El flamante documental Wild Life (Misión para salvar el mundo) de la plataforma Disney + retrata la vida de Douglas y Kristine Tompkins y recorre el Parque Nacional Pumalín, su primer sitio de conservación en el sur de Chile.
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Cuando Douglas Tompkins llegó a principios de los años 90 a la provincia de Palena, en la Patagonia chilena, y vio el contorno de los fiordos cargados de bosque, el Pacífico bañando sus remilgadas costas, las rocas ennegrecidas por la humedad y las gaviotas sobrevolando; pero sobre todo cuando observó algunos pocos alerces milenarios -gigantes y misteriosos- todavía en pie, no pudo comprender cómo el Estado no había protegido la invalorable y hasta entonces no calculada biodiversidad que estaba delante suyo. No lo dudó un instante y comenzó a comprar campo por campo, parcela por parcela, durante siete años hasta completar las 290 mil hectáreas que bajan desde la cordillera de los Andes y sortean ríos, cascadas, lagos, volcanes –como el temible Chaitén- y hasta un glaciar, el Michimahuida.
“En el principio de todo esto, Doug y yo vivíamos en el medio de este paraíso y dijimos: ‘Sería increíble salvar este sitio. Sólo salvarlo’”, dice Kristine McDivitt, viuda de Tompkins, en el recientemente estrenado (y excelente) documental de Disney +, Wild Life (Misión para salvar el mundo), que retrata el corrido del filántropo norteamericano y su pareja, desde sus inicios como escalador, la creación de sus empresas (The North Face, Patagonia), hasta la lucha por la conservación, la reintroducción de especies autóctonas, la compra de tierras para crear parques nacionales y su trágica y repentina muerte en 2015.
En una escena clave se puede ver al propio Tompkins hablando de los inicios del proyecto en Chile. “Empezamos a hacer un plan maestro y nos dimos cuenta de que era posible crear un parque nacional bajo una iniciativa privada, para luego donarlo al país”.
El documental muestra también las dudas, las vacilaciones y las disputas de poder alrededor del rol de Tompkins en la Patagonia hasta que el 15 de marzo de 2017, la entonces presidenta de Chile Michelle Bachelet -quien aparece en Wild Life dando su testimonio- firmó un compromiso con Conservation Land Trust (CLT), para aceptar la donación de tierras más grande de la historia a nivel mundial. En total, CLT cedió al Estado chileno unas 408 mil hectáreas, entre las que se encuentra el Pumalín.
Un paraíso de selva valdiviana
En el Parque Pumalín, sobre todas las cosas, llueve. Más de 6 mil milímetros anuales de promedio alimentan y mantienen en forma a una frondosa vegetación de origen valdiviano, cerrada y extensa, que lo convierten en uno de los pocos lugares del mundo donde el bosque llega hasta el mar. Acá arranca a llover en abril y no para hasta diciembre. Sin embargo, al arribar a Caleta Gonzalo, uno de los epicentros del parque, hay sol. “Ustedes traen suerte”, nos recibe Erwin González, el administrador general del Parque Nacional Pumalín, bautizado desde 2017 como Douglas Tompkins y ahora parte del ente público Corporación Nacional Forestal (CONAF).
Caleta Gonzalo es un páramo, una puerta de entrada al mundo sobre el fiordo Reñihué. Acá termina (o empieza, según de dónde se provenga) la Ruta 7, de ripio –y no en muy buen estado-, la única arteria que conecta esta región de Chile con el sur del país. Hasta su muelle de 68 metros de largo llegan las balsas desde Hornopirén con camiones, autos y personas, que desembarcan para seguir camino hacia la carretera Austral, que tiene acá su principio.
Sustentabilidad como mandato
En Caleta, su gente tiene de todo para vivir de manera sustentable, tal como lo quería Tompkins, quien murió sorpresivamente el 8 de diciembre de 2015 en un accidente de kayak en el Lago Carreras. Doug –así lo llamaban y lo siguen llamando todos y cada uno de los integrantes del parque- se involucraba personalmente en el diseño de las instalaciones –todas revestidas con tejuelas de alerces reciclados-, en los circuitos de distribución de las siete cabañas –rústicas pero lujosas, con acento local pero de indubitable arquitectura inglesa-, los siete campings prolijos y ordenados, y también en el descubrimiento y preparación de cada uno de los 12 senderos de diversa dificultad que parten desde distintos puntos de los 85 kilómetros que la Ruta 7 recorre del parque.
