Desde la hostería Lagos del Furioso, entre los lagos Posadas y Pueyrredón, se puede hacer la caminata que bordea el río Oro hasta llegar a su naciente.
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Estamos entre la meseta y la cordillera, dónde no hay precordillera. Nos alojamos en la hostería Lagos del Furioso, que queda en el istmo que separa los lagos Posadas y Pueyrredón, en el noroeste de la provincia de Santa Cruz, la más vasta y despoblada de nuestro territorio. Manejada por una dupla de amigos, Gregorio Cramer y Alejandro Azpiazu, la hostería tiene una larga trayectoria haciendo sentir bien a los visitantes. La levantaron Jorge Cramer y Ana Bas en la 1993, la cerraron en 2008 y hace dos años la volvió a abrir Gregorio, hijo de ambos, junto con Alejandro, un amigo de toda la vida, que ahora es además su socio. Como parte de la Asociación de Estancias Turísticas de Santa Cruz –creada por Cramer padre–, Lagos del Furioso pone en valor lo bello, lo recóndito y lo inverosímil de dónde está emplazada. Hasta acá llegamos desde Comodoro Rivadavia, por la emblemática RN 40, hasta tomar la RP39 en Bajo Caracoles con dirección a la localidad de Lago Posadas. La novedad son las tareas de pavimentación sobre el ripio que está consolidado y que mucho le cambiará el acceso a este rincón exclusivo e inexplorado de nuestra Patagonia.
La propuesta es salir temprano, a las 6 de la mañana de nuestro segundo día de estadía, para poder vadear en camioneta un primer tramo del río Oro antes de que el deshielo de los primeros soles lo ensanche. Aquí también está en obra el camino que nos lleva desde la hostería hasta el punto de partida del trekking, después de abrir y cerrar alguna que otra tranquera patagónica –de palo cruzado y alambres tensados–. Una vez que las tareas estén finalizadas, el trayecto tendrá nuevos puentes, no se verá afectado por la crecida y los visitantes podrán ir y volver en el día. En nuestro caso, el plan incluye dormir en carpa al terminar el trekking. Es que cuando volvamos, el río estará tan alto que no podremos vadearlo. Toda una aventura, a pasitos del límite con Chile.
Meticuloso y calculador, nada queda fuera de la órbita de Gregorio, nuestro anfitrión y guía. Tiene a su lado una ladera de lujo, Florencia Rosenberg, su adorable mujer, una odontóloga de renombre que como es fin de semana largo dejó el consultorio de ortodoncia y se sumó a nuestra estadía. Yo viajo con Jade Sívori, fotógrafa nacida y criada en Epuyén, Chubut. “Viene de la Patagonia suiza”, dice Gregorio con simpatía sobre aquellos escenarios verdes, nevados y perfectos que son mucho menos rocosos, áridos, inhóspitos, ventosos y desafiantes que los que habitamos por estas horas en Santa Cruz.
Entre ñires y lengas, después de dejar en auto en el punto de partida, iniciamos el recorrido que bordeará el río Oro hasta dónde nace. El primer tramo consiste en subir la montaña y luego bajar por un trayecto boscoso. Gregorio es quien lidera la caminata. Equipado con ropa técnica de primer nivel, lleva una mochila con agua y sándwiches, kit de primeros auxilios y un reloj que registra cada paso de nuestro recorrido. Tecnología de punta aplicada a nuestro trekking. Mide cuánto ascendimos, por dónde bajamos, el esfuerzo físico y las calorías quemadas, entre otras cosas. Nos servirá para la vuelta, por si nos desviamos. Mientras tanto, esta primera parte consta de un ascenso algo exigente, y está marcada con puntos colorados hechos con pintura en la piedra o por pircas –los montículos de piedra que dejaron para marcar el camino–. Termina en un ensanchamiento del río Oro, que luce verde y lechoso.
