Se instalaron hacia 1986 en La Pampa. Venían de México y formaron una sólida comunidad que hoy tiene más de 1800 personas. Historias de vida muy lejos del consumismo, el wifi y la comunicación en línea.
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Orden. Limpieza. Casas y galpones que se confunden por su uniformidad. Ninguna referencia en ninguna parte. Nada que llame la atención. Nada fuera de lugar.
Bienvenidos a la colonia menonita de La Nueva Esperanza, en La Pampa.
Se ingresa en el predio y uno advierte que cambió el entorno. Los alambrados están tirantes, los postes pintados a la misma altura, los pastos cortados, no hay basura tirada ni desorden. Está todo tan prolijo y ordenado que parece irreal.
“Somos raros, pero no peligrosos”, se ríe Isaac Penner, uno de los primeros colonos que llegó a Guatraché en 1986.
Fueron cinco las familias procedentes de México que sentaron las bases de esta próspera colonia en el sur de La Pampa. Hoy la habitan más de 1.800 personas, muchos de ellos hijos o nietos de aquellos pioneros que, en una historia de movimiento sin fin, en algunos casos ya piensan en emigrar para hacer crecer sus propias familias.
“Hay familias sin casa, así que buscan emigrar”, dice Jacobo Wieber.
Remontándose en la historia familiar, su abuelo partió de Rusia hacia Canadá, luego a México y finalmente recaló en Bolivia, de donde llegaron sus padres a la colonia pampeana.
Los menonitas están acostumbrados a los desplazamientos. Es su forma de vida. Cuando se abrieron del protestantismo en 1527, por desacuerdos con el rumbo que estaba tomando la religión, su reclamo fue: separación de la Iglesia y el Estado, no ir a la guerra y bautizarse por convicción. Ahí comenzó su peregrinaje, perseguidos por protestantes y católicos a la vez. Y se los llama “menonitas” porque son los seguidores de Menno Simons, un sacerdote católico holandés que propugnaba volver a las bases, a un estilo de vida de santidad.
Tierras productivas
Al comienzo emigraban porque los perseguían, pero ahora lo hacen cuando las tierras donde están afincados ya no alcanzan para mantener a sus familias ni pueden expandirse en la zona. Entonces, se van a otras colonias o fundan nuevas. Así nacieron Nueva Galia, en San Luis (en 2014), y dos en Santiago del Estero: Las Delicias y Pampa de los Guanacos.
La puntana es una comunidad más abierta y conectada, con cierto uso de la tecnología, y se formó con colonos que llegaron de México y Canadá; las santiagueñas son mucho más rurales y la integran muchos de los que emigraron de La Pampa en la sequía de 2009.
En el caso de los de Guatraché, Penner dice que se fueron de México porque sentían que la comunidad estaba cambiando y ellos querían seguir observando las tradiciones y costumbres de sus ancestros. En La Pampa lo lograron. “Estamos muy agradecidos, hasta ahora nadie nos molestó”, señala.
Los menonitas conforman una sociedad cuya misión en la vida es trabajar y honrar a Dios, algo que en tiempos de alto consumismo y pérdida de valores suena extraño. Llevan una vida sencilla, son prósperos y se ayudan entre sí.
Al ser una comunidad tan conservadora, a primera vista parecería cerrada, pero los hechos dan cuenta de otra cosa. La colonia de Guatraché emplea a gente del pueblo (unas 200 personas), recibe turistas y tiene una actividad comercial importante que los vincula con todo el país. Hay comedores, un par de queserías para comprar sus requeridos quesos o los almacenes generales a los que va cualquier persona. La colonia también da trabajo a los remiseros del pueblo, pues los menonitas no manejan.
En cuanto a la vida social, no se limita a las relaciones dentro de la comunidad. Los menonitas aceptan invitaciones de gente del pueblo, van a cenar a restaurantes, hacen compras en los supermercados de Guatraché, viajan con frecuencia a Santa Rosa y salen de vacaciones.
Pero la asimilación al país que los recibe es siempre limitada por sus preceptos religiosos: no votan, no participan en política, no hacen el servicio militar y la educación de sus hijos no incluye el idioma local, condiciones éstas que no todos los estados aceptan.
Es que los menonitas se consideran peregrinos en esta Tierra y, por lo tanto, peregrinos en cada una de las naciones donde viven. No obstante, no llaman tanto la atención sus preceptos o las historias de vida de la gente como la vestimenta y el uso restrictivo que tienen de la tecnología.
La Biblia no lo prohíbe pero….
Por el camino, avanza un buggie. Es el clásico vehículo de la colonia y una imagen de otro tiempo: un carro ligero, en general con techo, ruedas de goma, tirado por un caballo. Lo conduce Abraham, acompañado por un niño pequeño, su hijo.
Abraham es muy alto y amable, viste mameluco azul y gorrita como todos los hombres de la colonia. Parece alemán. Se para a hablar. Nos muestra su pie horriblemente hinchado y morado. Temprano se le cayó un fierro y ya el hielo no le calma el dolor. Necesita que alguien lo lleve al hospital.
En la colonia no hay salita ni médico. Tampoco enfermera. Para cualquier urgencia o consulta médica tienen que trasladarse los 35 km a Guatraché.
