Juan Bautista Borra y Enrique Broszeit fueron amateurs de la fotografía aérea en los años 20, cuando la actividad apenas se iniciaba. Sobrevolaron la ciudad y obtuvieron imágenes muy valiosas para estudiar su evolución urbana.
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Ambos nacieron en 1896. Enrique Broszeit en Berlín; Juan Bautista Borra en Buenos Aires. El ambiente aeronáutico los convocó. El joven Borra había presenciado el ascenso del globo Pampero en 1908, y se mostraba interesado por la actividad, pero sus padres enseguida le hicieron prometer que no sería piloto, por lo que la idea de surcar los cielos en calidad de fotógrafo acompañante le pareció igualmente atractiva. Hacia 1914 comenzó a desarrollarse como tipógrafo e impresor, una tarea que desempeñó toda su vida.
Para cuando conoció a Enrique Broszeit, a principios de los años 20, el alemán ya tenía una posición como fotógrafo bastante consolidada. Había partido de Hamburgo el 14 de mayo de 1907, a los 11 años. Lo hizo a bordo del vapor Cap Ortegal, acompañado por su madre, Lina Broszeit. Como hijo de madre soltera, tuvo que salir a trabajar pronto para ganarse la vida. Fue un auténtico self made man, que años después trabajó de corresponsal para La Nación, Foto Magazine y La Prensa.
Borra era el joven asistente del piloto Sidney H. Holland, y fue Enrique quien le enseñó sobre fotografía. Los dos se encontraban en los aeródromos de San Fernando, y excepcionalmente, en Castelar o Lugano, y pronto comenzaron a compartir algunos encargos.
La llegada desde España de la aeronave Plus Ultra, por ejemplo, en 1926, fue cubierta por ambos, en distintos puntos de la ciudad. También debían separarse por una cuestión básica: la mayor parte de los aviones que volaban eran biplaza, y como ninguno de los dos completó nunca su formación como piloto, debían volar por separado. Eso explica por qué no hay fotos de los dos juntos. Las tomas en las que están sentados en aviones seguramente han sido hechas por ellos mismos: Borra a Broszeit, y viceversa.
Juan Carlos Borra, hijo de Juan Bautista, llegó a trabajar en fotografía, como su padre, pero en tierra. Sobre esa riesgosa labor, explica: “Las tomas fotográficas eran del tipo oblicuas, con voluminosas y pesadas cámaras, con negativos de vidrio de gran formato, o negativos flexibles de formato medio; los registros exigían arriesgados vuelos, casi siempre muy escarpados y a baja altura, y en tales condiciones el fotógrafo estaba obligado a ubicarse en posiciones bastante peligrosas para obtener las tomas que quería”.
Como los aviones que podían utilizar muchas veces tenían 55 HP, las vibraciones propias y del viento atentaban contra la calidad de las tomas. Pero gracias a la destreza de los pilotos, sus derrapes y otras maniobras hacían deslizar el avión hacia la punta del ala, desde donde se efectuaba la toma, ya que esta dificultaba la obtención limpia del encuadre deseado.
No hace falta ser experto para pensar que se trataba casi de acrobacia, en ocasiones a 250 o 500 m de altura, y sobre zonas muy pobladas. Ni hablar de un aterrizaje de emergencia. (N de la R: Hace muchos años que en la ciudad quedaron absolutamente prohibidos los sobrevuelos en aviones pequeños. Se permiten sólo para helicópteros de las fuerzas de seguridad, o con permisos especiales).
Los años locos
Broszeit y Borra produjeron cientos de fotografías aéreas, en su mayoría sobre Buenos Aires, Mar del Plata, algunas ciudades del interior de Buenos Aires, y también sobre las Cataratas del Iguazú. “Solían trabajar contratados por empresas constructoras de obras de vías férreas, o de rectificación del Riachuelo, así como cascos de estancias, o retratando sucesos propios de la actividad nacional. Cuando acuatizó el Plus Ultra a las 12.28 del 10 de febrero, las fotos de mi papá fueron publicadas en La Razón en la 5ta edición de ese mismo día, lo que demuestra los reflejos y calidad de la prensa gráfica de esa época”, evoca Juan Carlos.