Desde acá vemos muy bien nuestro destino: la base del cerro San Lorenzo, con el glaciar que lo rodea. El pasaje que viene se percibe más relajado que el anterior, porque bordea el río sin grandes ascensos, entre piedra con restos fosilizados y el sol que pega fuerte para hacerle competencia al frío. La charla, que versa alrededor de lo cotidiano y de lo esencial, hace al encuentro entre este team de caminantes que se espera y alienta. A Gregorio, que está al frente, Jade le sigue los pasos, siempre perceptiva y conectada con lo que sucede, para registrar nuestro andar. Florencia y yo no les perdemos pisada. Si hay dudas porque perdemos la pirca, Gregorio, que ya alguna vez hizo este trekking, se adelanta, busca y nos marca el camino.
Más allá de alguna parada para tomar agua o juntar fuerzas, pasado el mediodía nos detenemos por primera vez a almorzar en un sector elevado en la piedra. Quince minutos de siesta son lo que para otros es un rato de contemplación en silencio. Atrás quedó el camino que acompañaba el lecho del río. Ahora estamos un poco más en lo alto, aunque el ascenso haya sido gradual y la única complicación haya sido pisar tanta roca. Los sándwiches de pavita que nos preparó Matías Mokorel, chef de Lagos del Furioso, una manzana y unos buenos sorbos de agua nos revitalizan para encarar el tramo que nos dejará en la meta. Ni Jade ni yo sabemos exactamente cuánto falta, ni qué veremos al llegar. Tampoco sabe demasiado Flor, que si bien lleva casi dos décadas con Gregorio, nunca antes hizo este trekking que es novedad en la zona. Su marido nos tiene guardada una sorpresa.
La última parte del trayecto cuesta un poco más. No por el terreno, sino por la incertidumbre y el cansancio. “Todavía falta la vuelta”, pienso y me incomoda. Una bonita cascada podría ser nuestra meta, aunque parece faltar un poco para el glaciar y la base de pico. “No sabemos cuánto falta ¿no?”, me comenta Jade, que es de largo aguante, es calma y está en perfectas condiciones para seguir… Pero alguito de ansiedad siente. Le contesto que no sé. Y sigo, con el fantasma de que “todavía falta la vuelta”. Entonces Gregorio, atento a esa insipiente inquietud que disimulamos, desliza un “falta poco” para animarnos.
Un rato más y, de pronto, la piedra se hace fácil, el terreno plano y una laguna que condensa el verde lechoso del río –ahora sin movimiento– se convierte en nuestra meta. Estamos en la base del cerro más alto de Santa Cruz, con 3.706 metros de altura, frente donde nace el río Oro que terminará en lago Pueyrredón y que se nutre del deshielo. Del otro lado de la montaña está el Parque Nacional Perito Moreno. Un glaciar circunda buena parte de este cerro que es elegido por cientos de escaladores y que hizo célebre el cura salesiano Alberto De Agostini (tiene un refugio en su nombre). Pasaron cinco horas desde que salimos, y las casi tres que nos tomará el regreso son sin contratiempos. Hasta tanto, mientras nos entregamos a la serenidad de la naciente, la aplicación en el reloj de Gregorio dice que nuestra altitud máxima son 882 metros, que anduvimos 6,31 kilómetros y que consumimos 2.116 calorías. Números, no más. Mi certeza es que hacer trekking es un ejercicio de confianza que nos pide hacerle ooooleeeé a los fantasmas. La cara más austral de los Andes está ante nosotros, majestuosa y con sabor a premio.
Datos útiles
Lagos del Furioso. Se levanta en un sitio excepcional, entre los lagos Pueyrredón y Posadas, a un par de kilómetros de los bellísimos escenarios que propone la RP41 y a 25 minutos de la localidad de Lago Posadas. Cerrada durante doce años, brilla tras la reinauguración que lideran Gregorio Cramer y Alejandro Azpiazu. El alojamiento es con sistema all inclusive en nueve habitaciones que son muy lindas y abrasadoras. Café de primera calidad, platos que están acorde a la propuesta integral y el cordero que se come al lado del asador, completan la experiencia de paseos a una laguna seca, al famoso Arco de Piedra, a las playas sobre el lago Posadas y a una Cueva del Puma con pinturas rupestres. Reciben visitantes en temporada: de octubre a abril. Entre los lagos Posadas y Pueyrredón. T: (11) 3989-1119 / +54 9 (11) 3989 1120. IG: @lagosdelfurioso
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