Oficia de columna vertebral del sur de Chile, flanqueada por la selva valdiviana, conecta glaciares con lagos, fiordos, ventisqueros, volcanes, ríos y cascadas. De norte a sur entre Caleta Gonzalo y Coyhaique.
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Traemos una banana que no llegamos a consumir –decimos en el paso internacional Río Futaleufú, que vincula Argentina y Chile, a breve distancia de Trevelin (de este lado) y Futaleufú (del otro lado).
–¿Declaró el plátano? –pregunta el carabinero del país vecino, sin dar señal alguna de que no esté hablando en serio.
–No, pero ya completamos el formulario –aseguramos e insistimos en que es una sola fruta la que vamos a tirar.
–Pida otro formulario, complételo otra vez y declare lo que trae: después, la tira a la basura –indica convencido, y se empeña en seguir revisando por completo los autos que ingresan a Chile. Entre otras cosas, buscan comida sin envasar, fruta, verdura, cereales… para ello, obligan a vaciar todo el contenido del auto en unas tarimas y revisan con guantes cada bolso y hasta el interior de cada zapatilla.
Los gendarmes de nuestro país habían exigido que declarásemos hasta la marca de los neumáticos del auto para asegurarse –dadas las trabas a la importación– de que no los íbamos a cambiar por nuevos. Neumáticos, ropa deportiva y de outdoors son los insumos que más compran los argentinos cuando llegan al país vecino por el sur. Los chilenos, por su parte, cuando vienen para este lado de los Andes, se hacen una fiesta, empezando por la nafta y los aceites, que justifican el cruce de la frontera: acá, la gasolina es, al menos, tres veces más barata.
Pero nuestro objetivo no era comprar, sino explorar el sector norte de la Carretera Austral para luego seguir hasta Coyhaique y, de paso, confirmar lo que en varias cuentas de Instagram y sitios web daban por sentado: ya no hace falta una camioneta 4x4 para enfrentar este camino, como sí sucedía hasta no hace tanto tiempo. No está de más recordar que conviene moverse con un auto de chasis alto y con buena suspensión; lomas y baches son propios de este tipo de suelo ripioso, igual que lo es el clásico serrucho, que obliga a ir lento.
LA AVENTURA DEL RIPIO
De entrada, estar en la carretera del fin del mundo me hace sentir aventurera. Pero los kilómetros cubiertos desde la comodidad de mi auto me convencerán de lo contrario. Aventureros son los que van en bici pedaleando contra el viento; ciclistas de todas partes que eligen este destino con sus mochilas a cuestas, sus alforjas, y que circulan con ropa impermeable de colores sin preocuparse por el clima, porque la lluvia y el frío mandan en la Carretera Austral. Y, aunque los días de cielos despejados azules sean raros, afortunadamente nos tocaron muchos.
Ido va en moto tipo motocross. Es de Israel, tiene 24 años, y busca alojamiento barato en Futaleufú. Llegó de El Bolsón y atravesó el PN Los Alerces. Antes había venido de Santiago de Chile, después de recorrer con la novia parte del Perú, Bolivia, Argentina (el abuelo de ella era de Moisés Ville, localidad santafesina) y Brasil. Desde Santiago cruzó a Mendoza durante la final del Mundial de Fútbol para verla con más emoción (¡y la encontró!). Ahora planea ir a Punta Arenas, donde piensa vender la moto que le compró a un amigo, quien, a su vez, la adquirió en Colombia en una especie de posta de motoqueros.
Como Ido, que busca adrenalina con su moto, en Futaleufú, hay mucha gente joven atraída por el rafting, y el acento que se escucha por las calles es internacional. En este tranquilo pueblo rodeado de montañas, de prolijas casas de tejuelas y calles anchas, hay empresas de turismo de aventura con guías especializados en rafting por el Futaleufú, una belleza de río de color azul verdoso que se encajona en varios sectores y del que dicen que es uno de los más cotizados del planeta para practicar este deporte y kayak también. Tan bueno es el rafting que en las zonas de rápidos de mayor dificultad no se admite al público en general: sólo están reservadas a especialistas.
A falta de presupuesto (o coraje), el río y su fuerza se aprecian fácilmente desde el puente Gelvez, que lo atraviesa, acelerado, en un movimiento que resulta hipnótico; hay otro punto, más alejado del pueblo y de fácil acceso desde la ruta 231 –que alterna pavimento y ripio en buen estado–, en un pequeño desvío desde La Dificultad, un puente para autos sin baranda peatonal. Un dato: en Futaleufú, hay un aeródromo emplazado entre montañas, destinado nada más que a vuelos privados.
