Su hallazgo fue en marzo de 1999, a 6.739 metros de altura sobre el nivel del mar. Hoy los niños de Llullaillaco se exhiben en el Museo de Arqueología de Alta Montaña de Salta, uno de los más visitados y prestigiosos de nuestro país.
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“La montaña decidió situarnos ante las momias mejor conservadas de la historia”, asegura la la antropóloga, montañista y arqueóloga argentina Constanza Ceruti, líder –junto al científico estadounidense Johan Reinhard– de la expedición de la National Geographic que en marzo de 1999 –hace 23 años– protagonizó uno de los grandes hitos de la arqueología mundial. ¿Sabía de antemano lo que podía encontrar allí? No del todo. “Como amante de la naturaleza encuentro que todas las montañas tienen un enorme atractivo, incluso aquellas en las que no hubo utilización ritual en tiempos antiguos”, adelanta la arqueóloga, en charla con LUGARES, sobre aquello que la llevó hasta el lugar del hallazgo que actualmente se presenta en el fascinante Museo de Arqueología de Alta Montaña (MAAM) de Salta. Y sigue explicando qué la llevó hasta allá: “Desde los años 50 los primeros escaladores modernos hablaban del volcán Llullaillaco. Señalaban que en su cima, a 6.739 msnm, contaba con las construcciones hechas por el hombre a mayor altura de todo el planeta. Eso les daba un valor científico especial. De todas maneras, no se conocía con certeza la función de estas construcciones, ni su antigüedad. Es decir que en aquella expedición de 1999 nuestra intención era estudiar el sitio arqueológico más alto del mundo. No sabíamos qué íbamos a encontrar en la estratigrafía”.
–¿Qué recuerda desde el punto de vista físico, emocional y social de aquella expedición? ¿Por dónde pasaban los desafíos y peligros?
En la expedición al volcán Llullaillaco, que codirigí con Johan Reinhard, teníamos clara conciencia de las dificultades y peligros que estábamos enfrentando. El montañismo casi siempre implica riesgos que deben ser enfrentados con responsabilidad y humildad. La experiencia previa también ayuda mucho. Siempre hay imponderables, como las tormentas eléctricas, que se vuelven aún más peligrosas cuando se está acampando en altura. Incluso aunque se procure alejar los crampones, piolets y otros elementos metálicos para no atraer las descargas.
“Hice cumbre en solitario la primera vez. Entonces el volcán me regaló un momento de comunión inicial muy gozoso, antes de la extenuante actividad arqueológica que iniciamos después en la cima“
El sentimiento que predominó a lo largo de toda la campaña fue la preocupación… Preocupación por sí llegaríamos a la base de la montaña, cuando los camiones se empantanaban en la arena; por la salud de uno de los participantes, que debió ser evacuado por un edema pulmonar; por los víveres que porteábamos esperando que fuesen suficientes; por una tormenta de nieve que nos mantuvo dentro de las carpas en el campamento de altura… Estuve siempre preocupada por el éxito o fracaso de la expedición.
Recuerdo que hice cumbre en solitario la primera vez, después de un porteo de equipos desde el campamento intermedio. Así fue como el volcán me regaló un momento de comunión inicial muy gozoso, antes de la extenuante actividad arqueológica que iniciamos después en la cima. Al final de la expedición también tuve oportunidad de despedirme de la montaña con un atardecer espectacular que contemplé desde el punto más alto.
–¿Podría relatarnos el momento del hallazgo? Si es que hay “un momento” o si es más bien un proceso de “ir encontrando”. ¿Hay alguna sensación para rememorarlo?
Inicialmente nos dedicamos al relevamiento de toda la arquitectura en el santuario. A continuación, realizamos sondeos exploratorios y eventualmente descubrimos los primeros hallazgos artefactuales, que fueron algunas ofrendas materiales asociadas con El Niño, la primera momia que descubrimos. Después llegó La Doncella, y en tercer término la recuperación de La Niña del Rayo, la más pequeña. Ese fue un momento muy emotivo porque el daño ocasionado por el rayo en el textil que la envolvía nos permitió estar frente a frente con un rostro humano que volvía a ver la luz tras medio milenio.
