Un tríptico con bonus track. Son tres misiones -Santísima Trinidad del Paraná, Jesús de Tavarangüé y San Cosme y San Damián- que conforman gran parte del legado jesuítico paraguayo. A esta oferta se le suma el Museo Diocesano de Arte Jesuita en San Ignacio Guazú, que contiene un acervo único: santos tallados en madera y que enseñan el corazón del sincretismo religioso.
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Apenas uno se aleja de Asunción, el verde intenso se apodera del paisaje. Aparecen pequeñas sierras a lo lejos colmadas de selva, y el camino es predominantemente ondulado, como grandes cuchillas. Cada tanto, desmonte y ganadería. Cada otro tanto, desmonte y soja (en cantidades) y arroceras. Y agua: muchísima agua. Ríos caudalosos, arroyos que parecen ríos, correntadas de agua marrón que se arremolina como si no diera abasto a escurrirse. Para iniciar la ruta de las misiones jesuíticas, la primera parada (obligada) desde la capital de Paraguay es San Ignacio Guazú, a poco más de cuatro horas de viaje desde Asunción.
Esta reducción fue fundada en 1609 y contiene una joyita: el Museo Diocesano de Arte Jesuita, donde se encuentran estatuas de santos talladas en madera y objetos de gran valor, además de manuscritos y cerámica arqueológica. Ubicado en lo que solían ser las aulas del colegio misionero, alberga una serie de tesoros que fueron resguardados por los pobladores luego de la caída de los jesuitas. En 1993, la orden religiosa volvió a la ciudad y logró recuperar gran parte del acervo. Cada una de las cuatro salas están pensadas por tema: sala de la creación; sala del misterio pascual; sala de la Iglesia; y sala de la compañía de Jesús. En total, hay 27 esculturas, un altar y un sagrario. Esther, la guía, pide que prestemos especial atención al detalle de las piezas talladas en madera, los logrados pliegos de las telas. Y no duda en señalar un par de obras clave: el Ángel Custodio, la Virgen Inmaculada y el Cristo Resucitado.
Para hacer un recorrido detallado de las reducciones jesuíticas en esta zona del país ubicada al sudeste de la capital, alrededor del ecosistema de Encarnación, se puede hacer base en Bella Vista, un pujante poblado de colonos con ascendencia alemana -como en toda la zona-, donde la actividad agrícola es la predominante. Desde allí es posible visitar las misiones de Santísima Trinidad del Paraná, Jesús de Tavarangüé (ambas, patrimonio de la Unesco) y San Cosme y San Damián. Cada una de ellas, abocada a distintos quehaceres de los jesuitas.
En Trinidad nos recibe Edgar Paredes, ex vendedor de quiniela que en 1999 se convirtió en guía de esta reducción. Él nos cuenta que hasta 1950 el cementerio estuvo en uso y la plaza central oficiaba de cancha de fútbol del pueblo. “En las ruinas se había improvisado una capilla y hasta una alcaidía”, revela. Todo cambió en la década del 70, cuando comenzaron los trabajos arqueológicos. Desde entonces, las ruinas cobraron un significado diferente. “Es un compromiso cuidar este patrimonio”, dice Edgar.
Esta misión se creó en 1706 y llegó a albergar 4 mil indígenas guaraníes de diversas tribus que habían aceptado reunirse en este sitio para evitar el acecho de los bandeirantes. “Les ofrecieron unidad, contención, pero además los jesuitas se tomaron el trabajo de aprender el idioma, respetar sus costumbres y enseñarles nuevos conocimientos: por ejemplo, fueron los jesuitas quienes crearon la escritura de la lengua guaraní”, explica Edgar, cuando se le pregunta cómo las órdenes religiosas lograron sostener estos espacios durante tantos años.
Las ruinas dejan entrever cómo era la vida en aquella época. Lo que quedó de las construcciones revela la majestuosidad que se le imprimía a esta arquitectura que aquí es considerada como el “culmen del barroco”. Esta reducción fue el conjunto urbano más completo, con una estricta planificación alrededor de la plaza: una iglesia principal, el colegio, la huerta, el campanario, las casas de los guaraníes, otra iglesia más pequeña y un cementerio.
Hay restos ornamentales esculpidos en piedra por manos indígenas, como la pila bautismal y el púlpito. Esta misión tenía especial interés por el desarrollo de la artes performáticas: en la plaza se celebraban desfiles militares, grandes procesiones, representaciones teatrales y musicales (de hecho están los ángeles esculpidos con sus instrumentos en las paredes de la iglesia). También hay un museo lítico, con gárgolas y columnas: en total hay más de 4 mil restos de piedra tallada.
Apenas 10 minutos en auto de esta misión se encuentra otra importante reducción jesuítica, aquí referenciada simplemente como “Jesús”. “Acá se nota cómo habían mejorado la técnica constructiva y la calidad de los materiales”, dice Lira Hein, guía del museo. Lira resalta las líneas moriscas de los pórticos y el excelente estado de conservación: “El 80% de las piezas son originales”. El eje central era el teatro, algo que aquí honran con un video mapping 3D que recrea la vida diaria de la misión.
El segundo asentamiento de Jesús estaba en plena construcción cuando se decretó la expulsión de los jesuitas en 1767, acusados de conspirar contra la corona española, abandonaron para siempre la zona dejando tras suyo un enorme legado cultural. Según cuenta Lira, el templo estaba proyectado como una réplica de la Iglesia de Loyola en Italia, y como el más grande entre las misiones. Lo que quedó en pie confirma la pretensión.
En San Cosme y San Damián la actividad principal era la astronomía, gracias a la obstinada labor del padre Buenaventura Suárez, el primer astrónomo de Paraguay que montó un reloj solar -que todavía se conserva- y construyó el primer observatorio en el Siglo XVIII. La misión fue fundada en 1632 y todavía hoy se utiliza la iglesia principal: una construcción de 65 metros de largo, reconstruida luego de un feroz incendio ocurrido en 1899. Adentro, en las naves laterales hay un despliegue de imaginería tallada en madera de roble: algunos santos no ocultan rasgos invariablemente guaraníes, como el Jesús de la Columna y la Virgen de la Inmaculada Concepción.
Si bien la misión no llegó a construirse por completo, sí quedó testimonio directo del imponente edificio destinado al colegio, el único de su tipo que tiene dos plantas, cuyo piso superior se utilizaba para el guardado de granos. Todavía conserva los dinteles de pesado lapacho y sus vigas de la misma madera que sostienen un entrepiso donde pueden contemplarse algunas pinturas originales. El ambiente monástico de sus amplias galerías garantizan un efecto casi inmediato de teletransportación. Aquí aún se rinde homenaje al astrónomo Suárez, una suerte de legado viviente: la misión cuenta con un planetario en forma de cúpula y techo deslizante, un observatorio astronómico y una sala de proyecciones.
Datos útiles
Es posible sacar un pase de 25.000 Gs. que otorga acceso a las tres misiones durante 48 horas (incluye visita guiada). A esta oferta se le suma el Museo Diocesano de Arte Jesuita en San Ignacio Guazú, de entrada libre.
Horarios:
- Misión San Cosme: de lunes a domingos, de 7 a 19.
- Santísima Trinidad del Paraná: de lunes a domingos, de 7 a 19.
- Jesús de Tavarangue: de lunes a jueves, de 7 a 18. De viernes a domingos, de 7 a 17:30.
- Museo de Arte Diocesano: de lunes a sábado, de 8 a 11:30 y de 14 a 17.
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