Dejaron sus trabajos en Buenos Aires para construir su hogar en el Valle de Uco y con el tiempo lo trasformaron en un hotel boutique de impronta gastronómica. Ahora sueñan con hacer su propio vino.
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Decir que él es chef y ella pastelera es quedarse corto porque, además de anfitriones y casi sommeliers, Josie Andant y Freddy Perales se ocupan de todos los detalles y atienden personalmente a sus huéspedes en Casa Viña. Para una pareja porteña que hasta hace pocos años trabajaba en relación de dependencia, mudarse a Mendoza fue un cambio de vida radical. Pero para nada casual.
Cuando empezaron a salir, ella trabajaba en un laboratorio y él en su propia empresa constructora. Al tiempo, Freddy, que siempre se había destacado en la cocina, empezó la carrera de Profesional Gastronómico en el IAG. Todas las semanas pasaba por la oficina de Josie y le dejaba una vianda con lo que había cocinado en clase. Cuando se recibió, incursionó en una cocina de restaurante, pero enseguida se dio cuenta de que no lo seducía el fragor de la noche ni la rigidez de una carta que no daba lugar a la espontaneidad y al disfrute que siempre le había generado cocinar. Por esos tiempos, Josie, que hacía las mejores tortas de cumpleaños para sus sobrinos, se puso a estudiar Pastelería en Mausi Sebess.
“Nos animamos a seguir la pasión que teníamos por la gastronomía, pero con el fin de estudiar, perfeccionarnos y poder disfrutarlo más nosotros mismos”, explica. Paralelamente, empezó un emprendimiento de tortas que fue furor. “Me encantaba, pero no dormía. Volvía de trabajar todo el día en la oficina y me ponía a cocinar para entregar tortas al día siguiente”, recuerda.
De oportunidad inmobiliaria a hotel boutique
Mientras crecían profesionalmente, se mudaron juntos a un departamento en Belgrano, adoptaron perros y viajaron por el mundo. El destino recurrente era Mendoza, adonde volvían una y otra vez, enamorados de su belleza natural, sus días soleados y el vino. Durante un viaje de trabajo, Freddy fue a visitar unos lotes en un barrio cerrado que había visto por Internet. “Me llamó a las dos horas y me dijo ‘bueno, compré un terreno’”, recuerda Josie entre risas.
Más allá de la impulsividad, no hubo nada de azaroso en la elección de la locación. “Además de ser el más lindo de los tres departamentos de Valle de Uco, Tupungato es el más cercano a la ciudad: estás en la montaña pero a una hora del aeropuerto. En cuanto a Mendoza, tiene una potencialidad internacional altísima y turismo casi anual”, expone Freddy. Como inversión inmobiliaria, cerraba por todos lados.
Así empezaron a soñar con hacerse una casita para alquilar o ir de vacaciones, pero a medida que sumaban ambientes y metros, llegó el momento bisagra. “No nos daba para invertir eso en una casa de fin de semana. O vendíamos el departamento de Buenos Aires y nos mudábamos allá o era inviable lo de Mendoza”, explica Freddy.
“Primero fue la decisión de mudarnos y armar la casa, que fue mutando a lo que es Casa Viña”, relata Josie. El arquitecto, Lucas McLean, les había planteado un proyecto de casa que era grande para ellos dos, contemplando una eventual familia y el alojamiento de visitas de Buenos Aires. “Nos pareció bien, pero pensamos qué podíamos hacer con esas habitaciones mientras no tuviéramos hijos ni familiares de visita. Empezamos a buscarle la vuelta y fue ahí cuando nos planteamos la idea de hacer algo con este hobby que tanto nos gustaba. Se nos ocurrió armar una casa de huéspedes con un toque de gastronomía”, cuenta Josie. Es costumbre de McLean bautizar a cada proyecto de su estudio de arquitectura y fue él quien, sin saberlo, le dio a Casa Viña el nombre definitivo.
