Tobías Jovenich y Francesco Larocca eran apenas adolescentes cuando abrieron La Fina, el germen de una colección de pizzerías de espíritu fresco y gran repercusión.
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Cuando Tobías Jovenich tenía 18 años y estaba terminando el colegio, su sueño era comprarse un BMW coupé de los 80. Para eso, estaba trabajando en el restaurante que su papá tenía con un socio, Côte Café, y ahorrando todo lo que ganaba. Cuando estaba cerca de llegar a la meta, su padre le propuso un cambio de planes: “me sentó y me contó que tenía un proyecto para el garage de al lado de su local, que estaba en alquiler. Me dijo que con la plata del auto podría comprar un horno para hacerlo trabajar y que me daría más plata para comprar otro auto o seguir invirtiendo en lo que quisiera”, cuenta Tobías. La charla no surtió efecto inmediato. ¿Para qué querría un horno un chico de 18 años? Pero no pasó tanto hasta que comenzó a vislumbrar el potencial del negocio.
Allí fue cuando entró en escena Francesco Larocca, en ese momento de 15 años e hijo del socio de Jovenich padre. Conocido de Tobías desde chico, resultó la pata perfecta para asociarse y comenzar la aventura. Porque aunque los padres ayudaron con los primeros esbozos de concepto e identidad, lo cierto es que fue la frescura y estilo descontracturado de los chicos lo que hizo realidad la impronta de La Fina, una pizzería napoletana que hoy es el furor del Bajo Belgrano.
“Hicimos todo muy a pulmón, con lo que teníamos en ese momento. Y la vibra del espacio se fue armando a partir de la experiencia, desde cómo nos manejamos con los clientes y empleados hasta los errores que cometimos”, apunta Tobías. De hecho, durante bastante tiempo atendieron ellos mismos, mezclándose con los mozos que aún hoy siguen siendo súper jóvenes como un rasgo distintivo del lugar. “Se armó un lindo clima de trabajo y el cliente lo percibe”, sostiene Francesco.
Inaugurar la fiesta
Su apuesta por la pizza napoletana se dio a fines de 2018, cuando aún no existía el auge por esta versión finita y de bordes altos y aireados. Como dice Tobías, entraron al negocio “un poco antes de la fiesta”, y eso les jugó muy a favor, instalándose como uno de los pioneros en tomar este estilo y aplicarlo al paladar local, con algunos ingredientes autóctonos y generosidad en la preparación. “La gente pudo ver que esta pizza no era solo para un grupo reservado de personas. Fuimos de los primeros que marcamos eso y llegamos en una gran curva de crecimiento”, describe la dupla.
En esa flexibilidad incluso hubo lugar para que clientes fieles aportaran sus propias versiones, como la muy exitosa Capra e Miele, de ricota de cabra, almendras, tomates secos y miel de jalapeño y creación de Waldo, un habitué de la casa. Otra versión que los representa mucho, además de la clásica Margherita (con salsa de tomate, mozzarella y albahaca), es la Burrata, con mozzarella, pesto, prosciutto y morrones asados, todo un espectáculo en su presentación.
Con el éxito también llegó la propuesta de expandirse. El primer pie fuera del barrio lo pusieron en Saavedra, justo frente al parque homónimo. En un gran local en el que se asociaron con otro grupo de emprendedores aplicaron el mismo concepto que descolló en La Fina, pero respetando la identidad de la zona y dándole su propio vuelo.
Por eso mismo, decidieron no repetir el nombre al estilo franquicia, si no darle uno propio: La Épica. Hoy otro éxito, cayó especialmente bien en pandemia porque una de sus señas es ofrecer reposeras para comer la pizza en el parque y al aire libre, cual picnic gourmet. “Queríamos que cada pizzería tuviera su concepto similar pero con su propia mística y grupo de personas”, ilustran. Empezaron con 30 reposeras y hoy tienen más de 300.
La más novedosa de la colección, tal como bautizaron su modelo de negocios, es La Santa, en una esquina tranquila de Villa Devoto. “No sabíamos si estábamos para un local más, pero cuando fuimos a conocer el lugar supimos que sí”, sostiene Tobías.
En este barrio con espíritu casi de pueblo, así de relajado y cálido, abrieron un espacio que se ubica a medio camino entre los dos iniciales, ni tan grande como La Épica ni tan boutique como La Fina. El tamaño justo para atender las demandas de una zona que va en franco crecimiento. “Por ahora creo que con tres locales estamos. Aunque si tuviera que soñar, tal vez Chacarita…”, proyecta Tobías.
Emprendedores y estudiantes
Tener locales gastronómicos es un gran trabajo para cualquiera, pero sobre todo para dos estudiantes que oscilan entre el colegio y la facultad. Sin embargo, la energía de esos años fue el gran diferencial: “La Fina me ordenó la vida. Cuando uno trabaja suele darse cuenta de que el colegio es más fácil de lo que parecía. Esto me hizo crecer, me cambió como persona”, cuenta Francesco, que hoy tiene 19 años, acaba de terminar la secundaria y está decidiendo qué quiere estudiar en la facultad.
Para Tobías, el CBC de Arquitectura se mechó con ese primer año a cargo del emprendimiento. “Fue duro, fueron muchos días sin dormir, pero todo eso me ayudó a valorar más la experiencia. Tuvimos la suerte de tener empleados desde el inicio que se convirtieron en pilares, y fuimos aprendiendo a delegar”, relata hoy desde sus 21 años.
Aún en un país en el que emprender es un desafío siempre incierto y arduo, ambos están convencidos de que esa es su ruta. Nada de jefes, nada de trabajos en relación de dependencia, lo suyo son los proyectos propios y el seguir creciendo a pulmón. Del auto soñado a los 18 todavía no hay noticias: en este empuje joven y emprendedor la clave es seguir invirtiendo y hacer girar la rueda.
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