Un romance, el fin de una batalla, un sacerdote milagroso, una poesía popular y el empeño de una madre, son todas historias tejidas bajo los árboles patrios más célebres.
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San Martín descansó protegido por la sombra de un pino después de la batalla de San Lorenzo mientras se debatía entre la felicidad del triunfo y la tristeza por la muerte de Cabral que había dado la vida por él. Sarmiento pasó infinitas tardes junto a Aurelia Vélez bajo el nogal de Jesús María. San Francisco Solano plantó un naranjo muy cerca de la celda donde soñaba con Dios y la misión evangelizadora que se había propuesto. Doña Paula Albarracín tejió durante años junto a la higuera de su casa sanjuanina mientras criaba un futuro presidente. Un poeta le cantó a un algarrobo que ya tiene mil años y lo hizo famoso para siempre.
Estos son algunos árboles, o lo que queda de ellos, que nos recuerdan parte de nuestra historia porque fueron testigos de un hecho clave o acompañaron la intimidad de los próceres. Nosotros elegimos cinco para que los conozcas y quizá los visites la próxima vez que estés cerca.
Nogal de Sarmiento
Un prócer enamorado
Para apagar el fuego que ocasionó un rayo y terminó con la vida del nogal fue necesario recurrir a Destacamento 4 de Artillería y a varias dotaciones de bomberos. En el tronco de ese árbol Domingo Faustino Sarmiento había tallado sus iniciales “D.F.S”.
Cuenta la tradición que Sarmiento llegó al parque de la estancia Jesús María cuando era un hombre grande, calvo y regordete, pero con la pasión de un niño sacó un cortaplumas del bolsillo y dejó su nombre, una costumbre que había ejercitado desde siempre ya que hay registros de inscripciones similares en otros sitios.
El nogal fue derribado en 1946 ante una muchedumbre y hoy se conservan algunos restos del tronco. No queda mucho del árbol, pero su presencia nos remonta a una singular historia de ¿amor? entre el prócer y Aurelia Vélez.
Aurelia y Sarmiento fueron amigos entrañables a pesar de la diferencia de edad. Ella era hija de Dalmacio Vélez Sársfield (autor del Código Civil) y conoció a Sarmiento en Uruguay a los 9 años, cuando él tenía 34. A pesar de su condición de mujer recibió una educación fuera de lo habitual para la época y no tardó en convertirse en colaboradora de su padre. Se casó muy joven y se separó a los pocos meses, y hay quienes aseguran que hubo de por medio un crimen pasional. Lo cierto es que volvió a la casa de sus padres. En 1859 se reencontró con Sarmiento. Tres años más tarde, ambos iniciaron una relación que dio que hablar a la sociedad porteña. Los estudiosos no se ponen de acuerdo si fueron amantes o no.
Araceli Bellotta autora de Aurelia Vélez, la amante de Sarmiento y José Ignacio García Hamilton, el historiador que escribió Cuyano alborotador, sostienen la teoría del amor. Mas allá de todo, las cartas son reveladoras.
“Te amo con todas las timideces de una niña y con toda la pasión de la que es capaz una mujer. Te amo como no he amado nunca, como no creí que era posible amar. He aceptado tu amor porque estoy segura de merecerlo. Solo tengo en mi vida una falta y es mi amor a ti. ¿Serás tu el encargado de castigarla? Te he dicho la verdad de todo.”, escribe Aurelia.
El sanjuanino no podía ser menos: “Mi vida futura está basada exclusivamente en tu solemne promesa de amarme y pertenecerme a despecho de todo; y yo te agrego, a pesar de mi ausencia” le escribe Sarmiento.
Dicen que el ida y vuelta epistolar generó graves problemas entre Sarmiento y su esposa Benita Martínez Pastoriza y terminó por resquebrajar el matrimonio.
Aurelia, aseguran, fogoneó el nombre de Sarmiento como posible sucesor de Mitre en los círculos de poder, incluso cumplió un papel clave en la campaña presidencial mientras él estaba en los Estados Unidos desempeñándose como embajador plenipotenciario. Más allá del romance, la relación entre ellos como confidentes y amigos duro casi toda la vida.
