Diego y Daniela Olivera son arquitectos y artífices del lodge muy próximo al Parque Provincial Salto Encantado. Cómo fue que construyeron en altura y atienden en familia este singular hotel de selva.
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“Mi padre compró con su hermano estas veinte hectáreas de monte hace 30 años, pero recién hace diez años, y porque estamos cerca del Parque Provincial Salto Encantado, pensó en hacer un hotel. Hasta entonces, prácticamente no sabíamos bien qué era esto, ni donde quedaba”, cuenta Daniela Olivera, cara visible del clan de arquitectos e ingenieros que montó Cuña Pirú Lodge, un hotel con habitaciones en la copa de los árboles que recibe a LUGARES en el centro de la provincia de Misiones.
Cuenta que su padre es entrerriano, pero desde los 17 vive en esta provincia y se casó con una misionera. “Siempre se interesó por el monte, que es como llamamos a la selva”, agrega la anfitriona de este osado emprendimiento que está ubicado en el flamante municipio de Salto Encantado, que antes era parte de Aristóbulo del Valle.
“La selva paranaense tiene magia, pero no es un lugar bucólico. Acá pasan cosas. Nos gusta el ambiente rural de los vecinos, pero nosotros tenemos nuestro monte. Ahora hay muchos monos porque salieron las moras. Pero si no vienen por los nísperos o por la guabiroba. A veces se enojan porque hay gente en las cabañas”, apunta Daniela, mientras nos acomoda en la habitación que está a ocho metros del piso, rodeada de verde, y después de subir una escalera de hierro.
“Aquí también hay tatúes, zorros, pumas y chanchos. La selva es casa de depredadores, pero no son ellos quienes nos corren, sino los insectos o arácnidos”, apunta durante la cena –super casera– que se sirve en el comedor del lodge, a unos metros de las habitaciones, que está decorado con artesanías guaraníes y tiene un techo de tejuelas de madera imperdible. “Ya no se consiguen. No quedan artesanos que las hagan así”, se lamenta.
Entonces la duda parece obvia, ¿cómo es que los Olivera apostaron a semejante obra de ingeniería en el medio de la selva? “En realidad primero hicimos las habitaciones del suelo, con diseño bioambiental, galerías, ventilación cruzada y sin necesidad de aire acondicionado. Pero pronto quisimos diferenciarnos”, responde la arquitecta. “Entonces se me vino a la cabeza la historia del barón rampante de Ítalo Calvino, que discute con su padre y en un acto de rebeldía se va a vivir a los arboles”, apunta. “Un día estaba en la pileta, mirando hacia la selva y de pronto… ‘Quiero habitaciones en la copa de los arboles’, le dije a Diego, mi hermano. ‘Dale’, me contestó. Por suerte, todos en casa se entusiasmaron. Él, que también es arquitecto, las diseñó y construyó”, cuenta Daniela desde la galería del comedor, mientras el sol se pone sobre el monte para teñirlo de dorado y ella celebra “el mejor momento del día”.
“No fue fácil hacerlas. Tuvimos que esperar ocho meses para encontrar ocho troncos que nos permitieran subir tan alto. No podíamos tumbar arboles, ni tampoco podían quedar petisas. Tenían que ser de aserradero, que se estén secando y en muy buen estado. Una vez que los encontramos, había que pararlos en bases de hormigón. Meter la grúa fue un lío. Recurrimos a bueyes. Casi nos matamos con mis hermanos”, ríe Daniela –que es mamá de una joven arquitecta– al recordar la aventura que abrazó con su familia. Y asegura que el mantenimiento de las habitaciones en altura es todo un desafío.
“Somos como un clan”, acota y cuenta que de lunes a viernes están instalados en Aristóbulo del Valle y que dentro del lodge tienen una casa de fin de semana. Asegura que su papá es quien viene a cortar el pasto con el tractor, y que su mamá, va todas las noches a cocinar. Al igual que ella, que además del lodge tiene su trabajo diario como arquitecta en la ciudad. “Trabajé en la última remodelación de las pasarelas y áreas de servicio del Parque Nacional Iguazú, en 2001”, revela. “Dejo el estudio de arquitecta a las seis de la tarde y me vengo a cocinar para los pasajeros. Así nos brindamos a los que se acercan a compartir”, asegura sobre este rincón de la tierra que bordea el arroyo Cuña Pirú, donde hay más de una hectárea por persona de selva misionera para disfrutar. Todo entre el boyero cacique, el urutaú, el surucuá, lechuzas, ranas, grillos y bichos de luz que proponen una noche sin precedente y distinta a todo.
Datos útiles:
Cuña Pirú Lodge. RP 220, km 11. reservas@cunapirulodge. IG: @cunapirulodge. www.cunapirulodge. Sobre veinte hectáreas de monte, son dieciséis plazas de las cuales cuatro están en habitaciones para dos personas en la copa de los árboles, a ocho metros del piso, con baño y bañadera. Lo atienden sus dueños, la familia Olivera, con Daniela a la cabeza, siempre dispuesta a compartir los saberes y leyendas del lugar. Cuentan con Nadia Pietroski, una empleada enamorada del entorno como para estar en el día a día de lo que sucede en el lodge. El desayuno es generoso y la cena, casera y deliciosa. Hay senderos para conocer la selva. Tiene wifi en áreas comunes. Está a minutos de la Reserva Provincial Salto Encantado, que son 13 hectáreas de área protegida. Desde $17.000 la habitación doble en la copa de los árboles con desayuno.
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