Me preocupaba mucho la calidad científica del trabajo arqueológico, la exactitud de las mediciones. Así que además de los esfuerzos durante el día en la excavación, mi tarea seguía de noche cuando pasaba en limpio todas las anotaciones, mientras los otros miembros de la expedición descansaban. El hallazgo de las momias agregó mucho a esa preocupación, ya que era necesario ponerlas a resguardo y mantenerlas congeladas durante el descenso, improvisando con los materiales que teníamos a mano. Hay que destacar el esfuerzo de Arcadio Mamani, su hermano Ignacio y su sobrino Edgar, miembros de comunidades originarias quechua-hablantes y excelentes colaboradores, que hicieron posible varios aspectos de la logística de la expedición. Ellos se las ingeniaron para transportar las momias con toda delicadeza, llevándolas montaña abajo en sus espaldas. Gracias a Dios y a los Apus, todo salió bien.
–¿Cuál es el valor arqueológico y antropológico de las momias?
Congelados por más de medio milenio, y conservando todos sus órganos en perfecto estado, los niños del Llullaillaco son las momias mejor preservadas de la historia. No lo digo yo como “mamá orgullosa”, sino que lo afirmaron los principales expertos en momias reunidos en el Congreso de Groenlandia, adonde fui invitada hace más de veinte años para presentar los primeros resultados de los estudios que realizamos con la colaboración de paleo-patólogos, radiólogos, odontólogos y otros profesionales salteños, argentinos y extranjeros. A través de las momias, la mirada científica a las formas de vida en el pasado se amplía para alcanzar aspectos que habitualmente no se pueden abordar desde restos esqueletarios u otras evidencias materiales.
“Los niños del Llullaillaco son las momias mejor preservadas de la historia. No lo digo yo como “mamá orgullosa”, sino que lo afirmaron los principales expertos en momias reunidos en el Congreso de Groenlandia“
Además, al ser excavadas científicamente, las momias y sus ofrendas proveen valiosísima información acerca de los ritos que integraban las ceremonias de sacrificio y las circunstancias en las que los incas las realizaban. Los estudios interdisciplinarios permiten descubrir aspectos de la antigüedad andina que de otro modo solo podríamos conocer a través de las fuentes históricas, escritas mayormente por cronistas españoles y, por ende, con muchos sesgos culturales. A través de los estudios de momias, son los incas quienes cuentan su propia historia, cumpliendo ese importante papel de “embajadores del pasado”.
Mi libro Llullaillaco: sacrificios y ofrendas en un santuario inca de alta montaña (Mundo Gráfico Salta Editorial) permite poner en perspectiva, con bastante detalle, lo que las momias y las ofrendas descubiertas en el volcán representan para la arqueología y la antropología de nuestro país y del mundo. No hay que olvidar que la expedición que codirigimos con Reinhard fue la investigación arqueológica a mayor altura en la historia. Por eso nuestro trabajo fue inscripto en el libro Guinness de los récord mundiales.
–¿Qué siente hoy, en retrospectiva, en relación a la experiencia del hallazgo? ¿Cómo ve el hecho de que las momias estén expuestas en un museo?
Me enorgullece mucho, como mujer montañista y como científica argentina, haber codirigido la expedición al volcán Llullaillaco. En retrospectiva, creo que distintas circunstancias que precedieron –los estudios en la universidad, los años vividos en Tilcara, las tesis y las ascensiones previas– me prepararon para asumir esa responsabilidad de la mejor manera posible. Es una profunda satisfacción que los ojos del mundo se hayan posado en los Andes gracias a este extraordinario descubrimiento.
Durante seis años las momias estuvieron en estudio en la Universidad Católica de Salta y no había acceso del público a los laboratorios. Nuestro foco estaba puesto en la investigación científica interdisciplinaria, que era fundamental en aquella etapa inicial. Como lo he dicho en alguna oportunidad, considero que los aspectos relativos a la presentación de las momias del Llullaillaco al público deben ser conversados con quienes tomaron las decisiones respectivas en el Museo de Arqueología de Alta Montaña. Hay que tener en cuenta la importante función pedagógica y educativa que cumplen los museos y que los profesionales que trabajan en estas instituciones intentan acompañar la decisión de cada comunidad, procurando la preservación de los hallazgos del modo más respetuoso posible. Que el MAAM esté considerado entre los museos más visitados de nuestro país refleja la importante misión que cumplen los niños del Llullaillaco en la jerarquización del legado andino y su historia.
–¿Podría haber más momias similares y tan bien conservadas en los Andes?
