Neerlandés y caribeño, con villas urbanas color pastel y sectores salvajes dominados por cactus, este pequeño destino próximo a Venezuela se vanagloria de su calidad de vida.
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La isla de Aruba se autoproclama la Isla de la Felicidad. Ambicioso, ¿verdad? ¿Puede tener geolocalización la felicidad? Ellos, por si acaso, ya lo hicieron eslogan. “Aruba, One Happy Island”.
Anclada en el mar Caribe, con 180 km2 de superficie total, la isla promete 360 días de sol, una temperatura media de 28º, refrescantes vientos, playas de arena blanca y agua cristalina fuera de la zona de huracanes. Y su gente, afirma un estudio realizado entre la Autoridad de Turismo de Aruba (ATA) y Rosen College of Hospitality Management de la Universidad de Florida Central en 2016, es feliz.
La felicidad en Aruba no se limita a los turistas. La isla tiene un bajo índice de criminalidad y es considerada uno de los lugares más seguros del Caribe. Esto contribuye a que sus habitantes vivan en un ambiente de tranquilidad y armonía, lo que se traduce en una comunidad feliz y amigable.
Un desembarco hacia la felicidad
Aterricé a la hora programada en el Aeropuerto Internacional Reina Beatrix un día de abril, emponchada en una campera de pluma negra y con un mensaje de texto que decía: “Hola Marianela, bienvenidos. Estoy afuera. Ya te mando una foto mía”. Seguido, otro mensaje con una selfie adjunta: “El Leonardo DiCaprio de Aruba jaja”. Así se presentaba nuestro guía Jonathan, con una alegría contagiosa.
Con un acento que nos sonó a un extraño portugués, Jonhatan lanzó un: “Con ta bai?, ¡bon bini!”. En Aruba se habla en papiamento (el idioma oficial junto con el holandés), una mezcla de español, portugués, la lengua de los nativos arawaks, algunas palabras de inglés y otras de diversas lenguas africanas.
Sustentabilidad y mezcla cultural
La isla apuesta a la sustentabilidad, y su compromiso se hace notar en cada rincón. Hay molinos de viento y paneles solares, así como una planta de reciclaje. Cuentan, además, con un hotel embajador en la materia, el Bucuti & Tara Beach Resort, que alcanzó el 100% en la escala Green Globe (certificación en sostenibilidad), y como si esto fuera poco, es el hotel más romántico de Aruba. ¡Chapeau!
Aruba es un melting pot geográfico y cultural. Arranca por el mix entre caribeños con influencias neerlandesas debido a su fuerte pasado colonial, y se combina con el mar celeste furioso mezclado con zonas desérticas llenas de cactus, plantaciones de aloe vera, iguanas y lagartijas… ¡y hasta una granja de avestruces!
Aruba es uno de esos lugares con una personalidad tan fuerte que hechiza. Como diría un viejo amigo: “Si la defino, la limito”.
Bien al norte: gastronomía y playas de ensueño
Jonathan nos pasó a buscar para recorrer la zona norte de la isla. Bajamos y, al llegar a la entrada principal del hotel, me pareció ver de lejos un antiguo molino de viento rojo que me hizo acordar a los Países Bajos. En efecto, junto con sus vecinas islas de Curazao y Sint Maarten, Aruba forma parte del Reino de los Países Bajos y se convirtió oficialmente en parte de las Antillas neerlandesas en 1845.
Su estrecha relación se refleja en la arquitectura, la gastronomía y la educación. Si bien la isla no forma parte de la Unión Europea, todos los ciudadanos de Aruba poseen pasaporte holandés y gozan de los mismos derechos que los ciudadanos europeos.
Fue una buena opción alojarse en el distrito turístico de Palm Beach, en la parte noroeste. Por las noches ofrece un atractivo polo gastronómico hotelero con tienditas y barcitos animados con música en vivo (algunos a todo volumen), y durante el día regala distancias cortas a varias playas populares.
