Tiradentes y Ouro Preto, en Minas Gerais, son el eje patrimonial de la Estrada Real, que nació en el siglo XVI y conectaba este estado de riquezas minerales y exploradores con el puerto en Río de Janeiro. Resabios del imperio que alguna vez fue Brasil.
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En solo diez años, en Minas Gerais encontraron la mitad del oro que Occidente conocía”, dice Dalton Cipriani, guía de Uai Trip. “Estaba en los ríos y en los cerros”, agrega con el tono apurado y suma datos que retengo con esfuerzo. Su portugués, que cada tanto intercala con algo de español, me resulta bastante más difícil que aquel que escuché alguna vez en Florianópolis. Es claro que estamos tierra adentro, lejos de las playas de siempre. Puntualmente, en el centro histórico de Tiradentes, a 328 kilómetros del aeropuerto de Río de Janeiro. Dalton sugiere empezar el recorrido en el Largo das Forras, donde, según cuenta, los últimos esclavos de la zona recibieron sus cartas de libertad (alforria, en portugués) en mayo de 1888. Fundamentales para la Corona portuguesa, los negros eran mucho más productivos que los nativos, que conocían las sierras y solían escapar. “Una familia de portugueses podía tener alrededor de 15 esclavos. Todos con papeles”, agrega Guilherme Carvalho, secretario de Turismo de Tiradentes, y nos invita a avanzar por uno de los tantos callejones creados para que los esclavos no anduvieran por las calles principales.
Minas –como se abrevia el estado de Minas Gerais– comenzó a cobrar relevancia entre los siglos XVI y XVIII, mientras los portugueses se adentraban en el nordeste de Brasil para explotar la caña de azúcar. Fue cuando surgieron los bandeirantes, expedicionarios paulistas con poca cultura y mucha osadía, que se alejaban del litoral para reclutar nativos que trabajasen en las fazendas. Así, sin buscarlo, encontraron el oro en los cerros mineros. “Tiradentes se formó con la llegada de los paulistas de la capitanía de San Vicente, una de las más pobres, en 1690. Durante mucho tiempo fue São José, hasta que, con la proclamación de la república en 1889, dejó de honrar con su nombre a un rey portugués para pasar a venerar a un héroe de la independencia”, cuenta Dalton. En efecto, “Tiradentes” era el apodo de Joaquín José da Silva Xavier, un odontólogo que devino en soldado revolucionario, fue acusado de traidor y murió ahorcado en un episodio histórico que se conoce como Inconfidência mineira.
Pequeña y exclusiva
Tiradentes tiene 8.000 habitantes, con un casco histórico de sólo cinco manzanas, donde se concentran los atractivos turísticos. Bares con estilo, restaurantes de todo tipo, locales de decoración y turistas emperifollados en primeras marcas prevalecen entre las calles de piedra, los faroles y las construcciones coloniales, con sus puertas de madera y celosías coloridas. La municipalidad es el único edificio de más de 15 metros, y en la rua de Chafariz hay una casa de 1708, que es la más antigua. Un puente de piedra pasa sobre el río de Santo Antonio. Y hay una fuente –chafariz– de São José que conserva sus adoquines originales, a diferencia del resto de las calles del centro, donde las lajas se renovaron en 1960. Pisar firme en las calles de piedra –sin tacos y sin apuro– es una habilidad que se adquiere, y que tendré que desarrollar a lo largo de toda mi estadía en Minas Gerais.
Hay tres iglesias imprescindibles. La Iglesia Matriz de Santo Antonio data de 1710 y está catalogada como una de las más ricas de Brasil, aunque no hay manera de determinar con exactitud cuánto oro recubre sus púlpitos y altares. Es asombrosa. El piso de madera está marcado con números que indican sepulturas; en el altar está el patrono, y en el centro hay un san José con botas, porque viajaba como los bandeirantes. Es la iglesia que recibía a los más ricos del pueblo. La Iglesia Nuestra Señora del Rosario de los Negros es la segunda en importancia y condensa con maestría mucho de barroco (tan italiano) con algo de rococó (tan francés). Finalmente, en la plaza, la Iglesia del Bom Jesús de la Pobreza confortaba a los esclavos. En casi todos los templos del estado es obligatorio pagar entrada (por lo general, R$ 5), y siempre vale la pena.
