El agua en todos sus estados y a distintas temperaturas es la protagonista del recorrido que se propone en el subsuelo del Azur Real Hotel Boutique.
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“Si no te bañas en las agua cálidas del Etruscus, morirás sin haberte bañado”, decía hace dos mil años el poeta Marco Marcial, aludiendo a la colosal costumbre de entregarse en cuerpo y espíritu a los esos templos del bienestar que eran las termas y los baños públicos. Es que en la Antigua Roma bañarse era un acto social, un ritual compartido que excedía la mera función de higiene y aseo, donde las conversaciones podían estirarse durante horas de pileta en pileta, entre vapores y cascadas, embadurnando la anatomía con ungüentos, grasas y perfumes para sentirse mejor.
“Salus per Aquam”, en latín, salud a través del agua, o el popular “Spa”, según el acrónimo que recrea esa antigua voz, eran la razón de ser de estos baños termales que también cultivaban otras civilizaciones antiguas, como la griega o la musulmana. Las instalaciones, plenas de arte, fueron un desafío para la ingeniería. Podían albergar simultáneamente hasta 1.600 personas sin que aflojara la temperatura del agua, gracias a sofisticados sistemas de calefacción. Inspirados en aquellas termas multitudinarias, pero concebidos para ofrecer una experiencia de introspección y relax, nacieron los Baños de Azur, la última novedad del hotel escondido en pleno centro de la capital cordobesa, inaugurado en 2010, que The Guardian destacó por su servicio, sus detalles encantadores y su hospitalidad.
En el Azul Real Hotel Boutique, por ejemplo, existe el delivery de almohadas (duvet, cervical, plumas, soft, firm o látex), todas las tardes se ofrecen degustaciones de cortesía con vinos escogidos y tablas de quesos, y son muy apreciados los mate points con yerbas orgánicas y de autor, donde los folletos con las instrucciones para preparar una buena infusión están en inglés, porque la mayoría de los huéspedes son extranjeros.
Diseño del arquitecto Mario Ubino, especialista en preservación de patrimonio, el circuito de baños termales aprovechó la planta soterrada del edificio (400 metros cuadrados de una antigua casa-comercio de 1915) y usó ladrillos de demolición para los muros, arcos y bóvedas, que otorgan calidez y son todo un guiño a los pasadizos y las criptas que dejaron los jesuitas. Para las piletas se buscó mármol de Córdoba y otras piedras locales. La ambientación es de la decoradora Sofía Camps.
El circuito termal se inauguró en diciembre de 2020 y comprende 12 estaciones que, entre aromas y sonidos, interpelan los sentidos a la luz de las velas. Hay piletas a distintas presiones y temperaturas, cuartos de vapor, postas con lluvias, con escamas de hielo, con sales naturales o burbujas de ozono. El recorrido insume dos horas y se puede complementar con masajes, terapias y la cocina de Bruma, el restaurante del hotel que comandan Bruno Martín y Gonzalo Olivera. Tanto los baños antiguos como el restó son abiertos al público, mediante reserva.
Al traspasar la puerta de ingreso, se apagan los ruidos de la neurálgica calle San Jerónimo, una de las más angostas y transitadas de la ciudad que conecta la terminal de ómnibus y la estación de trenes con la plaza San Martín. La fragancia de azahares inunda el ambiente y un mocktail de bienvenida, trago sin alcohol a base de combucha, canela, manzana, jengibre y especias, marcan el inicio de la experiencia.
Doce pasos y un premio
Bajamos al subsuelo, retiramos la bata y junto con la ropa de calle guardamos por un rato el estrés de la ciudad y el teléfono celular en el locker. Hay que llevar traje de baño y ojotas o sandalias antideslizantes.
La anfitriona del spa explica que el recorrido reproduce las distintas áreas y los usos de los baños antiguos, pero con tecnología de alta precisión. Cada estación está programada con temporizador para que, apretando un botón, comience la magia y se avanza intuitivamente, siguiendo los números.
Las dos primeras piletas corresponden al Caldarium y son las más calientes, con el agua a 40 grados. La inmersión brinda un hidromasaje muy agradable que relaja el cuerpo y opera como suave exfoliante de la piel. En la segunda piscina se activan burbujas de ozono, gas de propiedades antiinflamatorias e inmunorreguladoras.
Se sigue por el Templarium + Frigidarium, donde lo que manda es el choque de temperaturas. Puede parecer difícil al principio, pero resulta sumamente estimulante ya que mejora la circulación sanguínea y acelera el metabolismo, aliviando contracturas y molestias musculares. En ese sector hay una fuente con escamas de hielo que se deshacen al aplicarlas sobre el cuerpo con ambas manos. Está el Hammam, o sauna húmedo, con reconfortantes hojas de eucaliptos que entran en acción con el vapor. Está la pileta de agua fría, a la que se recomienda entrar en forma de splash rápido, para sumergirse unos segundos hasta los hombros, o mejor, cabeza incluida, antes de pasar a la habitación de duchas horizontales tipo Vichy, donde hay que acostarse sobre la cama de piedra, boca arriba o boca abajo, y experimentar el menú de hidroterapia: tres botones (agua fría, tibia y caliente) que actúan como un reparador masaje de la cabeza a los pies.