“El objetivo de Doug era que los pobladores dejaran de pensar en las explotaciones poco sustentables de la zona, como la deforestación, y empezaran a ver al turismo como un eje productivo y sustentable en el tiempo”, explica Erwin, mientras guía el camino hacia la huerta del restaurante: una prolija parcela con canteros adoquinados, repleta de verduras pero también de flores chillonas que, explica, alejan a los insectos compitiendo por su atención.
Desde acá salen lechugas carnosas, rabanitos, rúcula, puerro, cebollines, ajos chilotes… todo 100 por ciento orgánico. “Es para abastecer al restaurante y para los empleados del lugar”, cuenta. En invierno, cuando la zona muta en áspera e inaccesible, siembran avena para usarla como abono natural.
“Además, la electricidad de Caleta proviene de una turbina instalada en uno de los arroyos que baja con potencia”, comenta Sergio Llancafilo, guardabosques. Su misión es el mantenimiento de todas las instalaciones. Hace 14 años que trabaja acá y es un apasionado de lo orgánico. “Le devolvemos algo a la naturaleza de lo que le quitamos”, dice. Sergio asegura que en los últimos tiempos hubo un cambio importante, sobre todo en los niños, que llegan muy interesados en la cuestión ecológica.
Los recuerdos de la erupción
Esta forma de organización es crucial para este lugar poco comunicado con el resto del mundo, pero sobre todo por la amenaza permanente del volcán Chaitén. En 2008, cuando la erupción provocó pérdidas millonarias en la zona –destruyó íntegramente la ciudad que lleva el mismo nombre y modificó el paisaje para siempre-, Caleta Gonzalo quedó aislada: la Ruta 7 quedó cortada durante dos años.
Moverse en el parque no resulta sencillo: las distancias son largas, no hay transporte y los caminos no son aptos para cualquier vehículo. “Nosotros buscamos un turismo de contemplación, no queremos que el parque se llene por llenar”, explica Erwin. ¿La razón? “Siempre la idea principal fue la conservación por encima del plan de negocios porque Doug estaba en cada detalle, era muy enérgico y activo, pero quería que aquí hubiera tranquilidad”. En Pumalín son muy estrictos con el ingreso y la capacidad: el lucro no está por encima de la misión principal: conservar el medio ambiente y su paisaje.
Los senderos del Parque
Ahora sí, llueve. Y mucho (y no parará). Sobre la ruta, la señalética típica del Parque –unas maderas talladas con muy buen gusto- marca la presencia de los puntos de atracción. En el Sendero Tronador, una vieja ruta de extracción de alerces ahora convertido en un corredor que bordea el río homónimo y pasea por entre ejemplares fallecidos pero todavía en pie, Erwin aprovecha para contar sobre la (mala) suerte que tuvo este árbol sagrado para los mapuches pero codiciado por los colonos –madera blanda, pero resistente, fácil de trabajar-: “En 1976 se dictó una ley que declaraba la protección del alerce, pero antes de que eso efectivamente pasara, muchos quemaron varios árboles porque la protección no alcanzaba a los árboles ya muertos”.
El Sendero El Alerce es, dice Erwin, uno de los más visitados, junto al que permite caminar hasta la base del volcán Chaitén. La vegetación se cierra sobre un sendero prolijamente confeccionado con maderas –piso y barandas-, y va adentrándose entre coihues y alerces que, cada vez más alejados del camino principal, se hacen más y más gigantes. Por entre el verde de las hojas siempre mojadas se destaca el rosado de la flor nacional chilena, el copihue, adonde van incansablemente cientos, miles de colibríes. “Ellos son los máximos polinizadores del bosque”, informa Erwin. Hacia el final del sendero, un enorme alerce con más de tres mil años, intocable (inabarcable), descansa su eternidad en silencio.