Para almorzar, Padre Toledo es un clásico de este pueblo que vive del turismo. Se llama así por un cura que abogó por la independencia de Brasil. Lo atiende Fernanda Fonseca, que es cocinera y propietaria, junto con sus hermanos Luis y Paula. Lo levantaron sus padres, Josefina y Gerardo, en 1978. Sirven comida minera tradicional, que encontraré a cada paso en este estado de gente aguerrida. “Los buscadores de oro comían feijão tropeiro, que lleva frijoles y harina de mandioca. Es un plato típico, como todos aquellos que nacen del maíz, la mandioca, el pollo y los pimientos”, dice Fernanda, mientras cuela el café sobre mi taza en un filtro individual y destaca la gastronomía de este enclave que acusa recibo de la huella que dejaron nativos, africanos y portugueses.
Por la tarde, visitar el Museo de Santa Ana es un permiso que me doy: es privado y caro. Funciona en la antigua cárcel y expone cerca de 300 imágenes de esta santa, que fue la abuela de Jesús y figura muchas veces soslayada del santoral católico. Me provoca recogimiento, quizás por la música sacra y, seguramente, por lo bien que está montado.
Una vez en el hotel tengo la suerte de cruzarme con Eduardo Ted Dirickson, el propietario de una de las posadas más chiques (como se dice chic en plural en portugués) del centro de Brasil. Solar da Ponte se llama esta propuesta exquisita, con habitaciones amplias, obras de arte, hamacas, un jardín muy bonito y decoración bien british. Fue levantada por John Parsons, el padrastro de Ted, que era “el típico británico aventurero”, que se enamoró de Anna Maria, la mamá de Eduardo, originaria de Ouro Preto. Con la idea de montar una posada (“lugar de reposo”) de estilo boutique y similar a las que había visto en España, apostó por esta localidad que en los 80 estaba prácticamente en ruinas. Compró esta casa, que era de un médico húngaro, y se convirtió, para los locales, en un “tipo completamente loco”. Se comprometió a preservar el estilo portugués de la edificación, justo cuando Roberto Marinho, dueño del multimedio O Globo, centró los esfuerzos de su fundación en poner a punto esta localidad bien bonita, pero por entonces olvidada. Le fue muy bien y el hotel se ganó su buen nombre. Afincado en San Pablo, Ted tenía una empresa de embalajes y acá sólo venía de vacaciones. Hasta que, en 2000, su madre y Parsons lo invitaron a ser parte de este emprendimiento que se revitalizó con el cambio de generación y, desde entonces, pertenece a la asociación Roteiros de Charme, que nuclea hoteles boutique de Brasil que tienen tanto encanto como este.
¿Cómo se explica la belleza de Tiradentes? La descifro con Dalton, que vuelve sobre la historia. “A diferencia de lo que ocurrió en el resto de Minas Gerais, aquí sólo encontraron oro en el río, no en los cerros. Y tampoco encontraron demasiado... Por eso los explotadores se fueron pronto para seguir buscando y abandonaron la zona, que quedó preservada”, apunta y agrega que muchos dicen que aún hoy, en el cerro San José, hay una veta de oro que nunca fue explotada. ¿Será cierto?
Más arte y más compras
A diez minutos de Tiradentes, Bichinho es un paraje de artesanos con precios mucho más convenientes. Tiene una calle central con una iglesia, Nuestra Señora de la Pena, que de momento está cerrada, y una Casa Torta (torcida) que propone un recorrido lúdico y experimental para grandes y chicos. En las ventanas de los negocios, hay namoradas, que son esculturas de mujeres pensativas y voluptuosas, acodadas como esperando a alguien (su gran amor). A no confundirse y llamarlas bahianas, que son de Salvador de Bahía.
Entre los talleres más convocantes de Bichinho está el de Amilton Trindade Narciso, que trabaja madera de cedro e itaúba. La obtiene de demoliciones y, antes de empezar a esculpir, se toma un rato para observar qué es lo que cada pieza propone. Talla, expone y vende santos de cachetes nutridos, labios turgentes y brazos fornidos, que parecen más bien dioses griegos.
A 25 minutos de Tiradentes también merece una visita São João del Rei, una ciudad grande con un tren turístico, un museo ferroviario, iglesias y un amable casco histórico. Fundada en 1705, se llama así por Dom João V, rey de Portugal. Pujante por el oro primero y luego por el agro que se potenció con el tren, compitió con Belo Horizonte para ser capital de Minas Gerais y conserva puentes que le dan cierto aspecto medieval.