Su familia conserva el álbum que Broszeit le regaló a Borra con fotos de 1925 y posteriores. Da cuenta de la labor conjunta, y señala a los pilotos con los que vivieron sus aventuras: Otto Ballod, Guillermo Hillcoat, Juan Carlos Goggi, entre otros. Y entre los aviones aparecen algunos Armstrong 90 HP, Oriole 90 HP, Curtiss Standard y, excepcionalmente, el Fokker C IV. Es una de las pocas fotografías de la dupla que se conservan. Las otras que Juan Carlos conoce son parte de un álbum que el piloto Guillermo Hillcoat le dedicó a un presunto amigo o benefactor, José Canale. “Eran fotografías aéreas que indudablemente fueron hechas por Broszeit y Borra. Calculo que el 85% de las tomas están repetidas con las que tenemos nosotros. Lamentablemente no lo pude adquirir por el excesivo importe pretendido”, explica Juan Carlos. La mayoría de los negativos, hasta el momento, se dan por perdidos.
Los Borra también atesoran las cartas que Enrique le escribió a “Juancito” –como lo llamaba, a pesar de tener su misma edad– y en donde le cuenta, en abril de 1930, del accidente que tuvo en el avión modelo Laté comandado por Antoine de Saint Exupéry. “Reinaba un viento de 70 km por hora, lo cual dio motivo a un grave error de cálculo (en aviación lo llamamos cagada). La rueda derecha tocó tierra antes de llegar a la parte buena del campo, rompiéndose un travesaño y el amortiguador del tren por haber chocado en una duna de sólo 60 cm de alto. El Laté dio un salto de 4 o 5 metros para caer a tierra, mordiendo el pasto, con la nariz enterrada y la cola en alto. Tuvimos que descender por una escalera. Cuando todos estuvimos a salvo, el viento hizo lo que faltaba volcando la máquina de lomo”, dice.
Los caminos se bifurcan
Finalmente, Borra se afincó en Marcos Paz (Buenos Aires), hacia 1935, donde retomó las tareas de tipógrafo y trabajó como fotógrafo social. En 1940, el ciclón que devastó el pueblo de Marcos Paz se vio reflejado a través de sus fotos en la revista porteña Ahora y en otros medios gráficos de la Capital Federal. Había dejado de volar en 1933. Ambos amigos perdieron contacto unos diez años (entre 1928 y 1938). Para reencontrarse, Borra tuvo la idea de publicar un aviso en el diario alemán (posiblemente, Argentinisches Tageblatt). La iniciativa resultó un éxito y Enrique respondió –en una carta que conserva Juan Carlos Borra y dice–: “Hoy gracias a tu genial idea del aviso, estaremos pronto listos a tomar la cañita y añorar en el polvo del pasado nuestras gloriosas horas idas”.
En esa carta, Enrique le cuenta a Juan que se ha casado (lo hizo el 10 de abril de 1937 con la austríaca Josefina Hirzberger, con quien no tuvo hijos), que vive en Coghlan y que trabaja en la casa de fotografía Ellinger y Cia. Murió el 8 de febrero de 1948. Borra, por su parte, fue corresponsal de la revista Caras y Caretas y luego del diario Noticias Gráficas de Buenos Aires. Sus fotos también se publicaron en los periódicos Nuevos Rumbos y La Estrella de Marcos Paz y Nuevos Rumbos de Merlo, así como en La Voz de San Antonio de Padua. Fue fotógrafo policial, de la Colonia Hogar Ricardo Gutiérrez y del Instituto Inchausti de Marcos Paz. Tiempo después de su muerte, ocurrida el 11 de enero de 1964, la casa cerró definitivamente sus puertas, luego de casi 30 años de trabajo en el ramo de fotografía en la localidad.
Las aventuras que compartieron en el aire fueron fugaces, pero dejaron huellas: las fotos de una ciudad que crecía casi un siglo antes de la aparición de los drones. Al ver las imágenes aéreas uno puede imaginarlos cómplices de esa misión que los unió.
Fuente: “Fotografías bajo riesgo de vida”, de Juan Carlos Borra en la Memoria del 9o Congreso de Historia de la Fotografía. Rosario, agosto de 2006. Agradecemos al autor la colaboración prestada para esta nota. juancarlos.borra@gmail.com
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