La fascinante historia de la nieta de Jarred Jones, el pionero que llegó de Texas a fines del 1800; criada entre el río Limay y el lago Nahuel Huapi, conquista los paisajes indómitos del Sur.
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Hace un par de días y cuando menos lo esperaba, Carol Jones recibió un mail que la dejó atónita. “I’m your cousin, from Oklahoma”, escribía “un primo de Oklahoma” para presentarse. Inquieta, una vez que lo ubicó en el árbol genealógico, aprovechó para despacharse con preguntas que desentrañen los misterios de su abuelo, Jarred Jones, el texano que se hizo célebre por poblar la Patagonia a fines del siglo XIX. ¿Qué lo trajo a la Argentina? “Me contó cosas que yo no sabía…”, anticipa Carol en el calor de la sala de Nahuel Huapi, la estancia de su familia, a 23 kilómetros de San Carlos de Bariloche, camino a Villa La Angostura. Ahí recibe turistas para salir de cabalgata al pie de las montañas, en territorio neuquino, y compartir su vida de campo a orillas del río, donde el Limay se une con el lago Nahuel Huapi.
“Guío cabalgatas de un día y de medio. También ofrezco de tres días y hasta de doce. Pero para esas me voy a otro campo de la familia, en la cordillera, allí donde están las nacientes del río Pichileufu, del río Villegas y del Chubut. Es veranada, con un puesto sencillo. No es estancia con casa”, aclara Carol sobre el territorio a donde los lugareños suben las vacas u ovejas, de noviembre a abril, para alimentarlas con el pasto tierno que dejó el deshielo. Cuenta que su temporada fuerte de cabalgatas es diciembre y enero. Que muchas veces sale ella, pero que desde el último verano tiene un chico que la releva. “La mayoría de mis clientes son extranjeros y se fascinan con las dimensiones de nuestra Patagonia. Les encanta andar en caballos sanitos, mansos y libres, que no son como los que conocen, acostumbrados al box”, apunta Carol que ofrece todo incluido: carpas y comidas, con caballos pilcheros para la carga. Sólo hay que llevar la bolsa de dormir.
Entonces, con 62 años, Carol Rachel Jones, hermana de Justo, Martín y Virginia –única con nombre inglés de los cuatro hijos que tuvo Andrés Neil Jones–, repasa lo que sabía y lo que desconocía acerca de su abuelo texano. “Sabía que tuvo muchos hermanos y que se vino porque no tenía un mango. Sabía que había quedado huérfano, pero no cómo ni cuándo”, cuenta Carol y avanza sobre los datos que recibió hace días, vía su pariente, por mail. “El padre de Jarred murió cuando él tenía ocho años: se congeló debajo de un árbol en el condado de Bosque, donde vivían. ¿Su madre? Fue asesinada por los indios comanche cuando mi abuelo tenía 13 años”, cuenta Carol asombrada y agrega que había oído de boca de su papá que Jarred contaba que “cuando era chiquito y venían los indios, su mamá los escondía, mientras les robaban las gallinas, los gatos y lo que encontraban”. En suma: Jarred Augusto Jones tenía razones de sobra para querer huir en busca de nuevos rumbos.
Nacido un 25 de mayo de 1863, el texano llegó a Buenos Aires con 25 años, en 1887. No lo hizo solo. Se lanzó a la aventura con un amigo, John Crockett, sobrino de Davy Crockett, un legendario cazador de zorros que había peleado en El Álamo –las batallas entre México y los colonos texanos–. Amante de las piedras preciosas, a John le dijeron que en Brasil había a inmensa cantidad. Y con el único fin de hacerse rico, se embarcó para Latinoamérica después de convencer a su amigo de que lo acompañara. Nueva York fue la primera escala del barco. Pasaron por Londres y con la nave cargada, desembarcaron en Brasil. Sin embargo, tanto se quejaron del clima que alguien les dijo: “Ustedes son cowboys, váyanse a la Argentina”.
“En Texas mi abuelo era un vaquero que se dedicaba a las vacas y los caballos. Una vez en Buenos Aires, consiguió trabajo en un campo, como peón de patio. Pero pronto demostró que era muy bueno en lo suyo y lo contrataron para amansar caballos y trasladar vacas. Como era responsable y ‘metedor’, le ofrecieron ser tropero”, cuenta Carol. Entonces explica: “En ese entonces las vacas se exportaban desde la provincia de Buenos Aires a Europa vía Chile. Mi abuelo tenía que trasladar 4.000 cabezas y cruzar la cordillera. Lo hacía por un paso, entre Junín y San Martín de los Andes”.
