En tres hectáreas de la zona de Meliquina, ofrecen almuerzos degustación, tiny houses donde reciben huéspedes y tienen cuatro huertas increíbles que los abastecen.
- 9 minutos de lectura'
Más que la historia de un proyecto o de un restaurante, es una historia de vida. Es la historia de ocho socios que tienen hoy entre 33 y 73 años, que eligen vivir en comunidad en tres hectáreas en la zona de Meliquina y que además de convivir, forman una cooperativa de trabajo en que todos son dueños y todos trabajan.
“Tengo que consultar con mis socios”, fue la respuesta cuando se les preguntó por el restaurante y las nuevas tiny houses donde ofrecen alojamiento. Porque, por reglamento interno, todo lo deciden entre todos. Y no importa qué tareas se realizan, cobran todos el mismo retorno. “Entre las responsabilidades que asumimos y lo que cada uno tiene, lo nuestro fue siempre muy igualitario”, sostiene Susana Fernández Langlois, y cuenta que cuando empezaban a trabajar en conjunto y algunos todavía tenían ingresos de dinero de sus propias profesiones, juntaban todo y cada cual retiraba en función de sus necesidades.
Dicen que fue un ejercicio de lo más innovador y que más de una vez los tildaron de locos. Sin embargo, 35 años después siguen casi todos juntos: de los socios originales que se vinieron en el 98 permanecen cinco, y fueron incorporando nuevos.
Colonizar Meliquina
Oriundos de San Isidro, todo arrancó con un viaje exploratorio que hizo Susana con su marido Andrés Tilkin y dos perros para conocer los dos lotes que su suegro Alfredo había comprado en 1973 en Meliquina desde su escritorio de Buenos Aires, sin conocer la zona. Cuando llegaron se dieron cuenta que no había camino, que a su fracción era imposible llegar. Aunque eran bien urbanos y de veranear en Punta del Este y Miramar, tal era la necesidad de un cambio de vida que igual fueron por más: al año siguiente compraron más tierra para llegar a tres hectáreas, y se mudaron. Pero no lo hicieron solos y tampoco se instalaron en Meliquina, donde en aquel momento, era complicado vivir. De a pequeñas tandas, entre octubre y diciembre del 98 fueron llegando y asentándose en San Martín de los Andes. El gran hito fue esa Navidad, que festejaron ya todos juntos.
Hoy se los ve instaladísimos. Viven en fantásticas casas distribuidas en las tres hectáreas, se abastecen de energía alternativa, cuatro huertas que son una fiesta, y restaurante donde ofrecen almuerzos degustación. Tienen tiny houses donde alojan huéspedes.
Lograr todo esto llevó tiempo. “Somos colonos de este lugar”, destacan. Porque a la zona sienten que la fueron colonizando, ya que de a poco fueron generando la infraestructura para vivir cómodos en Meliquina. Primero desarmaron sus vidas en San Isidro. Susana Fernández Langlois se había conocido con Solange de Forteza, la abuela ya fallecida de Mele- María Laura Thiell, que se vino de chiquita-, y con Valeria Mongelli a través del sistema de gimnasia Milderman que practicaban y que por esa época tenía muchos seguidores. Ya habían sido socias en el primer Avataras, un bistró con éxito en el barrio. Allí también trabajaba mientras estudiaba en la facultad Ana Calles, la hija de Susana. Junto con Andrés Tilkin, todos fueron “socios fundadores”. Con el tiempo se unieron en la vida y en la sociedad Lucas Olmos, Federico Zabala y Guido Garuti Bermejo. Con ellos vive también Olivia, la hija pequeña de Ana y Federico.
En San Martín compraron y refaccionaron la propiedad donde iba a funcionar el restaurante y de a poco se fueron adaptando al ritmo local, a entender qué era vivir en un pueblo. “Nuestra propuesta gastronómica era muy diferente a la comida regional que se ofrecía aca”, cuenta Mele. Su cartel anunciaba comida internacional y platos étnicos: ofrecían platos de la India, de Malasia, de China, Méjico y Japón.
