En plena Costa Brava esta pequeña aldea de pescadores conserva el encanto que cautivó al gran pintor surrealista.
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Detrás de una cadena de montañas en un camino angosto de curva y contracurva, ascensos y descensos, Cadaqués se descubre como un pueblo blanco, sobre el Mar Mediterráneo.
Por siglos el acceso por tierra fue tan complicado que esta aldea de pescadores conservó su prístino encanto de villa marítima bucólica y despojada con una belleza propia de la Costa Brava.
Aislado por la montaña de Peñi y el Monte de los Sopladores del resto de la comarca de Ampurdán, el pueblo tuvo más vínculo con el mar que con el continente hasta fines del siglo XIX. Fue justamente por su encanto auténtico que el artista insignia del surrealismo Salvador Dalí eligió establecer allí, en el barrio retirado de Portlligat, su casa taller.
Hoy el viaje en auto de 175 kilómetros por carretera desde Barcelona insume poco menos de dos horas por el interior de la provincia de Girona. Eso sí, no es apto para personas con vértigo. No hay una sola línea de tren rápido directo y pocas frecuencias de buses cuando no es verano.
Cadaqués se encuentra situada a ambos lados de una bahía abrazada por el mar, recostada sobre una colina rocosa. El barrio de Dalí está a dos kilómetros del casco antiguo, entre viñedos y olivos. Un camino que se recorre a pie en quince minutos, sin mayor dificultad que las subidas y bajadas por calles empinadas, como parte fundamental de la experiencia.
La casa que compró Dalí unos cien años atrás (en 1930) está situada a las afueras del municipio, en la bahía de Portlligat - que da nombre al poblado- junto al pequeño puerto de pescadores. Es una construcción bastante estrambótica, un lugar imperdible sobre una cala en el cabo de Creus, pegada a un embarcadero donde aún amarran barcazas de lugareños. La pequeña casa museo se descubre a lo lejos porque tiene una escultura de un huevo sobre el techo.
Se trata de una casa blanca, como la mayoría de las casas vecinas, que tiene una pequeña puerta verde. Conserva sus muebles, cuadros, esculturas y libros. Tiene, además, una vista privilegiada a la bahía.
“Nuestra casita debía componerse de una pieza de unos cuatro metros cuadrados que debían servir de comedor, dormitorio, taller y vestíbulo. Se subían unos peldaños y un rellano, se abrían tres puertas que comunicaban con una ducha, un retrete y una cocina apenas lo bastante grande para moverse en ella” describió el artista en Vida secreta, la obra sobre su vida que él mismo escribió. “Deseaba que fuera muy pequeña. Cuanto más pequeña más intrauterina”, comparó.
El pintor vivió allí con su musa, Gala. Le gustaba ver el amanecer pegado a las barcas de los pescadores. Dalí describió el pueblo con sus palabras: “Allí fue donde aprendí a empobrecerme, limitar y limar mis pensamientos para que adquiriesen la eficacia de un hacha. Donde la sangre sabía a sangre y la miel sabía a miel. Una vida que era dura, sin metáforas, ni vino. Una vida con luz de eternidad. Las elucubraciones de París, las luces de la ciudad y las joyas de la Rue de la Paix no podían resistir esta otra luz, centenaria, pobre, serena e intrépida, como la concisa frente a Minerva”.
Más allá de Dalí, todo Cadaqués tiene el encanto propio de un pueblo sin metáforas. Mar, cielo y mucho sol. Una vida aletargada, en modo pausa.
Aquí, según Dalí, “el tiempo transcurre más lentamente y cada hora tiene su dimensión. Hay una tranquilidad geológica: es un caso planetario único”.
Por su atmósfera natural y relajada esta zona fue morada también de Federico García Lorca y Luis Buñel, entre otros artistas.
Toda la costa sobre el Mediterráneo invita a caminar por la ribera para iniciar el ascenso por sus angostas calles y descubrir las galerías de arte y tiendas de artesanos.
Las callejuelas, cubiertas de lajas grises azuladas extraídas del mar, se pierden en laberintos empinados sobre la montaña que tienen a los lados pequeñas casas blancas con techos de tejas. El casco antiguo está conformado por unas diez manzanas irregulares hasta lo más alto de la villa donde se sitúa la iglesia Santa María, considerada como el monumento más importante de Cadaqués. Fue erigida por los pescadores y navegantes de la población. Tiene una fachada sencilla y enormes vitrales de colores vivos.
En la plaza se vislumbra el faro de Cala Nans y se contempla la bahía del Es Cucurucuc (el islote).
La calle con más encanto del casco antiguo es Es Call, donde habitó la comunidad judía durante cientos de años. Es estrecha y su entrada está enmarcada por un arco en el que, hace siglos, estaban las puertas de acceso al barrio.
Las propiedades son austeras, de formas irregulares, encaladas con balcones colmados de buganvilias (Santa Ritas) de colores vibrantes. Fuscias o naranjas, las plantas con flores contrastan con las casas totalmente blancas, donde lo distintivos son las puertas: verdes, azules o amarillas.
La playa principal de Cadaqués, La Platja, es una cala con una vista panorámica del pueblo y de los muchos barcos que atracan en sus aguas. A lo lejos se adivinan los caseríos costeros de Francia. El país vecino invadió Cadaqués en la Edad Media.
Poco queda hoy de las murallas que mil años atrás construyeron los habitantes locales para protegerse de invasiones marítimas. Hoy la amenaza es otra. La encabeza el turismo, pero esta perla de la Costa Brava sabe dar batalla.
Casa Museo. Se requiere reserva previa. pll@fundaciodali.org Desde € 15 por persona.
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