Los hermanos Esteban y Luis Azaretto fundaron, en 1886, un local que se llamó La Progresista y fue el germen de una gran empresa que produjo las luminarias más importantes de los palacios públicos porteños, entre otros.
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La historia de esta gran empresa argentina comienza en la localidad de Santa Margherita, ubicada a 32 kilómetros de Génova sobre la idílica riviera ligure. Allí, a inicios de la década de 1860, nacieron Stefano y Luigi, hijos de Giacomo Assareto y Angela Gardella. La documentación conservada por los descendientes nos permite saber que el padre era marino y había combatido en el asedio de Ancona durante la Guerra por la Independencia y la Unidad de Italia, acción por la que el Conde de Cavour le otorgó una mención honorífica.
Pocos años permaneció la familia en la península hasta seguir el destino de miles de compatriotas y embarcarse a Buenos Aires, donde no solo castellanizaron los nombres, una práctica habitual por entonces, sino también se cambió la grafía del apellido por Azaretto, con el que se consagrarían décadas más tarde.
En 1886, Luis y Esteban lograron abrir un pequeño local de cinco por veinte metros y un taller atendido por seis empleados, que fabricaba artefactos de iluminación a gas bajo el nombre de “La Progresista”. Conscientes de los avances tecnológicos adaptaron su producción a la electricidad, lo que anunciaban en una simpática publicidad de la revista Caras y Caretas: “Te felicito Amelia, pues veo que no estáis de crisis cuando puedes cambiar tus arañas de gas por otras de luz eléctrica […] te agradeceré me digas de quién te has servido”, a lo que la interlocutora responde “pues en La Progresista de Azaretto Hnos.”.
El arduo trabajo obtuvo en 1898 los primeros reconocimientos: el gran diploma de honor y medalla de oro en la Exposición Nacional, y el gran diploma de honor y medalla de bronce en la Esposizione Nazionale di Torino. El éxito comercial los alentó a inaugurar una sucursal en la Avenida Santa Fe y Callao, donde hoy se levanta el edificio Roccatagliata, que se sumó a la sede central en Sarmiento y Riobamba. Además, abrieron una casa de compras en el 10° distrito de París, sobre la Rue de l’Échiquier N° 42, atendida por empleados propios que seleccionaban las últimas creaciones de la industria europea para enviarlas a Buenos Aires.
Primer gran encargo: Casa Rosada
En octubre de 1900 tuvo lugar en Buenos Aires la recepción del presidente de Brasil, Manuel Ferraz de Campos Salles, preludio de una serie de visitas diplomáticas que hallaría el apogeo en los festejos de 1910. La municipalidad arregló las plazas y avenidas con llamativas estructuras efímeras y juegos de luces, y la Casa Rosada no podía quedar atrás. El palacio, bajo el gobierno de Julio Argentino Roca, necesitaba cambios decorativos; en el Salón Blanco se ordenó retirar la vetusta araña y encargar una nueva a Azaretto. El desafío no era menor, se trataba de un pedido para el espacio que sería centro de las ceremonias y que estaría bajo la mirada de los presidentes y delegaciones extranjeras.
La firma no decepcionó, su fantástica creación aún impresiona: un inmenso artefacto de bronce dorado con un peso de 1.250 kg., en cuyo diseño destacan antorchas con tulipas flamígeras acompañadas de abundantes brazos con motivos florales. La obra despertó elogiosas críticas: “honra a la industria nacional, ha contribuido a dar al salón donde se halla colocada, más lujoso y artístico aspecto” anunciaba Caras y Caretas. También el director de la Oficina Demográfica Nacional, Gabriel Carrasco, se refirió en 1901 a esta pieza: “la araña central construida en el país por la casa Azaretto Hnos., constituye una verdadera obra de arte”.
El reconocimiento oficial promovió nuevos encargos para la Casa de Gobierno, y entre 1906 y 1908 fue contratada para la producción de artefactos en el Palacio del Congreso y el Teatro Colón. Este diario, en una publicación especial de 1910, destacaba que por medio de la casa en París, la firma introducía entre 2.000 y 2.200 arañas por año y tenía la exclusividad para la venta de Baccarat.
La dirección de Gabriel Simonnet Dubois
Con el propósito de mejorar la producción artística, en 1908 incorporaron al escultor Gabriel Simonnet Dubois. El contrato, firmado el 26 de noviembre de ese año, señalaba como primera condición: “Desde el momento que usted, entre a formar parte del personal de nuestro establecimiento, se hará cargo de la dirección técnica de la sola fábrica, en todo lo que se refiere a la producción de la misma y muy especialmente para la creación de modelos, confección de ellos y trabajo de cinceladura”.
