La casa que atesora más de 8.000 ejemplares, donde vivieron Bartolomé Ronco y su esposa, se convirtió en museo en 2007 cuando la ciudad fue declarada sede cervantina por la Unesco.
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Sus dos grandes pasiones literarias fueron el Quijote y el Martín Fierro”, dice Ernesto “Chincho” Arrouy sobre Bartolomé José Ronco, prócer cultural de Azul. “Ronco sostenía que el desarrollo de una comunidad era a través de la cultura. Los libros, de los que era un apasionado, jugaban un papel preponderante en su vida.
La Casa Ronco, el sitio donde habitó junto a su esposa buena parte de su vida, es hoy uno de los museos más significativos de esta porción de la provincia. Está ubicada en una apacible esquina céntrica, y es Patrimonio Cultural de la ciudad.
Don Chincho es el vocal de la Comisión Directiva de la Casa Ronco, que a su vez depende de la Biblioteca Popular de Azul. Además, oficia de guía en las visitas a este sorprendente museo literario, que reúne nada más y nada menos que la mayor colección cervantina privada de Latinoamérica: atesora 600 ejemplares del Quijote.
Además, ostenta la mayor colección hernandiana del país, con más de 500 ejemplares del Martín Fierro. En vida, este hombre llegó a coleccionar hasta 300 ediciones diferentes del clásico de Miguel de Cervantes, y unas 150 del libro José Hernández. “Según la Biblioteca Nacional y la Academia Argentina de letras, que la ha catalogado, es la más importante del país. Y es la única colección martinfierrista catalogada”, puntualiza don Chincho.
Pequeño Ronco ilustrado
Para guiar a los visitantes, nadie mejor que este hombre afable, de sonrisa bonachona y hablar sereno, que recita de memoria los hitos en la vida de Bartolomé Ronco, un hombre ilustradísimo, un mecenas y agitador cultural que llegó a la ciudad para cambiar literalmente su historia.
“Él venía periódicamente a Azul, donde tenía amistades. Acá conoció a su esposa, María de las Nieves Giménez o Santa Ronco, como le decían”, detalla Chincho. El matrimonio tuvo una hija única, llamada Carlota Margarita (Margot), que falleció a los 15 años, en el año 1925.
Bartolomé José Ronco era porteño, pero adoptó Azul como su lugar. Nació en 1881 en Buenos Aires, donde cursó la escuela primaria y la secundaria. Más tarde, estudió en la Facultad de Derecho y en 1905 obtuvo el título de Doctor en Jurisprudencia, con una tesis doctoral en educación y delito. En 1907 se radicó en Bahía Blanca, donde abrió un estudio de abogacía. Poco tiempo después fundó el Colegio de Abogados y también llegó a ocupar el cargo de presidente de la Biblioteca de la ciudad.
Ronco y Santa vivieron allá hasta 1916, cuando decidieron radicarse en Azul. Sin embargo, no fue en esta casa donde se instalaron en un principio, sino que recién llegaron a ocuparla en 1930. “Esta vivienda fue construida por Mariano Roldán, un pionero de la época fundacional de Azul, fundador de Benito Juárez. La construyó en 1883, vivió un tiempo y luego se la alquiló al Banco Nación. Acá funcionó la primera sucursal de Azul. Más tarde la vendió a una mujer, que se llamaba Dominga Birabent, que fue suegra de la hermana de Santa”, revela Chincho.
De Julian Barnes a Borges y Nicolás Guillén
Es la hora de la siesta y el resplandor de un sol furioso se trasluce por el gran vitral del hall de entrada, que da a un amplio patio interno. A un lado y otro se destacan pinturas de Carlos Alonso, Nora Iniesta y un grabado de Osvaldo Murúa.
Don Chincho invita a pasar a la habitación principal. Dentro del cuarto, un haz de luz se cuela por la ventana y cae sobre una vieja máquina de escribir apoyada en el escritorio. Alrededor, libros, libros y más libros. Algunos de sus lomos están tapados por fotografías en blanco y negro de Santa, de Margarita, y de Ronco, cuyos retratos fueron tomados por el célebre fotógrafo de la época, Anatole Saderman.
En total, dentro de la casa hay 8500 quinientos ejemplares. “Solo en esta sala hay unos 4200 de todo los géneros literarios: ensayo, poesía, novela, historia, arqueología, de todo tipo”, especifica el hombre, atento a todos los detalles.