“Casa Viña se había ido gestando internamente en cada uno antes de ser manifestado en conjunto”, reflexiona Freddy. “Lo teníamos latente pero no estaba en nuestro proyecto inicial. Queríamos irnos de Buenos Aires, porque nos habíamos cansado de la ciudad”, agrega Josie.
“Tiene que ver con darse cuenta de que no todo es la vorágine, la guita y el éxito que te venden como tal. El detonante para irnos de Buenos Aires fue más que mero cansancio. Nos iba muy bien, pero no éramos tan felices porque no teníamos tiempo de calidad. A nivel personal, estaba cansado de correr atrás de la zanahoria, porque siempre hay una zanahoria más grande. A veces está bueno tomar distancia y ver el panorama más grande. Ojo, seguimos consumiendo un montón de cosas, nos gusta viajar, no es que nos volvimos anti. Pero ahora las decisiones son más racionales, más pensadas. Lo que hacemos es por gusto y no por impulso”, asegura Freddy.
“Sentíamos que trabajábamos para mantener nuestra casa, para pagarle a alguien que sacara a pasear a los perros, a alguien que viniera a limpiar, porque estábamos todo el día en la oficina y no teníamos tiempo para nada más. Acá, hacemos todo nosotros y obviamente es cansador, pero también mucho más gratificante. Es la vida que estás eligiendo vivir, es tu propia casa que tanto esfuerzo te llevó, ¿y quién mejor para cuidarla que vos mismo?”, reflexiona Josie.
Cocinar para huéspedes era algo que hacían desde siempre, claro que a un nivel amateur y con otro grado de profesionalismo. Organizar cenas para amigos y familia con un menú de pasos, viajar probando cosas nuevas, estudiar gastronomía por separado… todo los fue llevando a esto de la hospitalidad.
“Fue algo que teníamos dentro pero que solo pudimos materializar por el proyecto en sí, por esa libertad que nos generó venirnos acá y decidir manejar nuestros tiempos. Lleva más trabajo que estar en una multinacional, pero es mucho más lindo. Volvimos a hacer todo eso que habíamos delegado por falta de tiempo”, expone Freddy. “Ocuparnos del jardín, estar más conectados con la tierra, cuidar nuestras huertas. Elegimos tener muchas cosas que nos hacen felices y es lindo poder cuidarlas nosotros mismos”, suma Josie.
Anfitriones de lujo
El desafío fue enorme. Por un lado, hacer de lo que siempre fue un hobby, una fuente de ingresos. Y a nivel pareja, pasar de verse después de la oficina a estar juntos las 24 horas del día, ser socios y compañeros de trabajo.
“Tomar la decisión implicó apostar a ver si realmente funcionábamos, no solo como un equipo de pareja, sino de trabajo. Es decir, poder dividir las tareas y llevar adelante un negocio juntos sin generar conflictos o discusiones. Y la verdad es que nos llevamos una lindísima sorpresa, porque encontramos un equipo muy sólido. Logramos hacer de nuestro hobby nuestro estilo de vida. Y, además, nos pagan por hacerlo”, cuenta Josie.
Además de las tareas de la casa, se ocupan del jardín, las huertas, la pileta, el compost, los perros y, por supuesto, la cocina. Aunque en un principio Freddy era el chef y Josie la pastelera, hoy en la cocina están muy equiparados.
La mudanza fue en 2020, pandemia mediante. En 2021, cuando se reactivó el turismo, recibieron a sus primeros huéspedes. Primero llegaron porteños, cordobeses y algunos mendocinos. Luego empezó a avanzar el turismo internacional y hoy son tantos como los locales. Han pasado viajeros de todo el mundo, muchas parejas y también personas solas, quienes encuentran aquí una opción ideal para sentirse acompañados. “A todos los huéspedes les hago de concierge y los ayudo a organizar el viaje si necesitan ayuda con bodegas, traslados, itinerarios y reservas”, completa Josie.
