Qué hay que saber para no perderse en esta urbe multicultural. Paso a paso, el ayer y el hoy fusionados en la reinvención permanente de una sociedad llena de energía.
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A Berlín hay que visitarla en verano. Aquí, como en cualquier rincón del norte del hemisferio norte, el invierno es eterno, y las horas de luz, dramáticamente escasas. En esta parte del mundo, a las cuatro de la tarde llega la noche y no se sabe si tomar un té o cenar. Pero basta que lleguen las primeras brisas cálidas de junio para que la ciudad salga del letargo estacional; el sol se vuelve una realidad visible –en diciembre asoma una hora y media promedio por día– y Berlín explota. Sus habitantes toman las calles, literalmente, para aprovechar cada espacio público el mayor tiempo posible; la música está por todas partes, se baila y se ríe, parques y lagos recuperan su dinámica vital, el ambiente desborda amabilidad y las sonrisas se dibujan en cada rostro. Así es cada vez, durante el tiempo que dura la euforia estival.
Berlín es la tercera capital europea más visitada después de Londres y París. Alrededor de 14 millones de turistas la recorrieron en 2019; al año siguiente, debido a la pandemia, los números se redujeron a un tercio (4,9 millones), compuesto en su mayoría por el turismo nacional.
Uno de sus rasgos distintivos: durante los años que Alemania estuvo dividida en Este y Oeste, de cada lado del Muro que dividió la capital alemana, cada parte tuvo su propia ópera, su zoológico, su biblioteca, su complejo cultural y su aeropuerto. Después de la reunificación, a Berlín le quedó todo lo dicho duplicado; por eso hoy hay disponibles dos parques zoológicos, el Kulturforum y la Isla de los Museos, y tres óperas que convocan con sus conciertos.
Diversidad de acción y posibilidades de diversión nocturna son parte inseparable del estilo de vida berlinés. Clubes en sótanos, reductos de música tecno, además de galerías de arte que fueron búnkeres de guerra o una iglesia de estilo brutalista, parques con zonas nudistas, bares hipsters, teatro de revista y una de las filarmónicas más prestigiosas urbi et orbi.
David Bowie, que vivió en Berlín dos años, y donde escribió y grabó himnos como Héroes, dijo sobre ella: “La mayor extravagancia cultural imaginable”.
LOS MUSEOS Y OTROS SÍMBOLOS BERLINESES
Estos recintos o espacios de la memoria cultural son uno de sus atractivos más fuertes. Los museos estatales suman 17 –gratis hasta los 18 años– y, si se cuentan los de colecciones, son 175 en total. Los más importantes están ubicados en dos zonas; en el barrio de Mitte se encuentra la famosa Isla de los Museos, un ensamble arquitectónico único en la isla del río Spree, en el corazón de Berlín.
El conjunto de sus cinco museos fue declarado, en 1999, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, y son, por orden de construcción, los siguientes: Altes Museum (1830), Neues Museum, Alte Nationalgalerie, Bode Museum y Pergamonmuseum.
Las obras más famosas y de visita imprescindible: el busto de Nefertiti (desde 2009 en el Neues Museum) y el altar de Pérgamo en el Pergamonmuseum, este último parcialmente cerrado por obras. En un futuro se planea conectar cuatro de los cinco museos a través de una pasarela subterránea. No sólo albergan colecciones impresionantes, sus edificios históricos son bellísimos.
Una de las últimas incorporaciones en la isla: la James-Simon-Galerie (2019), tributo al empresario textil judío y patrón de las artes. Es la nueva entrada y centro de visitantes del complejo que conecta el Pergamon con el Altes Museum y tiene las escaleras exteriores más instagrameables de la ciudad.
Frente a la isla, en agosto de este año abrió el Humboldt Forum, gigantesco centro de cultura, de ciencia y de arte no europeo. Se trata de un proyecto muy controvertido porque en ese espacio muchos berlineses ansiaban algo totalmente moderno o vanguardista y, en cambio, se eligió reconstruir el viejo Palacio Real de Berlín (Berliner Schloss), del que apenas se recuperaron sus planos originales. La terraza es de acceso gratuito y tiene una buena vista de Mitte.
Pegado al palacio, del lado derecho, están construyendo una escalinata a orillas del río Spree, donde, más adelante, se podrá nadar libremente gracias a un proceso de filtrado natural de sus aguas.
La lista de futuras inauguraciones de museos y proyectos artísticos sigue y es extensa: House of One, 20th Century Museum, entre otras. Berlín está en constante crecimiento.
En el oeste de la ciudad, cerca de Potsdamer Platz, se encuentra el Kulturforum, construido entre los años 50-60, donde se puede visitar la pinacoteca –Gemäldegalerie, de 1830– con una de las colecciones de pintura europea de los siglos XIII al XVIII más hermosas e importantes del mundo. Es casi un tesoro escondido, tapada por la fama de sus primos de la Isla de los Museos. Se pueden ver obras de Rembrandt, Botticelli, Vermeer, Dürer o Canaletto, entre tantos otros grandes maestros. También reinaugurada este año después de una completa restauración, merece una visita la Neue Nationalgalerie; sólo el edificio, proyecto del genial arquitecto Mies van der Rohe, es una obra de arte. Dentro del mismo complejo se encuentran la imponente Filarmónica, su Museo de Instrumentos, la Biblioteca Estatal y el Instituto Iberoamericano de Patrimonio Cultural Prusiano (IAI), que en la puerta tiene una estatua del general San Martín.
