A metros de la Manzana Jesuítica, en una antigua casa-comercio de dos plantas, la familia Rodríguez comanda este hotel de 16 habitaciones que se destaca por su servicio personalizado.
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Una cadena de momentos agradables, una experiencia que despierte los sentidos, un servicio de alta gama basado en atenciones personales y pequeñas sorpresas. Celeste Rodríguez juega con las palabras para definir el concepto de hospitalidad que su familia le imprimió a Azur Real Hotel, el primer hotel boutique de Córdoba, un formato premium que lleva ya 12 años y recrea su vigencia en una búsqueda permanente de lo auténtico.
Sobre la ajetreada calle San Jerónimo, apenas traspasado el umbral de la puerta doble hoja, se apagan todos los ruidos y un penetrante perfume de azahares, madera y pimienta inunda el ambiente. La fragancia del hotel será la primera conexión con los huéspedes (lo destacan cada vez que vuelven) junto con el mocktail de bienvenida, trago sin alcohol a base de kombucha, canela, manzana y jengibre.
Por su ubicación estratégica y los detalles encantadores que matizan el servicio de excelencia, el diario inglés The Guardian lo incluyó entre los 10 mejores hoteles de Argentina y la revista internacional Condé Nast Traveller lo anotó entre los favoritos de Sudamérica. Recientemente, la prestigiosa Wallpaper lo consider dentro de un listado de los mejores hoteles boutique del mundo por su diseño y arquitectura, destacando el ambiente equilibrado entre lo antiguo y lo nuevo.
“Entendemos el alojamiento de cada pasajero como una especie de cuento que tiene un inicio, un nudo y un desenlace. Desde que llega hasta que se despide, de manera casi mágica se van desencadenando distintos momentos, que al final de la estadía le dan una noción total de lo que hacemos”, dice Celeste, hablando también por su hermano Ramiro, CEO del hotel e igual de dedicado anfitrión. Dedican tiempo de calidad a los detalles para brindar una atención cercana, personal, con enfoque sustentable. Para ellos, Azur es ante todo una casa muy querida que disfrutan de cuidar y compartir, y ese es el espíritu que transmite todo el staff.
Crearon un hotel con todos los servicios de un cinco estrellas para adoptar como un hogar. Tiene doble limpieza diaria de habitaciones, sábanas de percal, restaurante con cena de pasos y un circuito de baños antiguos único en el país, y a la vez ofrece “mate points” al paso con yerbas de autor o un “menú de almohadas” con seis alternativas (duvet, cervical, plumas, soft, firm, látex), cada una con su respectiva indicación, para que los huéspedes avisen en la recepción cuál sería su preferida. Sobre la cama, otro papel telado invita a probar el arte del origami para hacer un zorro gris. “Es un pequeño gesto, la idea es que puedan desconectarse a partir de un momento propio. Lo vamos cambiando; el mes pasado fue una bolsita de lavanda para oler y guardar bajo la almohada”, grafica Celeste.
Al caer la tarde, en la intimidad del bar que se destaca por la pared de adoquines de quebracho, ofrecen una tabla de charcutería y quesos con degustación de vinos elegidos, parada gastronómica pensada como momento de encuentro para compartir impresiones y conversar sobre los programas del día o la rica historia de la casa.
Tesoro escondido
El hotel es un tesoro escondido en pleno centro. La casa de dos plantas, subsuelo y terraza, construida en 1915, integró el corredor comercial que a principios del siglo XX conectaba la estación de trenes con la plaza San Martín. Fue proyectada por la familia Crespo que instaló una talabartería con negocio a la calle, secadero de cueros en el subsuelo y vivienda particular en la planta alta.
Pero esa fue apenas la primera vida de la formidable casa. En los años ‘30 pasó a ser una droguería con alojamiento para visitadores médicos, luego fue un restaurante famoso por sus ranas a la provenzal, y después albergó un liceo para señoritas que compartía instalaciones con el anexo del Colegio Deán Funes, donde asistía como alumno regular un joven Ernesto Che Guevara. Después fue una academia de computación, un restaurante chino y un boliche.
En 2003, cuando la compró la familia Rodríguez con vistas a un negocio inmobiliario, funcionaba allí el Jerónimo Bailable, epicentro de la movida cuartetera donde alguna vez cantaron La Mona Jiménez y Rodrigo Bueno. Al poco tiempo, por su valor patrimonial, fue declarada de interés histórico y hubo que cambiar de planes.