Para ser más exacta, a sólo 15 minutos a pie de nuestro hotel nos esperaba Eagle Beach, la playa más famosa de Aruba. Suele figurar entre las 10 playas más lindas del Caribe y del mundo. Con su clásico árbol fofoti (un tipo de mangle que es muy emblemático del lugar), esta playa invita a sacar la postal perfecta.
Palm Beach es otra de las playas de ensueño, con 3 km de arena blanca, palmeras perfectas, complejos hoteleros de alta gama y aguas turquesas ideales para flotar panza arriba, tomar sol y practicar deportes acuáticos. Además, cuenta con cuatro muelles, numerosos bares de playa y restaurantes.
Tomamos el LG Smith Boulevard en dirección aún más al norte para visitar la diminuta playa de Tres Trapi de sólo 400 metros de largo, rodeada por acantilados. El nombre de la playa proviene de la lengua papiamento y significa “tres escalones”, en referencia a los tres pequeños escalones que le dan acceso, como si fuera una pequeña cala.
Esta playita es ideal para aquellos que buscan un ambiente más privado y tranquilo, lejos del alboroto de las más populares de la isla. La arena es suave y blanca, y el mar es tranquilo, de aguas cristalinas y poco profundas, lo que la hace perfecta para explorar el fondo del mar.
A sólo 10 minutos caminando se encuentra otra joyita, Arashi Beach, la favorita de los lugareños. Ideal para visitarla en familia, cuenta con duchas, alquiler de reposeras y ofrece una gran zona de estacionamiento. Desde la orilla se puede apreciar el famoso Faro de California, rodeado de cactus que parecen dedos que apuntan hacia el cielo azul.
Merece la pena subir los 117 escalones para admirar una vista de 360 grados de toda Aruba y de países vecinos como Venezuela. Desde la cima se puede ver el 70% de la isla. Eso sí, una vez arriba, los vientos pueden alcanzar los 40/50 km por hora.
Oranjestad, la capital de los colores
Oranjestad significa “naranja” en español, y es el color que simboliza a la madre patria. Sin embargo, la hermosa capital portuaria de la isla de Aruba me sorprendió con sus hermosos edificios color pastel de estilo neerlandés –más rosados, celestes y amarillos que anaranjados–, su vibrante vida nocturna y sus tiendas libres de impuestos. Sí, Oranjestad es el lugar perfecto para caer en la tentación, como lo hace la ola gigantesca de turistas que bajan de los hoteles flotantes y que copan la capital en busca de perfumes, ropa y artículos electrónicos.
Para aquellos que logran escapar de las tiendas duty free y prefieren dar una vuelta por la capital, desde 2012 lo pueden hacer arriba del nuevo tranvía de última generación, cuyo recorrido empieza en la terminal de cruceros y recorre la capital por la calle principal. También es muy buen plan perderse a pie por las calles laterales: las distancias son cortas y es muy seguro.
Almorzamos en The West Deck, un clásico en la isla atendido por sus dueños a pasos de la capital. Sentados en una gran terraza de madera sobre la arena blanca, degustamos platos caribeños como los famosos langostinos rebozados, acompañados con un exquisito arroz caribeño con leche de coco y tacos de pescado. Eso sí, cuidado con las salsas que se le echan, la mayoría pican, en especial la de mango, muy típica de la cocina local. De beber, la especialidad de la casa, una beerita. El nombre proviene de la fusión de beer (cerveza) y margarita. Eso es lo que es, pero con un detalle: la Chill (cerveza local) viene incrustada boca abajo con botella y todo dentro del trago.
Para beberla se necesita fuerza… ¡el conjunto es tan grande que para levantarlo hay que hacerlo con las dos manos! Vale la pena el esfuerzo. De postre, y como si fuera poco, no pudimos negarnos a otro emblema de la casa: la “Dark & White Chocolate Mousse Cake”, mientras que de fondo escuchábamos el sonido de los aviones al aterrizar. “Alrededor de 45 a 50 vuelos aterrizan a diario en la isla”, nos contaba Jonathan. Aruba es así, un imán que atrae al turismo por su encanto y su magia.
