Entre los volcanes más altos de la puna catamarqueña aparece esta escondida laguna a la que sólo se accede en 4x4.
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Después de hacer los hitos de la Ruta del Adobe, el camino llega a Fiambalá. La localidad es conocida por sus termas, las dunas de Tatón y de Saujil, y por ser el último punto de civilización antes de cruzar a Chile por el Paso San Francisco.
La RN 60 conduce hasta allí por asfalto en muy buen estado, y por los picos que la jalonan se la conoce también como la Ruta de los Seismiles. Las dos cumbres más altas de América, después del Aconcagua, están a la vera de este camino: el Ojos del Salado y el Pissis. Hasta el desvío hacia el mirador del segundo son unos 90 km desde Fiambalá, trayecto en el que se atraviesan laderas cubiertas de coirón −el pasto duro que le da al paisaje el tan típico color amarillo−, angosturas que penetran cerros de colores, riachos congelados que se descongelan parcialmente de día y vuelven a ser hielo de noche.
Se ven guanacos de rostro negro y manadas de vicuñas cuando se gana altura. Hay dos refugios instalados por las mineras con bandera roja de emergencia: allí pueden encontrarse kits de alimentos y botellones de agua, leña, y caja de primeros auxilios. Y la salitrosa laguna de los Aparejos, una pequeña franja de agua que en septiembre se llena de flamencos.
En el mirador, que balconea a 4.700 msnm, sopla un Zonda feroz con ráfagas de 50 km/hora que obligan a aferrarse al piso y ser cuidadoso cuando se baja de la camioneta. Una vista panorámica única se abre a los Seismiles que asoman y a las lagunas de altura.
Un grupo de apachetas domina el lugar: es en sitios como este donde todos parecen acordarse de agradecer a la Tierra tanta grandeza. Hacemos el propio montículo de piedras que queda en primera fila con vista al Pissis y el Ojos del Salado, dos volcanes inactivos que son codiciados por muchos escaladores. Un verdadero derroche de montañas que acusan poca nieve a pesar de la altura: la zona es menos húmeda que otros sectores de la cordillera, donde abunda el blanco.
El camino, una huella apta para 4x4 solamente y sin carteles viales, permite bajar en verano (si no hay parches de hielo) a las lagunas Verde y Negra, y 40 km más adelante, a la base del Pissis, hasta donde se traslada a los escaladores. En septiembre, cuando vamos nosotros, sólo se puede llegar hasta la orilla de la laguna Azul, donde el viento dejó su impronta sobre la superficie de olitas congeladas. Un paso para verificar que esté firme, otro paso para animarse más, y caminamos sobre el hielo, custodiados por una curiosa nube rectangular y muy blanca que se fijó sobre la laguna. Vemos a lo lejos las lagunas Negra y Verde, que lucen oscura la una, clara la otra: el color verde agua intenso característico queda para cuando no está congelada.
De vuelta a la RN 60, si siguiéramos hacia el oeste, llegaríamos a Chile después de pasar por el hotel de Cortaderas. Nosotros volvemos a Fiambalá, para recuperarnos en los piletones termales del complejo municipal. Son 14, y van desde los 51º a los 28º: los de mayor temperatura arriba, y los más templados más abajo, a medida que el curso de agua acompaña la pendiente que se mete en la quebrada rojiza en medio del desierto.
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