Primero pensaron en un hostel, pero la puesta en valor del edificio había sido tan apreciada y detallista que quisieron ir por más. Tomaron contacto con el holandés Cees Houweling, referente internacional de la nueva industria hotelera y la hospitalidad (Nuss Hotel Buenos Aires, Posada Puerto Bemberg), y pensaron juntos el primer hotel boutique de Córdoba. Abrieron en 2009.
Son 16 habitaciones, todas distintas, según las dimensiones que presentaba el plano original. Las de la planta alta miran al patio central que baña de luz natural el living, donde quedó al descubierto una pared de ladrillo visto. La ambientación contemporánea con muebles de autor y el interiorismo de Sofía Camps, con fuerte presencia de materiales nobles y naturales, hacen que lo antiguo y lo moderno dialoguen en armonía.
Agua, cielo y tierra
La terraza con gazebos, tumbonas y camastros tiene un gimnasio, un solárium y una pequeña pileta (splash pool) exclusiva para huéspedes y es uno de los espacios de uso público más apreciados por la poderosa vista de la ciudad que ofrece, en medio de una sucesión de cúpulas que recortan el cielo. Es ideal para esperar el atardecer o para disfrutar la gastronomía de Bruma, el restó donde la premisa es que todo se elabore con insumos frescos, orgánicos, propios o de productores locales.
Abre de 8 a 23 con una carta que cambia en cada temporada y toda la libertad para crear almuerzos fugaces y menús de pasos que siempre tienen una alusión a la tierra, los vínculos o la familia. “Cocina emocional”, como le gusta decir al chef Bruno Martín, que es de La Pampa, al igual que Gonzalo Olivera, su coequiper.
El buffet para el desayuno y la merienda trasciende lo clásico con panes de masa madre y una línea de pastelería artesanal que incluye galletas de chocolate blanco y yerba mate, o alfajorcitos de algarroba y crema moka. Están las frutas y los jugos naturales, pero también el irresistible Detox (concentrado de apio, manzana verde, espinaca y naranja), el yogurt casero, el menú de hierbas y “yuyitos” seleccionados para que cada huésped se prepare a gusto su infusión y todos los quesos imaginables de la cuenca lechera.
También son de Bruma los terrarios 100% comestibles que pueden aparecer de sorpresa en la habitación. La cajita de madera encierra un microcosmos de sabores locales: sobre una base de harina de algarroba, crocantes de polenta blanca, trufas de maní, pastillitas de dulce de leche y brotes de tomillo silvestre.
La última novedad del hotel, de diciembre de 2020, son los Baños de Azur, un circuito de bienestar inspirado en las antiguas termas romanas. El proyecto del arquitecto Mario Ubino, especialista en preservación del patrimonio, recuperó la planta soterrada de la casona, unos 400 metros cuadrados, y usó ladrillos de demolición para revestir muros, arcos y bóvedas que otorgan calidez y son todo un guiño a los pasadizos y las criptas que dejaron los jesuitas.
El agua en todos los estados es la protagonista de este Salus per Aquam, salud a través del agua en latín, o spa de última generación, con botones temporizadores en cada posta. Son 12 estaciones y se avanza de manera intuitiva, a la luz de las velas. A mitad de camino, la anfitriona traerá agua perfumada de naranjas.
Hay piletas con sales naturales y con burbujas de ozono, cuartos para experimentar los beneficios del vapor, camas de lluvia a distinta presión y temperatura, hidromasajes, pediluvios, un puesto con escamas de hielo y cascadas relajantes. Deja para el final las camillas de mármol negro en una sala semioscura donde una obra de arte cinético del cordobés Santiago Viale proyecta sombras circulares sobre el techo.
El circuito insume dos horas y se recorre de manera individual, en pareja o grupos de hasta cuatro personas. Se puede complementar con masajes, terapias y gastronomía. Tienen prioridad los huéspedes del hotel que eligen la “experiencia 360″, pero ya es casi un destino healthy en sí mismo, abierto a quien quiera sentirse como los dioses en pleno centro de La Docta.
San Jerónimo 257.
T: (0351) 424-7133 y 421-0797.
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