Construida en un alto, la elegante propiedad está decorada con exquisito gusto y es atendida por sus dueños. Las mismas habitaciones que hospedaron a condes y príncipes hoy reciben turistas en las sierras cordobesas.
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Guillermo Toribio, Guimi, es uno de los tantos que eligió La Cumbre como lugar donde establecer domicilio. No es que lo anduviera buscando, pero tras idas y vueltas de la ciudad a la sierra, un buen día cumplió un deseo: apoderarse de un castillo sin ser dueño ni rey. “El Castillo de Mandl era un lugar misterioso al que nadie entraba, cuyo dueño austríaco lo visitaba un mes al año, y era heredero de la mayor fábrica de municiones de su país”, cuenta.
A 95 km de la ciudad de Córdoba, en el verde paisaje del Valle de Punilla y con vista a las Sierras Grandes, se encuentra esta palaciega construcción convertida en hotel boutique de 13 suites y departamentos, en un campo de 60 hectáreas. Primero fue un castillo medieval con torres y almenas: así lo edificó en 1930 el médico rosarino Bartolomé Vasallo como residencia de verano. Diez años más tarde, “el fuerte” fue adquirido por el aristócrata austríaco Fritz Mandl, quien lo remodeló por completo en clave modernista. Aunque lo despojó de su estilo fortaleza –en lugar de las torres, hay techo y tejas–, el sitio conserva todo su esplendor.
La historia cuenta que Fritz Mandl recorría el valle sobre su caballo árabe impecablemente vestido con botas de montar, escoltado por sus invitados en ceremonioso silencio. Parco y distante como él solo, el austríaco mujeriego, coleccionista de buen arte, de casas, muebles y zapatos a medida, fomentó todo tipo de rumores en la comunidad local.
Cuando en 1983 le ofrecieron a Guimi subir hasta allí por primera vez, quedó pasmado. Muchos años y conversaciones tuvieron que pasar para que lograra alquilar a los herederos la propiedad de 2.000 metros cuadrados con todos sus muebles, remodelarla muy poco y convertirla, junto a su esposa, Carola Bargalló, en hotel boutique. En 2006, combinó con Alex Mandl, hijo de Fritz, para tomar las riendas y comenzar a recibir turistas.
Eso sí, en honor al solemne Mandl y al respeto que de joven le generaba el castillo, mantuvo los letreros de “Prohibida la Entrada” y “Cuidado con los Perros”, adheridos al túnel de acceso que corre bajo la casa y hace las veces de muro de contención. Un poco intimidan, un poco atraen, en especial si se llega allí en una fría y oscura noche.
Varios de los muebles que decoran la mansión fueron provistos por la prestigiosa casa Comte de Buenos Aires que eligió el decorador de interiores Jean Michel Frank. El francés se abocó a crear interiores minimalistas, con piezas de formas simples y materiales nobles. El resultado es un espacio austero pero cálido, sin excesos. Cada ambiente de a casa es un homenaje al art déco.
De otro mundo es el gran comedor con una increíble mesa redonda para 18 personas. Para los sentados a esa y otras mesas, cocina orgulloso Guimi, que se puso el proyecto al hombro y es un especie de hombre orquesta que elabora platos y atiende a los huéspedes, a la vez que recomienda paseos y atractivos en los alrededores.
En las mismas habitaciones donde se alojaron condes y príncipes, hoy lo hacen turistas: hay suites dobles y dos departamentos cuádruples, cada uno con su estilo y disposición particulares. La habitación más pequeña tiene 20 m2 y la más amplia, 60 m2.
En plan recreativo, hay un bar, una sala de juegos y una piscina con solarium. Para garantizar mayor intimidad y el espíritu palaciego, no reciben niños menores de 12 años. Puertas afuera, el menú de actividades es muy variado: trekkings, cabalgatas, bicis, parapente y golf en el cercano Club de Golf La Cumbre, de 18 hoyos.
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