Fue creado en 1950 por iniciativa de George Kalmar, Linda y Max Rautenstrauch, Ernesto Epstein y otros inquietos artistas que se inspiraron en los “musical camps” ingleses.
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Como las composiciones corales, la historia del Camping Musical de esta ciudad es colectiva. Desde sus inicios, a principios de la década de 1950, fue el aporte y la pasión de muchas personas los que permitieron el desarrollo y el prestigio de una asociación que ya tiene más de 70 años. Rodeado de un paisaje inmejorable, el lugar es famoso por sus seminarios estivales de formación artística.
Ubicado al final de la calle Vivaldi –a solo 2 km del hotel Llao Llao y a 26 km del Centro Cívico–, el Camping Musical llama la atención por su nombre. Si bien nunca funcionó como un camping tradicional, lo cierto es que comenzó como un eco de los musical camps ingleses, en los que grupos de músicos se juntaban en un entorno natural y dormían en carpas.
George Kalmar, Linda y Max Rautenstrauch, Patricia Stokoe, Paul y Narcisa Hirsch, Ernesto Epstein, Ljerko Spiller y Mónica Cosachov están entre las voces que, en un sentido metafórico, integraron el ensamble coral que dio vida al célebre rincón barilochense que desde 1950 resulta un imán para los intérpretes.
Y uno de los miembros más recientes de esa historia plural es el compositor y director coral Eduardo Malachevsky, que fue presidente del Camping Musical y actualmente se desempeña como director ejecutivo y artístico: es quien programa la agenda de espectáculos y seminarios, muchos de los cuales ya son legendarios.
“A lo largo de la historia, la palabra que más se repite es magia. Y reflexionando sobre eso, creo que el arte expresa lo bello y la naturaleza también. Es como un encuentro de enamorados: la belleza del entorno con lo que expresa el arte vibran por simpatía y esa es la magia”, dice Malachevsky, que se sumó a la asociación en 2010 tras vivir en Estados Unidos y Francia.
Nacido en Santa Fe, el compositor escuchó sobre el Camping Musical mientras estudiaba música en la universidad. “Nunca había venido a Bariloche, pero en los años 80, este lugar era conocido. Mis compañeros decían: ´Vamos a formarnos con tal maestro’. Para los músicos académicos y de otro tipo, era emblemático”. Tras volver de París en 2008, lo invitaron a formar parte de la comisión directiva.
Malachevsky heredó la pasión de quienes lo precedieron y siente que ese espacio representa la historia viva de la cultura. Una historia con más de siete décadas.
Los primeros pasos
En 1947, llegó a la Argentina el arquitecto y oboísta húngaro George Kalmar. Nacido en Budapest en 1919, había estudiado arquitectura en Inglaterra y, en los ratos libres, hacía música de cámara con grupos de aficionados. En sus años en Cambridge, había participado de los encuentros musicales en torno de un maestro que se organizaban en la campiña. Esos momentos quedaron vibrando en su cabeza.
Recién llegado a Buenos Aires, Kalmar ingresó en la orquesta del maestro Teodoro Fuks. Entre diciembre de 1949 y enero de 1950, con otros tres músicos compañeros, viajó de mochilero a Bariloche y se alojó en Colonia Suiza. Allí conoció a la pianista Linda Rautenstrauch, a quien el oboísta húngaro entusiasmó con la idea de reproducir en la Patagonia la experiencia de los musical camps.
A través de los contactos de la familia Rautenstrauch, Kalmar consiguió sumar al proyecto al millonario barón austríaco Friederich “Fritz” Mandl, que les prestó un terreno en la llamada “playa sin viento” sobre el lago Moreno: los músicos construyeron ahí una cabaña y le sumaron un piano. Durante diez años, allí funcionó el Camping Musical, con carpas cedidas por el Ejército. Cada verano, llegaban músicos, mayormente de Buenos Aires, y se reunían en torno a un maestro.
Además de la música académica, la danza estuvo presente desde los orígenes del lugar. La bailarina Patricia Stokoe, formada en Inglaterra y creadora del movimiento de expresión corporal, se enamoró de Kalmar y también fue un personaje clave de la historia del camping.