EL VUELO DEL CÓNDOR
El juvenil planea por momentos a unos diez metros del camino. Se acerca, se aleja, curiosea y, con un leve movimiento de cuello, dirige la mirada hacia nosotros, como si indicara quién está al mando de la sesión de fotos de la que es protagonista. Qué ángulo prefiere que se le saque, y si es contra un fondo de cielo azul o contra el verde del bosque en el valle. Tal vez ahí sus plumas color café con leche contrasten mejor, porque carece de los tonos negro y blanco, típicos de los adultos. Todavía no tiene collar. Lo vemos al salir de Futaleufú, en el camino que lleva a Villa Santa Lucía, donde se ingresa formalmente a la Carretera Austral (ruta CH-7). Este tramo transversal será uno de los varios desvíos que haremos en el trayecto desde la ruta hacia la cordillera, y hacia la costa, sumando kilómetros (y ripio) a los previstos en un principio.
Próximo destino: Chaitén. La idea es acceder desde esta localidad a Caleta Gonzalo en el extremo del fiordo Reñihue, unos 58 kilómetros más adelante y ya dentro del PN Pumalín Douglas Tompkins. Caleta Gonzalo es una de las bases operativas del parque y donde se interrumpe la Carretera Austral; para seguir, hay que tomar un transbordador hacia Hornopirén (por eso, suele decirse que la Carretera Austral es una ruta bimodal).
La sucesión de autos y camiones que circulan en sentido contrario rompe el idilio inicial con el verde, con los desmesurados pangues (ese yuyo que se antoja prejurásico, de tallo pinchudo y cuyas hojas muy anchas y ásperas resguardan, llegado el caso, de la lluvia) y con todo el tupido monte de la selva valdiviana, que se extiende pegado a la ruta. Deducimos que tiene que ver con la llegada del ferry a Caleta Gonzalo: todos esos vehículos deben atravesar sí o sí el parque para poder continuar.
PUMALÍN, EL PARQUE
Cuando en 1989 Douglas Tompkins –empresario y ecologista estadounidense dedicado a la conservación, restauración y activismo medioambiental– conoció los milenarios alerces y los bosques vírgenes, buscó la forma de preservarlos y lo logró: el 28 de febrero de 2018 quedó creado el Parque Nacional Pumalín, que lleva su nombre y abarca unas 402.398 hectáreas, de las cuales 293.338 fueron donadas al estado chileno por la fundación Tompkins Conservation.
El protagonista indiscutido del parque es el alerce, o lahuán (Fitzroya cupressoides), árbol siempreverde de la familia de las cupresáceas que puede alcanzar los 45 metros de alto. Se lo reconoce por sus rectísimos troncos de corteza veteada castaño-rojiza y hojas en ramilletes minúsculos con dos franjitas blancas en su parte posterior. Amenazados y de crecimiento lento, el 25% de los bosques de alerces de casi 3000 años que quedan en Chile se congregan en el PN Pumalín. Este monumento natural protegido sólo existe en el país vecino y en la Argentina, en una franja de 250 kilómetros latitudinales en ese preciso sector del mapa.
El sendero de Cascadas Escondidas está muy bien marcado y es uno de los que más se visitan dentro del parque (le hace falta cierto mantenimiento en barandas y escalones). Las piernas se esfuerzan al máximo, pero es necesario trepar con todo el cuerpo para avanzar sobre esa superficie de troncos y lianas cubiertos de un colchón verde esponjoso. Es tanta la humedad que, aunque no llueva, se le parece bastante; alrededor, el verde se impone, el cielo queda oculto y reina la oscuridad.
“Su detención es en su beneficio”, reza el cartel junto a la mujer de casco y chaleco anaranjado que, al día siguiente, saldrá de su casilla sobre la ruta de ripio y sostendrá la señal para que frenemos. La espera puede ser larga, nos advierten, y dejan pasar autos en ambas direcciones mientras las máquinas trabajan en el camino dinamitado que atraviesa la espesura. Sucede en varios tramos de la Carretera Austral, que no está aún del todo terminada y la lucha contra los deslizamientos y la selva es constante.
