De acceso sencillo, populares y con varios servicios, guardan sin embargo algunas joyas escondidas.
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Florianópolis es la gloria hecha isla y esa extensión que va de Bombinhas a Rosa, el motivo de desvelo de un montón de patentes negras que marchan cada enero, convencidos de que nuestras costas ventosas con arenas oscuras y aguas frías, no tienen con qué competir en una lucha que nació desigual. Santa Catarina también ofrece otras opciones al norte y sur de la isla que vale la pena descubrir.
Sólo es cuestión de hacer cuentas, cargar bien el auto, armarse de paciencia y partir hacia el cambio de aire más radical y efectivo al que uno puede aspirar sin tomar un avión.
Praia do Rosa
Hace muchísimo tiempo que dejó de ser un destino exótico y secreto para surfers, y se empezó a llenar de turistas de todos lados, aunque siempre el número más grande llega desde Argentina. Así y todo, Praia do Rosa sigue siendo un encanto de playa, de pueblo, de destino. Quizás la preserva el hecho de que no sea tan sencillo llegar a la mismísima arena.
Es que esas cinco o seis familias gaúchas en la década del 60 compraron los terrenos que llegan al mar y los convirtieron en hermosas pousadas; y, aunque por ley la playa es de acceso público, las trilhas que unen la calle con el mar son largas, empinadas, angostas, un poco incómodas –a decir verdad– para el acceso masivo. Los que le ponen más garra para llegar son los amantes del surf que siguen dándole la razón a esos jóvenes de Rio Grande que se adueñaron del lugar tantos años atrás.
Bombinhas
Una península circundada por varias bahías y muy cerca de Florianópolis. Aquí las construcciones son más bajas y amables, y la naturaleza se ha conservado con intención sustentable: las posadas tienen iniciativa de energías limpias y separación de residuos. Bombinhas es una playa familiar, perfecta para ir con niños porque tiene mar calmo, buenos servicios y algunos hoteles con animación en temporada alta.
Silveira
Es la tranquilidad que tiene lo pequeño, lo casi oculto. El morro dominándolo todo, tanto, que no es tan fácil moverse, o hacer compras. Sí es fácil estar y disfrutar de la quietud del verde con el mar, de las olas encrespadas para surfear o de la pequeña lagoinha del extremo sur de la playa, esa donde los chicos son amos y señores, donde juegan hasta que se animan a montar olas.
Salvo que uno se encuentre directamente en la playa, sentado en la arena o dentro del mar, todo en Silveira se ve desde arriba. Todo es panorámico en este rincón silencioso de la costa sur brasileña. Pocas posadas, menos negocios, mucha pendiente para subir a pasos cortos (medio pie por vez) o en primera, acelerando y desacelerando (para que las ruedas vayan mordiendo el camino) si el medio de transporte es el auto. Todo el ruido, los bares, los negocios y demás están ahí no más, en Garopaba. Lo suficientemente cerca para calmar ansiedades y lo suficientemente lejos como para evitar ruidos molestos.
Campeche
Hay un gran universo Campeche por descubrir. Por el margen este de la isla de Florianópolis aparece una larguísima playa que lleva ese nombre, y que en su porción norte es conocida como Novo Campeche. Combina la elegancia de su zona comercial con lo agreste de la restinga (una cobertura vegetal que protege a los médanos del avance del mar). Es meca de surfistas, al igual que la propia Campeche.
Justo enfrente, la Ilha do Campeche, se reserva las mejores playas. Para llegar a esta Reserva Natural las lanchas más seguras salen por la mañana desde la playa de Armação (unos kilómetros más hacia el sur). La travesía de 15 minutos depara aguas turquesas y transparentes, arena blanca y el morro con pinturas rupestres a las que se puede acceder con guías especializados. Playa, sol, mar, morro, trilhas, algo historia y mariscos. Y un detalle más: el estatus de Reserva de la isla restringe la entrada a 700 personas por día.
Barra da Lagoa
Es la playa que llega hasta el Canal da Barra, que conecta la Lagoa da Conceição con el mismísimo Océano Atlántico. Es una playa abierta con características particulares, porque por un lado tiene la amplitud de mar que les viene bien a los surfistas y por otro –cerca del canal– ofrece aguas más calmas que eligen, sobre todo, las familias con niños pequeños. Este canal es una vía multitarget en donde hacer snorkel, pasear en motos de agua, lancha o bote de pesca. Tan amplia es la oferta y su entorno, que se trata de una de las playas más buscadas de la isla.
El puente que cruza el canal lleva a descubrir otros rincones más agrestes que bien valen la caminata. En principio, el puente en sí mismo y su vista son muy atractivos, y mucho más el caserío de colores que está del otro lado. Luego de atravesarlo se llega a la Prainha, una playa mínima muy rodeada y protegida por rocas. Si se sigue unos minutos más aparecen las primeras piscinas naturales. Las mismas piedras detienen el oleaje del mar por lo que zambullirse es tan placentero como seguro.
Estaleirinho
A lo largo de la Rodovía Interpraias se puede conectar con un puñado de playas bastante poco transitadas. Estaleirinho es una de las últimas playas agrestes que se extiende hacia el sur de Camboriú: una playa que se anuncia como exclusiva, rodeada por grandes casas de ricos y famosos. Puede ser que así sea, pero todo eso se traduce en un playa sencilla, grande, llena de arena, cómoda y eminentemente familiar. Es cierto que no hay mucho servicio de playa, ni barcitos que atraigan a demasiada gente, quizás ahí está su secreto.
Con un poco de tiempo y ganas de descubrir espacios diferentes se pueden hilvanar las de Taquarinhas, una solitaria lonja de arena gruesa y oscura con todo el encanto que le da la absoluta ausencia de multitud (no hay chiringuitos, ni guardavidas –¡ojo!-, ni nada); una maravilla para encontrarse casi a solas con el mar. Un par de kilómetros más allá está Taquaras, una versión un poco más poblada que Taquarinhas y con olas más bravas. Luego viene Praia do Pinho, la nudista de la región, en la que se permite solo llevar anteojos, sombreros, ojotas y nada más.
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