Fernsehturm es la torre de televisión. Inaugurada en 1969, se yergue en el corazón de Alexanderplatz, y está relativamente cerca de la Puerta de Brandeburgo (el otro símbolo de la ciudad), ambas en el barrio de Mitte. Con sus 368 metros de altura, la Fernsehturm ostenta el récord de altura de Europa (supera a la torre Eiffel); este edificio de acceso público sirve, además, de orientación para moverse. Las vistas desde los 203 metros de su mirador merecen ser apreciadas en un día despejado. Unos metros por encima está el restaurante, que da un giro completo (360°) cada media hora.
Berlín es una ciudad generosa en dimensiones descomunales, por eso no llama la atención que tenga la galería de arte al aire libre más larga de este mundo. Es la East Side Gallery, 1.326 metros de muro, una extensión que también es la más grande preservada de la ciudad. En 1990, 118 artistas de 21 países pintaron sus obras (106) todo a lo largo.
En el patio central del Museo de Ciencias Naturales (inaugurado en 1810 y reabierto después de la guerra en 1945), un imán para familias con chicos fans de los dinosaurios, se expone el esqueleto completo del Giraffatitan brancai, de 13,27 metros de alto y 22,5 de largo, considerado el de mayor dimensión hallado en el planeta Tierra. El museo tiene su propia parada de subte o tranvía: U-Bahn Naturkundemuseum.
Capítulo aparte es el emblemático monumento a los judíos asesinados en Europa, próximo a la Puerta de Brandeburgo. De obligada visita, hay que adentrarse en ese bosque gris tan impactante como estremecedor de 19.000 m2, cubiertos por 2.711 bloques de hormigón en pleno corazón de Berlín. Debajo de este perturbador complejo se halla el Ort der Information unter dem Stelenfeld, registro de cada una de las víctimas judías del exterminio.
A un kilómetro exacto de este lugar funcionaba el cuartel general de la Gestapo (contracción de Geheime Staatspolizei), policía secreta de la Alemania nazi, hoy renombrado Topografía del Terror, con innumerables archivos de consulta. Impacta ver el exterior de este sitio, sobre la Niederkirchnerstrasse, con los 200 metros de muro conservado en su estado original, monumento histórico desde 1990.
Anoha. El mundo infantil del Museo Judío de Berlín, abierto en junio de 2021, está frente al Museo Judío de Berlín y forma parte de él. En total son tres edificios: (1) El Plateado, que representa la estrella de David desarmada, obra del arquitecto estadounidense Daniel Libeskind, de origen polaco. (2) El Antiguo, donde se sacan las entradas para ingresar al nuevo de Libeskind; tiene una cafetería y, en la parte de atrás, un jardín increíble al que se puede acceder libremente. Y (3) el flamante Anoha. Este trío se emplaza en el barrio de Kreuzberg, cerca del Checkpoint Charlie, famoso paso fronterizo del Muro de Berlín entre 1945 y 1990.
SABORES ÉTNICOS
Más de 190 nacionalidades le dan a esta ciudad una vitalidad especial. He aquí una metrópolis multicultural en cuya esencia subyace el encanto de un pueblo cosmopolita. Los domingos cierran supermercados y shoppings, y hasta hace pocos años no se aceptaban tarjetas de crédito en negocios o centros comerciales. Ese pueblo cambió de piel y hoy, por ejemplo, Berlín cuenta con 24 restaurantes que suman 31 estrellas Michelin, y en el otro extremo existe una amplia variedad de fast food. El recurso más popular no es el bratwurst (primo hermano del choripán), sino el döner kebab, con más de mil puestos de venta en la capital. Finas láminas de carne marinada forman un cono invertido que gira en un asador vertical, se sirve en distintos tipos de pan árabe con ensalada y salsas varias. E incluso hay versiones veganas.
Una leyenda urbana apunta a que el döner kebab fue inventado en 1972 por un trabajador turco. El hombre había llegado a Berlín para ayudar a reconstruir la ciudad de la posguerra, a falta de mano de obra local. La oleada de inmigrantes sucedió a finales del 64, cuando, además de turcos, recalaron italianos, portugueses, griegos y hasta españoles. Y así fue como los llamados Gastarbeiter, o trabajadores invitados, hicieron de la capital alemana su hogar. Pero de todas las comunidades fue la turca la que más arraigó en Berlín, consecuencia no prevista por el gobierno de ese momento. El escritor Max Frisch planteó la problemática con una frase determinante: “Pedimos mano de obra y llegaron personas”. Hoy día, la comunidad turca más grande fuera de su país de origen está aquí. Caminar por algunas calles y mercados de los barrios de Kreuzberg, Wedding o del trendy Neukölln es como estar en Estambul.