La altitud extrema implica temperaturas bajo cero e hipoxia que ayudan a la preservación de materiales orgánicos; al igual que las cenizas volcánicas, que tienen propiedades antibacterianas. En el caso del Llullaillaco, observamos que la nieve no se acumulaba en la cima, barrida por los fuertes vientos, y por ello la capa de permafrost –suelo congelado de manera permanente– era bastante delgada. Esto contribuyó a que las momias pudieran conservarse de forma extraordinaria. Es difícil que ese conjunto de condiciones tan ideales vuelva a repetirse en alguna otra montaña. Por otra parte, el registro arqueológico se encuentra amenazado desde hace muchas décadas por el impacto del huaqueo, la minería y cuestiones climáticas, por ejemplo.
En Europa, Asia y Norteamérica toman cada vez más vuelo las investigaciones en “arqueología de glaciares”, herederas de la arqueología de alta montaña que iniciamos en Argentina, siguiendo los pasos de mi mentor, el doctor Juan Schobinger. Sin embargo, lamentablemente, en varios países andinos la labor de los arqueólogos encuentra cada vez más obstáculos. Hay que sumar también la politización de la ciencia, la excesiva burocratización, la crónica falta de recursos y la hipocresía de algunos colegas que critican el trabajo ajeno desde la comodidad de sus sillones y los que se apropian de méritos académicos que no les corresponden.
–¿Qué otras montañas sagradas escaló? ¿Cuales la sorprendieron en particular y por qué?
Más allá de mis trabajos iniciales sobre arqueología de altura en los Andes –que significaron más de 100 ascensiones por encima de los 5.000 metros y coronar dos veces la cima del Aconcagua– he escalado montes en distintos continentes para estudiar procesiones en altura, devociones populares, folclore y mitos vinculados a las montañas. A través de tres décadas de intenso trabajo me he convertido en uno de los poquísimos expertos de campo sobre la dimensión simbólica de las montañas del mundo.
En base a los ascensos escribí artículos sobre distintas cadenas montañosas como las Rocallosas, los Alpes, los Pirineos, los Apalaches, los Tatras y diversos volcanes sagrados en Polinesia y e islas atlánticas. También soy autora de una colección de libros sobre montañas sagradas de Irlanda, Escocia, Noruega, Islandia, Tailandia, Australia, Galicia, Pirineos, País Vasco, Canarias, Italia, Costa Rica y los Andes.
Escalé los volcanes hawaianos Mauna Kea y Mauna Loa; los volcanes Tongariro, Nauruhoe y Ruapehu en Nueva Zelanda; los volcanes Osorno, Villarica y Lanin en la Patagonia; el Teide y demás volcanes sagrados de las islas Canarias; Pico y otros volcanes de las Azores; volcanes de Islandia y el archipiélago de Madeira.
En Norteamérica ascendí a los Picos San Francisco en Arizona (morada de los espíritus Kachina para los Hopi); a montañas de Canadá, Alaska y México; y escribí un artículo sobre la caldera de Yellowstone. En Asia estudié con bastante detalle las montañas sagradas de Tailandia, recorrí India y visité monasterios budistas tibetanos en Nepal, incluyendo un ascenso invernal a Kalapattar, frente a la base del Everest. También estudié montañas sagradas en rincones remotos de Australia y Tasmania.
En Europa escalé el monte Olimpo y el monte Parnaso en Grecia, los volcanes Vesubio, Etna y Stromboli en el sur de Italia, de cuya sacralidad nos hablan los historiadores clásicos. Ascendí a los picos más altos de Noruega, Suecia, Escocia, Inglaterra y Eslovenia. Además, escalé en Irlanda, Croacia y Polonia, estudiando la dimensión sagrada de las montañas para los pueblos árticos, eslavos y sajones.
Escalé en solitario algunos de los “gigantes” (de más de 4.000 metros) en los Alpes –incluidos el Gran Paradiso y el Monte Rosa– y estudié Rocciamelone, el santuario más alto de Europa y un destino de peregrinación a gran altura desde la época medieval, que fue tema de mi conferencia inaugural en la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires. He completado decenas de ascensos a picos en las Dolomitas italianas y Pirineos españoles y franceses, elaborando numerosos estudios sobre el folclore montañés de los pobladores vascos y ladinos. También analicé imágenes religiosas y depósitos votivos contemporáneos en el Pico Aneto, la cumbre más alta de los Pirineos, y en el Monte Perdido, el macizo calcáreo más alto de Europa.