Así se llega al Tepidarium, donde las piedras están a temperatura corporal y se escucha el sonido de una fuente de agua. Allí, simplemente, la idea es conectarse con el momento mientras nos hidratamos con un refresco perfumado con naranja. La anfitriona pide permiso para contar de qué se tratan las siguientes piletas.
El primero es un sector social que recrea los antiguos baños romanos donde se conversaba de ciencia, política y filosofía; aunque en realidad el circuito se recorre de manera exclusiva, o en pareja o grupos cerrados de hasta cuatro personas. Del otro lado del arco, el área privada de la gran pileta contiene potentes hidromasajes para distintas partes del cuerpo: zona media, muslos y plantas de los pies (ideal para superar las cosquillas). El circuito termina en una cascada prodigiosa que trabaja sobre hombros, cabeza y cuello. Súper agradable, aunque difícilmente haya algo más placentero que la habitación de la lluvia, o Impluvium, donde los minutos se esfuman bajo los poderes relajantes de esa precipitación constante y contenedora. Vale aquí confesar que fue irresistible las ganas de repetirlo, y apretamos el botón dos veces.
Al salir de la gran pileta, están las bachas para los pies. Un nuevo pulsador activa el pediluvio adonde hay que volcar las sales del Himalaya que encontramos sobre el asiento, para que liberen sus propiedades antitoxinas y rehidratantes. Cinco minutos allí son más que suficientes.
Se recomienda una ducha breve antes de pasar al Balneum, cuatro piletas con aceites esenciales y agua filtrada, también a 40 grados, que invitan al relax. Es el único sector que no tiene botones, pero por la temperatura del agua se recomienda no superar 10 minutos de inmersión.
El cierre, antes de cruzar la puerta de salida, es en una sala en penumbras donde espera una bebida detox, una tablita de quesos regionales y frutos secos, y un terrario cien por ciento comestible, preparado por los cocineros de Bruma. Sobre una base de harina de algarroba, contiene trufas de maní, trufas de peperina, crocante de polenta blanca de Colonia Caroya y pastillitas de dulce de leche. Recostadas en las camillas de mármol negro recuperamos el eje. Una obra de arte cinético del artista Santiago Viale, con sombras circulares que se proyectan sobre el techo, le pone fin a la experiencia.
Una casa con historia
El spa subterráneo es un tesoro dentro de un tesoro. Diego García, gerente del hotel, comenta que el edificio de 1915 fue una de las casas-comercio de la época, construida por la familia Crespo para instalar una talabartería. El local con atención al público estaba en la planta baja, ellos vivían en las plantas de arriba donde hoy están el living, los patios internos y las habitaciones -son 16 en total-, y en el subsuelo devenido en Spa tenían el depósito y el secadero de los cueros.
Pero esa fue apenas la primera vida del edificio.
En 1930 fue vendido a una droguería. Luego se instaló el restaurante Il pappagallo di Bologna, al que acudía Enrique Barros y otros protagonistas de la Reforma Universitaria. Después funcionó como edificio anexo del Colegio Deán Funes, donde cursó un joven Ernesto Che Guevara, entre otros influyentes personajes del siglo 20. Las puertas de las habitaciones del primer piso conservan todavía las chapitas de bronce con los números que identificaban las aulas.
El edificio fue también un boliche -Africa Dance-, una escuela de computación, un restaurante chino y la sede de Jerónimo Bailable, club de música popular cordobesa donde cantaron La Mona Jiménez y Rodrigo Bueno.
En 2003, en un estado bastante deplorable, lo compró la familia Rodríguez para desarrollar un proyecto inmobiliario, pero al poco tiempo fue declarado edificio de valor histórico patrimonial y la prohibición de ciertas intervenciones obligó a un cambio de planes. Así fue como cinco años después, después de una cuidadosa tarea de restauración que incorporó las últimas tendencias de diseño, nacía el hotel boutique.
San Jerónimo 257.
T: (0351) 424-7133 y 421-0797.
info@azurrealhotel.com
En el centro histórico, a tres cuadras de la Manzana Jesuítica, son 16 habitaciones de 5 categorías según las dimensiones, todas equipadas de excelencia, con desayuno buffet, acceso a la terraza, gimnasio, solarium y splash pool, piscina cubierta y degustación de vinos y quesos al atardecer. La standard para dos, $31.945 y $47.145 con circuito de baños antiguos. La Suite Azur tiene jacuzzi y un pequeño jardín propio, $55.900. Con acceso al spa, para dos, $71.100. También se ofrece la Experiencia 360, con todos los servicios de alta gama, baños con masaje y cena de cinco pasos en el restaurante Bruma. Para dos, $116.280.
El circuito clásico de dos horas por los Baños de Azur, $10.000. Combinable con masajes relajantes y pulidos con bálsamos artesanales. Lo máximo, el masaje a cuatro manos: dos terapeutas realizando durante 50 minutos un masaje de cuerpo completo y en simultáneo. También hay rituales de cuatro horas con cocina de estación, Day Spa individual y para parejas.
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