David Izquierdo se instaló en la zona de los míticos puentes colgantes, una de las bellezas paisajísticas de la provincia, y ayudó a cambiar su realidad para siempre.
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Ya de chico, sintió que Copina sería su lugar en el mundo. El enamoramiento precoz con este pequeño poblado de las sierras de Córdoba tuvo su origen en las historias que le contaba su abuela Nelly, de cuando ella vivió allí. Esos relatos de paisajes y personajes pintorescos fueron para David Izquierdo el primer contacto con este sitio que él describió, con apenas nueve años, como un paraíso en la tierra.
“Nací en Haedo, provincia de Buenos Aires, y de niño viajaba con mi familia hasta Córdoba en el verano para vacacionar en Villa Carlos Paz o en San Antonio de Arredondo. Muy cerquita se encontraba Copina, donde mis abuelos maternos Nelly y Juan Carlos vivieron durante muchos años. En aquellos veranos, salíamos con frecuencia a pasear en auto por las sierras, y siempre encarábamos hacia ese pueblo que yo ya conocía a través de los recuerdos de mi abuela. El ritual era pasar y detenernos al frente de la casona donde ellos habían vivido y ver siempre sus puertas cerradas”, recuerda David.
Con treinta y pico de años, tras una separación y luego de vivir en Buenos Aires y Rosario, decidió ir al encuentro de ese edén añorado. Abandonó las grandes urbes y se instaló en Copina, un diminuto pueblito ubicado a 73 kilómetros de La Docta, a sólo una hora de viaje, enclavado a 1.448 metros sobre nivel del mar. Es uno de los puntos de mayor elevación de la serranía cordobesa, donde el fresco y los colores del invierno parecen resistir su retirada, aún entrada la primavera.
David llegó hasta aquí para armar un nuevo proyecto de vida; logró concretar su sueño de la casa propia y, además, recuperó un hotel centenario, con el que está apostando a reactivar el turismo en esta zona que atesora a una de las postales más bellas de Córdoba, los míticos puentes colgantes, reconocidos internacionalmente por los amantes del rally (por aquí pasan los autos del campeonato mundial), además de ser un destino buscado para la práctica del senderismo y del deporte de riesgo en altura.
Los puentes de Copina comprenden un recorrido de ripio de cinco kilómetros aproximadamente; son cinco estructuras de hierro y madera que se construyeron entre 1913 y 1918, sobre una parte de la vieja ruta provincial 14 que va vadeando arroyos y cursos de vertientes, de los más limpios y puros de Córdoba.
La historia de esta aldea tiene una estrecha relación con el desarrollo vial de la provincia. Su fundación se produjo en 1915, cuando un grupo de familias se instaló allí, a la vera de ese primer camino construido en medio de las sierras grandes, que unía los valles de Punilla y Traslasierra, comunicando a las pujantes ciudades de Villa Carlos Paz y Villa Dolores, que por entonces solo estaban conectadas a través de una huella transitada por carros, mulas y caballos. La marcación la inició en sus travesías el santo cura gaucho Gabriel Brochero y, posteriormente, la utilizaron baqueanos y lugareños para el traslado de mercaderías. Luego, con la jerarquización en ruta, ese camino dejó de ser un hilo perdido en plenas montañas, y habilitó la circulación de vehículos a motor que le dieron otra vida a esta región; por allí llegaron a circular dos empresas de transporte de pasajeros diariamente.
“Mis abuelos llegaron a Copina en 1937, cuando aquí funcionaba un campamento de la dirección de vialidad provincial, que le garantizó al pueblo tener un movimiento comercial importante. En Copina había dos hoteles, oficina de correo, almacén de ramos generales, escuela, hasta un surtidor de combustible. Ellos vivieron en este lugar durante casi veinte años; tiempo después se mudaron a Buenos Aires. En 2014 Nelly falleció, y un año más tarde mi familia viajó hasta Copina para esparcir sus cenizas. Yo esa vez no pude acompañarlos, pero tiempo después sí pude venir con ellos. Recuerdo que llegamos aquí un día con mucha neblina, y en una de las paradas que hicimos en el camino, rodeados de nubes, aparecieron los rayos del sol dibujando un haz de luz justo arriba de nosotros. Lo tomé como una señal de mi abuela, y me dije: debo hacer algo aquí”, recuerda.
La casa que había sido de sus abuelos estaba abandonada, casi en ruinas. Además de vivienda, había sido también el Hotel Copina, uno de los dos alojamientos que llegó a tener este pueblo. La idea que empezó a pergeñar David fue la de comprar esta propiedad con el objetivo de instalarse alguna vez, y rescatar así la historia familiar y la de esta comunidad. Tuvo que ubicar a su dueño, un primo hermano de su abuela, a quien no conocía. Cuando lo localizó le propuso comprar la casa. La oferta tenía un objetivo concreto: “quiero que no se pierda el lugar, evitar que se destruya por completo”, le dijo a su propietario. “Si la comprás, ¿qué vas hacer?”, le preguntó ese pariente lejano. “Yo me vendría a trabajar y poner la casa en condiciones, arreglarla, y tenerla lista para festejar año nuevo con toda la familia el año próximo”, le contestó. En marzo de 2016 David finalmente compró la casa con ahorros que tenía, y durante todo ese año no bajó los brazos hasta cumplir con su promesa. Organizó la fiesta de año nuevo, y recibió a sesenta personas.