Cuenta que entonces, mientras trabajaba, el texano tuvo un hijo en Chile, con una paisana. Y que, en lugar de dejarlo con la madre, quiso criarlo él y se lo trajo para estos lados. Ocupado con su trabajo, contrató a una mujer para que lo ayudara. Era una colona suiza, Barbara Draschler, que terminaría siendo la abuela de Carol. Porque juntos tuvieron siete hijos más. ¿El anteúltimo? Su padre.
En 1890, cuando acababa de terminar la Conquista del Desierto, Jarred se instaló con su familia en las tierras que hoy Carol recorre con los turistas que llegan a Bariloche. Porque los Jones –que Carol pronuncia fonéticamente en castellano, “porque así fuimos siempre para los argentinos”– crecieron en los campos que el texano le compró a buen precio al Estado, a cambio de asentarse “para que no los ocuparan los chilenos”. Así fue como Tequel Malal se convirtió en la primera estancia de la zona, con alambrados y tranqueras. “Fue el primer hombre blanco en instalarse”, apunta Carol. Y agrega que, en 1965, cuando Jarred murió y el campo se dividió entre sus hijos, uno de sus tíos heredó el casco que se incendió mucho después, en 1987. La estancia se vendió y todavía la conserva –con el mismo nombre– el empresario Francisco De Narváez. Mientras que a los Jones Draschler les tocó la primera casa de Jarred, donde Carol se crio. Y otra muy cerquita, que fue el primer almacén de ramos generales de la zona, que ahora es una parrilla famosa, El boliche Viejo.
“Crecí en el campo e iba todos los días a la escuela en Bariloche. Al terminar me fui a Mar del Plata para hacer un profesorado de cerámica. Volví y me armé un taller acá. En invierno hago piezas. En ese entonces, muchos conocidos me pedían que los invitara a andar a caballo. Por eso mamá me tiró la idea de cobrarles. ‘Yo le voy a dar seis caballos mansos para empezar, y después… ¡arréglese!’, me dijo papá y así fue”, cuenta Carol sobre Andrés, el hombre de campo que la trataba de usted y que solo con su padre texano hablaba en inglés; que se había casado con Edith Raquel Jones Casamiquela, una profesora de inglés de Bahía Blanca, que durante 30 años fue directora del Colegio Woodville de Bariloche.
“Así empecé con las cabalgatas, en 1984. De pronto, me recomendaron en los hoteles y tuve mucho trabajo. Hasta el momento, solo Tom Wesley hacía algo para turistas con caballos, pero los alquilaba. Yo no quería dejar que anduvieran solos con gente que no saben dónde están las tranqueras, ¡ni nada! Quería guiarlos yo. Se armó una gran bola y desde entonces, hago las cabalgatas”, cuenta Carol, que además se perfeccionó en Wyoming, Estados Unidos, entre el desierto y las Montañas Rocosas, y en Valence, Francia.
Con una casa a las afueras de Bariloche, y su casita del campo, Carol cuenta que estuvo muchos años en pareja y que tiene dos hijos, Ailin, de 25, que estudió diseño, y Jarred, de 23, que amansa caballos y le gusta la mecánica. ¿Volver a formar pareja? “¡No! No quiero ver más a nadie. Dejame con mis caballitos”, exclama la mujer que mucho sabe de independencia y libertad. “No ando todos los días”, aclara. “Pero no podría vivir sin ellos. Me gusta sentarme en la sala campera y ver cómo van sueltos”, agrega. Y para explicar por qué a su hijo le puso el nombre de ese abuelo que no conoció porque murió dos años antes de que ella naciera, señala: “Era una persona especial, con visión y polenta. Fue un hombre de avanzada: puso el alambrado, trajo los primeros autos y armó la balsa que cruzaba el Limay, de Río Negro a Neuquén. Además, montó el primer negocio de ramos generales de la zona, ahí donde yo nací, en el puente Limay. Hizo tanto… Me pareció una buena idea ponerle su nombre a mi hijo”.
Datos útiles:
Las Cabalgatas de Carol Jones. Responden consultas para salidas todo el año. Para coordinar hay una web. T: (0294) 442-6508 / (0294) 15 471-5126. Mail: cabaljones@yahoo.com
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