Sobre la ruta hay un mirador que parece una postal que mezcla paraíso y el infierno: hacia el fondo, humeante, el volcán; su ladera pelada hasta media altura, donde empieza el bosque, o lo que queda de él. Mejor dicho: lo que logró regenerarse luego del paso del flujo piroclástico, una nube ardiente de gases y material volcánico que se desplazó por toda la región hace 15 años y que modificó hasta el cauce de los ríos.
El Amarillo, epicentro con la impronta de Tompkins
El Amarillo fue el sitio elegido por Tompinks para montar sus oficinas, también revestidas con tejuelas, todas de madera reciclada, con una vista fenomenal del volcán Michimahuida y su extenso glaciar homónimo que contrasta con el verde del bosque. El horizonte se completa con el Cordón del Tabique, la rocosa montaña predilecta de los escaladores que visitan esta zona.
El Amarillo parece salido de un cuento: sobre la ruta, todas las casas y comercios muestran la misma arquitectura (elegida por el fallecido magnate), como parte de un plan de “hermoseamiento” que llevó a cabo la Conservation Land Trust que regentea el parque.
“Doug tenía la teoría –sigue Erwin- de que cuando algo está feo por fuera, es imposible que mejore y crezca”. Con El Amarillo, se propuso convertir este paraje en la puerta de ingreso a Pumalín –de hecho, es lo primero que uno se encuentra desde la localidad de El Chaitén- y en el sello de estilo y espíritu del parque. Acá hay puntos de información donde aprovisionarse de mapas y datos útiles.
En El Amarillo se encuentra el Huerto Las Lomas, que tiene su propio banco de semillas orgánicas, muchas de ellas recuperadas de siembras olvidadas en la zona, que se comparten con todo aquel que lo requiera. Dos grandes invernaderos (que permiten producir en una zona climáticamente extrema), y frutales.
De regreso a Caleta, el camino se cubre de una fina niebla que tapa las montañas y sólo deja ver la vegetación que se cierra sobre la ruta: hojas y más hojas de nalca, que acá se usan para preparar el típico curanto. Algunas nubes se abren dejando filtrar apenas unos rayos del escaso sol. A cada rato, tierra arrasada aún no recuperada del paso del flujo piroclástico: en el lago Blanco, una de las orillas parece un decorado de ciencia ficción apocalíptica.
“Es un orgullo trabajar aquí”, dice Erwin desde el mostrador del acogedor café de Caleta. Y reconoce que él siente que acá está haciendo algo que trasciende el mero hecho de trabajar: “Acá estamos haciendo posible un modo de vida sustentable”.
Datos Útiles
PARQUE PUMALÍN
T: (+56) 65 2436337
IG: @parquepumalin
Ubicado en la X Región de Chile, provincia de Palena, el Parque Pumalín se esparce en 290 mil hectáreas de mar, fiordos, bosques, lagos, ríos, montañas y volcanes. Si bien es complejo llegar, adentro es sencillo ubicarse: todas las atracciones se encuentran sobre la Ruta 7, a lo largo de 85 kilómetros. El camino no suele estar en buen estado, así que circular con mucha precaución y programar los traslados con tiempo. Si la idea es pasar unos días en alguno de los siete campings (muy cuidados), tener en cuenta que no tienen agua caliente y tampoco proveeduría. El lugar más cerca para comprar provisiones y cambiar dinero es la localidad de Chaitén.
Cabañas Caleta Gonzalo
IG: @lodgecaletagonzalo
reservas@lodgecaletagonzalo.cl
Siete cabañas íntegramente de madera, revestidas con tejuelas de alerce reciclado y construidas con carpintería de alta calidad y detalles de muy buen gusto. Con la vista clavada en el Pacífico y los fiordos, desde adentro de cada cabaña se escucha el sonido adormecedor de las balsas que atracan enfrente, cargando y descargando. Bien equipadas para paliar el frío, todas con baño privado. No tienen cocina propia, pero el precio incluye el desayuno en el restaurante que forma parte del mismo complejo, donde además se puede comer y almorzar (menú limitado). En temporada baja, precio en base doble a partir de 105 USD.
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Revista Lugares 343. Noviembre 2024.