A fines de la década de 1870 Aurelia y su madre se instalaron en Jesús María. Sarmiento la visitó por aquellos años y fijó su domicilio en Córdoba por unos meses para acompañarla porque ella no estaba bien de salud. No hay registros detallados de su estadía allí, pero se sabe que ambos pasean con frecuencia por el parque de Jesús María y charlaban a la sombra del frondoso nogal.
Algarrobo Abuelo
Pura poesía
El árbol milenario está en el paraje de Piedra Blanca, a 4 km de la Villa de Merlo, San Luis. Según algunos ya lleva más de mil años en esta tierra, según otros recién anda por los ochocientos, pero más allá de los cálculos ya pasó con creces la edad de vida habitual y es un ejemplar digno de ver.
El gigante vegetal tiene una copa enorme y una altura de 14 metros, sin embargo, acusa el paso del tiempo en las muchas ramas que deben ser sostenidas porque no soportan su propio peso.
Más allá de la fama que siempre tuvo entre los lugareños, quienes veían transcurrir su existencia y las de sus antecesores con su eterna presencia, el algarrobo cobró fama cuando el poeta Antonio Esteban Agüero escribo en 1953 la famosa Cantata del abuelo algarrobo. Los Agüero, una familia de la zona, fueron los últimos propietarios de la tierra donde crece el magnífico árbol, el mismo que inspiró al poeta.
“Padre y Señor de Bosque”, “Catedral de pájaros”, así lo llama Agüero, un poeta y político puntano, cuya obra se puede rastrear en la que fue su casa convertida en museo en el centro de la villa. Aquí, las cuatro hectáreas de campo se pueden recorrer lo mismo que la casona colonial que hoy cobija un museo.
El árbol en cuestión es un algarrobo blanco (Prosopis Chilensis), un sobreviviente del extenso bosque de algarrobos que cubría todo el Valle del Conlara hasta la llegada del ferrocarril, a comienzo del siglo XX.
El algarrobo ya era viejo cuando los españoles llegaron a estas tierras y descubrieron la veneración que provocaba entre los indios comechingones, pobladores nativos de estas tierras.
Una placa recuerda que desde aquí partió el primer contingente con mulas y pertrechos del ejército libertador que cruzó los Andes rumbo a Chile al mando del general San Martín. Algunos relatos aseguran también que bajo su sombra estuvo Facundo Quiroga y Ángel Vicente, “el Chacho”, Peñaloza.
El árbol que hoy es Monumento Histórico Provincial sobrevivirá en otras cosas gracias al proyecto Hijos del Algarrobo Abuelo, una iniciativa que hizo posible plantar cientos de retoños en diferente puntos de San Luis y el país.
El algarrobo blanco es una de las especies arbóreas nativas más conocidas y con mayor dispersión territorial del norte argentino. Conocido por la calidad de su madera se usa en la industria de los muebles, en la fabricación de pisos y tonelería, también en la extracción de taninos. Las vainas o legumbres, llamadas algarroba, tiene gran valor nutricional para el hombre y los animales.
Pino de San Lorenzo
La victoria de San Martín
El 3 de febrero de 1813 luego del triunfo sobre los realistas en la batalla de San Lorenzo y de haber escapado de la muerte gracias a la intervención del Sargento Cabral, San Martín descansó debajo de este pino. Allí mismo le dictó a Mariano Necochea el parte de guerra para enviar a Buenos Aires. Sus granaderos habían triunfado.
La localidad de San Lorenzo ubicado a 30 kilómetros de Rosario alberga al famoso pino, un Pinus pinea o Pino piñonero , especie originaria de la costa del Mar Mediterráneo. Se cree que fue plantado por los padres franciscanos alrededor de 1796 en la huerta conventual y sus piñones se usaban para confituras.
Fue uno de los primeros árboles en tener el reconocimiento de “histórico”. En 1902 el ministro de guerra Pablo Ricchieri ordenó construir una verja perimetral de protección. Años más tarde, en 1923, con motivo de la visita presidencial de Marcelo T. de Alvear se instaló una segunda protección que permanece hasta nuestros días.
