Llegar a Machu Picchu por tierra es una aventura que cotiza alto entre los mochileros de todo el mundo. Cómo son los cuatro días de ese sendero.
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Es arduo, difícil, pero muy aconsejable dormir antes de iniciar el Camino del Inca. Nos esperan 42 km de senderos en altura. Y por más que desde hace décadas que se hace, la experiencia es única, y mejor encararla aclimatado a la altura, y después de haber descansado.
Cuzco 7am. Mientras nos alistamos, la ciudad duerme profundo y las ventanas delatan el frío de la madrugada. En la puerta del hostel espera Margot, guía de montaña de baja estatura y gran energía, que va a conducirnos hacia el mejor trekking de Latinoamérica.
Una traffic blanca nos recoge para llevarnos a Ollantaytambo, donde comenzará la expedición. Ya arriba, son pocos los minutos en silencio. Las presentaciones, risas y alegrías toman el control de la furgoneta. Ingleses, sudafricanos, colombianos y argentinos oyen atentos las anécdotas acerca del origen de la aventura. A finales del siglo XIV y principios del XV, el emperador Pachacuti, inició la construcción del Camino del Inca con la intención de conectar Cusco, capital del imperio, con la ciudadela de Machu Picchu. El proyecto formaba parte de una magnánima red de caminos que superaba los 30.000 kilómetros y conectaba ciudades dentro de Perú, Bolivia, Chile, Argentina, Ecuador y Bolivia. Pero la conquista española acabó con el imperio, y las rutas quedaron olvidadas hasta 1970.
A media mañana llegamos al Valle Sagrado, a unos 60 km de Cuzco. Las ruinas de Ollantaytambo, rodeadas de montañas y próximas al río Urubamba, presentan grandes terrazas de piedra sobre la ladera de la montaña. En el centro, las calles de adoquines y edificios de adobe rememoran la gloria del Imperio Inca. Dan ganas de quedarse, pero tenemos que seguir. Entre picos nevados avanzamos hasta la base del sendero. No estamos solos, varios grupos se alistan a la par de sus porteadores, hombres fuertes que van a cargar las tiendas y mochilas durante el trayecto. Asombra la agilidad y fortaleza de sus movimientos: nadie diría que llevan 50 kilos en las espaldas.
El sol indica que estamos cerca del mediodía. Margot despliega un mapa explicando con gran pasión el plan del viaje. Durante los próximos cuatro días estaremos escribiendo nuestra propia historia en los Andes. A priori, los 42 km parecen eternos, pero eso no intimida al grupo. Estamos unidos y motivados por el mismo objetivo: Machu Picchu.
En marcha
La expedición inicia soltando el primer pie en el puente colgante quien nos da la bienvenida mientras el río Urubamba nos bendice. La alegría es infinita y no se disimula. Bajo un cielo azul, y en fila, iniciamos el ascenso. A nuestra derecha el río acompaña y los porteadores avanzan como correcaminos, solo queda seguir sus huellas. La pureza de los Andes activa nuestros sentidos y el olfato se entrega a los ricos aromas de las flores del camino. Los ojos se pierden en los distintos tonos, azules, rojos y amarillos, la fiesta de colores es increíble.
Mientras ascendemos hacia el valle de Cusichaca, Margot nos entretiene con historias y leyendas del camino. Sus palabras no alcanzan para explicar la grandeza del imperio. Luego de recorrer 6,5 km damos con el primer hito, las ruinas de Llactapata (2.840 m.s.n.m), una antigua ciudad inca con edificios cívicos y terrazas agrícolas. Es el primer hito y nos sorprende, la construcción es extraordinaria. Cuesta comprender una hazaña arquitectónica de tan larga data. Entre murmullos coincidimos en que el viaje ya es un éxito.
El cansancio del primer día se hace notar en las piernas. Sin embargo, alcanzamos Wayllabamba, el primer campamento. Las carpas ya están hechas (los porteadores se adelantan y preparan el campamento y la cena). El silencio de la tarde deja a merced las primeras estrellas. Cenamos papas a la huancaína con rocotos junto a una cerveza fría, que nos devuelve la energía al cuerpo. Hora de reflexión acerca de los 13 km recorridos e irse a dormir en medio de los Andes.
Segundo día
Cuesta explicar la sensación de abrir la carpa en semejante escenario. El paisaje es majestuoso. Con un grito al aire, Margot nos vuelve al camino y anticipa la dificultad del segundo día. Basta observar el mapa para comprender la exigencia física. Mas allá de los 11 km de distancia, enfrentamos el punto más alto (4.215 m.s.n.m) del Camino del Inca. El ascenso es empinado. Tenemos que llegar al paso de montaña Warmiwañuska. El desafío es mental y físico. Los primeros pasos se desarrollan entre helechos, arbustos, orquídeas y flora vascular. A cada paso, nuestra guía, explica la flora del camino y destaca algo muy interesante. Esta región cuenta con más de 50 especies de árboles por hectárea y 200 especies de orquídeas. Hay un capítulo para los musgos y líquenes que abundan en la región.