Cuentan que hasta el local era distinto: moquette color beige, manteles de gros hasta el piso, todo entelado, maderas claras no barnizadas. Buena vajilla, buenos cubiertos, música funcional y jazz. Y un pub al lado que estaba comunicado con el restaurante. “La gente del pueblo- en su momento más local, más cerrados- tardó bastante en entender nuestra propuesta; en cambio el turista nos entendió enseguida porque éramos muy cosmopolitas en lo que hacíamos”, resume Susana. Con el restaurante que tuvieron hasta 2008, se hicieron un nombre.
Con la crisis del 2001 y el descalabro que sufrió la gastronomía, los hombres cambiaron un auto por una máquina para nivelar terrenos y empezaron durante el día a hacer movimientos de suelo. La empresa hizo instalaciones, calefacción y construcción, y aunque ninguno era arquitecto trabajaban para los arquitectos. “Acá en San Martín pasa mucho eso: aún teniendo una profesión, por estar acá se aprende a hacer cosas porque lo importante es vivir acá”, explica Mele. “Si su nicho no funciona, busca otro”, dice. Así, tuvieron también la explotación de una cantera y se asociaron con una empresa constructora.
Creyeron que los de San Martín serían dos breves años de transición pero terminaron en cambio siendo diez. A medida que trabajaban el restaurante, iban generando infraestructura para instalarse en Meliquina. Se abrieron calles, consiguieron agua de vertiente y buscaron con mucha inversión hacerse de energía: al primer generador se los robaron, a la turbina que armaron se la llevó la crecida.
Veintiseis años más tarde son autosuficientes ya que tienen energía renovable solar e hidroeléctrica a través de un sistema alemán que recibe la energía y distribuye a la red; el excedente se almacena en baterías de litio para usarse cuando no alcanza la generación de energía. Desde una app pueden revisar el estado de generación de la turbina, cuanta energía está entrando al sistema, ver el estado de carga de las baterías y cambiar configuraciones del sistema.
Experiencia de huerta
La primera huerta la armaron para proveer el restaurante de San Martín. “Como no sabíamos que era imposible, lo hicimos”, grafica Mele el empecinamiento del grupo. Los viejos pobladores de Meliquina les anunciaban que ahí no crecía nada. Su primer huerta se la comieron íntegra las vacas del vecino, cuando pusieron cerco vinieron los ciervos, lo saltaron y comieron, alambre de púa y conejos que ingresaron por abajo. Año tras año, todos boicotearon la huerta de Avataras. Hasta que prendió.
En las cuatro huertas orgánicas que tienen ahora producen todo lo que comen: una tiene espárragos y alcauciles y frambuesa alrededor; una frutillas, y otra frutos rojos con grosella verde, morada, roja, cassis y arándanos. La más grande es la de verduras, papas de colores, zanahorias de colores, nabo, kale, repollo, repollitos de Bruselas, y verdes para ensaladas.
Probaron más de mil variedades de hortalizas y semillas para ver qué funcionaba en esta latitud y altitud. “Tenemos nuestro banco de semillas armado y probamos alguna cosa nueva todos los años; si se da bien, después investigamos cómo se cocina”, dice Mele. Enumera por ejemplo: raíz de apio nabo, raíz de perejil (se usa la raíz y no la hoja), borraja, remolachas, acelgas de colores, cinco variedades de papas… “La tierra acá es muy buena por estar rodeados de radales que recambian las hojas permanentemente lo cual genera un humus natural”, explica. El frío es su mayor problema así como la ventana tan corta de cultivo. Deben organizarse muy bien para hacer todo en poco tiempo, entre finales de octubre a marzo.