El boca en boca se hizo sentir y los seminarios de verano se afianzaron como referencia para los artistas. A fines de la década de 1950, el diputado nacional Horacio Luelmo consiguió que el Estado donara las 6,37 hectáreas en las que funciona actualmente el campus ars o campus de arte. En la escritura, el predio se menciona como “ex Isla del Lago Moreno”: la calle Vivaldi es, de hecho, una suerte de istmo y el terreno está rodeado de agua.
En el nuevo emplazamiento, los músicos seguían durmiendo en carpas, aunque, al poco tiempo, entró en escena Paul Hirsch, fundador y presidente de la Fundación Antorchas. La entidad funcionó entre 1985 y 2006 y, gracias a los subsidios que entregaba, fue clave para promover y sostener cientos de proyectos artísticos y culturales en distintos países latinoamericanos.
El aporte económico de la Fundación Antorchas permitió que el Camping Musical tuviera la infraestructura que hoy vemos: una sala con 200 butacas, cabañas para alojar hasta 60 personas, un comedor, una cocina y una casa para un cuidador. Además, cuentan con diez pianos, entre ellos un Steinway.
Clásica y popular
El desarrollo del Camping Musical continuó ininterrumpidamente, en principio, vinculado con los seminarios de verano. Múltiples maestros de distintas artes pasaron por allí y congregaron a músicos de todo el mundo. Ellos formaron, a su vez, a otros músicos que se convirtieron en maestros.
“Muchos de los integrantes del Teatro Colón, de la Sinfónica Nacional y de la Filarmónica Nacional, por ejemplo, han tenido la experiencia del camping. El violinista croata Ljerko Spiller dictó como 16 seminarios de música de cámara. Un alumno suyo, el violinista Alberto Lysy, fue el que inició la Camerata Bariloche, que surgió de los encuentros acá. Y otra artista de excelencia y formadora que dejó su marca en la historia del lugar fue la clavecinista Mónica Cosachov”, cuenta Malachevsky.
Y si bien en los orígenes, la música académica fue protagonista, la música popular también escribió sus páginas en la historia del Camping Musical. Gustavo Santaolalla, Ara Tokatlian, Guillermo Bordarampé, Horacio Gianello y Danais Winnycka pasaron por allí con Arco Iris en la década de 1970. El saxofonista y flautista Tokatlian volvió hace unos años a visitar el campus y dio un concierto: “Se acordaba de la experiencia de aquellos años y lloraba de la emoción. Lo cierto es que, en todos los casos, incluso ahora, los seminarios son verdaderos retiros de formación”.
El camping hoy
Actualmente, el camping musical organiza funciones durante todo el año. Asimismo, entre diciembre de 2023 y marzo de 2024, ya hay nueve seminarios de formación artística programados, como un encuentro internacional de piano (el verano pasado uno similar convocó a 60 pianistas), un seminario de dirección orquestal, uno de tamboreras, otro de acuarela y uno de comedia musical a cargo de Ricky Pashkus, entre otros.
Además de los espectáculos durante el año, el alquiler por el uso de la sala, el pernocte y el servicio de catering para los seminarios de verano representa el principal ingreso económico del espacio. Los seminarios siempre se dictan de a uno por vez, por lo que los organizadores y los participantes tienen las seis hectáreas a disposición, con vistas inmejorables al lago Moreno y el cerro López.
En 2020 –justo antes de la pandemia–, se festejaron los 70 años del Camping Musical y Malachevsky organizó una tarde de naturaleza y arte: como un “pequeño Woodstock”, el lugar se abrió a la comunidad y se pudo disfrutar de diferentes artistas, tanto en la sala como en un escenario que se montó al aire libre. La idea es repetir esa experiencia próximamente.
“Entre los mayores desafíos actuales está el mantenimiento de la propiedad. Todo lo construido tiene más de 30 años. A través de donaciones y subsidios, hemos podido renovar el piso de la sala y los techos de las cabañas, que eran de tejuelas de ciprés. El Fondo Nacional de las Artes aportó para las luces escénicas, por ejemplo”, señala el director artístico.
Además de la comisión directiva, que funciona ad honorem, una estructura de apenas cuatro personas sostiene día a día a la asociación sin fines de lucro. Cada uno de sus miembros sabe que el legado de Kalmar, los Rautenstrauch y Stokoe, entre otros, es único y ponen el cuerpo para que la música siga sonando. Y para que el arte y la naturaleza sigan confluyendo.
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