“El tren estuvo listo en 1887 y venía de Barbacena hasta acá. Lo inauguró Dom Pedro, el emperador de Brasil, y transportaba cereales, vacas, leche... ¡Lo que fuera! Porque había que alimentar a Río de Janeiro, que crecía mucho”, cuenta Dalton, nuestro guía de Tiradentes, que tiene la gentileza de acompañarnos también hasta acá. Solía recorrer 678 kilómetros y se ramificaba, pero hoy quedan sólo 12 del trazado original, que se volvió turístico y comunica São João del Rei con Tiradentes.
Cuna de orquestas antiquísimas, aquí hay una Iglesia de San Francisco de Asís, de 1743, que varía en sus horarios de apertura y tiene un pórtico diseñado por Aleijadinho, artista que descubriré en Congonhas. También destaca Nuestra Señora del Rosario de Benedicto de los Hombres Negros, que abre sólo cuando hay misa y no cobra entrada. Y una iglesia catedral, Nuestra Señora del Pilar, que es de 1723, con fachada neoclásica, mucho barroco en su interior y una buena cantidad de oro. El ejercicio de contemplarla es un placer. “El renombre del artista fue siempre más importante que la cantidad de oro que había en cada iglesia”, me aclara Dalton antes de despedirnos.
Emblema y devoción
Partimos hacia el norte, en dirección a Ouro Preto, por la MG 155, que coincide con el antiguo Camino Real. En dos horas nos desviamos hacia Congonhas para visitar su santuario y el museo, el primero que entró en la categoría de museo de sitio de Brasil, construido en 1939. Las indicaciones del GPS son algo erráticas, nos dejan a unas cuadras, en la Iglesia de San José, y tenemos que caminar –en subida y por las calles adoquinadas– para llegar al Santuario de Bom Jesus de Matosinhos, el más importante del lugar. Esto es apenas un preludio de lo que será Ouro Preto, con su casco histórico sobre colinas escarpadas. Me lo había anticipado Jade, mi compañera fotógrafa, que tenía bien estudiada la zona y es precavida.
En el Museo de Congonhas nos recibe Igor Silva Mendes Ferreira, que es guía y habla bien español. Me alivia no perderme nada de lo que explica. “En el siglo XVIII llegó hasta acá un explorador portugués, Feliciano Mendes. De pronto, contrajo una afección pulmonar y prometió que, si se curaba, levantaría una iglesia en honor a Jesus de Matosinhos, por la ciudad de donde era oriundo. Por eso, en 1757, puso una cruz donde hoy está este santuario que, desde 1985, es Patrimonio Cultural de la Humanidad de la Unesco”, cuenta Igor.
Antes de pasar a la iglesia, que está cruzando una calle, entre maquetas e infografías, Igor nos introduce en la historia del gran artista que le da fama al santuario. “Nacido en Ouro Preto, hijo de un portugués y de una mujer que había sido esclavizada, pero ya era libre, el Aleijadinho se llamaba Antonio Francisco Lisboa y murió en 1814. Era arquitecto y escultor. Llegó a Congonhas en 1796, rondando los 50 años, cuando la iglesia estaba a medio construir. Por contrato le dieron dos años para tallar 64 esculturas de madera, que están expuestas en las seis capillas que conducen al santuario. Lo hacía con esfuerzo porque tenía una enfermedad, que pudo haber sido porfiria (pero aún hoy es un misterio), y le habían amputado varios dedos de las manos y los pies. De hecho, su apodo significa ‘tullidito’ o ‘lisiadito’. Contaba con la ayuda de un equipo de discípulos”, detalla Igor mientras avanzamos hacia el templo, que se terminó en 1872, tras 115 años de obra.
Las imágenes recrean la Pasión de Cristo y son muy expresivas. Tienen rasgos achinados, inspirados en los mongoles que el artista había conocido en viajes pasados y no en los nativos de Brasil. En las escalinatas del santuario, en tanto, están los famosos 12 profetas que realizó en piedra de jabón. Igor dice que, probablemente, la autoría de aquellos que tienen los pies a la vista –y no tapados por la túnica o zapatos– sea exclusiva del Aleijadinho y no de sus ayudantes. Tallados entre 1795 y 1805, los de la derecha ofrecen las profecías esperanzadoras; los de la izquierda, las catastróficas. Todavía hay polémica en relación con si deben permanecer en las escalinatas o ser trasladados al museo, para evitar el deterioro que causan el sol, la lluvia y el manoseo de los turistas.
