Es una de los dos profesionales en una localidad de 3000 habitantes que recibe unos 150.000 turistas por año. Varios de los pacientes tienen que ver con accidentes en los senderos y los más graves son rescates de montaña.
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A finales de enero de este año, cuando Carolina Codó ordenó suspender la búsqueda del escalador italiano Korra Pesce, todo el pueblo supo que no había vuelta atrás. Los que no eran parte del operativo lo seguían por la radio con angustia, minuto a minuto, conscientes de que cada instante que pasaba era en contra de sus posibilidades de vida. Él y el argentino Tomás Aguiló habían logrado una nueva vía de acceso a la cumbre del Torre, pero al bajar los sorprendió una avalancha. Tomy fue rescatado; su amigo Korra descansará eternamente en esas alturas.
Como médica y fundadora de la Comisión de Auxilio del Centro Andino El Chaltén (CAX), Codó tiene la última palabra, y la responsabilidad de cuidar a las decenas de personas que intervienen y se juegan la vida en cada rescate. Son acciones coordinadas con Parques Nacionales, Gendarmería Nacional y un buen número de voluntarios entrenados. La CAX organiza unos 15 operativos por año. “En Europa nadie sabe dónde queda El Chaltén, ni Santa Cruz, pero al cerro Torre lo conocen todos. Y además son agujas increíbles, estéticamente preciosas. Allá también está lleno de montañas lindas, pero donde mirás hay alguien caminando, yendo de un refugio a otro. Acá, como hay mal clima, escalarlas no es fácil”.
Toda una vida
Carolina Codó nació en Córdoba en 1969. Conocía El Chaltén casi desde su fundación, en 1985. Había llegado hacia 1990 para escalar con su hermano mellizo y regresó, unos años después, con Marcelo Pagani, un joven de Pico Truncado, también montañista, con el que luego se casó en su ciudad. Recién recibida de médica, Carolina quería empezar la residencia en Córdoba y después radicarse en la Patagonia.
Pero Marcelo le insistió en irse enseguida y así fue que ella pidió a las autoridades de Santa Cruz trabajo en un pueblo. Le dijeron “Tres Lagos” (N de la R: localidad muy pequeña y alejada de las montañas que por entonces era más grande que El Chaltén, pero que, como no es turística y está sobre la RN 40 no deja de ser un lugar de paso)… “Y yo me imaginaba que había tres lagos ahí mismo, no sabía que los tres lagos estaban lejísimo. Por suerte alguien dijo ‘a esta chica le gusta escalar’ y me mandaron a El Chaltén”.
Corría el año 1993. Carolina no tenía experiencia, y el puesto sanitario era menos que modesto. “Muchos años fui la única médica, y hay que recordar que la ruta era de ripio, no sólo no había internet, ni estación de servicio, si no que no había teléfono. Cuando yo tenía una duda, tenía que consultar por radio y me escuchaba toda la provincia”, recuerda y ríe. “Ahora, con Whatsapp e internet se pueden compartir imágenes, hacer consultas con profesionales de todo el mundo, es otra cosa”. Hacia 1997/1998, Pérez Companc visitó el lugar y decidió donar los fondos para construir el primer hospital rural. Por la amistad que entabló con Carolina y Marcelo, el empresario los ayudó a ampliar la Hostería El Pilar que habían inaugurado en 1996, a unos 15 km del pueblo, con vista al Fitz Roy.
Antes, la pareja había abierto uno de los primeros restaurantes del pueblo, The Wall, donde se juntaban los escaladores. “Yo salía del puesto sanitario y me iba a hacer canelones”, recuerda. Unos años después nacieron sus hijos Felipe y Francisco.
Patria por adopción
Cuando Carolina se separó, nunca pensó en irse de El Chaltén. “Ha sido la relación más estable que tuve en mi vida”, comenta. “El pueblo me ha dado mucho, pero porque yo también le di todo. Es un ida y vuelta muy gratificante”, asegura mientras admite que si bien le han ofrecido cargos políticos, y la idea le resulta interesante, siente que no podría con el “sistema”. “Querría cambiar todo”, plantea. Como médica generalista, Codó ha hecho un poco de todo: ginecología, traumatología, pediatría… “Y cuando no había veterinario, hasta me ha tocado sacrificar perros”.
A lo largo de los años, el pueblo fue creciendo, llegó un segundo médico, aunque los pacientes también se han incrementado. Y mucho. “El ministerio siempre viene detrás del crecimiento, de la necesidad”, dice. “Es una locura que un pueblo de menos de 3.000 habitantes, llegue a haber en temporada alta unos 15.000 turistas por día. Y encima no es gente que viene a tirarse a la playa: es gente que viene a hacer actividad física”. Las fracturas, los esguinces son cuestiones casi cotidianas. Lamentablemente, también son cada vez más frecuentes los infartos en los senderos.
“Y además, se sigue radicando gente. Todos los días atiendo 10 personas que me dicen que viven en Chaltén y yo no los conozco. Lo cual hasta hace unos años no pasaba”, remarca. “La verdad es que me preocupa cómo crece El Chaltén. Está todo colapsado. Los servicios, el puesto sanitario, las brigadas antifuego. Se siguen construyendo hoteles y restaurantes, pero todos esos negocios precisan personal. Hay un problema muy serio: toda esa gente tendría que tener acceso a una vivienda. La gente está viviendo en condiciones indignas. Se están gastando medio sueldo en conseguir una cama, ya ni siquiera una habitación, y mucho menos una casita. Los senderos tienen una gran erosión, el cambio climático hace que se estén derritiendo los hielos. Siento que el pueblo está colapsado”.
Presente y futuro
Durante la pandemia Carolina empezó a interesarse por la ecografía, y piensa que cuando se jubile se va a dedicar a esa actividad, que le resulta atrapante. A eso, y a volar en parapente, el nuevo deporte que –sin proponérselo– está reemplazando a la escalada. Empezó gracias a su amigo Alberto del Castillo, montañista y titular de Fitz Roy Expediciones.
“Él había empezado a volar en Tandil, donde vivía durante los inviernos, pero cuando se radicó del todo acá, empezó a agitar a los amigos, para no estar solo. Trajo unas velas y empezamos haciendo prácticas en el suelo. Hasta que una vez que me iba a Europa a hacer escalada deportiva (hace años ya que no hago alpinismo) decidí hacer el curso de parapente. Allá es más fácil. A diferencia de acá, que hay que subir caminando, allá los despegues se hacen por carretera, y eso te permite hacer más vuelos por día. Acá estás más limitado por las piernas. Pero es divino. Volar con los cóndores es impagable”.
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