Antonio Avar Saracho y su familia montaron en Belén un taller especializado en tejidos de telar. Allí, las estrellas son las réplicas de los ponchos que usaron Rosas, San Martín y Mansilla
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Primero tejió el poncho del general Juan Manuel de Rosas. Fue un poncho a pedido que le encargó Ruth Corcuera una conocida historiadora, especialista en textiles americanos. Allí, en su libro “Ponchos de las tierras del Plata” Antonio encontró una foto chiquita para empezar a trabajar. Después se comunicó con el Museo Histórico Nacional en Buenos Aires y les pidió una imagen de esa misma prenda que se exhibe allí habitualmente.
Le enviaron una foto gigantesca de un poncho tejido en una lana color rojo granate con franjas azules y blancas y dibujos que alternaban también el rojo y el blanco.
Así empezó con este proyecto mitad artesanal, mitad investigación histórica, que lo llevó a tejer además las réplicas de los ponchos del general José de San Martín y de Lucio V. Mansilla , entre otros.
El hombre y el tejido
Antonio Avar nació en Buenos Aires, pero vive en Belén desde hace varias décadas. Allí conoció a su mujer, allí nacieron sus hijos. Allí aprendió los secretos del tejido en telar, las múltiples variantes del diseño, los colores y los matices de las tinturas. En el año 2000 creó con Fernanda Saracho, su esposa, un emprendimiento familiar que es uno de los íconos de este pueblo, conocido en Catamarca como la Cuna del Poncho.
Antonio se especializa en el tejido de ponchos tradicionales y de los otros, esos que salieron de su imaginación con un diseño y colores poco habituales. Después vinieron las réplicas de las prendas históricas.
El hombre llegó a Catamarca seducido por las piedras. En aquellos años, a fines de la década del ‘90, Antonio pasó largas temporadas en la zona minera de Papachara, al norte de la provincia. En esas tierras abunda el cuarzo, el topacio, la fluorita y la turmalina, piedras de extracción detallada y de colección. Antonio tenía un interés particular por el cuarzo fumé: “Es una piedra lindísima que solo se encuentra aquí y en Sudáfrica, aclara. Buscaba para coleccionistas y para universidades”.
Así entabló relación con los lugareños: “Ellos siempre me ofrecían mantas, pero a mi me costaba aceptarlas porque pesaban demasiado en mi mochila, pero un día no pude negarme y me traje tres cuyos (mantas de cama). En Buenos Aires despertaron gran interés y las vendí muy bien”. De este modo comenzó a comerciar tejidos tradicionales, organizó varios showrooms en Palermo Viejo, incluso más adelante llevó esas telas a Europa.
Después, algunas marcas de la capital comenzaron a pedir diseños específicos y colores diferentes a los tradicionales. Entonces, Antonio aprendió a teñir con tintes naturales y se sumergió de lleno en el mundo del tejido en telar de la mano de su mujer, Fernanda, una catamarqueña de Cóndor Huasi. Juntos armaron la empresa familiar Avar Saracho.
“Empezamos con tinturas vegetales verdes y marrones, después nos animamos a una variedad más osada de colores . Salimos del poncho y de la ruana e hicimos carteras, borceguíes, tapados, camisas de vicuña con bordados, cuadernos: productos diferentes, todos vinculados al tejido en telar.
Hoy esta variedad se puede ver en el local propio ubicado en el centro de Belén donde es posible encontrar objetos más diversos relacionados con esta técnica ancestral, incluso un par de stilettos forrados en tejido de vicuña.
El arte del poncho
“El poncho viene desde los más remotos tiempos arqueológicos, pero en nuestra América, y en Argentina, sigue manteniendo su vigencia. No es un moda, no es jactancia, ni una extravagancia. Sirve porque abriga, protege y luce”, dijo alguna vez el historiador Félix Luna.
“Quizá en las ciudades esto no se perciba tanto –agrega Antonio–, pero en el interior cuando el paisano sale a hacer su tareas usa el poncho que lo identifica y lo abriga”.
Hoy los ponchos que se tejen en el norte argentino se realizan en telar criollo que es una modificación del telar europeo, liviano, muy fácil de usar.