Camino al lejano este
Desayunamos temprano y, a las 8.30, Jonathan ya nos estaba esperando afuera del hotel. Encaramos la ruta 4 para visitar un pequeño barrio de típicas casitas color pastel de estilo arubeño. Cunucu Village parece un barrio para muñecas. Dejamos atrás la perfección urbana y seguimos ruta para toparnos con dos sitios naturales muy célebres: las formaciones rocosas de Ayo y Casibari.
Esta última es la más alta de la isla. Desde arriba se observan los cerros Jamanota, Arikok y Hooiberg. A lo lejos, el mar caribeño desaparece por completo del mapa, y deja a la vista otro mar, de cactus, y una zona árida donde las iguanas juegan, sigilosas, a aparecer y desaparecer. La energía que emite el lugar es única.
Jonathan nos invita a pasar debajo de las gigantescas rocas de granito (llamadas tonalitas), como parte de un ritual que era sagrado para los habitantes originales de la isla. Dentro del predio también se pueden apreciar dibujos rupestres que datan de miles de años.
Mar adentro
Antes de nuestra excursión en catamarán, almorzamos sobre el agua en Pelican Nest, que regala unas vistas impresionantes a cualquier hora del día. Estaba un poco excitada. Pronto visitaríamos uno de los mejores paisajes submarinos de la isla: el barco Antilla. Fue un carguero alemán que el capitán Smith decidió hundir en 1940 para no entregárselo a los holandeses. Le ordenó a su tripulación poner las calderas a todo vapor. Cuando estuvieron a la máxima temperatura, y habiéndose asegurado de que su tripulación estaba a salvo, hizo abrir las compuertas para que, al entrar en contacto con el agua fría, las calderas explotaran y se partiera en dos el casco de 120 metros de eslora. Ambas mitades quedaron a la vista, y me resultaban un poco intimidantes.
Una vez arriba del catamarán logré relajarme –con la asistencia de la barra libre de cócteles–, cantándole el feliz cumpleaños a extraños y rodeada de marineros que desfilaban con bandejas de empanadillas típicas y brochetas de frutas y queso. Ya me sentía tan a gusto que decidí no sólo nadar sobre el barco hundido, sino también saltar sobre él. Tomé coraje, me acerqué al borde del catamarán y, mientras el capitán contaba el 1, 2 y 3, salté “de palito”, seguido de un grito, al precipicio acuático. Aruba estaba funcionando.
Bien al sur
Después de 20 minutos de viaje en auto en dirección sur paramos en una playa totalmente distinta al resto por su arrecife de corales de 34 metros y sus manglares. Habíamos llegado a Mangel Alto. Entre los manglares, sorprendimos a un pescador junto a su hijo saliendo del agua con algunos picudos saltarines dentro de una red, que, con empeño y paciencia, lograron pescar. Retomamos viaje hacia San Nicolás, la ciudad más al sur de Aruba y dueña de un arte callejero envidiable.
Tito Bolívar, el curador y coordinador de más de 50 murales distribuidos en el barrio, nos esperaba para hacer el tour por la ciudad. Nos contó que encontró el amor por el arte callejero en un viaje a Bogotá y que su trabajo, en realidad, se coronó en 2019, cuando la revista Forbes señaló a “La Isla Feliz” como la capital del arte callejero en el Caribe. Hoy, San Nicolás ofrece al público arte plasmado en cada pared por muralistas de todo el mundo. Muchos artistas reconocidos, como la argentina Fio Silva, la chilena Isidora Paz López y el portugués Odeith, entre otros, dejaron su huella en la isla.
Dejamos atrás el arte para acercarnos casi al extremo final de la isla, justo donde se asoma, en forma de medialuna, una de las playas más buscadas por los turistas, Baby Beach, conocida por sus aguas cristalinas protegidas por un arrecife natural. En esta tranquila playa de poca profundidad, como si fuera una laguna, me despedí agradecida de Aruba bajo un cielo rosado. Era mi último atardecer arubeño en la isla donde, como estaba previsto, fui muy feliz.
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