“Ya había comprado la casa, y si bien aún residía en Buenos Aires, viajaba a Copina permanentemente para continuar con los trabajos de su reparación. Con esta casa pude sentir, a mis 31 años, que había logrado calmar la ansiedad del techo propio que culturalmente tiene el argentino. En Buenos Aires yo no podía lograr eso, era inalcanzable”, reconoce.
Pasión por los fierros y la música
“Siempre fui autodidacta, vinculado al mundo de los autos”, comenta David. Su pasión por los fierros lo llevó a emprender negocios y tomar decisiones importantes, siendo apenas un adolescente, algo poco común en jóvenes de su generación.
“A los 12 años empecé a trabajar como aprendiz en un taller mecánico, y a los 14 logré ahorrar para comprar mi primer auto, en contra de la voluntad de mi papá. Decidí cambiar de escuela secundaria a los 16, de una privada me fui a una pública, y cursé en el turno noche. A esa edad, junto con un socio de 42 años, también amante de los fierros, pusimos un taller de motos en Villa Luzuriaga. La sociedad duró algún tiempo. De allí pasé a un taller de vehículos japoneses, ubicado justo al frente, donde trabajé un año. Después empecé a viajar a Rosario, decidí mudarme y conseguí trabajo rápido en un taller mecánico. Al poco tiempo montamos la fábrica, y allí mismo construí un loft, donde pude tener en un mismo lugar un sitio para vivir, trabajo, y mi colección de autos antiguos, uno de mis hobbies, además de la música. Aprendí a tocar el piano y el bandoneón a través de tutoriales, y siguiendo mi instinto. En Rosario me quedé algo más de dos años, y en 2012 conocí a Juan Manuel, con quien me casé en diciembre de 2013. Nos fuimos a vivir a Buenos Aires, a un departamento que alquilábamos en la esquina de la 9 de Julio y avenida De Mayo. Mientras, viajaba a Rosario semana de por medio para atender cuestiones de la fábrica. En 2018 me separé de Juan Manuel, y regresé a vivir a Rosario, intercalando siempre los viajes a Copina. En 2020 me agarró el inicio de la pandemia en las sierras de Córdoba, no pude volver a Rosario, y me quedé en total diez meses. Esta situación me llevó a tomar la decisión de instalarme en Copina definitivamente”, relata.
Reactivar el turismo
Con el sueño de la casa propia hecho realidad, llegó otro gran desafío. “Si bien, desde que me instalé en Copina, nunca me faltó el dinero necesario para poder mantener esta antigua construcción, tenía ganas de apostar a algo más”, dice David Izquierdo, apoyado en la tranquera de su jardín, mientras Marco (el fotógrafo) le indica cómo se tiene que parar para hacerle los retratos. “Con la fábrica en Rosario funcionando muy bien, más lo que pude obtener de la venta de algunos de los autos antiguos que había restaurado, tenía el capital necesario que me permitió avanzar con las obras. Pero un día se dio la posibilidad de concretar un nuevo proyecto, comprar con una socia la casa ubicada al frente de la mía y abrir una posada”, cuenta.
No se trataba de cualquier propiedad. Era otra de las casonas centenarias del lugar que también había sido hotel en tiempos prósperos, Las Vertientes, hermano gemelo del hotel Copina. Tras funcionar durante algunos años como uno de los establecimientos de la fundación Remar, sus últimos propietarios decidieron venderla. Aquí inició una nueva etapa.
“En noviembre de 2017 compramos Las Vertientes. En enero de 2018 ya estaba funcionando nuestro almacén, donde vendíamos empanadas y sándwiches de jamón crudo a los turistas que venían a recorrer los puentes colgantes. Pero el proyecto nació para ofrecer también alojamiento, y recuperar de esta manera la historia hotelera de Copina. De a poco fuimos refaccionando las primeras habitaciones de la posada, que estuvieron terminadas hacia finales de 2018. En 2019 el nuevo hotel Las Vertientes se encontraban funcionando a pleno, con cuatro habitaciones y un comedor”, cuenta con orgullo.
La presencia de una posada con alojamiento, desayuno y un almacén para provisiones le dio nueva vida a esta aldea que por muchos años quedó en el olvido, después de la culminación de la majestuosa ruta provincial 34 que une la ciudad de Córdoba con Mina Clavero, conocida como Camino de las Altas Cumbres, que relegó a Copina a ocho kilómetros separada del asfalto, a la vera de un camino que prácticamente quedó en desuso. Un pueblito casi perdido en las montañas que, no obstante, nunca dejó de recibir viajeros atraídos por la belleza paisajística y el magnetismo de los puentes colgantes.
