El templo sufí de la calle Teodoro García es una obra espléndida, construida con mosaicos de Granada, vitrales de China y alfombras de Persia. Ha despertado gran curiosidad, y ofrece visitas guiadas, pero hay tres meses de lista de espera.
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Jonathan Sebastián González -Sami, su nombre en árabe- está sentado con las piernas cruzadas sobre una colorida alfombra. Detrás suyo, los infinitos dibujos de las mayólicas se entrelazan en rojos, verdes, amarillos y líneas blancas. El sol proyecta en el piso partículas de colores que se desprenden de los vitreaux. Cualquier sonido es absorbido aquí por un entorno repleto de misticismo, como el que se desprende de sus manos que acarician el qanun, un instrumento de cuerdas que emplea el sistema pitagórico para definir sus notas. Sami está concentrado. Vestido sobriamente -camisa a rayas, chaleco, pantalón negro y un sombrero de derviche blanco-, la barba negra apenas un poco larga que se desprende de su tez trigueña, interpreta melodías árabes que resuenan en la mezquita de esta hermosísima construcción ubicada en el barrio de Colegiales.
La Tekkia -un espacio de reunión para quienes integran la línea sufí del Islam- está ubicada sobre la calle Teodoro García, a metros de Crámer. Es una construcción que contrasta: emplazada entre edificios anodinos, irrumpe con una llamativa torreta y arcadas que portan la leyenda “conócete a tí mismo y conocerás a tu señor”. El edificio llama tanto la atención que son cientos los que se acercan a la Asociación Civil Cultural Yerrahi. Para hacer una visita guiada hay que enviar un mail (sufismovisitasguiadas@gmail.com). La demanda es tan alta que la demora es de tres meses.
Su propósito es doble: difundir el Islam y proporcionar un espacio de encuentro para sus fieles. Pero, ¿qué hace que este lugar sea tan especial? El edificio no solo es un lugar de oración y reunión para los sufíes, un grupo de derviches místicos en el Islam que se entregan a la voluntad divina, sino que también alberga una serie de características sorprendentes. Apenas un paseo por sus pasillos revela una biblioteca de cargado roble oscuro, un patio con fuentes de agua -que nos transporta a medio oriente-, un salón principal, habitaciones para las visitas y mucho más.
Belleza de medio oriente
Pero lo que realmente hace destacar a la Tekkia Sufí son los detalles que se esconden en su interior. Sus paredes están decoradas con 11,365 mayólicas originarias de Granada, España. En el templo hay 30 obras caligráficas, un regalo de Muhammed Panizza, antiguas alfombras de Persia, el Cáucaso, China y Turquía; una puerta diseñada por el artesano turco Mete Üge, construida con una técnica de encastre sin clavos ni pegamento; fuentes y mármoles de la India en su patio floreado; y una impactante cúpula en el salón principal de la mezquita, compuesta por 5,450 fragmentos multicolores distribuidos en 81 paneles, de origen chino.
“Lo particular es que no hay una arquitectura determinada”, dice Sami. “Recoge de muchas vertientes: hay cosas otomanas, andaluzas, marroquíes, persas”, añade. Cuando colocaron la piedra fundamental, en 2018, el Sheikh -jefe religioso de la orden- dijo que había que prepararse porque iban a recibir muchas visitas. “Y así fue: desde entonces nunca paró de sonar el timbre, siempre se asoman y sacan fotos”, asegura.
A simple vista, del edificio se destacan sus tres plantas y su torre central en un espacio de 700 metros cuadrados. Sin embargo, la fachada de terracota esmaltada se lleva todas las miradas: es única en su tipo, gracias a una técnica originaria de Marruecos. Para su construcción, participaron 46 artesanos que cortaron y ensamblaron 36,670 piezas, incluído un portal de 300 kilogramos, traído desde Turquía y elaborado con madera de nogal, ébano, arce, peral y roble.
“Nuestra actividad principal es lo artístico”, relata Sami. En ese marco, inauguraron un ciclo de colaboraciones musicales -llamado Alma Sufí Ensamble- con diversos artistas, como Julián Kartún, Martín Buscaglia, Delfina Cheb y Pablo Dacal, pero que tuvo su pico de viralidad con la interpretación de Sólo le pido a Dios, junto a León Gieco (el video tiene más de 2 millones de reproducciones en YouTube).
Música y espiritualidad
“Esta es una corriente más esotérica. Dios tiene dos atributos, el externo, y otro interno. Hay una cáscara y un núcleo. Los sufíes representamos más lo interno, todo se profundiza. Tenemos pensadores y filósofos. Y se agrega lo distintivo, que es la música. Hacemos un juramento a Dios, a través del sheikh”, explica.
