Arrancó con una posada urbana en 2013 y en 2020 inauguraron un complejo de habitaciones y villas que se consolidan como uno de las propuestas más top de Itacaré
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El Barracuda es un hotel de alto estándar construido sobre un morro, en medio de la mata atlántica y con vistas espectaculares del mar abierto. Pero, sobre todo, es un concepto ideado por unos amigos suecos que hace 20 años llegaron a surfear a Itacaré, se enamoraron del lugar y volvieron para invertir. ¿Qué los habrá deslumbrado? ¿El clima tropical? ¿Las ondas de la playa Tiririca? ¿El verde intenso de las cañas de ámbar, las achiras, las bromelias? Quizás fue la gente porque es una parte fundamental del home made que define ese concepto que imaginaron los suecos.
La gente son los empleados, alrededor de 150, la mayoría de Itacaré, que conforman los distintos equipos de trabajo: tanto los jóvenes que transportan a los huéspedes en potentes carros canadienses tipo eléctricos, aunque son a nafta, desde el portal de acceso –a unos metros del centro de Itacaré– hasta la recepción y viceversa, como Rogério, que está atento a cualquier necesidad, o Nai, que lleva los platos a la mesa o los tragos que prepara Rodrigo –el terroso tiene remolacha, jengibre, cúrcuma y naranja– a la piscina de borde infinito. La atención es amable, experta y personalizada.
En ese primer viaje, los suecos que vinieron a surfear conocieron a la paulista Juliana Ghiotto, que desde el minuto uno funcionó como nexo entre ellos y su proyecto, tan lejos de Estocolmo. Después de comprar el terreno, de 26 hectáreas, fue necesario conseguir la autorización para la construcción y finalmente hacer la obra, todo eso llevó 15 años. Mientras tanto, en 2013 abrieron un hotel en el pueblo, el Barracuda Boutique, de nueve habitaciones frente a la bahía, que se consolidó rápidamente entre los turistas. Desde que se inauguró el Barracuda Hotel & Villas, en 2020, Juliana es CEO, socia y alma brasileña del proyecto.
“Fue un crecimiento orgánico, la base es sólida”, dice Juliana, que es parte del pueblo, su marido es nativo y tiene dos hijas nacidas en Itacaré. Ella formó el equipo de trabajo y se sienta a conversar con los huéspedes, que le cuentan sus ganas y planes, y trata de que puedan realizarlos. También les explica a los que llegan desorientados que el Barracuda no da a la playa, “no es un resort pé na areia”. Para ir a la playa, hay que tomar un carrito, bajar a la portería, salir del hotel y caminar unos tres minutos hasta Resende, la más cercana. Está en los planes de corto plazo un bar de praia en Resende al que se podrá bajar caminando por una trilha desde el hotel. Pero por ahora, para ir a la playa, es preciso salir.
Cuando conoció a los suecos, Juliana había venido de vacaciones a Itacaré. Fue un año de encuentros porque ahí también conoció a Dany Lima, su marido, que, en ese momento, hace 18 años, era surfer y DJ. Hoy es buzo y pescador, y sabe la toca do peixe, es decir, los escondites de los peces de la zona. Además de barracuda, hay vermelho de ojos amarillos, caballa, dorado, abadejo, aratobaia, pitangola y otros. De eso habla Dany con los huéspedes y, muchas veces, le lleva el pescado directo a Fernando Luiz, el chef, que lo recibe y verá para qué es mejor. ¿Tiradito? ¿Tartare? ¿Grelhado?
Fernando es uno de los diez hijos de un pescador de Itacaré. De chico, ya sabía que no quería ser pescador como el resto de sus hermanos varones. Conocía y respetaba el oficio, sabía de lo duro que podía ser y, por eso mismo, no quería ejercerlo. Igual lo tenía que hacer, pero todos los días le pedía a Dios que lo ayudara a descubrir qué le gustaba. Un día, a fines de los años 90, le ofrecieron un trabajo de ayudante de cocina en un restaurante y se dio cuenta de que eso le gustaba. Quería trabajar en una cocina. Con esfuerzo y visión se convirtió en el primer chef de Itacaré y, desde su lugar, quiere que se luzcan los productores de la zona, los que considera parceiros: las verduras orgánicas de Vovó, el aceite de dendê hecho a mano por familias que saben, el vinagre, la farinha, las frutas de productores orgánicos.
En la cocina del Barracuda se hace todo –desde el pan hasta las emulsiones– y los huéspedes lo celebran. Dos imperdibles: arroz negro con langosta y camarón y ñoquis de plátano asado con camarón pistola –grande y carnoso como un langostino jumbo– en su jugo.
Sheyla Dócio, la chef del café da manhã, es otro pilar de la cocina y del hotel porque supo imprimirle identidad al desayuno. Le costó encontrarla, lo pensó, le dio vueltas, y en un momento se dio cuenta: la respuesta era la mandioca. Cada día hay alguna joyita que viene de ahí: un bolinho de tapioca y coco, una tapioca de zanahoria con brócoli y queso de Minas, minipancitos de queijo a base de mandioca. “Hago comida regional aprovechando lo que la naturaleza tiene para dar”, dice Sheyla.
Paulo Land es otro integrante del equipo del Barracuda: se encarga de facilitar experiencias disponibles en la zona: salidas en lancha por el río de Contas, cabalgatas, ciclismo, tirolesa en la copa de los árboles, kayaking, traslados a la playa larguísima de Itacarezinho y clases de surf. “Lo que el huésped quiera hacer, yo lo organizo”, dice Paulo.
Hasta el momento, el hotel tiene 17 habitaciones con vista a la mata o al mar, y nueve villas de diseño –pertenecientes a los dueños suecos, que prefieren mantener los nombres en reserva– que se alquilan. Pero el proyecto continúa: tendrá 19 bungalows, un gimnasio, un jardín orgánico y otro restaurante, que estarían terminados en 2025.
The Barracuda. R. Pedro Longo, 600. Pituba. T: (+55) 73 9 9983 3405. Habitaciones dobles con desayuno completo, exquisito y boutique, desde R$ 2500.
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