De campos volcánicos a valles de aspecto lunar, estos rincones inhóspitos trasladan más allá de este mundo, pero son accesibles y merecen ser visitados.
1. Campo de Piedra Pómez
El Peñón, Catamarca
A más de 3 mil metros de altura, este inmenso campo de suelo arenoso corresponde a la puna catamarqueña, una de las porciones más vírgenes y extremas de la Argentina. Muy cerca del volcán Carachi Pampa, resultó de una colosal explosión volcánica que dio lugar a las raras formaciones de roca color talco, recortadas en diagonales contra el cielo azul.
El área natural protegida tiene una extension de 25 kilómetros y se la puede recorrer a pie, con el ritmo lento que impone la puna. Si bien el acceso está indicado sobre RP 34 con un cartel, entre el pequeño pueblo de El Peñón y Antofagasta de la Sierra, es recomendable visitarla con guía y 4x4, porque se trata de una zona sin señal ni servicios de ningún tipo.
2. Valle de la Luna
Cusi Cusi, Jujuy
La explosión de colores aparece en una quebrada en plena puna, a 4.400 metros de altura, entre los pueblos de Cusi Cusi y Liviara. Para buscar alguna referencia se lo compara con el valle de la luna sanjuanino, pero en versión reducida y en tonos más norteños. Se trata de una profunda hoyada de 60 km de diámetro formada de lava, escoria y basalto, con coloridos farallones que van del verde al gris y del gris al blanco, aunque lo que más domina es el colorado. Por eso también le dicen Valle de Marte. Ubicado en el paraje Matancillas, al costado de la nueva traza de la RN 40, está indicado con un cartel que tiene una cámara de fotos (una rareza por estas latitudes, donde los guiños turísticos no abundan). Se luce mucho más a la tarde, cuando el sol le da de frente, que por la mañana.
3. Pampa del Leoncito
Barreal, San Juan
El Barreal Blanco, como también se llama a esta pampa clara, fue en algún momento una laguna de la que hoy sólo queda el lecho, de arcilla pura y agrietada tan compactada que imposibilita cualquier atisbo de vegetación. Vista de lejos, su superficie de 13 km de largo por 4 km de ancho brilla como un espejo. Los científicos dicen que es producto de grandes aluviones que trajeron sedimentos y polvo de arcilla que emparejaron una depresión. Los indios huarpes, que fue un lago de cuya supervivencia dependían pero que su Dios secó por sus reiteradas quejas por el viento que los molestaba.
Lo del viento es una realidad palpable; más aún a la tarde, con el “conchabao” que sopla a 40 kilómetros por hora y es el momento ideal para practicar carrovelismo, un deporte que permite “navegar” velozmente en una suerte de triciclo –windcar– con vela al ras del suelo de arcilla.
4. La Payunia
Malargüe, Mendoza
La concentración de volcanes –unos 800 conos, todos inactivos– de esta reserva es comparable a lo que puede encontrarse en Hawaii... o en Marte. El increíble compendio de manifestaciones volcánicas, desde pampas negras (arenales de piedritas de lava fragmentadas) hasta bombas expulsadas por los cráteres hace miles de años configura este paisaje fascinante, con un muestrario de casi todos los tipos de volcanes que se dan cita en el planeta. El más emblemático, casi de postal, es el Payún Liso, de 3.680 metros y forma cónica perfecta. Apenas más bajo, el otro es el Payún Matrú. Tiene una caldera de 9 km de diámetro y en su interior alberga una laguna de aguas cristalinas. Es indispensable recorrer la zona con un vehículo alto, y mejor todavía si es con guía (los operadores se encuentran en Malargüe, a 130 km), porque los caminos internos no están señalizados y no hay servicios.
5. Campo del Cielo
Gancedo, Chaco
No es ciencia ficción: en esta zona cayó una lluvia de meteoritos hace 4.000 años. Uno de ellos, nombrado El Chaco, de unas 28 toneladas, es el segundo más grande del mundo (el primero es “Hoba”, en Namibia, con más de 60 toneladas). Fue hallado en 1972 en una excavación dirigida por el astrónomo de la NASA William Cassidy. Éste y otros de menor tamaño se exhiben a cielo abierto en la Reserva Natural Cultural Pigüem N´Onaxa, o Campo del Cielo, un área de 1.350 km2 con varios cráteres que resultaron del impacto de este cataclismo cósmico.
El “Chaco” tiene un rival desde 2016, cuando la Asociación de Astronomía local extrajo y pesó un siderito que lo supera en toneladas. Llamado “Gancedo”, fue encontrado en un paleocauce, una napa de agua muy elevada, que casi impidió su izamiento del cráter.
Un aspecto menos romántico de la realidad meteórica son los saqueadores, que hasta bien entrado el siglo XXI se hicieron una panzada en Campo del Cielo y llegaron a robar 215 ejemplares. Para evitar los robos, hoy los cráteres están cercados y se sancionaron leyes para protegerlos.
6. Bosques Petrificados de Jaramillo
Santa Cruz
Hace 150 millones de años había un bosque de araucarias, pinos, inmensos helechos y palmeras. A fines del Jurásico Medio, varias erupciones volcánicas cubrieron la Patagonia con lava y ceniza y dejaron aquí su huella, a través de troncos petrificados de hasta tres metros de diámetro y más de treinta de largo. Se trata de uno de los yacimientos fósiles más alucinantes del país. Es Monumento Natural desde 1954 y Parque Nacional desde 2012, con una superficie de 61.245 hectáreas. Lo habitan guanacos, piches, zorros grises, choiques, loicas y el tucúquere, un enorme búho, además de la comadrejita patagónica, pequeño marsupial de cuya biología se conoce muy poco.