En el parque tienen membrillos, manzanos, perales, ciruelos y cerezos. En el invernadero hacen todo lo que en las huertas de afuera no se puede hacer. Además hay gallinero, una compostera especial con guano de las gallinas y hojas secas y unos años de maduración para perder la salinidad. Lombricarios donde va la bosta de la vaca y del caballo, cada una con un fin distinto.
Almuerzos degustación
Ofrecieron sus dulces, dieron talleres de huerta, hicieron visitas guiadas, helados con los huevos de sus gallinas y la leche de sus vacas. Hoy las energías están puestas en los ya consolidados almuerzos degustación- en que reencontraron la gastronomía- y en las tiny houses, donde alojan huéspedes desde hace tres temporadas. Su mejor recomendación, el boca en boca.
Con un delicioso menú gourmet de ocho pasos donde brindan la mayor cantidad posible de productos de la zona, y una mesa bien puesta, buscan que la gente disfrute una experiencia que puede durar entre tres y cinco horas. Su público, algunos lodges de pesca de los alrededores, quienes tienen sus casas de vacaciones en el área y muchos extranjeros que valoran la experiencia conocida como “from farm to table” (de la granja a la mesa) y que indefectiblemente piden, antes o después de comer, una visita a las huertas.
“Siempre fuimos poco rebuscadas en la cocina, ofrecemos platos simples buscando el insumo, con decoraciones sencillas”, explica Valeria, a cargo de la cocina. Los ocho pasos acompañados por vinos y espumantes pueden consistir en una bruschetta con terrina de hongos con pan de masa madre y harinas orgánicas, ensalada con espárragos de la huerta con nueces caramelizadas, rollitos de zuchini, sorbete normando con manzanas, con un licor de peras para enjuagar el paladar, lomo relleno con papas en casco, de postre helado de hoja de higuera, y café con florentinos. Lujo sabroso y sencillo.
Familia por elección
Más allá del reconocimiento de la gente o de que sus dulces sean elegidos por Inés Bertón para Tealosophy, en Avataras están todos de acuerdo en que eso es un detalle secundario al éxito que tuvieron como grupo humano a los largo de tantos años. “Los vínculos que tenemos entre nosotros son más intensos que los de sangre, porque fueron elegidos y se revalidan desde que nos levantamos y desayunamos juntos todos los días”, afirma Susana. Porque todo lo comparten: se levantan a la misma hora a desayunar (“ninguno arranca más tarde”), y empiezan después a trabajar. A la noche se repite el ritual, los cuatro matrimonios y Olivia comparten todos la misma mesa.
“Las diferencias de edades fueron una riqueza enorme, porque cada uno desde su temperamento y con su edad aportó a lo que se fue generando: una vida armónica no solo en lo laboral sino en lo familiar, en esta familia extendida que somos”, resume Susana.
Datos útiles
Los almuerzos degustación se ofrecen todo el año de lunes a viernes. Se requiere de reserva previa. En tienda se pueden comprar mermeladas, jaleas, chutneys, conservas de fruta, pepinos agridulces, tomates cherries verdes agridulces, kétchup de remolacha, polvo de curry. Todo producido por ellos.
Las 4 tiny houses de estilo escandinavo tienen 35 m2 y están dispuestas independientemente en el predio, con una habitación doble matrimonial- o camas individuales-, baño y cocina completa, y estar con sofá cama. Deck y fogón parrilla. Incluyen desayuno.
Contacto: info@avataras.in T: +54 9 2944 64-1750
Temas
Más notas de Patagonia
- 1
Belgrano se renueva: 5 propuestas gourmet que nacieron con el boom inmobiliario
- 2
Bariloche gourmet. Goulash, fondue, frutos rojos, hongos, liebre, jabalí… Ocho restaurantes para disfrutar este verano
- 3
De conocerse en Roma de casualidad a plantar los viñedos más altos de Mendoza
- 4
Brasil en auto: 6 playas imperdibles del sur, de las nuevas a las que no fallan