El increíble refugio del gran paisajista brasileño que también diseñó una plaza en Buenos Aires destruida antes de terminarse
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El Sitio Burle Marx es un jardín secreto, tropical, excesivo y maravilloso de Río de Janeiro. Un parque de 40 hectáreas donde la vegetación estructura la obra, y se expresa y se entrelaza; florece y construye paisaje. Hay árboles amazónicos, heliconias peludas, 11 variedades de jazmín magno (frangipani), sterlitzias amarillas y bromelias lilas, entre más de 3.500 especies cultivadas y dispuestas por el creador que, en este caso, no es Dios.
El elemento vegetal combinado con piedras seleccionadas, flores, espacios vacíos como los silencios en la música, y el ojo humano del artista potencian la belleza natural, y menos mal que hay asientos y puntos de contemplación para asimilar los estímulos.
Algunas plantas son autóctonas y otras desconocidas y exóticas traídas en los viajes de exploración y “colecta” que hacía Roberto Burle Marx por Brasil y el mundo y que luego clasificaba y reproducía en sus viveros. “Dios para mí es la naturaleza”, dijo el arquitecto, el escultor, el pintor, el modernista y uno de los más grandes paisajistas del siglo XX que se sentía más cómodo si lo llamaban jardinero.
Roberto Burle Marx nació en 1909 en San Pablo. Hijo de padre alemán, su apellido viene del mismo pueblo de origen de Karl Marx: Tréveris, Trier en alemán, una ciudad el sur. Wilhelm Marx, su padre, era exportador y viajante. Llegó a Brasil en 1890 y cinco años después se casó con Cecilia Burle, la madre pernambucana del artista. Era una familia aficionada a la música, al arte y a la botánica. La madre de Roberto cantaba, tocaba el piano y amaba las plantas. Le trasmitió ese cariño a su hijo, que de niño cuidaba un cantero en el jardín de la casa de Leme, donde vivieron unos años. Comenzó dibujando una alocasia a los siete años y no paró más hasta su muerte, a los 82, en 1994. De dibujar, de crear jardines concebidos como paisajes: jardines de autor.
Trabajó con Oscar Niemeyer en los jardines de Brasilia y del Hotel Nacional de Río de Janeiro, entre otros; le cambió el sentido a las ondas de las veredas de Copacabana y participó en el rediseño de la avenida Atlántica a fines de los años 60; fue director de Parques y Jardines de Recife y proyectó jardines en Caracas, Pensilvania, Kuala Lumpur, Miami y sí, también en Buenos Aires.
En 1928 viajó a Alemania. Fue a tratarse un problema de la vista y se quedó estudiando en Dahlem. Ahí visitó el jardín botánico y quedó alucinado con el vivero que mostraba la flora tropical brasileña. Se dio cuenta del potencial plástico de esas hojas enormes y entendió que en su propia casa tenía un diamante por pulir. Al regresar a Brasil se concentró en sus colecciones de plantas.
Patrimonio de la Humanidad desde 2021, el Sitio Burle Marx queda en Barra de Guaratiba, cerca de Recreio dos Bandeirantes, unos 60 km al oeste del centro de Río. El taxista que me lleva es de la zona y cuenta que, como otros vecinos de Guaratiba, su abuelo, Norival Cardoso, tenía una chacra y le vendía plantas a Burle Marx. “Era un hombre muy querido por acá”, dice Iago y busca en el celular una foto de su abuelo con el artista.
Antes de adquirir la propiedad, en 1949, el artista visitó cerca de cien. Su objetivo no era comprar una casa con parque, él quería un laboratorio, una hoja en blanco para diseñar experiencias científicas y estéticas vivas. Tenía que ser vasta, contar con desniveles y con una muestra abundante de mata atlántica, que, con los años, él se encargaría de enriquecer con plantas que traía de Filipinas, Malasia, Venezuela y el interior remoto de Brasil formando una auténtica colección de plantas brasileñas, acaso la más importante, y de especies raras de los trópicos. Se encontraron muchas especies desconocidas por la ciencia que se nombraron en su honor, como la Heliconia aemygdiana burle marxii, la Anthurium burle-marxii, Begonia burle-marxii, Calathea burle-marxii, entre otras.