La sustentabilidad es otro de los pilares de Casa Viña. La casa tiene paneles solares, manta térmica y colectores de agua. Fueron pioneros en introducir la separación de residuos en Tupungato, hoy ya presente hasta en la vía pública. Duplicaron su huerta para poder producir más vegetales, incorporaron el hábito del compostaje y generan poquísima basura. “Todo ese cambio se fue gestando de a poco, es una campanita que se te prende y que contagia. Con los menús tratamos de no derrochar nada y usamos hasta las cáscaras. Eso es la totalización del producto”, explica Freddy.
Desde al año pasado cursan juntos la carrera de Sommelier en la EAS. “Es para complementar un poco el tema de la gastronomía. Ambos sabíamos bastante de vino pero queríamos sumar vocabulario técnico, academizar ese conocimiento, aprender de vinos del mundo y conocer el producto que estamos vendiendo y consumiendo”, retrata Josie. En Casa Viña no tienen convenios con bodegas, sino una cava privada de más de 1000 botellas, que recomiendan genuinamente y sin acuerdos comerciales. Incansables, sueñan con hacer su propio vino, proyecto que ya está en marcha.
Podría decirse que Casa Viña se fue adaptando a Josie y Freddy, y no al revés. De casa de fin de semana, a residencia permanente, a casa de huéspedes, a eco-hotel 100% gestionado, atendido y servido por sus dueños. “Nuestra única empleada es Roomba”, bromea Josie sobre la aspiradora robot.
“Somos Josie y Freddy y te abrimos las puertas de nuestra casa, donde te ofrecemos todos los servicios premium de un hotel 5 estrellas, pero boutique, porque tenemos solo tres habitaciones. Nosotros mismos te hacemos la cama, te limpiamos la habitación todas las mañanas y también te cocinamos. Somos chef, pastelera y casi sommeliers. Disfrutamos muchísimo la gastronomía y eso es un plus para nuestros huéspedes. A la noche, ya que no hay mucha oferta en Tupungato, te ofrecemos la posibilidad de comer acá un menú gourmet de pasos maridado con buenos vinos”, intenta resumir Josie.
A esto se suma el desayuno artesanal: budines, mermeladas, galletas, granolas, panes, jugos; hasta el queso crema, el yogur y la manteca son caseros. Además, los huéspedes tienen acceso a una máquina de café, frutas, bebidas y un dispenser de vino por copa (que permite probar distintas etiquetas y distintas medidas) en cualquier momento que lo deseen.
En cuanto a las instalaciones de la casa, hay una espléndida galería, pileta semiolímpica, solárium, jardín a los pies de la cordillera, gimnasio, cava de vinos y un gran living comedor común. Y las estrellas de la casa: el Boston Terrier Oreo y el Pug Hugo, que recomienda vinos en su propia cuenta de Instagram.
“La magia de lo que hacemos nosotros radica en que, al convivir con los huéspedes, leemos a cada persona para brindarle lo que necesita. La experiencia es totalmente personalizada, incluso el menú”, expresa Freddy. Josie suma: “A veces no quieren que los molesten y les damos su espacio, otros vienen y lo que más desean es charlar con nosotros y aprender de vinos. Nada que nos apasione más que poder enseñarles algo y que se vayan un poquito más culturalizados en este mundo que parece súper snob y complicado, pero que en realidad es de puro disfrute”.
Freddy explica que bajar a tierra lo que sabe y compartirlo con otros sirve para generar un vínculo y que se atrevan a indagar más. En Casa Viña, los platos no tienen nombres difíciles, se aprovechan los productos de estación y lo que hay en la huerta o en la heladera. “No todo tiene una explicación sofisticada o ingredientes importados, tenemos un montón de riquezas locales y tratamos de darle una vuelta de rosca a productos de acá, para representar el lugar donde estamos y que la gente entienda que tenemos un país hermoso”, remata Freddy.
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