Más allá de la arquitectura y los detalles, la verdadera esencia de la Tekkia Sufí radica en su comunidad. Los viernes, participan en el “meshk”, un ritual musical que es un medio para conectarse con Dios. La música los ayuda a alcanzar un éxtasis conocido como “wajd”, que proviene del alma y los conecta con Dios.
Como explica Sami, la Orden Sufí Halveti Yerrahi se caracteriza por su enfoque artístico y esotérico en la religión. Su conexión con la música es un elemento distintivo que no siempre es bien recibido por otros musulmanes. Sin embargo, esta orden resistió incluso la prohibición de las órdenes sufíes en Turquía cuando cayó el Imperio Otomano. Son más de 400 años de historias y leyendas que se repiten -y veneran- de generación en generación.
Dentro de la Tekkia, las paredes están adornadas con pinturas, escritos y profecías. Cada detalle arquitectónico refleja la idea de que Dios es bello y ama la belleza, y que esta belleza está relacionada con la armonía y la simetría en la creación. El Islam practicado aquí es, según Sami, una búsqueda de profundidad espiritual en un mundo a menudo dominado por la frivolidad y la tecnología. “La ciudad está muy cargada de mucha violencia, mucho sesgo, dificultades y problemas. Este lugar, en cambio, está cargado de una intención”, revela.
El camino de un devoto
Sami también comparte cómo la orden selecciona a sus miembros a través de sueños, un proceso que puede llevar meses. No cualquiera puede unirse, y es necesario demostrar una comprensión profunda de la religión y un fuerte compromiso. Él llegó al Islam través de la música. Sami creció en el barrio Arco Iris, en el partido de Merlo. “Era un contexto muy complicado, de mucha violencia”, recuerda. Un día, de casualidad, su madre sintonizó en la radio una estación de música árabe. “Fue un flechazo”, dice.
Una cosa lo llevó a la otra hasta que, en 1996, alquiló en un videoclub del barrio la película El Mensaje, protagonizada por Anthony Quinn. “Resultó ser la película que todo musulmán mira en sus inicios”, cuenta Sami entre risas. Fue una mera casualidad. O no tanto. Se conmovió tanto que lo impulsó a investigar más sobre el asunto. Empezó a ir a las mezquitas, donde percibió que sus manos se movían al ritmo de la música árabe, “como copiando la percusión”.
Sami empezó a estudiar estos ritmos hasta que, en 2002, llegó a una mezquita de chiítas en Floresta y luego a otra, en Palermo. “Ahí me encontré con unos turcos que me invitaron a un coro, donde me propusieron convertirme al Islam. Luego vi un girador (derviche), y me voló la cabeza”, completa la historia. Cuando dio con la cultura sufí, no se fue más. Llegó a la antigua Tekkia de esta orden, que estaba en Villa Crespo. Allí empezó a estudiar el qanun. Hoy se gana la vida interpretando música árabe en fiestas, casamientos y celebraciones.
“El sufismo, en la cultura en la que está inmersa, absorbe lo que lo rodea. El sufismo en Senegal no es lo mismo que acá. También hay órdenes en India, en Chechenia. Ahora, por ejemplo, estoy trabajando en ensambles de música sufí con música local”, explica.
Un mensaje de paz
Sami es consciente de los prejuicios que rodean al Islam, muchas veces alimentado por hechos de violencia que protagonizan facciones de esta religión, como el reciente enfrentamiento entre Hamás e Israel. “Pero hay que entender que el Islam es una religión de masas”, advierte. “Somos 1700 millones de personas, no pueden juzgarnos por lo que hacen 50 mil extremistas”, agrega.
Para él, el creciente interés de quienes visitan este sitio está vinculado con su calidad de refugio espiritual, un lugar que propicia la conexión, la música y los rituales en un mundo cada vez más distraído por la tecnología y la superficialidad. “Vivimos en un mundo de paso, efímero. Alá está en el corazón de cada uno, es su morada: el corazón del corazón. El hombre se puede tentar por derecha y por izquierda, pero no puede entrar al corazón. Por eso, una de las peores cosas que se pueden hacerle a un ser humano es romperle el corazón”, resume.
La Tekkia de Colegiales es un recordatorio de que el Islam es una religión diversa y rica en tradiciones, y que la espiritualidad puede ser un faro de luz en un mundo en constante cambio. Este templo, con su arquitectura única y su profunda espiritualidad, es un tesoro escondido en pleno Buenos Aires.
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