Hoy solo podemos ver el tronco seco de 223 años que se conserva erguido gracias un laborioso trabajo de preservación anual que consiste en aplicar barniz de alta resistencia, así como la instalación de sistemas de anclaje ya que la raíz está seca. A su lado crece un retoño. Mucho antes de su muerte, en 1932, se plantó en Barrancas de Belgrano un hijuelo del este famoso ejemplar.
Muy cerca, en el Complejo Museológico de San Lorenzo, se encuentra el Museo de Árboles Históricos, una muestra gráfica y fotográfica de los árboles que tuvieron trascendencia en nuestro país distribuidos en diferentes provincias.
Naranjo de La Rioja
Un cura milagroso que canta y predica
Los restos del naranjo que San Francisco Solano plantó en 1592 se exhiben en el corazón de la capital riojana. La visita nos acerca a la historia de este sacerdote convertido en santo, uno de los primeros en tierra americana.
El naranjo en cuestión se encuentra en el convento San Francisco, que junto con la iglesia del mismo nombre y otros edificios integran la manzana franciscana. Muy cerca del naranjo está la celda que habitó el monje; el árbol se plantaba a modo de tradición.
Fray Francisco de origen español estudió con los jesuitas, aunque luego entró en la orden de los franciscanos. Había soñado con misionar en África, pero sus superiores no autorizaron su partida, sin embargo, años más tarde lo enviaron a América. Por entonces se decía que había realizado curaciones increíbles en España, que algunos calificaban de milagro.
Durante 20 años se dedicó a misionar en estas tierras desde Lima hasta Tucumán y desde las pampas al Chaco Paraguayo. Dueño de una voz maravillosa, sabía tocar la guitarra y el violín. Pronto demostró el poder de su palabra: no importaba cuan belicosa fuese la tribu que visitaba, él conseguía derribar los temores y obtener la buena voluntad de los indígenas que terminaban convirtiéndose a la fe católica.
Hay varias situaciones milagrosas, pero la más famosa en nuestro país es la que ocurrió un Jueves Santo en la localidad riojana de Pardecitas cuando imprevistamente llegó un malón con la intención de atacar la población. Entonces, el padre Solano salió con su crucifijo en mano y comenzó a hablar delante de los guerreros quienes luego de escucharlo desistieron del ataque, incluso se bautizaron.
Murió en Lima en 1610, dicen que unos minutos antes entró en el cuarto una bandada de pajaritos a puro trino. Luego de su muerte la habitación permaneció iluminada con una luz especial durante toda la noche, un curioso fenómeno que se podía apreciar desde lejos.
La Higuera de doña Paula Albarracín
Un telar y mucho tesón
El patio central donde se encuentra la famosa higuera, que no es el árbol original sino un retoño de aquel, es un alto obligado para aquellos que visitan la casa natal de Sarmiento en la ciudad de San juan.
Sarmiento menciona a la higuera en Recuerdos de Provincia. Bajo su sombra aprendió a leer a los cinco años junto a su madre doña Paula Albarracín quien pasaba largas horas tejiendo en el telar.
La higuera y el telar fueron el centro de la vida familiar. Doña Paula era una tejedora experta y su trabajo era una contribución importante al sostenimiento familiar, ya que su marido –José Clemente Sarmiento– arriero y militar, pasaba largas temporadas fuera de la casa y la economía doméstica se resentía.
Con los años sus hijos decidieron talar la higuera pese a su negativa con la idea de modernizar la casa. Sarmiento que estuvo en contra de la poda final solía referirse al hecho como el hacha higuericida. Doña Paula sufrió muchísimo la falta del árbol, tanto que sus hijos decidieron volver a plantar un retoño de la antigua higuera, la misma que vemos hoy.
Todos los años, durante la época de la poda, los retoños son donados a instituciones educativas y culturales de todo el país y del extranjero que lo soliciten con anterioridad, como un modo de homenajear al árbol y al hombre que creció bajo su sombra.