En el interior de la basílica, una treintena de cuadros son exponentes del barroco y del rococó de la época, en colores cálidos y alegres. En el altar, hay un Cristo crucificado, otro sepultado y una imagen de santa Ana. El Cristo que está en la cruz tiene tres características particulares: un ojo que mira para arriba y otro para abajo; los pies clavados, pero no cruzados; y un paño largo, que llega a cubrir la pierna izquierda.
Epicentro de la riqueza
Una hora y cuarto más de ruta, y nuestra posada en Ouro Preto se encuentra justo antes de bajar al casco histórico. Es la Pousada Imperial Cidade, una base muy cómoda para recorrer esta ciudad, que es más grande que Tiradentes, un poco más desordenada y con muchos desniveles. Es decir que, para ir a cualquier iglesia, museo o restaurante, más que mirar el mapa –que no tiene 3D– conviene asesorarse por la gente del lugar y calcular los recorridos en función de las subidas o bajadas. A veces es más rápido (y más seguro) avanzar por zonas sin desnivel que subir calles con pendiente, escalinatas y callejones oscuros.
Ouro Preto no es peligrosa, pero sus dimensiones son un desafío para las pantorrillas. Nuestro punto de partida para conocerla es la Iglesia Matriz del Pilar, donde nos encontramos con el guía André Castanheira Maia, de Ouro Preto Tur. Viene secundado por Sabrina, su novia, que habla algo de español. De todas maneras, no es necesario recurrir a ella porque André habla portugués despacio y nos entendemos muy bien. Cuenta que la primera capilla de esta iglesia es de 1703 y nos marca los palcos para “la gente importante”. Agrega una singularidad: Ouro Preto tiene dos iglesias matrices, esta que es para los emboabas (como llamaban los bandeirantes paulistas a los forasteros) y la de la Concepción (para los paulistas). Además, hay una Iglesia del Rosario, que era para los esclavos; una Iglesia del Carmen, para los comerciantes; y una Iglesia de San Francisco, para los dueños de las minas. Para tener en cuenta: los lunes cierran la mayoría, excepto Nuestra Señora del Carmen (1751), que tiene seis altares que recrean la Pasión de Cristo y es la única con los típicos azulejos azules portugueses, poco frecuentes en Minas Gerais. Se encuentra frente al Teatro Municipal de Ouro Preto, uno de los más antiguos de Brasil (de 1770), que cuando lo visitamos está en remodelación y resulta una pequeña joyita. Otro dato para tener en cuenta: los dueños de la posada donde nos hospedamos tienen aquí también el muy romántico Teatro Hotel Boutique.
Para almorzar, el restaurante Adega es un hallazgo. Sirve comida por peso (una tradición muy brasileña), cuenta con una terraza con vista a la Iglesia Matriz del Pilar y tiene aires de bohemia. “La ciudad se llamaba Vila Rica de Ouro Preto (”oro negro”), porque el oro se extraía de un mineral negro, y fue capital del estado desde 1720 hasta 1897. Emplazada entre montañas, la dividen los ríos San Francisco, das Velhas y Funil”, señala André y cuenta que estas tierras eran del bandeirante Antonio Dias. Juntos caminamos por la rua Direita, que vendría a ser “la correcta” o “la del bien”, que es la principal del casco histórico, como ocurría en Tiradentes. Tiene negocios con buenos precios y bares que invitan a demorar la tarde. Entramos al Museu da Inconfidência, que rememora los primeros intentos de Brasil de doblegar y separarse de la Corona de Portugal. El edificio funcionó como congreso y cárcel, y está en la plaza Tiradentes, frente a una estatua que homenajea al revolucionario y opuesto al Palacio de los Gobernadores. Antes de despedirnos de André y Sabrina, charla va, charla viene, me cuentan sobre la idiosincrasia de los nacidos y criados en Minas Gerais. “Son tradicionalistas y conservadores”, coinciden.
A 25 minutos de Ouro Preto, la localidad de Mariana lleva ese nombre en honor a María Ana de Austria, esposa y reina consorte de João V de Portugal. También tiene un casco histórico y una rua Direita. En la plaza Minas Gerais está la Iglesia de San Francisco, con las tumbas demarcadas en el piso y un techo bellísimo, con un fresco que recrea el arca de Noé y es netamente rococó. También frente a la plaza está Nossa Senhora do Carmo, cerrada. Y hay una antigua cárcel que, actualmente, funciona como cámara deliberante.
