Un recorrido que zigzaguea entre las cálidas aguas del Mediterráneo y los majestuosos montes malagueños, entre los sabores de mar y los de la sierra, entre el glamour costero y el encanto de los pueblos blancos.
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1. Ronda
Creo que todos los que alguna vez buscaron en internet puentes del mundo y les apareció la imagen del Puente Nuevo soñaron con estar allí. Viajar a Málaga es la oportunidad para sumar esa foto al álbum de recuerdos. También, para descubrir una de las gargantas más profundas de la geografía española, la excavada por el río Guadalevín, que divide en dos el casco urbano y lo une el magnífico puente inaugurado en 1793.
Esta tierra que fue conquistada por los romanos, los musulmanes y los Reyes Católicos, en la que nacen y se hacen toreros, también conquistó con su embrujo árabe a decenas de autores y viajeros, incluido el diseñador Philippe Starck, que convirtió un cortijo en un hotel orgánico. Llegar a Ronda es fácil. Lo difícil es dejarla. Pero, cuando lo hagas, te llevarás la experiencia de haber cruzado un puente que parece excavado en la roca, la imagen de las casitas blancas asomándose al gran tajo, el recuerdo de un paseo por el jardín inspirado en el arte hispanomusulmán de la Casa del Moro y el sabor de la noble cocina serrana.
2. Caminito del Rey
¿Qué tal caminar por una senda aérea a 100 metros sobre el río Guadalhorce? Esa es la propuesta del Caminito del Rey, un programa a la medida de los amantes de las alturas y las vistas imponentes.
Durante tres kilómetros uno avanza sintiéndose diminuto por el sendero de apenas un metro de ancho. El recorrido comienza en el municipio de Ardales, atraviesa el de Antequera y termina en el de Álora. Es perfecto para madrugadores que saben aprovechar la hora menos castigada por el sol sobre los paredones del Desfiladero de los Gaitanes. Construido entre 1901 y 1905, el sendero nació para unir de forma rápida ambos extremos de un novedoso salto hidroeléctrico a principios del siglo XX. Y uno de los primeros en recorrerlo fue el rey Alfonso XIII, cuando visitó el enclave para inaugurar las obras que dotarían a Málaga de suministro eléctrico y agua potable. Desde entonces, la pasarela se conoce como Caminito del Rey. Y quienes no se animen a coronarse con el recorrido también pueden disfrutar una gran parte de él desde la ventanilla del tren que une Córdoba con Málaga.
3. Mijas Pueblo
Quien dice Mijas no dice necesariamente Mijas Pueblo. Esta aclaración es fundamental. Mijas es el nombre de un municipio que va desde la ladera de la sierra homónima hasta el mar.
Para descubrir Mijas Pueblo hay que trepar unos 428 metros. Arriba, bien arriba, se encuentra esta aldea colgada de la montaña como si fuese un balcón al mar. La vista es tan espectacular que en días despejados puede verse la silueta de las montañas de Marruecos. Por sus calles empinadas circulan, desde los años 60, los famosos burros-taxi. Con el tiempo, se han convertido en una institución y el ayuntamiento ha construido un aparcamiento para los 60 que existen. Sin embargo, la mejor opción es caminar y perderse por la Calle de los Gitanos, avanzar entre maceteros azules repletos de geranios por la Calle Muros y recuperar energía en la Plaza Virgen de la Peña, la plaza central donde se detecta uno de los miradores panorámicos más imponentes. Allí es deber tomarse una foto con el burrito de bronce, que es, sin dudas, la estatua más emblemática de este destino.
4. El Torcal de Antequera
En Málaga es difícil despegarse del magnetismo del Mediterráneo. Pero quienes logren vencer el embrujo playero y manejar una hora hacia la ciudad de Antequera tendrán una recompensa. Ubicada en un punto estratégico entre la Alta y la Baja Andalucía, Antequera es dueña de El Torcal, un singular paraje natural que fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2016.
Su propuesta es ver el mar desde lo lejos y sumergirse en una caminata por lo que fue el fondo del mar en tiempos jurásicos. Su imponente paisaje kárstico invita a encontrar figuras en las rocas que fueron esculpidas por el viento, a caminar entre cabras montesas, ovejas y zorros, y a descubrir las huellas de los amonites. Las caparazones de estos inmensos moluscos cefalópodos que se extinguieron hace millones de años quedaron impresas sobre las rocas y son el testimonio vivo de que estos senderos bañados de sol fueron antes el fondo del mar. Y esto no es todo: llegar hasta aquí es una manera asegurada de regresar a casa con las pilas cargadas. El Torcal es un lugar de poder o Vortex point, un punto geográfico donde la energía circula con mayor fuerza que en otros sitios. Por eso, es muy común ver grupos de meditación o de yoga. Un plan inolvidable es visitarlo una noche de luna llena, cuando las piedras se encienden con su luz y el telescopio invita a hacer un viaje interestelar desde la Tierra.
5. Frigiliana
En la zona más oriental de la comarca malagueña de la Axarquía, enmarcado por el Parque Natural Sierras de Almijara, Tejeda y Alhama, Frigiliana integra el selecto club de los pueblos más lindos de España desde 2015.
Construido a 300 metros sobre el nivel del mar, recorrer este encantador pueblo blanco es como viajar a los tiempos moriscos. Sus callecitas estrechas –que saben dar sombra allí donde no crecen árboles–, los pasadizos y las pequeñas casitas con fachadas inmaculadas y puertas en una variedad de tonos azules son el sello de este enclave que sabe a aguacate, mango y miel de caña. De hecho, es uno de los pocos sitios donde probar el auténtico jugo de caña de azúcar que extrae la máquina que importó el granadino Antonio Vicente para cumplir su sueño. Antonio convirtió su negocio, La Plazituela, en mucho más que un rincón donde probar productos de la comarca. Es un ambicioso proyecto que busca generar conciencia sobre la reintroducción del cultivo de caña de azúcar desplazado por el de frutas tropicales, y, para ello, ofrece esta singular experiencia gastronómica a partir de las cañas que él mismo ve crecer.
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