Gabriel, de 35 años de edad, era un artista de origen francés que se había formado en el taller del reconocido Carrier-Belleuse, maestro de Rodin y autor de esculturas en la Ópera de París y el mausoleo de San Martín. El segundo apellido era en realidad un seudónimo que adoptó de “Petit Dubois”, como lo llamaban en referencia a Paul Dubois, escultor y director de la École des Beaux-Arts. Antes de emigrar a Sudamérica ya había cosechado algunos logros en el viejo continente: “En 1890 y 1893 participó en dos salones de la Sociedad de Artistas Franceses en el Grand Palais” detalla la nieta, Gabriela Simonnet, y añade: “En el Reino Unido trabajó para la realeza. En 1893 se trasladó a Bruselas por invitación del rey para realizar bustos y retratos de tribus africanas de las colonias belgas”.
Desembarcó en Buenos Aires en 1895, donde estableció contacto con el escultor Lucio Correa Morales. Gabriela comenta que su abuelo colaboró con el artista argentino en el monumento a Falucho y trabajó especialmente en el Cementerio de la Recoleta, como así también es autor de los candelabros que iluminan el mausoleo de San Martín en la Catedral Metropolitana, y su busto y el de Rivadavia en el Palacio de la Legislatura de Buenos Aires.
Cabe destacar la participación de Gabriel en el diseño de las luminarias del Teatro Colón, lo que se evoca en la memoria familiar y menciona una nota sobre el coliseo publicada en marzo de 1908 en El Diario: “Respecto a la iluminación de la sala y del resto del edificio […] todo está hace tiempo definitivamente decidido, habiéndose contratado la fabricación de los artefactos con los señores Azareto (sic), Clair y Anglade y Capelletti sobre modelos hechos preparar bajo la dirección del señor arquitecto Dormal por un especialista del ramo, señor Dubois, quien se ha desempeñado a entera satisfacción de la comisión”. ¿Habrá sido la intervención en el Colón el motivo para que Azaretto lo contratara meses más tarde?
Obra maestra: la “Araña del Centenario”
La Exposición Industrial del Centenario de la Revolución de Mayo, montada en el Parque 3 de Febrero, fue una oportunidad excepcional para que la empresa demostrara el desarrollo alcanzado. La mayor parte del espacio asignado dentro del pabellón, enmarcado por un gran arco con la leyenda “Azaretto Hnos. - Fabricantes”, lo reservó para una única pieza: bajo la dirección artística de Simonnet Dubois se ideó una monumental araña de 5,20 m. de altura, 2,90 m. de diámetro y 2.054 kg. de peso, fabricada con bronce fundido de cápsulas de tiro Mauser del Arsenal de Guerra de la Nación.
La composición alegórica excede el valor decorativo y convierte la luminaria en una auténtica obra escultórica: arriba, en el centro, se ubica la figura de mayor tamaño, la Argentina coronada con el gorro frigio, que porta en los brazos la bandera nacional y cadenas rotas. Más abajo, la enaltecen con guirnaldas florales las provincias de Santa Fe y Buenos Aires. En un nivel inferior, de pie y sosteniendo sus escudos, Catamarca, San Luis, Salta y La Rioja. Sentadas en el anillo principal a modo de custodia, Córdoba, Tucumán, Santiago del Estero, San Juan, Mendoza, Entre Ríos, Corrientes y Jujuy. En el mismo anillo, ocho altos relieves recrean acontecimientos de la historia argentina: el Cabildo Abierto, Batalla de Suipacha, Primer Gobierno Patrio, Batalla de San Lorenzo, Jura de la Bandera, Batalla de Chacabuco, Jura de la Independencia y el Cruce de los Andes. Por encima de todo, sobre los cuatro montantes que rodean a la República, los bustos de San Martín, Belgrano, Saavedra, Pueyrredon, Moreno, Rivadavia, Rodríguez Peña y Castelli. En el corazón de la araña, cinco atados de trigo representan la fuerza y riqueza del país.
Su magnificencia, simbolismo y manufactura local con seguridad fueron los motivos para que el Senado decidiera comprarla y colgarla en el gran hall debajo de la cúpula del Congreso Nacional. Pero no todos estuvieron de acuerdo: en 1913 se investigaba el sospechoso aumento del presupuesto en la construcción del “palacio de oro”, y esta adquisición, por un valor de 55.000 pesos, fue objeto de una insólita discusión entre el diputado Alfredo Palacios y el ministro de obras públicas, Ezequiel Ramos Mexía. El legislador cuestionaba que el poder ejecutivo no hubiese intervenido por tratarse de una compra ordenada por otro poder efectuada en violación a la ley de contabilidad. El ministro respondió: “El señor diputado por la capital ha insistido sobre el asunto de la araña del senado […] La disidencia con el señor diputado consiste en que él cree que el ejecutivo ha debido oponerse al gasto ya hecho por una de las autoridades del congreso. Yo entiendo, y lo he dicho antes, que el poder ejecutivo no está encargado de rever los actos de las autoridades de las cámaras”. Las críticas administrativas no tuvieron mayores incidencias y en el Salón Azul aún pende esta inmensa luminaria que han admirado presidentes y las principales figuras nacionales y extranjeras desde hace ciento trece años.