Más allá de ese imponente dueto de iglesias, otro atractivo de Mariana es la Mina da Passagem, que funciona sólo para turistas. La propuesta es ingresar en un carrito de madera en una galería subterránea de 330 metros de profundidad y 120 de largo. Walter Rodrigues, el dueño, nos explica su historia. “En 1819 surgió la primera organización minera de Brasil, pero antes, desde 1809, aquí trabajaban extranjeros para la Corona portuguesa. Un alemán, Wilhelm Ludwig von Eschwege, organizó esta sociedad y trajo equipos de California para las perforaciones, que se hacían siguiendo una veta. Extraían 10 gramos de oro por tonelada de piedra del mineral. Llegaron a obtener 35 toneladas de oro”, cuenta Walter y detalla que desde 1985 no se hacen más extracciones porque la inversión sería descomunal. Además, asegura que en este tipo de minas subterráneas nunca llegaron a explotar esclavos, como sí lo hicieron para la búsqueda de oro en los ríos.
Datos útiles
Tiradentes
Dónde dormir
Solar da Ponte. En el centro, cuenta con el prestigio que otorga la cadena Roteiros de Charme, que reúne coquetos hoteles boutique. Sobre una edificación centenaria, muy bien remodelada, recibe en 18 habitaciones cálidas y muy bien equipadas. El desayuno es completísimo y de primer nivel. Desde u$s 270 la doble con desayuno. Praça das Mercês, s/n. T: +55 (32) 3355-1255. IG: @solardaponte
Dónde comer
Ateliê Gastronômico. Higor Braga y Vivian Meirelles son cocineros y amigos. Llevan siete años en Tiradentes, donde tienen una propuesta única de cocina contemporánea, en base a platos tradicionales y con foco en los productos de Minas Gerais. Sirven vinos de bodegas del estado, que están en pleno desarrollo. Reciben en el jardín delantero y en un salón comedor de ambiente intimista, con manteles de puntillas, con velas y con glorietas. Se destacan por la mandioca rosti con queso de Minas, miel de cachaza y azúcar; por los ravioli de queso de Minas en sopa de castañas; por el pulpo con choclo, lechuga capuchina y flores; por la costilla de cerdo y farofa con canela y ananá glaseado; y por el postre de dulce de leche con banana frita, farofa de almendras y helado de albahaca, o el helado de queso de Minas con guayaba, o el pastel de chocolate y dulce de leche con frutos rojos. R. Henrique Diniz, 133. T: +55 (32) 98836-8573. IG: @ateliegastronomico
Padre Toledo. Desde la década del 70, un clásico de la localidad. De la familia Fonseca, sirve comida tradicional minera de excelente calidad. Genialmente ubicado, el salón es muy bonito. De domingo a martes de 11 a 17 horas, y de jueves a sábado de 11 a 23. Rua Dereita, 23. T: +55 (32) 99939-0821. IG: @restaurantepadretoledo
Do Celso. Restaurante sencillo y accesible que ofrece platos abundantes y ricos. Variedad en carnes, arroz y porotos. Todos los días, menos los martes, de 12 a 20 horas. Lago das Forras, 80. T: +55 (32) 3355-1193.
Paseos y excursiones
Uia Trip. Dalton Cipriani es guía muy preparado y solícito. Tienen programas a medida, por el casco histórico y alrededores. Los valores son de acuerdo a la extensión y distancia de la salida. T: +55 (32) 99990-0127. IG: @uaitrip
Museo Santa Ana. Es privado y expone más de 300 imágenes de la madre de la virgen María que fueron confeccionadas por artistas anónimos. De lunes a sábado, de 10 a 18 horas. Martes, cerrado. Domingo, de 10 a 16. Además, viernes y sábados puede haber conciertos. u$s 2. Rua Dereita, 93. T: +55 (32) 3355-2798.