En el centro, que tiene un parquet reluciente, se destaca una vitrina. Dentro, atesoran un libro muy especial. Se trata de la edición de 1675, con la primera traducción al inglés de Thomas Shelton. Fue donada por el escritor inglés Julián Barnes, quien anduvo por estos lares en 2008 junto a su esposa Pat Kavanagh. “Se quedaron impresionados por la colección. Nadie se imaginaba que en medio de la pampa iban encontrar tanta cantidad de Quijotes. Además de ser el más antiguo que hay acá, es muy singular porque la primera parte es de 1675 y la segunda de 1672″, apunta Chincho y enseña, con orgullo, la carta de la donación. Es un libro muy importante, acá y en todo el mundo”.
Ronco era un hombre muy sociable y se vinculó rápidamente con la sociedad azuleña. Fue socio fundador de los Boys Scouts, secretario de la comisión que creó el Parque de Azul, consejero escolar y presidente, desde 1930, de la Biblioteca Popular, cargo que ejerció hasta su muerte en 1952. Luego, dado el empuje y la vitalidad que le imprimió a ese trabajo, la Comisión Directiva resolvió designar a la Biblioteca con su nombre.
“Hizo un gran trabajo bibliográfico y cultural. Convocaba a sus amigos del ámbito literario e intelectual de Buenos Aires y daban conferencias, charlas, exposiciones y muestras”, amplía el hombre. Así, visitaron Azul y esta casa desde Jorge Luis Borges a Rafael Alberti, Eduardo Mallea, Alberto Gerchunoff y hasta el cubano Nicolás Guillén, quien dejó impreso un poema de puño y letra en el libro de visitas. “Ronco mantenía un vínculo muy cercano con ellos, y venían a dar charlas y a visitarlo”, revela Chincho.
Ronco escribió mucho sobre la historia y fundación de esta pintoresca ciudad. En 1930 creó y dirigió la revista literaria Azul, de la que se editaron once números hasta 1931 y en la que se destacaron firmas como las del mismo Borges, Alfonsina Storni, Roberto Arlt, Raúl González Tuñón y Norah Lange, entre otros.
Mecenas, carpintero y benefactor
En la habitación contigua no entra ni un rayito de sol. Las ventanas están cerradas para que no se filtre la luz natural y así preservar el material bibliográfico. Es que aquí atesoran las colecciones cervantinas y hernandianas. Sobre el escritorio hay una estatuilla de Cervantes, y en medio del cuarto, un sillón con el bastón que usaba Ronco. Por ahí está Luis Navas, el encargado de la hemeroteca. Usa guantes de látex y toma los libros con extremo cuidado. El trabajo de clasificación, dice, es infinito.
En esta habitación están sus libros preferidos, entre ellos, las 300 ediciones de la obra cervantina que atesoró en vida y las donaciones posteriores, escritas en más de 40 idiomas diferentes. Muchos de estos ejemplares fueron encuadernados por Santa, quien así ayudó en su preservación.
Inquieto, además de mecenas y agitador cultural, Ronco tenía como hobby la carpintería y fue así que construyó él mismo las bibliotecas de la casa. Además, solía pasar su tiempo libre diseñando juguetes para luego rematarlos a beneficio de alguna entidad, como la sociedad protectora de niño, de la cual Santa era dirigente.
Como buen coleccionista que era, se propuso crear un museo, ya que Azul no tenía ninguno. Fue así que convocó a la población, a través de los diarios, para juntar objetos de la vida cotidiana y así armarlo. “Como nadie compraba el edificio para el museo, él compró la casa y la puso a nombre de la Biblioteca Popular. Y lo hizo sin tener casa propia”, resalta don Chincho.
Así, aquella casona colonial se transformó en el primer Museo de Azul: el Museo Etnográfico Squirru. Allí aportó también su colección particular de platería mapuche y gaucha, una de las más importantes del país.
Poco antes de su muerte, en 1984, Santa Ronco donó este inmueble a la Biblioteca Popular. “Los Ronco fueron un matrimonio muy generoso. Ella tuvo una actividad en la Liga Profesional de mujeres y en varias instituciones de beneficencia, cuando la presencia del Estado era ínfima. Todo dependía de la Biblioteca Popular o de la Sociedad Española. Ronco fue un hombre importantísimo para la cultura azuleña”, concluye.
Casa Ronco. San Martín 362, Azul. Jueves, viernes y sábado de 17 a 20. La entrada es gratuita.
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