El proyecto siguió creciendo, pero faltaba un ingrediente en la fórmula para que huéspedes y visitantes pudieran disfrutar de una estadía plena. Diseñaron un restaurante con el estilo de almacén de ramos generales. A finales de la temporada 2019 se incorporó al equipo el cocinero Franco Brombin, oriundo de la cercana localidad de San Antonio de Arredondo, quien llegó a Las Vertientes para sumar una propuesta gastronómica más sustanciosa. Entró a trabajar como un empleado más, y en la actualidad es parte propietaria del hotel. “Aquí encontré el lugar indicado para desarrollar el tipo de cocina que amo, y que conozco por tradición familiar y por trabajar en este rubro desde los catorce años, la cocina de bodegón, abundante y de espíritu casero”, expresa Franco.
La carta del restaurante de Las Vertientes es concisa, donde aparecen platos clásicos con toques referenciales a las elaboraciones de Doña Petrona, a las técnicas de cocción utilizadas por Francis Mallmann (“el primer Francis, el de los fuegos”, aclara Franco), y hasta cierto guiño a la cocina lúdica del grupo Cocineros Argentinos. Sentarse a comer en algunas de las mesas del restaurante es entregarse al disfrute de sabores sin prisa, ya sea en su interior, frente al gran ventanal con vista a un amplio balcón que permite ver las leves ondulaciones de las sierras grandes, o bien sentados al sol en el jardín.
Las empanadas de carne picada a cuchillo son una entrada imperdible, y llegan de manera infaltable antes de empezar con alguna de las opciones principales del menú. Tanto los desayunos como las meriendas, son las estrellas, con variedad de mermeladas regionales, panes y budines horneados en el día, jugos naturales, bondiola casera, quesos, y la torta tomate, una especialidad dulce de la casa que sale acompañada de queso crema batido, ganache de chocolate, mermelada de tomate y semillas de amapola, un sello de Las Vertientes.
El staff se completa con Jimena Gerez, en la recepeción y encargada del salón, y Martina Fornés en la atención de huéspedes y mesas. Todo el equipo conforma una gran familia de anfitriones extraordinarios, atentos hasta en los mínimos detalles, como si armaran una fiesta en los horarios de las comidas. Y para que la fiesta sea completa, la música también está presente. David se sienta a tocar el piano o agarra su bandoneón, y regala temas de Piazzola y del Cuchi Leguizamón.
Destino de aventura
Hoy David Izquierdo tiene 37 años, y su empuje por poner en valor el legado histórico y explotar las maravillas paisajísticas de Copina, lo han convertido en un referente en esta comunidad, que actualmente cuenta con diez casas. Uno de sus vecinos, José Andrada, conocido como Papilo, vive aquí hace 39 años, y reconoce que “el pueblo volvió a vivir desde llegó David, y recuperó el movimiento de turistas que supo tener hace muchos años”.
Las tranquilas cuadras de tierra que diariamente la transitan caballos, ovejas y cabras del vecindario, se ven agitadas los fines de semana, y diariamente durante el verano, por viajeros que llegan en sus vehículos 4x4, motos y bicicletas, para realizar el periplo de los puentes colgantes. También vienen aquellas personas que cumplen con el último deseo de algún ser querido, despedir sus cenizas esparciéndolas o dejándolas en una urna cerca de alguno de los cinco puentes colgantes, un rito que se puede ver con frecuencia.
Los amantes del trekking tienen en Copina un sinfín de senderos que conducen a pozos y cascadas de aguas cristalinas. Pero el segmento de nuevos visitantes son los practicantes de las actividades de riesgo, que convirtieron a la zona del segundo puente colgante en un espacio ideal para realizar escaladas y highline, caminata en las alturas sobre cinta elástica.
Federico Carabajal hace poco tiempo empezó con este deporte y cuenta que viene frecuentemente a Copina atraído por sus paisajes espectaculares. “Según donde esté ubicada la cinta, se puede estar caminando entre los 25 y 60 metros de altura, mientras se atraviesa una quebrada por donde pasa un arroyo, o bien, más cercano al puente, se puede tener de fondo la majestuosidad de la montaña y hacia el frente el horizonte con la vista de la ciudad de Carlos Paz y el lago San Roque al fondo”, recomienda Federico.
Datos útiles
Vieja Ruta Provincial 14 s/n Km 73, Copina, Córdoba.
Reservas al (0341) 153686839
IG @posadalasvertientes
Precio del alojamiento: habitación doble con baño privado $14.750 por noche, incluye desayuno de campo; se pude agregar la cena por $1.500 por persona, por noche. Si son dos o más noches, el precio final de la habitación doble es $13.500.
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