El oxígeno es escaso. Cada paso cuesta y dan ganas de parar. A pesar de ello, disfrutamos de las vistas escénicas que regala la cordillera. Con suerte alcanzamos a ver algunas vicuñas y no perdemos la ilusión de avistar algún puma. Adelante y atrás los integrantes del equipo aplican la estrategia del 1,2,1,2, mantra mental para superar la pendiente. Con actitud logramos la cima. No hay aire para festejar, las sonrisas se ocupan de hacerlo. En el descanso disfrutamos de un nuevo predio arqueológico, las ruinas de Runkurakay. Su morfología semicircular llama la atención. Se trata de un lugar de descanso o práctica de ritual.
Evaporado el descanso, Margot, señala el camino de piedra que desciende hacia el campamento Pacaymayo. En la bajada disfrutamos del imponente Salcantay (6.624 m.s.n.m), nevado del Perú, ubicado en la Cordillera Vilcabamba y, un poco más lejos, las ruinas de Sayacmarca, una brillante estructura ceremonial y residencial. Como ya es costumbre, la tarde nos recibe en nuestras tiendas. Las nubes regalan una grata sorpresa, ya que se encuentran por debajo de nuestros pies. El colchón de dios es alucinante. Pocas veces visto. El silencio vuelve a la primera fila. Con poca energía armamos nuestras bolsas de dormir luego de una rica cena. La noche filtra los ruidos más salvajes del camino.
Tercer día
El descenso se prolonga en el tercer día y los caminos de piedras se estiran entre la montaña. Una pendiente pronunciada de casi 600 m amenaza nuestras rodillas. Sin embargo, nos mantenemos de pie. Frente a nosotros, las ruinas de Sayacmarca reviven el fuego eterno inca y su gran capacidad constructiva. Bajo un calor intenso y una humedad importante, nos retrasamos del grupo. Margot acompaña nuestro andar. De repente el paisaje acapara por completo nuestra atención. Nuestros cuerpos se detienen en el fino camino que discurre por la ladera de la montaña.
A la izquierda, la selva. A la derecha, el vacío. Las cañas de bambú se mueven a lo lejos. De golpe, una pata peluda y negra aterriza en el camino. A los pocos segundos un oso de gran tamaño bloquea el paso y su pequeña cría copia el movimiento. Veinte metros nos separan de la vida. No sabemos si huir, pero enseguida, una sensación de alivio nos invade: madre e hijo giran lentamente su cabeza observándonos, como si nos conocieran, y siguen hacia adelante su descenso salvaje. A la noche nos reiremos evocando este momento, pero por ahora, la adrenalina nos deja en silencio.
Atrás quedaron los 16 km del tercer día. Con la poca energía que nos queda, hacemos base en el último campamento. La anécdota del oso viaja rápido por las tiendas y se comenta por todas partes. Junto al acampe yace Wiñay Wayna, una obra magnífica de arquitectura que da cuenta de la excelente calidad de las terrazas agrícolas y edificaciones auxiliares incas. Además de la maestría con que están hechas, impacta ver semejante estructura en la ladera de la montaña. El vértigo se hace presente cuando miramos hacia abajo y descubrimos un pequeño hilo finito, el río Urubamba allá abajo. Disfrutamos del momento en modo estupefacto, la altura de nuestros cuerpos, el cielo rojizo, las montañas teñidas de verde y el río debajo arman un espectáculo natural. La última noche se carga de festejos. Todos sabemos que mañana es el gran día.
Último día
4am en los Andes. Margot nos golpea la carpa: es la hora. Un cielo oscuro y repleto de estrellas observa el desarme del campamento. Por delante nos quedan 3 km para lograr la ciudad perdida. El grupo está ansioso y quiere salir disparado como un caballo en su primera carrera. En fila retomamos el camino, que es pura alegría. El desaparecer de las estrellas alerta que estamos próximos a la Puerta del Sol. Se cree que tenía un uso de mero control sobre aquellas personas que deseaban ingresar o salir de Machu Picchu.
Además, por su remota ubicación se entiende que solo era para invitados especiales o élite del imperio. Una vez más, el grupo se rinde ante su historia y presencia. Llegamos. La primera luz del día regala lo deseado. A la distancia, Machu Picchu se abre como un tesoro escondido entre la selva. Asombrados por su exótica ubicación y grandeza, nos demoramos en reaccionar. Estamos inmovilizados, solo disfrutamos de observarla. Las miradas delatan la emoción y satisfacción de alcanzar el gran hito peruano. Luego de varios minutos de contemplación, y empujados por la excitación, avanzamos hacia ella. Finalmente, disfrutamos de esta maravilla mundial. En paz recorremos cada metro cuadrado de la ciudadela que todavía está casi sola (faltan algunas horas hasta que lleguen los turistas que vienen de Aguas Calientes).
Atrás quedaron nuestras huellas y nuestros corazones guardan a fuego los 42 km que atravesamos. Acabamos de llegar a pie a la ciudadela, como los antiguos incas.
Datos útiles
Tips para hacer el camino
- El Camino del Inca tiene mucha demanda. Hay que reservar con antelación.
- Hay varias versiones. La clásica es de 4 días y 3 noches (42 km), pero hay una más breve de 2 días y una noche (12 km).
- De diciembre a febrero es época de lluvias. En febrero, por la cantidad de accidentes ocurridos, el camino está cerrado al público.
- Más info: @gavito.travelling
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