El Sitio Burle Marx es un lugar poco conocido en Río de Janeiro. El día que lo visito hay franceses elegantes en un tour exclusivo, brasileños de otros estados y ningún argentino a pesar de todos los que sí caminan por Leblon, Ipa y Copa.
En la propiedad está su casa, hoy museo, donde se exponen las pinturas, una colección de arte sacro, sus vinilos, sus camisas, la colección de caracoles y muebles de época, entre otros, la cama de madera de una plaza donde murió.
También está la capilla Santo Antônio da Bica, del siglo XVII donde todavía celebran misa –sábados a las 17– y casamientos. En el lugar es posible dejar las cenizas de los seres queridos, pero la guía pide por favor que avisen antes: “No quiero darme vuelta y verlos esparciendo las cenizas del abuelo, y lo digo porque ya me pasó”.
La guía responde la pregunta de una turista: “No, Burle Marx no se casó ni tuvo hijos”, y agrega que recién ahora se está empezando a comunicar que el artista era gay y tuvo una relación de muchos años con su cocinero Cleofas César da Silva.
Burle Marx tenía amigos en todo el mundo, disfrutaba de escribir cartas, hacer fiestas y conversar. El sitio, su casa, era un refugio, ahí creaba y organizaba reuniones a las que asistían intelectuales, artistas y botánicos. Entre los amigos argentinos, se cuenta la arquitecta Marta Iris Montero, hija del intendente de la ciudad, Saturnino Montero Ruiz, que lo invitó a diseñar una plaza en Buenos Aires en 1971, en un terreno que había comprado la intendencia en Salguero y Figueroa Alcorta.
La plaza se llamó República del Perú y está justo al lado del Malba. El paisajista vino a Buenos Aires a los 62 años, ya con el pelo blanco, para trabajar en el diseño de la plaza. Estudió las plantas autóctonas antes de decidir que usaría ceibos, jacarandaes y tipas. Los ceibos no prosperaron, al parecer les faltó agua, y más tarde se reemplazaron por lapachos. En el centro de la plaza había una espiral de cemento que terminaba en un arenero para que los chicos jugaran. El artista pintó un mural en la medianera y también hizo una escultura. El pasado es porque el diseño de Burle Marx en Buenos Aires ya no existe. En el 95 fue destruido por las topadoras del intendente Domínguez luego de recibir quejas de los vecinos de Palermo Chico que argumentaban que la estructura era refugio de linyeras y drogadictos y que se había vuelto peligroso pasar por ahí. Según los diarios de esos años, la plaza se demolió por seguridad, y así Buenos Aires se quedó sin la obra del gran paisajista.
El Sitio Burle Marx afortunadamente existe y se puede visitar en un recorrido de unas dos horas que pasa por viveros de bromelias donde además de inmensas orejas de patas de elefante, hay una heliconia peluda rarísima que todos quieren tocar. Un auténtico gabinete vegetal de curiosidades.
El laboratorio-jardín de Burle Marx muestra una armonía calculada: la integración con el entorno, el contraste entre un bloque de piedra y la sensualidad de una orquídea. Además de botánicos e ingenieros agrónomos, lo cuidan 37 jardineros. Algunos de los que trabajaron con él todavía están en servicio y transmiten los conocimientos a los nuevos jardineros, que entran por concurso, tal como lo dispuso el creador.
Sitio Burle Marx. Estrada Roberto Burle Marx, nº 2019, Barra de Guaratiba. Visitas sólo con cita previa, de martes a sábado a las 9.30 y las 13.30. R$ 10 (sólo efectivo).
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