Con once adultos y tres niños, en 2010 se gestó como un reducto soñado, hoy comprende siete ecovillas con más de 100 vecinos estables, piensan en abrir una escuela y hasta tienen una banda de rock.
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Pinta tu aldea y pintarás el mundo, según León Tolstoi. Así lo hicieron ellos. “Nos gustaba la zona y cuando vimos el río dijimos: es acá. Compramos nueve hectáreas en 2010. Éramos once adultos con tres niños, un grupo de amigos, todos de Buenos Aires, que nos iba bien en lo que hacíamos, pero queríamos algo distinto: una vida en conexión con la naturaleza”, relata Gastón Alcaraz, uno de los fundadores de Umepay, el ecopueblo y centro de retiros y hospedaje para actividades holísticas que promueve la permacultura, la vida comunitaria y pautas de vida sustentables.
El enclave entre las montañas, forestado con pinos, acacias y robles, es un paraíso al que se accede por un desvío en el camino a El Durazno, cerca de Villa Yacanto, en el valle de Calamuchita. Desde el cartel indicador hasta la tranquera de acceso hay cinco kilómetros de subidas, bajadas, cuestas, lomitas, que no hacen más que alimentar la expectativa. Todo es agreste, natural, salvo la huella de tierra que sigue el auto. Al llegar, y especialmente al bajar a las playas del río Grande que en esa zona ruge entre las piedras y parece todavía más abarcador todavía, se justifican tantas vueltas y se entiende por qué se enamoraron de la zona. Tres de las nueve hectáreas originales de Umepay miran a ese río salvaje. El ecopueblo tomó el nombre del cerro de enfrente, que en lengua original significa “mirar desde lo alto”.
En pocos años, al reducto donde Gastón y sus socios construyeron el salón comedor y las primeras casas (le llaman El Centro), se sumaron otras siete ecovillas -casi 400 hectáreas- que habitan unas cien personas de manera estable. “Hoy somos una comunidad en la diversidad”, declara Gastón, para resumir la experiencia de una década de aprendizajes y cambios.
El ecoproyecto
En el inicio, el grupo pionero buscaba fundar un espacio social de conciencia y vida alternativa, inspirados en lo que algunos habían visto en la comunidad brasilera Piracanga, cerca de Salvador de Bahía, y en la ecovilla Gaia, en Argentina, con su instituto de permacultura.
Establecieron un reglamento común, actividades e, incluso, intentaron compartir la economía, pero en el andar fueron innovando y encontrando un modelo propio que, a grandes rasgos, se explica en tres dimensiones: sustentabilidad y cuidado de la naturaleza, bioconstrucción para las viviendas y espacios de uso común, y la promoción de terapias y actividades que cultiven el autoconocimiento, la armonía y el desarrollo personal. Periódicamente se programan seminarios, cursos y retiros, y reciben voluntarios y visitas.
“Cada casa debe procurar el tratamiento de sus aguas grises y negras, con biofiltros y biodigestores. Usamos energía solar fotovoltaica y distintas técnicas bioclimáticas, permacultura, techos verdes, quincha, maderas, para las construcciones. Compostamos los residuos orgánicos y tenemos también un centro de reciclado”, explica Gastón.
Un cartelito en la puerta del salón comunitario describe el programa del día. “En el centro holístico se hacen retiros y actividades que ayuden a mantener una energía equilibrada. No se toma alcohol, tampoco se fuma y la comida es vegetariana”, agrega. Y revela que, como ya hay varios niños en la comunidad, el próximo proyecto es una escuela, con pedagogía Waldorf.
De profesión, abuelo
Roberto Gallelli, a los 78, se enorgullece de ser el vecino mayor de Umepay. “El más viejo”, se ríe. De remera azul y bermudas, lo encontramos camino al río, llevando de la mano a Líbera Ona, una de sus tres nietos. Conoce el proyecto comunitario desde el inicio porque Julieta, su hija, fue una de las once pioneras de Umepay. Porteño de Palermo, dice que se adaptó enseguida al ritmo calmo de las sierras. “Trabajé en la Dirección Nacional del Registro de la Propiedad Automotor hasta que me jubilé. Ya hace cinco años que dejé la actividad y me hice mi casa acá. Al principio volvía a Buenos Aires el segundo domingo del mes porque extrañaba una sola cosa: bailar tango. Soy de la Milonga Solidaria, de Alsina 1400. Acá trabajo de abuelo”, cuenta.