En cuanto al inventor del döner kebab se dice que se llamaba Kadir Nurman, y que abrió un Imbiss (puesto callejero de comida) en la estación de U-Bahn Zoo. Está la duda de que sea o no verdad, dado que otros reclaman su autoría, pero lo que importa es que se trata del fast food más querido de la ciudad.
Berlín no sería lo que es sin esta y sin otras tantas colectividades disímiles que le aportan su propia idiosincrasia. Por ejemplo, la vietnamita, que alimenta el corazón y el estómago. Con alrededor de 40.000 habitantes, es la más grande del este asiático. En cualquier esquina se puede saborear una auténtica pho o sopa vietnamita, o comprar flores en algunas de las tantas florerías típicas. También tienen su propio mercado central, que es copia del de Hanoi, lleva su mismo nombre –Dong Xuan Center– y hay tours para visitarlo. Uno de los primeros restaurantes –y el más famoso– está en el barrio de Mitte, Monsieur Vuong.
Factor ineludible son las cervezas, toda una gran variedad de producción local y del resto de Alemania. En un ranking sobre el consumo anual de cerveza en Europa, publicado en 2021, Alemania ocupa el tercer lugar con 100 litros per cápita, detrás de Austria (con 107 litros) y de República Checa, con 142 litros.
Es muy común ver a los berlineses bebiendo por la calle durante todo el año. La gente joven, por su parte, hace la previa y post en los Spätkauf o su diminutivo Späti, almacenes abiertos hasta tarde donde se bebe más barato que en un bar.
CIUDAD VERDE, CIUDAD INSOMNE
Comparada con otras grandes capitales europeas, Berlín sigue siendo accesible para viajeros con bolsillos ajustados, esto hace que sus calles estén llenas de gente joven que transita por los barrios de moda. Quizás no sea tan linda como Hamburgo ni tan rica o chic como Munich, pero se expresa libre, desprejuiciada y, en consecuencia, se renueva todo el tiempo. Y cuenta con un valor agregado que la enorgullece: ser una de las ciudades cabeceras más verdes del continente.
El 46% de su superficie está ocupada por agua y espacios verdes que suman 2.500 opciones entre parques, bosques y jardines. Sólo el famoso Tiergarten (jardín de animales: supo ser coto de caza de la nobleza) ocupa 210 hectáreas en pleno centro: queda ahí nomás del parlamento y de la Puerta de Brandeburgo. Es el segundo espacio libre de cemento, detrás del inmenso Tempelhofer Feld, con más de 300 hectáreas, que ocupaba el aeropuerto del Oeste, cerrado en 2008 (fue este uno de los edificios más grandes del mundo y ahora puede visitarse); esa inmensa llanura convertida en parque público ocupa el centro de la ciudad y no hay otro que se le iguale. Desde 2010 se puede patinar, hacer kite surf, andar en bici, hacer picnic… sin dejar de ver el horizonte a lo lejos, y los berlineses simplemente lo adoran. Cuenta con una zona de huertas urbanas, de áreas protegidas para fauna y flora, otras para barbacoas; se puede jugar al básquet, al ping-pong, tomar clases de baile o hacer fiaca a la sombra de un árbol. La entrada es gratuita y en verano está abierto de seis de la mañana a diez y media de la noche.
Se podría decir que Berlín es la ciudad de la fiesta eterna. El sol desaparece y se transforma en un verdadero imán turístico que atrae cada fin de semana alrededor de 40.000 visitantes.
Berghain era el edificio de una antigua central eléctrica (Heizkraftwerk) y tiene un sistema de sonido casi perfecto. Su seña de identidad deriva de las últimas sílabas de los nombres de los dos barrios a los que pertenece: Kreuz (Berg) y Friedrichs (hain). Por la pandemia, estuvo cerrado como club 19 meses, pero alojó varias exposiciones de arte.
En esta meca de la música tecno, para muchos un “reino del desenfreno”, está prohibido hacer fotos. El ingreso es custodiado por personajes demasiado intimidantes; los patovicas nacionales son cachorros comparados con esos porteros; uno muy famoso, un tal Sven Marquardt, de rostro íntegramente tatuado y piercings en la boca, y que viste de negro y plateado, al que The New York Times calificó como “el cancerbero de la noche berlinesa”. Adentro se imponen la oscuridad, el calor, la estridencia de los decibeles a niveles inverosímiles, y la acción de un club de sexo extremo llamado Lab.Oratory. En síntesis, un desborde de energía en continuado que arranca los sábados a la medianoche y concluye el lunes a la tarde. También suele estar abierto otros días y, además, hay otras salas que funcionan por separado (Kantine, Panorama Bar); en cualquier caso, las interminables colas de quienes no renuncian a ser parte del festín duran horas –los berlineses van el domingo porque hay menos turistas– y lo más seguro es quedar afuera, a tal punto que el renombrado diario alemán Süddeutsche Zeitung supo publicar un mapa con datos y precisas para quienes no tengan posibilidad de entrar. Berghain, otra manera de vivir esta ciudad absolutamente intensa.
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