómo cuando era una beba su abuela salió al monte en busca de una tela de araña que primero hiló y luego ató a su muñeca y de esa manera le transmitió el don del arte textil.
La tercera sala se ocupa de los avances militares que buscan afianzar de estala idea de Estado con la Conquista del Desierto.
“Aluminé aparece recién en la sala 4, que se llama Nuevos pobladores en la región y es la última. Y sí, a veces algún habitante dice: ¿Por qué si mi abuelo hizo tal cosa está último? Pero el territorio nos interpela. A eso se suma que estamos rodeados de comunidades mapuches. A mediados de los 90 pasamos procesos durísimos con gente procesada, herida. Todo eso nos llevó a un lugar de maduración y a pensar que debemos coexistir y procurar la interculturalidad. Por eso, en el museo coexisten relatos: hay voces mapuches y también contamos cómo funcionaban las estancias, cómo vivían los colonos, cómo se abastecían de luz, cómo generaban sus alimentos. No negamos, los hacemos coexistir”, explica Titi.
Esas comunidades son nueve y, según indica Giovanna Salazar Siciliano, “en Ruca Choroy podés encontrar niños hablantes”, algo que se fue perdiendo. Aunque el mapuzungun se enseñe en las escuelas todavía no es un idioma oficial.
Además de la educación, la investigación es otra pata importante del museo. Actualmente están estudiando un recinto pircado en la Reserva Urbana Quilquelil –que también se puede recorrer; el sendero de 5 km parte desde el museo– con arqueólogos de la Universidad Católica de Temuco, en Chile. Justamente ellos trajeron una herramienta para someter la obsidiana, que se usaba para hacer puntas de flecha y como herramienta cortante, a un proceso químico que determina su procedencia. Basta apoyar esa pistola láser en una punta de flecha y arroja los valores. Así, el equipo de El Charrúa supo que en el museo hay expuesta obsidiana proveniente de lugares tan distantes como la zona del lago Lolog, en San Martín de los Andes, y Solliupulli, en Chile. Eso da cuenta de la gran movilidad de las comunidades mapuches.
El Charrúa se puede recorrer con guía o por cuenta propia siguiendo los carteles y explicaciones. Si algún visitante se llegara a quejar por alguna cuestión histórica, los guías la toman y la trasmiten al equipo. “Son respetuosos y no discuten. El Charrúa es un espacio de moderación de la historia, permite muchas historias, todas son parte de este lugar”, sintetiza Ricciuto.
Titi tiene bastante trabajo como funcionario y actúa menos, pero cada tanto aparecen cosas. Hace poco lo convocaron del Museo Nacional de Bellas Artes de Neuquén para hacer una performance como drag queen. Y la cantante mapuche Anahí Rayén Mariluan le pidió que participara en su nuevo video sobre Kai Kai y Treng Treng, las serpientes que encarnan el mito del origen del mundo según la creencia mapuche. “Nos fuimos al lago Ñorquinco –en el sector norte del Parque Nacional Lanín, cerca de Aluminé– y me metí en el agua y salí como Kai Kai, con branquias y maquillaje azul porque Kai Kai está asociada al agua, a las lluvias. Me gustó mucho que el arte drag haya tenido un sentido, que sea una herramienta de divulgación y no solo un adorno en un boliche”.
Hace poco, acompañó la iniciación de Mateo Moggio, un joven de Aluminé que cuando era chico, en 2011, había visto a Titi –como muchos en el pueblo– en versión drag en el programa de Susana Giménez y sabía que de grande quería hacer eso. El joven participó en el primer desfile del pueblo post pandemia frente a un palco oficial con presencia del gobernador, intendente, ministros y otras autoridades. Tenía un traje hecho con basura, imaginado y realizado por la artista plástica neuquina Helena Torres: corset de latas, falda de media sombra y harapos, y una cola de plástico; el tocado, una cabeza de vaca. Lo acompañaba un séquito de actores con carteles que invitaban a concientizar sobre el medio ambiente, a no ensuciar el pueblo, el monte, el río. Primero pasaron las ambulancias, el coche bomba, las camionetas institucionales y de Parques Nacionales y antes de los gauchos, como una intervención de vanguardia, Mateo desfiló por primera vez con un look drag harapiento y despampanante. “Fue muy admirado, aplaudido y en ningún momento rechazado”.
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