En la orilla, bajo la sombra de un sauce, su otro hijo, Joaquín, se prepara un mate amargo mientras Camila le da la teta a Selva Panambi (mariposa, en guaraní). Están cursando el primer verano en la ecovilla. Por ahora alquilan, pero tienen planes de radicarse.
En otra playita de arena, justo donde el ancho río insinúa una curva, dos mujeres mantienen una charla animada. Están de vacaciones por unos días. Conocieron el lugar en un retiro de yoga y quedaron tan encantadas que quisieron volver. En Umepay, los vecinos pueden disponer de sus viviendas para renta, siempre que los visitantes se allanen a las pautas de convivencia del lugar que -ningún conflicto- es justamente lo que ellas fueron a buscar.
Es martes y la villa está más tranquila que de costumbre porque un grupo de 15 vecinos partió un par de días a Traslasierra. Integran Bosques de aguas, una Organización No Gubernamental que procura reforestar las sierras con tabaquillos (Polylepis australis), para garantizar el agua y la calidad de vida a las generaciones futuras. Regresan el viernes, porque es el día clave en La chacra, alimento, la huerta comunitaria donde cultivan, siembran y comparten los saberes de la Tierra, respetando ciclos naturales y con principios de agricultura biodinámica.
Otro clásico de Umepay son las delicias de Siembra dicha, justo en el ingreso, una casa de té que ofrece pastelería casera, con vista a las sierras, que también es tienda de regalos, artesanías y productos de cosmética natural.
El constructor y el músico
Ademir Herrera Agurto es peruano, de la zona de Piura, pero ya se siente un serrano más. Llegó al valle de Calamuchita hace nueve años y, entre otras ocupaciones, trabajó con una empresa que levantó varias casas en Umepay, con las pautas de bioconstrucción que rigen en la comunidad. Le sirvieron los conocimientos que traía de su país y que profundizó y adaptó a las condiciones y los materiales de las sierras cordobesas. Sabe hacer de todo, y se lo reconoce por la gorra con visera tirada para atrás y porque va y viene en moto por todos lados, siempre con buena onda. Ahora, además de intervenir en distintas obras particulares, está terminando su propia casa en la punta de una lomita que domina buena parte del valle. “Este lugar es un paraíso”, dice, con toda razón.
Ademir está radicado en la ecovilla La Aldea, que comprende 100 hectáreas, la primera que se anexó al proyecto original, a la que luego le siguieron Nogales, Acacias, Siete Lomas, Castaños y Espinillos. Recientemente se agregó Tres Ríos. En todas rige el mismo concepto: el 70% de la superficie total es intangible, no se puede intervenir ni disponer, y el resto se subdivide en porciones de una hectárea como mínimo. La ecuación garantiza espacios de vida silvestres, tranquilidad e intimidad, según asegura Raúl Capaldo, al que todos conocen como Töshin, nombre que le dio su maestro zen.
Töshin conoce de números y se incorporó a Umepay cuando uno de los miembros fundadores del ecopueblo decidió abrirse de la sociedad. “Ahora yo soy el 11″, se presenta, sonriendo, quien además es el baterista de Serranos del Puerto, la banda de música que rockea en el lugar. Pantalones amplios, pelo suelto, ojos de miel, Clara Canale es la tecladista. También es de Buenos Aires, pero hace un año y medio que dejó la ciudad y dice que no extraña para nada el ruido urbano. “Vuelvo sólo para trámites”, concluye.
T: (03546) 40-3331.
hospedaje@centroumepay.com
En su versión ecolodge, ofrece pensión completa en cabañas individuales y de hasta cuatro personas. La doble con baño privado, $21.250. Con baño compartido, $16.500. En carpa, $3.375. Tráiler doble, $11.375. Si son más de cuatro noches, 10% off. Para alquilar casas, desde $8.500 para dos y desde $16.000 para cuatro. El precio del lote de 1 hectárea ronda los uSs 40 mil.
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