Mucho de todo esto está en mis libros y en artículos científicos que pueden encontrarse compilados en las páginas web del CONICET y de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires. Además, dicto seminarios y clases especiales en delegaciones y subsedes que la Universidad Católica de Salta tiene en distintas provincias argentinas.
–¿Le gustaría agregar algo más en este sentido?
La tarea no es fácil, los años pasan y a veces pesa la falta de acompañamiento y la crónica escasez de recursos en nuestro medio. Como cuando era mucho más joven, sigo trabajando “a pulmón y a dedo” (literalmente). Viajo cuando se puede gracias a invitaciones de universidades internacionales que valoran el carácter pionero de mis investigaciones. A diferencia de otros colegas que trabajan en laboratorios, yo no he recibido ningún subsidio del CONICET.
“He pasado decenas de noches durmiendo en el banco de algún aeropuerto para no tener que pagar un hospedaje. Llegué a lavar platos en un refugio alpino para poder pasar la noche bajo techo durante una tormenta de nieve con visibilidad nula“
La trastienda de las exploraciones es bastante menos glamorosa de lo que podría imaginarse: las penurias enfrentadas a veces son dignas de un faquir. Y no me refiero solamente a los principios de congelamiento, las tormentas y demás obstáculos propios de la alta montaña. He llegado al pie de la mayoría de los picos europeos que he estudiado, haciendo “auto-stop”. He pasado decenas de noches durmiendo en el banco de algún aeropuerto para no tener que pagar un hospedaje. He escalado durante días consumiendo solo pan, queso y algún chocolate, sin procurarme una sola comida caliente. Llegué a lavar platos en un refugio alpino para poder pasar la noche bajo techo durante una tormenta de nieve con visibilidad nula. He sido huésped de familias alpinas, colegas generosos, residencias de estudiantes y monasterios de diversas religiones.
Agradezco a la montaña que me ha dotado de una resistencia física y mental que a veces viene muy bien en las circunstancias más inesperadas. Hace pocos años, después de ser atropellada por un auto decidí continuar el viaje, pese a contar con una rodilla fracturada y toda la pierna inmovilizada. Me desplacé sola por tres países, subiendo y bajando de trenes y autobuses, con dos bastones canadienses (ni siquiera conseguí verdaderas muletas), arrastrando mi valija con una correa atada a la mochila. Con sobrehumano esfuerzo me las ingenié para no apoyar jamás la pierna fracturada, gracias a lo cual logré una recuperación bastante aceptable. Y al volver al país preparé y dicté una conferencia sobre estrategias para promover la accesibilidad al patrimonio cultural para personas con movilidad reducida. Me basé en la experiencia en decenas de museos arqueológicos, etnográficos, históricos y de arte visitados en Dinamarca, Holanda y Alemania. A mi idea de promover un turismo “de recuperación” para personas lesionadas la he visto retomada recientemente en contextos internacionales.
–¿Qué proyecto o investigación la tiene ocupada por estos días?
En estos últimos tiempos he estado dedicada a escribir artículos científicos y libros. En este preciso momento estoy saliendo para la universidad para revisar las primeras copias impresas de mi ultimo “hijo con hojas”, el cual aborda el tema de las creencias andinas sobre el paisaje de altura. Titulado Andean Beliefs and Sacred Mountains y editado por EUCASA, este libro fue escrito en inglés para que pueda ser leído por estudiantes y viajeros internacionales. Después de muchas aventuras por las montañas del mundo, ¡vuelvo a mi primer amor!
Datos Útiles:
Museo de Arqueología de Alta Montaña. Bartolomé Mitre 77, Salta capital. T: (387) 437-0592/93. www.maam.gob.ar Abre de martes a domingo de 11 a 19 horas. Lunes, cerrado. Feriados con horarios a confirmar. Ubicado frente a la plaza central, actualmente expone la momia llamada El Niño, en la sala dedicada a los Niños de Llullaillaco. Además cuenta con otras muestras referentes a la cultura andina. Por pandemia solo se ingresa previa reserva de turnos por www.turnos.culturasalta.gov.ar/maam Reciben 80 personas por hora. Hacen visitas guiadas por código QR. Las entradas cuestan $400 para extranjeros; argentinos, $300; salteños, jubilados y pensionados nacionales y estudiantes, $150. Entran gratis los menores de 12 años, personas con discapacidad y un acompañante y guías de turismo profesionales.
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