En tiempos precolombinos se recurría al telar de cintura que permitía tejer telas de 35 a 45 cm ancho, que es el ancho de la cintura del tejedor . “Los ponchos antiguos eran además mucho más cortos, median entre uno 1,40, y1,60 de largo. Eso tenía que ver también con la fisonomía de las personas que eran de menor altura, aclara Avar . Hoy el poncho argentino es de 2 metros x 1,40.”
En el reparto de tareas de la empresa familiar Antonio es el encargado del diseño y la tintura de los ponchos y al final de la comercialización.
“Fernanda transforma mi diseño, o lo que el cliente quiere, en algo real que se pueda hacer en telar. Ella hace las urdimbres y también tiñe”, cuenta Antonio.
Luego un grupo de tejedores, muchos de su familia política, se abocan al tejido en telar que es un trabajo más rutinario, pero que implica muchísimas horas de trabajo.
Para tejer recurren a lana de oveja, llama y vicuña. “Cuando usamos lana de vicuña, como es un solo color o a lo sumo un degrade, el diseño no es lo más importante, pero sí el hilado. En cambio, con las otras lanas el teñido es clave ya que permite jugar con el diseño”, aclara el artesano.
Rosas, San Martín y Mansilla
Además del poncho de Rosas, Avar Saracho logró tejer varias réplicas del poncho pehuenche de San Martín, cuyo original también se encuentra en el Museo Histórico Nacional. La pieza en cuestión es un poncho de color blanco crema con bandas de un tono gris violáceo (originalmente fueron azules) y franjas más finas en negro azulado, verde y blanco.
Otro destacado en materia de réplicas es el poncho del general Lucio V. Mansilla. Es de origen ranquel, tejido en lana de oveja con un diseño de tres guardas.
Fue un regalo del cacique Mariano Rosas al general. En su libro “Una excursión a los indios ranqueles”, Mansilla describe así ese momento:
“Iba a salir del toldo; [Mariano Rosas] me llamó y sacándose el poncho pampa que tenía puesto, me dijo, dándomelo:
–Tome hermano; úselo en mi nombre; es hecho por mi mujer principal.
Acepté el obsequio, que tenía una gran significación, y se lo retribuí dándole yo mi poncho de goma.
Al recibirlo, me dijo:
–Si alguna vez no hay paces, mis indios no lo han de matar, hermano, viendo ese poncho. "
Entre otras proezas, los Avar Saracho reprodujeron un antiguo poncho pilagá cuyo original está en el Museo José Hernández y confeccionaron una serie de chales inspirados en un colección precolombina que se expuso en el Museo Nacional de Bellas Artes. En otra circunstancia, tomaron como referencia el diseño de una manta funeraria exhibida en un museo de Fiambalá que reprodujeron en sus ponchos.
Muchas de estas piezas pueden verse en el local propio, otras se tejen a pedido.
Historia de una prenda
El poncho es una vestimenta ancestral presente en las culturas americanas desde antes de la llegada de los españoles. Los nativos la usaban como abrigo y también para vestir a sus muertos a la hora del entierro. Luego fue adoptada por los criollos: gaucho y poncho son imágenes difíciles de disociar. Con el tiempo adquirió múltiples influencias y llegó a las casas de moda europeas: Yves Saint Laurent, Dior y Burberry usaron esta prenda en algunas de sus colecciones.
“A los ponchos de vicuña se le sumaron en el tiempo los de algodón, seda y lana”, señala Ruth Corcuera en su libro “Ponchos de las tierras del Plata”. La investigadora cuenta que en los tiempos de la explotación colonial de las minas de plata en Potosí, esta prenda recibió la influencia de culturas exóticas provenientes de capas, mantas y bordados filipinos. Más adelante, los ponchos ingleses llegaron a las estancias de Buenos Aires.
De todo ese mestizaje cultural están hechos los ponchos argentinos que aún se producen en los telares de la familia Avar Saracho, pero también de muchos otros artesanos y cooperativas del país.
Familia Avar Saracho. Gral. Roca 144, Belén, Catamarca. T: (03835) 46-1091.
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