Bichinho
Paseos y excursiones
Amilton Escultor. Es el taller y espacio de ventas de Amilton Trindade Narciso, un artesano que trabaja a la vista con maderas de demolición. Gratis. Rua São Bento, 446. T: +55 (32) 98412-3174. IG: @atelieramiltonescultor
Casa Torta. Espacio lúdico para grandes y chicos. Puede haber fila para entrar o incluso para sacarse una foto con la fachada. De miércoles a domingo, de 10 a 17 horas. El paseo dura una hora. u$s 10. Rua Moisés Pinto de Souza, 446. IG: @casatortamg
São João del Rei
Paseos y excursiones
Tren Turístico y Museo Ferroviario. La antigua Estrada de Ferro Oeste de Minas comunica la estación de São João del Rei con Tiradentes. Hace tres o cuatro viajes por día y conviene chequear horarios de salida por web. El circuito dura 45 minutos. u$s 10. El museoexpone locomotoras, objetos ferroviarios y repasa la historia de esta línea de tren tan fundamental para la zona. Todos los días, de 8 a 18. Gratis. Avenida Hermílio Alves, 366. T: +55 (32) 3371-8485.
Congonhas
Paseos y excursiones
Museo de Congonhas y Santuário do Bom Jesus de Matosinhos. Igor Silva Mendes Ferreira es uno de los guías más preparados de este museo que está junto al santuario y conviene visitar antes de entrar. Es fundamental para comprender su valor patrimonial. Museo: de martes a domingo, de 9 a 17 horas; miércoles, de 13 a 21. u$s 2. Hay descuentos para niños y jubilados. Santuario: todos los días, menos los lunes, de 7 a 18 horas. u$s 2. Alameda Cidade Matozinhos de Portugal, 77. T: +55 (31) 3731-6747. IG: @museudecongonhas
Ouro Preto
Dónde dormir
Pousada Imperial Cidade. Muy bien ubicada y atendida, tiene estacionamiento, habitaciones confortables y buen desayuno. Desde u$s 50 la doble con desayuno. Rua Padre Rolim, 800. T: +55 (31) 3350-2200. IG: @imperial_cidade
Teatro Hotel Boutique. Con una bonita vista de la ciudad, junto al Teatro Municipal y la Iglesia del Carmen, tiene ocho habitaciones con cama matrimonial porque está concebido para parejas. Desde u$s 98 la doble con desayuno. Rua Costa Sena, 307. T: +55 (31) 3350-3920. IG: @teatrohotel
Dónde comer
Adega. Muy buena comida minera servida al peso en una antigua casona con lindísima vista de la ciudad. Todos los días, de 11.30 a 16 horas; y de jueves a sábado, de 10 a 23. Rua Teixeira Amaral, 24. T: +55 (31) 98550-4171. IG: @restauranteadegaouropreto
Satélite Lanches. Céntrico, económico, variado y con porciones abundantes. Todos los días, de 11 a 24 horas. Rua Conde de Bobadela, 97. T: +55 (31) 3551-4625. IG: @satelitelanches
Restaurante Chafariz. Bien ambientado, desde 1958 ofrece comida tradicional en versiones sofisticadas. De martes a domingo, de 12 a 17 horas; y los viernes hasta las 23. Rua São José, 168. T: +55 (31) 3551-2828.
Armazém Rural. Ricos pasteis de carne y coxinhas de frango y otros entremeses. Tienen cerveza Ouropretana, que es local. Todos los días, de 11 a 21 horas. Praça Tiradentes, 9. T: +55 (31) 99829-1603.
Paseos y excursiones
Ouro Preto Tur. André Castanheira Maia es guía y comparte sus conocimientos y experiencias. Sabe mucho de historia. Las tarifas varían en función de la propuesta. T: +55 (31) 98561-8050
Museu da Inconfidência. Sobre un imponente edificio que alguna vez fue congreso y cárcel, repasa la historia de la independencia de Brasil, costumbres cotidianas y tiempos de la colonia. Es esclarecedor para comprender la historia local. De martes a domingo, de 10 a 18 horas. Gratis. Praça Tiradentes, 139. T: +55 (61) 3521-4352. IG: @museudainconfidencia
Teatro Municipal. Casa de ópera antiquísima, está divinamente conservado y es cautivante por su tamaño (solo 300 butacas) e historia. Recién refaccionado, de lunes a sábado de 12 a 18; domingo de 12 a 16 horas. Chequear programación. Gratis. Rua Brg. Musqueira, 104. T: +55 (31) 3559-3224. IG: @casadaopera
Mariana
Paseos y excursiones
Mina da Passagem. Cuenta la historia de la mina y tiene un túnel que permite acceder a los pasillos subterráneos. De lunes a domingo de 9 a 17 horas. u$s 42. R. Eugenio E. Rapallo, 192. T: +55 (31) 3557-5000.
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