Legado familiar
El distanciamiento de los hermanos provocó que en 1923 la firma se constituyera como “Azaretto Hermanos Limitada Las Industrias del Bronce, Sociedad Anónima”. Luis dejó la compañía para dedicarse a la administración de propiedades, mientras Esteban continuó como parte del directorio. Sin embargo, el desarrollo de la arquitectura moderna y el auge de la iluminación difusa e indirecta fueron profundos cambios que la empresa no logró adoptar, por lo que cerró definitivamente las puertas en 1935.
Parte de la extensa obra de Azaretto se puede conocer gracias a los registros conservados en organismos públicos y aquellos aportados generosamente por los descendientes. Allí figuran, además de los edificios mencionados, el Palacio de Justicia, la Aduana, los hoteles Savoy y Majestic, el Teatro Ópera, la iglesia de San Francisco y el Club Español de Buenos Aires; la Casa de Gobierno, la Legislatura y la Municipalidad de La Plata; el Teatro de la Ópera, el Jockey Club y el Savoy Hotel de Rosario; las sedes de gobierno de Córdoba y Tucumán; la Legislatura de Mendoza; la Casa de Gobierno y el Teatro Urquiza de Montevideo; ¡hasta trabajos en Brasil, Chile y Paraguay!
El próspero negocio le permitió a Luis llevar un cómodo estilo de vida. Su bisnieto, Alberto Spota, comenta que compró una villa en Santa Margherita y en Buenos Aires encargó una gran residencia ubicada sobre la calle Viamonte 1871, atribuida al arquitecto Mario Palanti (autor del Pasaje Barolo), que hoy es sede de un centro de diagnóstico. Agrega que el arquitecto llegó a realizar una pintura de esa propiedad, donde también vivió la única hija de Luis, Ángela Catalina. Ella se casó con el ingeniero Víctor Spota, Director General del Departamento de Obras Públicas de la ciudad, con quien tuvo dos hijos. Si bien Luis llegó muy chico a la Argentina, mantuvo estrechos lazos con la comunidad italiana; Alberto aún conserva el busto de Garibaldi y el retrato de Mazzini que el bisabuelo atesoraba. Falleció en Buenos Aires el 7 de agosto de 1940 a los 74 años, producto de una bronconeumonía.
En cuanto a Esteban, recuerda su nieto Ricardo Gustavo Azaretto, se casó con María Teresa Orezzoli y tuvo seis hijos. El espíritu emprendedor lo llevó a crear en 1917, en La Boca, la fábrica Fénix de ladrillos refractarios –la primera en el país, aclara–, que existió hasta la década de 1940. Falleció el 6 de enero de 1936 a los 73 años de edad. En el anecdotario familiar, Ricardo destaca las elogiosas palabras de Marcelo T. de Alvear durante una exposición en la que presentó a Esteban como uno de los grandes impulsores de la industria del bronce en el país; asimismo cuando la compañía proveyó de bombitas de luz a los espacios públicos de la capital, las que, en el caso de ser hurtadas, tenían una curiosa inscripción que no dejaba dudas del origen municipal.
Respecto a Gabriel Simonnet Dubois, luego de renovar el contrato con Azaretto en cuatro oportunidades, dejó la dirección técnica el 31 de diciembre de 1913 para dedicarse a la joyería y orfebrería. Se casó con María Luisa Rolland y en 1932 se radicaron en Alta Gracia, donde continuó la producción artística junto a los únicos discípulos que tuvo, su hijo Emilio (apodado “Tití”) y Luis Hourgras, hasta fallecer en 1968. “El sueño de papá era que las obras de mi abuelo se lucieran en un museo, por eso se realizó la donación de la casa y gran parte de su legado artístico a la Municipalidad de Alta Gracia. Hoy es el Museo Casa Taller Gabriel Dubois, inaugurado el 17 de septiembre del 2010 “, señala Gabriela Simonnet.
Desde 1900 las luminarias de Azaretto se han convertido en una parte distintiva de los edificios que conforman nuestro patrimonio cultural. Hoy, ocho bienes decorados con sus artefactos se hallan declarados Monumento Histórico Nacional, lo que refuerza el valor de estas piezas como singular ejemplo de la industria argentina del bronce en las primeras tres décadas del siglo XX.
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