Vivir una vida más consciente trasciende el día a día en casa. Esta nueva forma de pensar y actuar con impacto positivo no se toma vacaciones y puede trasladarse adonde sea.
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1. Elegí el destino (y el alojamiento) a conciencia
Hay lugares de inmensa belleza natural o con un valioso patrimonio cultural que sufren el impacto negativo de un turismo masivo y descontrolado. En esos casos, vale preguntarse: ¿queremos ser parte de esa horda de viajeros que, aunque afirme amar ese destino, en realidad, está favoreciendo a que se lo explote sin límite? ¿No sería mejor optar por algo nuevo y menos conocido que, quizás, nos sorprenda y maraville? Es probable que sacar Venecia del itinerario suene a herejía, pero, así, podríamos hacernos tiempo para conocer el pueblito cercano de Chioggia, con sus canales de aguas más tranquilas; en cambio, si lo que buscamos es arquitectura espectacular y obras de arte, entonces Génova (histórica rival de Venecia) es una buena alternativa. También es importante reflexionar acerca de dónde vamos a hospedarnos.
Hay hoteles que avanzaron mucho en lo que es gestión sustentable, término amplio que abarca desde qué hacen con los residuos y cómo buscan mejorar su eficiencia energética hasta las condiciones de contratación y beneficios para sus empleados. En general, a las grandes cadenas o resorts all inclusive les cuesta más llegar a altos estándares de sustentabilidad. Booking.com, por ejemplo, permite filtrar los resultados de su buscador en base a la categoría de viajes sostenibles. También hay sitios web enfocados en este tipo de alojamientos, como ecobnb.com donde se pueden encontrar hoteles, posadas y casas analizados desde múltiples eco-variables.
Por último, si queremos contar con más opciones a futuro, en cada check-in podemos animarnos a preguntar acerca de la gestión sustentable del alojamiento, con curiosidad y sin increpar: es la mejor manera de hacer escuchar “la voz del cliente” y hacerles notar que este tema importa cada vez más y puede convertirse en un diferencial.
2. Llená tu valija de “eco-hacks”
Se llama “eco-hack” a cualquier forma de pensar creativa para enfrentar los desafíos ambientales. Por ejemplo, algo tan simple (pero con tanto impacto) como viajar siempre con una botella recargable de agua en lugar de comprar nuevas y descartables. Es bueno para el presupuesto y para el planeta: según Naciones Unidas, se compran un millón de botellas plásticas ¡por minuto! Otro dato impactante es la razón de sus fechas de vencimiento: es porque el plástico se va degradando y se liberan partículas que contaminan el líquido y son nocivas para la salud.
Para hacer pícnic en los viajes, podemos llevar también los propios tuppers y cubiertos, para no depender de opciones plásticas. Además, llevar una o varias bolsas de tela es más que recomendable para evitar tener que comprar las plásticas.
Un consejo más “polémico”, pero con un potencial sustentable enorme: ¿podemos resistir la tentación de llevarnos los amenities del hotel? Es difícil, pero estaríamos evitando plástico innecesario. Lo ideal es llevar los propios productos de limpieza y cosmética; si son biodegradables, ¡aún mejor! Los shampoo sólidos, por ejemplo, son pequeños y ultralivianos. Además, al utilizarlos evitamos contaminar ríos, lagos u océanos con las composiciones químicas de los productos que se van por el desagüe cuando nos bañamos o nos lavamos las manos.
Una nota aparte para protectores solares, ya que hace años existen opciones biodegradables y “reef safe” (es decir, que no dañan a los corales), y siguen multiplicándose. En algunos lugares del mundo, como la Riviera Maya, no sólo son sugeridos sino, incluso, obligatorios.
3. Activá tu “modo slow”
A la hora de planear un itinerario, viajar a un ritmo lento, pausado y consciente, es una clave indispensable para cuidar el impacto sobre los lugares que visitamos.