La selva está viva y se mueve. Gana la ruta, que despejan, y también oculta la entrada a los senderos, que a veces cuesta encontrar. Nos pasó con el de Laguna Tronador. Adentro, apretadas comunidades de hongos colonizan los troncos; los helechos se multiplican, gruesos y coloridos, o lo contrario, livianos y etéreos; crecen enrulados y se despliegan potentes de rojos, fucsias, amarillos, para contrastar con el verde de fondo. El pangue reina en el ecosistema de la selva fría austral.
Al camping El Volcán nos adentramos persiguiendo un consejo recogido en el camino: desde la vieja pista de aterrizaje, frente a la seccional de guardaparques, se ven los dos gigantes del parque con claridad, los volcanes Michimahuida y Chaitén. Optamos por apreciarlos a la distancia, ante la falta de tiempo para dedicarle un día entero a la increíble caminata que nos lleva, entre fumarolas, por una de las laderas despejadas, muy cerca del cráter. Con la vista clavada en el volcán, el guardaparques Arón Ovando cuenta que en mayo de 2008 él vivía en el pueblo de Chaitén, a diez kilómetros –en línea recta– del volcán, cuando sucedió la erupción. Con un ruido ensordecedor y temblores, el volcán había anticipado lo que sucedería y eso dio tiempo a evacuar. Fueron muy grandes las columnas eruptivas y la emisión de ceniza que cubrió toda la zona con una capa de medio metro. Chaitén fue un pueblo fantasma por mucho tiempo; el volcán no dejó de liberar sus finísimas partículas de roca y metal e hizo ruidos incesantes por más de un año. Si bien el gobierno dio un subsidio habitacional para que la gente se instalara en otro lugar, muchos volvieron. “No nos hallábamos lejos de casa”, sostiene Arón. Y, de a poco, comenzaron a reconstruir su lugar de origen y a acostumbrarse a una costanera que, de tanto relleno de ceniza volcánica, quedó unos 400 metros alejada del mar.
Otro portal muy accesible del parque es El Amarillo, que se inicia en el poblado homónimo; es la preciosa villa de El Amarillo, donde hay minimercados y algunas cabañas, con tremendas vistas del volcán Michimahuida. Desde ahí hay tres senderos que se suman a los ocho del resto del parque. Acá, Pumalín es un mix salvaje original con sectores que parecen parquizados, con césped prolijamente cortado y áreas de camping, al borde de la exuberancia. Las termas naturales, muy buscadas en su momento, se encuentran cerradas por un deslizamiento que ocurrió hace unos tres años.
RAÚL MARÍN BALMACEDA
–Le dicen puerto Raúl Marín, pero no le diga Balmaceda, que es donde está el aeropuerto de Coyhaique –advierte la moza del restaurante en el pueblo de La Junta, en el valle de Cochamó.
Puerto Raúl Marín Balmaceda lleva el nombre de un joven político, cuyo fogoso discurso en el congreso de su partido le provocó un ataque cardíaco mortal. A este enclave se accede desde La Junta por el valle del río Palena, y 62 kilómetros después se llega a un embarcadero, donde hay un transbordador gratuito (con horarios predeterminados) que realiza un cruce de cinco minutos de navegación. Diez kilómetros más y se arriba al destino, ubicado entre el estero Pitipalena y el río Palena.
El pueblo, de unos 400 habitantes, ocupa unas ocho cuadras a lo largo de la costa, por unas dos de profundidad. Un gran muro de árboles fija las dunas, que hay que atravesar para llegar al agua. Además de ocasionales turistas que buscan sus playas de arena blanca (en el sector solitario de La Barra, el río Palena desemboca en el mar) y embarcarse en avistajes de fauna, se ve circular gente local con carretillas cargadas de cochayuyo, un alga enorme que ponen a secar para consumo. También hay pescadores artesanales que sacan sierra, róbalo, merluza, congrio, centolla y jaiba, entre otras riquezas acuáticas.
–Hace días que no se veía el volcán así de despejado –dice Harlan Rivas, que capitanea la lancha con cabina (“panga”, le dicen acá), en la que salimos por el fiordo Pitipalena para visitar los islotes Las Hermanas en busca de fauna marina.
El aludido volcán es el Melimoyu, que se muestra sobre el golfo de Corcovado, al noroeste del puerto de Puyuhuapi, y le da nombre al parque nacional, imposible de visitar todavía. Más que por la diversidad y la cantidad de fauna –se ven lobos marinos, cormoranes, pingüinos y, con suerte, ballenas jorobadas y alguna ballena azul–, la navegación por el golfo gana en espectacularidad en días despejados y calmos gracias al gran cono de 2400 metros de altura, que acusa una caldera quemada, y a la escarpada geografía montañosa, que cae abruptamente al mar.
