Al pie de la Cordillera, la fotogénica floración de los tulipanes sucede en Trevelin entre octubre y noviembre. Fuera de ese período excepcional, la localidad atrae por su cercanía al PN Los Alerces, sus cascadas, bodegas y casas de té.
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Recostados sobre la cordillera de los Andes, a los pies de la cadena de montañas conocida como Trono de Nubes, millones de tulipanes florecen cada primavera. En el clima árido y frío de la Patagonia, se parece al jardín de la cordillera: los bulbos de 30 colores forman en la tierra un arcoíris multicolor. Los hay amarillos, fuscias, colorados, violetas, blancos, naranjas.
Gracias a esta magia, Trevelin fue elegido como uno de los pueblos más lindos del mundo en el concurso internacional Best Tourism Villages. Impulsado por la Organización de las Naciones Unidas para el Turismo, el certamen premió también a otras localidades argentinas: Gaiman, Caviahue-Copahue y Villa Tulumba.
Los campos de flores dieron fuerte impulso a Trevelin que tiene una férrea comunidad de descendientes de Gales. “Fue un boom para Trevelin, que logró sumar otro mes de temporada alta”, afirma Víctor Yañez, ex secretario de turismo del lugar.
“En la floración de tulipanes se saturan los alojamientos disponibles en Trevelin. El impacto de los tulipanes beneficia a toda la comarca”, afirma Melania Kikuchi, propietaria de un campo de árboles frutales que se especializa en cerezas.
Gracias a los tulipanes, octubre y noviembre se trabaja como en temporada alta”, sostiene Roxana Velázquez, desde el restaurant Rincón del Molino. “Antes, los visitantes sólo llegaban en enero y febrero”, afirma.
El campo de tulipanes queda en la zona rural del pueblo, una vez que se cruza el río Corinto y el arroyo Miguens, en dirección al paso fronterizo Futaleufú en un valle donde pastorean cabras y se siembra alfalfa, regado por aguas limpias de montañas alimentadas por la cascada de Nant y Fall.
Un descendiente de inmigrantes, Juan Carlos Ledesma, innovó con los bulbos de las flores traídas desde Holanda. Los bulbos se plantan en mayo y las flores se cortan la primera semana de noviembre. En diciembre florecen las peonías. Y regresan los turistas, para ver más flores.
Pero este pueblo de la Patagonia no sólo atrae por sus campos coloridos: tiene además cascadas, montañas, glaciares y es portal de acceso al magnífico parque Nacional Los Alerces.
¿Qué encanto tiene este pequeño rincón situado en el noroeste de la provincia de Chubut, a dos mil kilómetros de Buenos Aires, para haber sido reconocido entre las mejores villas turísticas del mundo?
Tiene montañas, cascadas, ríos y lagos. Tiene además, un campo experimental del INTA donde se cultivan peonías con ocho tonos distintos a un lado de la cordillera. Tiene viñedos, chacras de frutillas, cerezas y guindas.
Es portal de acceso al Parque Nacional Los Alerces, Patrimonio de la Humanidad donde hay un Alerzal Milenario rodeado de nítidos lagos verdes, azules y turquesas: desde Puerto Sagrario parten las embarcaciones para arribar, tras una hora de navegación, al corazón de la selva valdiviana que esconde al famoso Alerce Abuelo, un famoso ejemplar de más 2600 años.
La visita al Alerzal, al que se llega sólo a través de las aguas del río Arrayán y del lago Menéndez es tan atractiva como un paseo en velero por alguno de los nueve lagos que componen el Parque: Futalaufquen, Kruger, Rivadavia, Cisne, Stange, Chico, Amutui Quimei y lago Verde, además del Menéndez.
Trevelin es también, portal de acceso al Parque Provincial Nant y Fall, con su cascada de 64 metros que surcan los valles donde año a año hay más plantaciones de frutas.
Tiene una fuerte comunidad de descendientes galeses, que conservan sus tradiciones, mucho más allá del té y la torta galesa.
Pese a todos estos atractivos, fueron los tulipanes los que dieron mayor visibilidad al pueblo, en la primavera tardía. Ellos lograron ampliar la temporada de la localidad, que durante años tuvo turismo sólo en verano, ya que el resto del año las temperaturas son extremadamente bajas.
A 5 km del pueblo, sobre la RP 71, hay chacras de cerezas y guindas. “Aquí estamos desde 1996. El proyecto de cerezas lleva más de 23 años”, sostiene Melania Kikuchi a cargo de la granja que llegó a exportar a Inglaterra y Estados Unidos.
En octubre los cerezos están en flor y la chacra se puede visitar para las ceremonias de Hanami, un ritual que tiene por origen la contemplación de la floración del cerezo. La floración de la cereza coincide con la tulipanes y las dos plantaciones potencian la llegada de turistas.
Al caer la tarde, tras recorrer plantaciones de flores o de frutos o tras navegar por lagos límpidos y transparentes, se puede degustar en el pueblo un fabuloso té gales.
En Nain Maggie se sirve el té como lo hacían los primeros colonos que llegaron a partir de 1891. El 40% de la población, de 11 mil habitantes, es descendiente de galeses. Incluido Javier de la Fuente, bisnieto de Maggie Freeman de Jones (1878-1981), que trajo las recetas desde ese principado.
“En Gales tenemos ríos, lagos y montañas, pero todo es más pequeño que aquí”, sostiene Claire Vaughan, que enseña el idioma a los maestros de la escuela local.
En Trevelin no sólo hay turismo rural: también hay museos y molinos harineros que dan cuenta del proceso de inmigración. La actividad de molienda de granos fue por más de un siglo el sustento de la comunidad. Y su principal actividad. Tanto es así que el nombre del pueblo significa en galés “Pueblo del Molino”.
Para conocer más sobre el inicio de esta colonia se puede recorrer el Museo Regional del Molino Andes y la capilla Bethel situados en el centro. Más lejos, ya en la zona rural, se puede seguir la huella de los primeros rifleros y visitar el Molino Harinero Nant Fach.
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