Evitemos tomar un avión cada dos días en pos de un cronograma agotador, lleno de musts y de emisiones de gases de efecto invernadero. Elijamos caminar o trasladarnos en bici, monopatín eléctrico o transporte público (en ese orden) por los destinos: no sólo es la forma más económica de conocerlos, también nos abre a la posibilidad de vivir sucesos genuinos y espontáneos que ninguna guía de viajes podría haber anticipado.
En lugar de almorzar en una cadena de comida rápida, que ofrece los mismos platos y combos en todo el mundo, es más gratificante y sorprendente abrirse a los ingredientes, formas de cocción, sabores y aromas propios de cada lugar. De este modo contribuimos directamente a la economía local, a la generación de empleo, a la producción de cercanía.
Cada quien tiene su ritmo y sus preferencias; no todo el mundo se queda horas dentro de un museo y puede ser igual de interesante conocer la vida nocturna de esa ciudad, en muchos sentidos más viva y vibrante que una obra de arte colgada hace décadas en la misma pared.
4. Comprá souvenirs auténticos
Nada más indignante que llegar a casa con recuerdos de viaje de las islas griegas y notar la leyenda “Made in China”. Pero, ¿nos sorprende, si al final solo pagamos unos pocos euros en un puesto callejero de chucherías y agarramos algunas cosas a las apuradas en la góndola de artesanías del free shop?
Lo que tiene de lindo encontrarnos con souvenirs que realmente dicen algo de la cultura del lugar y de la persona que los elaboró gracias a su oficio (por lo general, heredado de algún antepasado) es que no solo estamos colaborando con el desarrollo de la economía local y la perduración de técnicas ancestrales. Seguramente, también nos quedamos con el recuerdo vívido de una experiencia singular, de una pregunta sobre su elaboración que derivó en charla y conexión con ese artesano o artesana. Y eso no tiene precio.
5. Compensá la huella de carbono de tu viaje
Se llama “huella de carbono” a la suma de gases de efecto invernadero que emitimos al hacer o consumir cosas que requieren energía. Esas emisiones son las máximas responsables del calentamiento global, y son especialmente contaminantes si provienen de combustibles fósiles como el petróleo y el gas. Muchas de las acciones cotidianas contribuyen a agrandar la huella, desde prender la luz hasta ir al supermercado y consumir productos industriales. Sin embargo, ir de un lugar a otro en un medio de transporte (excepto a pie o en bicicleta) es una de las actividades más contaminantes. Y el avión, mal que nos pese, es el que más huella de carbono genera.
La buena noticia es que podemos compensar esas emisiones. Si bien eso no equivale a “borrarlas del mapa” (es decir, que nunca hayan existido), al menos podemos aportar para que se planten o protejan árboles en bosques nativos capaces de capturar esos gases y transformarlos en oxígeno. ¿Cómo se hace? Es más simple (y menos costoso) de lo que parece. Actualmente, hay empresas en todo el mundo que se dedican a calcular la huella de carbono online. Esas mismas plataformas suelen ofrecer, en formato “carrito de compras”, proyectos sustentables con los que se puede colaborar para compensarla por un monto equivalente al de nuestras emisiones.
Algunas aerolíneas también ofrecen compensar las emisiones ya desde la compra del pasaje. En febrero, Lufthansa anunció sus “tarifas verdes” que, por ahora, están disponibles para vuelos en Europa y partes de África. Iberia, reconocida en 2022 por la consultora IBA como la segunda aerolínea que más redujo sus emisiones en vuelos de largo radio en los últimos tres años, cuenta con programas de compensación de emisiones, en alianza con dos proyectos climáticos y sociales en Guatemala y Perú.
Nuestra huella
En LUGARES compensamos los gases efecto invernadero generados por nuestros viajes en alianza con carbonneutralplus.com. Los últimos 3 meses representaron:
- 33.168 km en aviones
- 4.800 km en transporte terrestre
- 74 habitaciones en 7 viajes distintos
Todo esto equivale a 11,13 toneladas de CO2e. Para neutralizar estas emisiones, se redimieron:
- 12 Biocarbon+, bonos de carbono bajo Verified Carbon Standard (VCS)
- Además, a través de la Asociación Amigos de la Patagonia, se plantarán 50 árboles nativos en el Parque Nacional Lanín
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