PARQUE NACIONAL QUEULAT
El quinto día del viaje nos lleva desde La Junta hasta Puyuhuapi, el poblado que se inició como colonia de pioneros de origen alemán llegados en 1940, en el extremo norte del fiordo Puyuhuapi, que le dieron un estilo muy propio a su arquitectura. Hoy algunas de las antiguas casonas son monumento histórico. Sólo aquí la Carretera Austral bordea el mar: cuando se proyectó, los colonos alemanes ya habían hecho caminos hasta más allá del lago Risopatrón, al unir los valles del interior con la costa, en un esfuerzo por salir de su aislamiento. Gracias a eso, el gobierno trazó la Carretera Austral por aquí y no por Lago Verde, como era el plan inicial. Antes de su terminación, en 1982, se llegaba a Puyuhuapi sólo por agua o en avioneta. Puyuhuapi tiene aguas termales en su bahía, y es el poblado que se ubica más cerca del Parque Nacional Queulat y de su glaciar en altura, superaccesible: el conocido Ventisquero Colgante.
Desde el embarcadero de botes que llevan al fondo de la laguna Témpanos, se tiene una vista excelente del espejo lechoso de agua verde claro y de su glaciar colgante. Para verlo desde una altura mayor, habrá que tomar el sendero Ventisquero, de unos 3300 metros, en una exigente trepada de hora y media por el bosque, para apreciar la vista más popular de este parque desde un mirador que, en temporada, supera su capacidad. Desde allí, las dos cascadas que se desprenden del glaciar parecen caer en cámara lenta. Los temporeros (trabajadores de temporada del parque) interrumpen la magia y apuran a bajar: si no se está en el camping hay que salir del parque, cuya entrada se cierra con candado (literalmente) a las 16.30, aun cuando en verano hay luz hasta las 21.30.
Al salir del parque en dirección al norte, es preciso enfrentar el rosario de curvas, que suman 33; son de ripio y las llaman “las 33 curvas del Queulat”, y con sus tramos empinados y cerrados le dan identidad a la cuesta más emblemática de la Carretera Austral. La recompensa, superada la cuesta, será un pícnic, baño y descanso sobre las márgenes del río Cisnes. Después del sector del lago Las Torres, el escenario se abre más y, en la Villa Mañihuales (provincia de Aysén), se transforma en un escénico valle ganadero, delimitado en partes por unos enormes paredones de piedra oscura. El trayecto marcará un día de grandes paisajes y menos actividad física, y el siguiente chapuzón + mate toca en el río Simpson, en la reserva nacional homónima, a pocos kilómetros del último destino de pernocte, que es Coyhaique.
ETAPA FINAL
Nombre de origen tehuelche (koi: aguas; aike: campamento), Coyhaique es la ciudad cabecera de la provincia del mismo nombre perteneciente a la Región de Aysén, que limita con las provincias de Palena (norte), General Carrera (sur) y Aysén (oeste), y con la Argentina, del otro lado de los Andes, por el este. En tanto que capital regional, es la localidad con más servicios del sur de Chile que adquirió mayor importancia a partir de la creación de la Carretera Austral. Coyhaique tiene una plaza con forma de pentágono muy peculiar, una calle peatonal donde hacer compras, y un aeropuerto a pocos kilómetros, en Balmaceda. Hacia el sudeste de la ciudad, el valle nos revela la existencia del lago Elizalde, rodeado de bosques de coihues y lengas, y como los otros lagos cordilleranos de la zona, muy concurrido en la temporada estival, a pesar de los vientos que lo azotan, por estar cerca del centro urbano.
–¿No van a conocer las Capillas de Mármol? –preguntan locales y otros viajeros a lo largo del recorrido por el sector norte de la carretera.
Y no. Las Capillas en el lago General Carrera, Caleta Tortel, el Parque Patagonia son algunos de los grandes hitos del sector más austral de este espinazo paisajístico por excelencia que concluye en Villa O´Higgins. Todo sea por un próximo viaje. Mientras tanto, el objetivo se llama regreso a casa; la vuelta hacia Comodoro Rivadavia es ahora por el paso internacional Los Huemules.
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