Una pareja de brasileños remodeló una vieja casona en el centro histórico y lo convirtieron en una parada obligada del destino uruguayo. La historia detrás de un emprendimiento con referencias literarias del que todos hablan en Colonia.
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Thiago Tremonte de Lemos y Juliana de Castro Pedro visitaron por primera vez Colonia del Sacramento en 2015. Habían llegado impulsados por la búsqueda de un nuevo rumbo para sus vidas. Por ese entonces, ambos vivían en Brasilia, donde él trabajaba como profesor universitario y ella comandaba Ernesto, su propio café de especialidad que era un boom. Ambos estaban dispuestos a dejar todo para recomenzar en un lugar que les permitiera combinar trabajo y tranquilidad. Y así apareció Colonia en el mapa. El flechazo fue inmediato.
“La ciudad nos encantó de entrada”, dice Thiago, parado detrás del mostrador de Albertine, el negocio que montaron en el casco histórico coloniense y que es un verdadero furor. Es, sin duda, el lugar que está atrayendo como un imán a turistas, pero también a lugareños que se internan en esta vieja casona reciclada para leer o charlar con sus amables dueños. Tanto es así que, aún en un claro y preciso portuñol, Thiago parece un vecino más: bromea sobre fútbol con los habitués y pregunta por la familia y el trabajo, mientras prepara sus exquisitos cafés. El aroma a pan recién horneado brota desde el fondo, donde Juliana despliega su magia.
Escala: Brasilia
Para entender cómo esta pareja llegó hasta acá, hay que remontarse a 1997. Más específicamente, a la ciudad-paquidermo, São Paulo, donde Thiago y Juliana se conocieron e iniciaron una historia de amor, de la que nacerían dos hijos. Sin embargo, el ritmo loco de la ciudad no les convencía y decidieron mudarse a Brasilia, donde él obtuvo un cargo como profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Nacional de Brasilia y ella apostó todo a su pasión de barista y panadera. En 2011 creó Ernesto Café, que desde entonces no paró nunca de crecer y crecer.
“Ella era tostadora de café y barista, a mí siempre me gustó el café, pero sólo la ayudaba con la caja y la administración de Ernesto”, cuenta Thiago. Sin embargo, Brasilia seguía siendo demasiado grande para el ritmo de vida que anhelaban. Cuando decidieron que era momento de “abordar otra experiencia”, vendieron el café y comenzaron la búsqueda. Fue entonces cuando viajaron a Colonia del Sacramento. “Me llamaron la atención dos cosas: es patrimonio de la humanidad dictaminado por UNESCO, pero no es una locura como otras ciudades con el mismo estatus. Y a su vez hay turismo, con el que se puede trabajar, pero se puede tener una vida tranquila”, recuerda Thiago.
En búsqueda de la casona ideal
La joven pareja brasileña recorría las calles de Colonia en búsqueda de una casa que les permitiera desplegar su experiencia en el rubro y también rehacer su vida en un nuevo país. “Esta casona, donde está Albertine, nos gustó de entrada, pero estaba muy arruinada, muy fea. Teníamos que hacer una gran reforma”, cuentan. “Estamos ubicados en un lugar tranquilo. A veces pasan las horas sin que pase ningún auto. Tenemos turismo y esto permite tener un medio de vida”, dice Thiago. “Además, estamos cerca de dos ciudades que nos encantan, Buenos Aires y Montevideo. Eso ayuda mucho”, agrega.
En el medio, Juliana le exigió a Thiago que se formara en el mundo del café. Para él fue una verdadera motivación. Si bien ella ya le había enseñado muchísimo, fue una oportunidad para sumergirse en un mundo fascinante de aromas, texturas y combinaciones que hay detrás del café. Y, sobre todo, en la riqueza del contacto directo con los productores de Brasil, que Juliana conoce a la perfección. “En ese momento me di cuenta de que no sabía tomar café... y es hermoso”, dice.
Finalmente, en 2018, compraron la casa e iniciaron la obra, ya con la idea de encarar el proyecto que diseñaban en sus mentes: masa madre, rico café, todo orgánico. Y pequeño, a escala humana. Empezaron a remodelar la casa y abrieron en febrero del 2020, justo cuando estaba por explotar la pandemia. Tres semanas después de inaugurar, se cerró todo.
“Esto nos obligó a cerrar por un mes, luego empezamos a abrir para vender nuestros panes por la ventana”, recuerdan. En ese momento, sin turistas a la vista, el vínculo con los colonienses fue clave. Para los vecinos, se hizo un hábito ir a buscar el pan calentito de Albertine. Y también su exquisita pastelería. “La gente de acá nos abrazó, tenemos una deuda muy grande con ellos y por eso la panadería está pensada para el vecino”, dice Thiago.
El café en marcha
Lejos de amilanarse, la introspección obligada por el Covid-19 terminó de delinear la propuesta, que además del bello salón incluye a la panadería a la vista de los clientes (al fondo del local), donde Juliana se mueve como pez en el agua sin perder nunca una sonrisa amorosa que se transmite en sus exquisitos croissants, budines (¡elaborados con yogur!), rolls de canela y los panes que se lucen en las estanterías. “El resto es muy simple, pan con manteca”, bromea Thiago, vestido con tiradores y luciendo sus patillas que se asoman por debajo de la boina.
Al local se ingresa por un patio de mosaicos y enredaderas, que bordea los salones desde donde emanan aromas irresistibles del café que muele y prepara Thiago y de la pastelería que elabora Juliana. En Colonia todos hablan de Albertine y de sus exquisiteces, tanto para el desayuno o merienda, como los sándwiches para almuerzos.
Conscientes del privilegio que los depositó en este lugar, y del amor y sacrificio que implica sostener el espacio, Juliana y Thiago se animaron a cambiar de vida para emprender, experimentar en otro país, y aprender “otras cosas”.
Una referencia literaria
De alguna manera, Albertine es un resumen de la bonhomía de la pareja que lo comanda. Es uno de esos proyectos que trasmiten toda la esencia de sus creadores. A tal punto que el propio nombre que eligieron para bautizarlo tiene un significado que lo atraviesa por completo.
Así lo cuenta Thiago: “Albertine es un personaje de la novela de Proust (Albertine desaparecida) que va en busca del tiempo perdido”. Y agrega: “Este proyecto tiene que ver exactamente con esto, con este pasado alcanzado por la memoria involuntaria que recuerda –de repente- el olor de una taza de café que te lleva a la infancia, de una canción que te lleva a un recuerdo lindo”. Una casa vieja y abandonada era el escenario ideal para traer al presente esta idea de Proust. “Dentro de la casa hay mucha historia, de personas que no conocimos, sus paredes saben de lo que hablamos”, dice.
Datos Útiles
18 de Julio 233
(+598) 93 359 554
IG: @albertinepanycafe
Abre de miércoles a sábados, de 9.30 a 19.
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