Pero los menonitas no tienen manera de salir de la colonia por su cuenta: no tienen vehículos, no manejan, con el buggie no llegan, con el tractor tampoco. Dependen de los remiseros del pueblo que aran la RP 3 de tanto ir y venir.
Donde estamos parados tampoco hay señal para llamar a uno. La impotencia nos gana. No podemos ayudar. Pero así es la vida en la colonia. Abraham seguirá buscando hasta encontrar a quien lo pueda llevar al pueblo.
Los menonitas son cristianos, de origen protestante, y si bien la religión no prohíbe taxativamente el uso de vehículos de motor, esta colonia sólo los permite para trabajar. Por eso, a los tractores les sacan las gomas y les ponen pesadísimas estructuras de metal, para que nadie los pueda utilizar como medio de transporte.
Penner es claro al respecto: “Es un camino que va derecho a que no podamos mantener (nuestra forma de vida). Si yo tengo un tractor con gomas, mi hijo no se va a quedar en la colonia porque tiene amigos, lo invitan a un asado, va al boliche”, dice. “Y puede encontrar una novia. Es normal. No hay problema. También hay linda gente (afuera de la colonia). Pero el problema está cuando se casan. Uno quiere (seguir los preceptos menonitas) y el otro no”.
¿Cómo están ahora?, ¿más felices que antes?”.
La Biblia tampoco prohíbe el uso de la tecnología, pero la estricta forma de vida que llevan los menonitas, la limita. Electricidad, computación, homebanking, teléfono... para trabajar, está bien. Fuera del trabajo sería entretenimiento y ello tarde o temprano lleva a apartarse de los preceptos.
Penner vuelve a ser claro respecto de la filosofía subyacente. “La electricidad no es mala”, dice. Y de hecho se usan grupos electrógenos en los galpones. Pero... “si una persona tiene luz día y noche, en un ratito más tengo la televisión. Si tengo la televisión, me cambia la vida. Entonces hay que cuidar los principios”.
Después de todo, es por lo que se fueron de México. Y no le parece que la tecnología como forma de entretenimiento contribuya en nada a sus vidas. “Yo tengo hermanas y hermanos que viven en (otra) colonia. Tienen sus vehículos y también tienen televisión. Pero antes, en casa, cuando estuvimos todos juntos, no había nada de eso. Entonces, yo les pregunto. ¿Cómo están ahora?, ¿más felices que antes?”.
Lluvia y fútbol
Este uso restringido de la tecnología genera preguntas prácticas. Si no escuchan ni leen noticias ¿cómo saben si va a llover o no, algo fundamental para las tareas del campo?
Simple… por el boca a boca. Como mucha gente del pueblo trabaja en la colonia y otros van por negocios (a comprar equipamiento agrícola o quesos) siempre alguno comenta. Si es información útil, se va transmitiendo y toda la colonia se entera.
Otro tema crucial: el fútbol. En la metalúrgica Metalmen, abajo del logo, hay un escudo de River. Pregunto... Si no ven televisión y no escuchan radio ni leen diarios, ¿cómo siguen a un club?
Misma respuesta. Los que van a la colonia les cuentan cómo salieron los partidos y cuando ellos van al pueblo siempre en algún comercio hay algún televisor prendido, dice Gerardo Rempel. Y cuenta divertido cómo discute de fútbol con su hermano, que es de Boca.
Pandemia
Esta falta de información dificultó el abordaje de la pandemia. Los menonitas no rechazan la atención médica, ni las vacunas para sus hijos. Se atienden y realizan controles en el hospital de Guatraché y, cuando es necesario, alguna enfermera va a la colonia a realizar curaciones. Pero al Covid lo desestimaron. Con su forma de vida dedicada al trabajo no entendían que tenían que bajar las persianas y aislarse.
La intervención a tiempo del hospital, alertado por quienes van asiduamente a la colonia, evitó que se descontrolara la situación. Las autoridades sanitarias se reunieron con las autoridades de la colonia –el obispo, los ministros y los jefes de los campos– y les transmitieron la gravedad del virus. Todos colaboraron. Se instaló una unidad móvil a la entrada de la colonia, se testeó casa por casa, se aisló en el albergue municipal a quienes estaban contagiados y se trasladó a los enfermos al hospital. Murió solo una persona: el obispo.
Cerrados pero abiertos
Los pampeanos les reconocen a los menonitas el valor de la palabra y que sus productos son de óptima calidad. Dicen que son confiables, pero también confiados, y por eso muchas veces los han estafado.
La colonia de Guatraché tiene 10.000 hectáreas, que compraron cuando se asentaron y se dividió acorde a lo que cada familia pudo adquirir. Están parceladas en nueve campos que tienen un jefe responsable, y en cada uno hay también una escuela y un cementerio. Aparte, varios comedores y almacenes y dos iglesias.
Datos útiles. Ana Lía Di Meo. C: (02923) 48-4742. IG: analiadimeodevergez Es guía y lleva visitantes desde hace una década. Conoce a los menonitas (y lo más importante, ¡ellos la conocen a ella!). Guiada de 6 horas recorriendo carpinterías, metalúrgicas, queserías, etc. Costo por auto $4.000. Si son varios autos, $2.500 por vehículo. Almuerzo desde $600. Fundamental: acercarse con respeto y tener mente abierta. www.coloniamenonita.com.ar
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