Boutros El Bayeh llegó a la Argentina en 1926. Su hijo Pedro Manzur se estableció en Maimará y se dedicó al cultivo y comercio de frutas y verduras. Hoy sus descendientes crearon una bodega que lleva el nombre familiar e impulsa los vinos regionales con el respaldo del reconocido enólogo Matías Michelini.
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Entre 92 y 93 puntos en el célebre ranking de vinos de Robert Parker: la familia Manzur arrancó con sus vinos en 2020 y lo hizo con todo. La bodega El Bayeh aún está en construcción, pero los primeros ejemplares de sus líneas Pequeños Parceleros de la Quebrada y Trópico Sur ya vieron la luz.
Se presentaron en sociedad hace pocas semanas en ocasión de la Vendimia 2023, que decidieron celebrar en un festival de cuatro días. Convocaron a Dolli Irigoyen y a referentes de la cocina jujeña –Florencia Rodríguez de El Nuevo Progreso (Tilcara) y Daniel Hansen de La Flor del Pago (Lozano)– para cocinar en su hotel El Manantial del Silencio de Purmamarca. El encuentro incluyó shows, música y degustaciones en Casa Mocha, el espacio dedicado al enoturismo que abrieron Huacalera.
Un poco de historia
Todo comenzó en 2018, cuando la cuarta generación de Manzur decidieron cumplir el sueño de su abuelo Pedro y dedicarse al vino. Él era hijo de Boutros El Bayeh, que llegó a la Argentina desde El Líbano en 1926. Por esos vericuetos idiomáticos, acabó siendo rebautizado como Pedro Manzur (“Mansour” era el nombre de su padre).
Su hijo –Pedro, igual que el padre– se estableció en la Quebrada de Humahuaca en los años 60. Recién en 1971 puedo adquirir la Finca Ollantay de Maimará, donde se dedicó a sembrar verduras, comprar de las huertas vecinas y organizar una red de venta a terceros. Soñaba con hacer vino, pero nunca lo concretó.
Son sus nietos ––acompañados por su padres, Daniel Manzur y Fernando Manzur– los que enfrentaron la reconversión, plantaron viñas de Malbec, Cabenet Franc, Chardonnay, Sauvignon Blanc, entre otras cepas, e invitaron al enólogo Matías Michelini a ser parte del equipo.
Cuando Michelini llegó, lo primero que hizo fue preguntarles por esa vieja parra de uva criolla en la que ellos, de puro conocida, nunca repararon. “¿Qué hacemos con esas uvas? Las comemos, ¿qué otra cosa podríamos hacer?”, le respondió con asombro. Michelini no lo dudó: con esa uva tenían que hacer su primer vino. Entonces, padre e hijo se dieron cuenta de que precisaban más, y se enfrentaron con la necesidad de buscar en otras fincas.
Recurrieron a un método muy usado aún en el interior del país: la radio. Prevenidos y herméticos, la desconfianza retenía a los vecinos, hasta que invocaron el nombre de su ancestro. Ahí resultó que todos lo recordaban de sus tiempos de hortelano, les contaron anécdotas sobre él que ellos no conocían, y las puertas se fueron abriendo. Accedieron a venderles su producción, a cuidar sus viñas, y la rueda comenzó a girar: hoy son más de 80 los productores involucrados en el vino que nació en 2020 y bautizaron Pequeños Parceleros de la Quebrada, y cuyas etiquetas agregan “tinto de Maimará”, “tinto de Tilcara” y “tinto de Purmamarca”.
El nombre de la bodega, por su parte, nunca estuvo en duda: recuperaron el El Bayeh perdido para honrar el sueño del abuelo. Además de plantar nuevas vides y de construir la nueva bodega, en mayo de 2022 abrieron Casa Mocha en Huacalera, un espacio de enoturismo donde Rocío Manzur, organiza degustaciones con los vinos de la bodega familiar y los quesos de cabra marca La Huerta Tambo que elaboran sus primos.
“Casa Mocha significa la casa de los abuelos en quechua. Como en nuestra familia los abuelos fueron los primeros que llegaron a la Quebrada, nos gustaba mucho ese concepto para que este lugar sea como la casa de los abuelos, donde se puedan reunir todos los proyectos de la familia: los quesos, el vino, el turismo. Fue creado para recibir y compartir”, señaló Rocío.
Vendimia El Bayeh
Sabores del Terruño, una cena de menú de pasos llevada a cabo en El Manantial del Silencio, fue el puntapié inicial para la celebración de la vendimia. Higos con ricota de cabra y maíz morado, cabrito braseado con papines andinos, quesos de cabra con dulce de cayote y pan de nuez, fueron algunos de los platos servidos.
Los frutos de la tierra llegaban en cada plato, expresando el paisaje de la Quebrada. Ese intención, la de representar al lugar en el producto elaborado, es la que orienta el trabajo de los Manzur en la bodega, a través de sus vinos de paisaje. “Hacerlo de forma respetuosa con la naturaleza, ver la viña como parte de un sistema integrado al territorio y que el vino resultante de ese viñedo sea lo más parecido al lugar que le da origen. Volvimos a ver qué se hacía en el pasado para hacer los vinos del futuro y entendimos que había que elaborar de forma más artesanal”, explicó Michelini.
“Todos nuestros viñedos son manejados de manera orgánica, sin el agregado de pesticidas o agroquímicos. Una vez cosechadas, las uvas entran a la bodega, se produce la fermentación de manera espontánea con levaduras nativas, y luego se maceran entre 10 y 15 días. Se prensan y se envían a crianza en ánforas de arcilla, madera o cemento. Utilizamos este tipo de materiales ya que son materiales nobles que van a respetar lo que es el vino de Quebrada de Humahuaca”, siguió Daniel Manzur.
“Con los vinos de pueblo logramos poner en valor una uva a la que no se le daba relevancia, llevar esa uva a una botella que lleva el nombre de un pueblo y hacer que ese pueblo sea conocido a través del vino en el resto del mundo. Esto no solo genera trabajo sino que, por sobre todo, promueve la identidad del lugar”, agregó Michelini.
La vuelta a la uva criolla es parte de una revalorización de los vinos regionales en el mundo. Con motivo de la globalización las cepas autóctonas habían comenzado a perderse, y los bodegas habían comenzado a volcarse a las cepas francesas. Hoy la Quebrada de Humahuaca es parte de la nueva tendencia y está recuperando la importancia de su uva criolla que se usaba para consumo o para vino de mesa.
La unión hace la fuerza
Casa Mocha, la casa originaria, de arquitectura vernácula con estructura de adobe y techos de cardón, fue el sitio elegido para realizar la feria de vinos que reunió a productores de la zona para dar a conocer el trabajo vitivinícola de toda la Quebrada. Ocho bodegas fueron las participantes, y los invitados pudieron conocer a los productores y la historia detrás de cada botella. La idea de este evento fue la que rigió el concepto de todo el festival: fomentar y difundir a la región como zona vitivinícola creciente.
“La Quebrada de Humahuaca no sería un sector vitivinícola si no tuviera tantos proyectos que lo están haciendo, entonces queríamos invitar a bodegas de la zona para que la gente las conozca. Todos somos la Quebrada. Es importante unirse, juntar fuerzas y conocer el territorio juntos. Una bodega no hace un sector vitivinícola, la hacen todas”, concluyó Rocío Manzur.
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